A los 104 años muere Oscar Niemeyer, el arquitecto de Brasilia

A los 104 años muere Oscar Niemeyer, el arquitecto de Brasilia

Hace cinco años, antes de cumplir un siglo, el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer tomó la decisión de nunca más hacer algo que le desagradara. Por ejemplo, dar entrevistas.

Ante la expectación por su aniversario, debido a su avanzada edad, las solicitudes de la prensa no paraban.

El prefirió callar. Cumplió los 100 en silencio y al año siguiente los 101 y luego los 102. Recién entonces retomó las entrevistas con la prensa y los saludos a través de videos subidos a internet, como el que grabó en apoyo a la presidenta, Dilma Rousseff en 2010.

Y aunque en el último año fue internado tres veces, Niemeyer estuvo siempre lúcido, incluso preocupado de sus proyectos. Ayer, el arquitecto comunista murió en el Hospital Samaritano de Río de Janeiro, donde permanecía internado hace un mes, a 10 días de cumplir 105 años.

Niemeyer fue hospitalizado el 2 de noviembre por dificultades para beber líquidos. Dos hemorragias digestivas y una insuficiencia renal complicaron su estado. Ayer se agravó por una infección respiratoria. Estaba acompañado de sus sobrinos y nietos (su única hija murió en junio pasado), además de su esposa y ex secretaria Vera Lucía, 40 años menor, con quien se casó en 2006.

“Brasil perdió hoy uno de sus genios”, dijo la presidenta Rousseff. “Niemeyer fue un revolucionario, el mentor de una nueva arquitectura”, agregó. Los restos del arquitecto serán velados en el Palacio Planalto de Brasilia, sede de la Presidencia, que él mismo diseñó en 1956.

El último modernista

Considerado el sol de la arquitectura brasileña, el arquitecto creó todos los edificios imaginables. Desde las principales construcciones de Brasilia y la sede del Partido Comunista Francés, en París, todos sus edificios se inspiraban, como él mismo lo contó, en el curso de los ríos, las ondulantes montañas de Brasil y las sensuales curvas de las mujeres de su país.

Nacido en Río de Janeiro en 1907, Niemeyer se graduó como arquitecto de la Universidad de Bellas Artes de Brasil y comenzó a trabajar en el estudio de Lucio Costa, con quien más tarde proyectaría Brasilia.

La obra de Niemeyer surgió en una época en que la Bauhaus y el pensamiento modernista de Le Corbusier eran las tendencias del momento. Aunque al principio fue seguidor del arquitecto suizo (compartió con él trabajos como la sede de la ONU en Nueva York), Niemeyer supo diferenciarse y se convirtió en punta de lanza de una generación que rompió con la abstracción modernista, eliminando sus líneas rectas y agregando grandes y expresivas formas líquidas y tropicales. “Odiaba la Bauhaus”, confesó.

“No tenían talento, sólo tenían reglas. Incluso para cuchillos y tenedores crearon reglas. Picasso nunca habría aceptado recetas. ¿Una casa que parece una máquina? ¡No! Lo mecánico es feo”, decía.

Desde sus inicios, Niemeyer demostró rapidez para crear. El conjunto de Pampulha, hito de la arquitectura contemporánea que sigue la forma curva de la isla donde se emplaza, fue diseñado en una noche de 1940 a petición del entonces alcalde de Belo Horizonte, Juscelino Kubitschek.

Con ese proyecto ganó un admirador y un amigo, quien le encargó 15 años después, cuando fue presidente de la República, que concibiera los edificios más importantes de la nueva capital del país, Brasilia, inaugurada en 1960.

Entre ellos está el Palacio de Planalto, sede del Poder Ejecutivo, revestido de mármol blanco, o la Catedral, cuya entrada está ubicada en el subsuelo para que el público desde la oscuridad absoluta ingrese a una iglesia luminosa. Niemeyer quería producir la sensación de llegar al “cielo” y evitar las soluciones de las viejas catedrales que evocaban la culpa y el pecado asociado a la penumbra. Otro de sus iconos es el Congreso Nacional, metáfora del sistema bicameral del Brasil.

La cúpula convexa es la Cámara de Diputados, y la cóncava corresponde al Senado, como dos entes compatibles. Las curvas dominan casi todas sus obras, incluso la sede del PC en París, que realizó tras el golpe de Estado de 1964 que lo llevó al exilio.

Nacido en una familia católica y burguesa, Niemeyer fue ateo y comunista: en 1945 se unió al PC brasileño y apoyó a Fidel Castro y Hugo Chávez (ver recuadro). “La vida era tan difícil, tan injusta. La arquitectura fue mi forma de expresar mis ideales: ser simple y crear un mundo igualitario para todos, darle al pueblo un regalo, con optimismo. No aspiro a nada sólo a la felicidad colectiva. ¿Eso tiene algo de malo?”, se preguntaba.

Tras la llegada de los militares, su oficina fue allanada. Renunció a la Universidad de Brasilia junto con 200 profesores. Viajó entonces a Francia por una exposición sobre su obra en el Museo del Louvre. Un ministro de la época afirmó que “el lugar para un arquitecto comunista es Moscú” y Niemeyer se queda en Europa, donde su arquitectura es acogida. Así, contruyó la mezquita de Argel, la Bolsa de Trabajo en Bobigny y la Editorial Mondadori en Italia, obras por las que obtuvo el Premio Pritzker, el Nobel de la arquitectura, en 1988.

Para esos años, ya había vuelto a Río de Janeiro Y aunque su cuerpo se fue apagando lentamente, su mente siguió creando hasta el final espectaculares edificios. El mismo dijo una vez: “Quiero seguir construyendo para los seres humanos, para permitirles encontrarse con otros seres humanos. Una arquitectura que organice encuentros humanos, eso es lo que me interesa. Y la dibujo todos los días”.

De Castro a Allende, los lazos del comunista más longevo

“Niemeyer y yo somos los últimos comunistas de este planeta”, dijo en una ocasión Fidel Castro, dejando en claro los fuertes lazos que unen a Niemeyer con el Partido Comunista, al que se unió en 1945, en plena II Guerra Mundial. Considerado el miembro más longevo del club, el arquitecto fue amigo del mandatario cubano, quien siempre le enviaba habanos de regalo, y del Presidente venezolano Hugo Chávez, a quien le obsequió, en 2007, el diseño de un monumento con la figura de Simón Bolívar, pero que finalmente nunca se realizó.

“Tenemos que cambiar el capitalismo, este régimen de violencia, poder y guerra”, decía. “Lo detesto. Crecí en una tradicional familia católica, con cuadros del Papa en las paredes. Pero cuando conocí el mundo, lo vi tan injusto, que me convertí en un joven comunista”.

En la época más álgida, el arquitecto viajó a la URSS, conoció a varios líderes socialistas y se hizo amigo de ellos, ganando el Premio Lenin de la Paz en 1963. También apoyó la vía chilena al socialismo y estableció lazos con el Presidente Salvador Allende y con Pablo Neruda. El supo antes también de exilios: durante la dictadura militar en Brasil, fue hostigado por las autoridades. Al año se radicó en París, donde creó 16 edificios, entre ellos la sede del Partido Comunista Francés.

Hace unos años, el arquitecto holandés Rem Koolhass dijo tras conocerlo en Copacabana: “Niemeyer es la prueba viviente de que en la arquitectura interesante, el sexo y el comunismo van juntos”. De ideas fijas, el brasileño defendió al comunismo tanto como a las curvas en su arquitectura. Nunca renegó de sus ideas: “No me callaré nunca. No esconderé nunca mis convicciones comunistas. Y quien me contacta como arquitecto conoce mis concepciones ideológicas. ¿Qué mejor que la arquitectura para representar la lucha por un mundo mejor, sin clases?”, dijo una vez.

Publicado en La Tercera

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