Albert Boadella que estás en los ruedos…

Albert Boadella que estás en los ruedos…

Respuesta de un "gilipollas" abolicionista.

Hay un hombrecillo que, a pesar de vanagloriarse de su enfrentamiento con la Iglesia Católica, se cree Dios: esto es: asume el papel de aquel que representa la esencia de lo que tanto critica. ¿Quién sabe si su inquina tiene su origen en una especie de envidia patológica por no ser su rostro el representado en el Pantocrátor? El caso es que él otorga o niega derechos. Derecho a la vida digo, o a no padecer tortura a manos de otras criaturas, por lo tanto me refiero a cuestiones vitales que dicho sujeto interpreta a la usanza del Antiguo Régimen, deviniendo en particular lo que sólo puede tener la categoría de universal.

Pero es que este hermenéuta involucionista, además de Juez al estilo del Evangelio según San Mateo, es también parte, porque no sólo defiende la plena potestad de unos seres para martirizar y matar a otros, sino que se subyuga con la angustia de las víctimas y lo declara sin el menor rubor. Algo que ciertamente no causa asombro, pues para algo su verbo, entiende él, adquiere el valor de la "Palabra" descrita por los Tesalonicenses.

Es un individuo que tiene voz aunque carece de razones como no sean las de un sofista, sobre todo porque desde su deífico trono imaginario piensa que no las necesita para… iba a decir convencer, pero no, él no busca persuadir sino dogmatizar, pretensión común en los endiosados. Escoge el insulto y la afirmación categórica en lugar del argumento, y eso que curiosamente declara ser él el blanco de las ofensas, pero he aquí que a los que disienten de su discurso les llama "gilipollas". Eso sí, como a todos los grandes adalides del sometimiento ajeno, se le llena la bocaza con la palabra libertad para amparar la suya en detrimento de la de otros. Y no es que esos otros le hayan hecho algo ni a él ni a nadie para recibir un castigo, no; simplemente se cree libre para deleitarse con su sufrimiento y su muerte. ¿El motivo?: se lo pasa bien y los damnificados son los del primer párrafo, esos a los que les niega los derechos. De ese modo se cierra el círculo en el que él decide la suerte desde arriba y contempla el proceso apoyado en el perímetro, mientras el torturado se desangra y expira en el centro de la circunferencia.

Esta virulenta divinidad de pellejo y carne se llama Albert Boadella. Los convictos de su ferocidad y egocentrismo son los toros. Los gilipollas somos todos los que pedimos la abolición de las corridas. Y ahora, viendo que su gesto a puerta gayola del movimiento animalista le ha valido los titulares que probablemente tanto necesita –¿por qué me recordará tanto a Sánchez Dragó?–, añade que se ha quedado corto al dedicarnos ese epíteto. Bueno, considero que ser calificado de bobochorra por quien se deslizó desde un supuesto izquierdismo revolucionario al más rancio reaccionarismo, por quien asegura que los que exigen el fin de una tradición violenta son sañudos y fanáticos, y por el que sostiene que es una idiotez reclamar derechos para los animales, lejos de ser un agravio constituye un halago.

Y a quien intente refutar el abolicionismo devolviendo reflexiones al estilo de "y tú más", decirle que el movimiento que aboga por el fin de la lidia ha conseguido desmontar todas y cada una de las mentiras taurinas, rebatir con cordura las justificaciones formales y enfrentar racionalidad y sensibilidad a la sinrazón de quienes se sienten cautivados por un espectáculo encarnizado, sanguinario y absurdo. La derogación de la violencia como muestra de cultura, arte, pasatiempo o negocio, no es un decreto arbitrario y absolutista, sino un paso irrenunciable para sacar un pie del charco del primitivismo y asentar ambos en la justicia, fuera al fin de esa atmósfera de tinieblas donde la humanidad no alcanza a palpar las luces de la razón pero sí a hundir el acero en el cuerpo de seres vivos.

Albert Boadella que estás en los ruedos… Tú afirmas que "no existe en el mundo occidental ninguna ceremonia capaz de conmover y elevar con semejante fuerza al ser humano como el ritual taurino". La muerte de gladiadores ejercía seducción sobre Calígula, Iván el Terrible se regocijaba torturando y arrojando perros desde las torres, la Condesa Isabel Báthory gozaba secuestrando, torturando y bebiendo la sangre de las jóvenes a las que asesinaba, la Reina de Madagascar Ranavalona I mató a más de diez mil prisioneros en una semana de festejos porque le entretenía… En fin, que unas y otros pasaron a la historia por criminales. Tú te quedarás en el olvido de los tontolabas. No te comparo con ellos, sólo digo que pasión y perversión pueden solaparse en un mismo cerebro.

Y ahora, corre, di que yo me arrastro por las injurias mientras tú asciendes al Olimpo de la sensibilidad por hallar sublimidad, inteligencia y coraje donde yo no encuentro más que sadismo, ignorancia, egoísmo y cobardía. Perdón, yo y cientos de miles de gilipollas más.

*  Delegado LIBERA!

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