Algunos milagros de Jesús

Algunos milagros de Jesús
Jesús alternado en los lazaretos callejeros

Nònimo Lustre*. LQS. Mayo 2021

“Cuánto más / necesito para ser Dios, Dios, Dios”
(Jesucristo García, Extremoduro, 1989)

Hoy me veo obligado por la Superioridad a analizar los milagros de Jesús, alias el Cristo. El primer problema que debo resolver es cuánta atención debo dedicar a Jesús y cuánta a sus milagros. La primera cuestión está imbricada en el debate sobre la existencia histórica y física de un varón pico-de-oro que presumía de carpintero: el Cristo existe porque hay millones de textos que hablan de Él. Pero, como todos estos escritos son muy posteriores a su supuesta existencia física, sólo podemos colegir que, de haber existido, el Cristo sólo fue uno más de los cientos o miles de Mesías que brotaban como hongos (alucinógenos) en el Imperio romano.

Alquimista a punto de saturnismo

Por tanto, duda resuelta porque es imposible localizar al Jesús arqueológico. Es como buscar una aguja en una fábrica de agujas. Dícese que in illo tempore existían 06 millones de judíos -un 10% de la población total del Imperio Romano. Imaginemos la enormidad de Mesías que producen seis millones de súbditos aherrojados por una remota metrópolis…

Es obvio que hay una relación directa entre mesianismo y enfermedad. Aunque sabemos que las dolencias de ricos no se parecen a las de los pobres, un ejemplo royal nos da una idea de la morbilidad general de Judea en tiempos de un Jesús al que, forzados por la omnipresencia textual del Jesús cristiano, me veo obligado a citarle como realmente existente:

Herodes el Grande (73/74 bc–04), rey de Judea por la gracia de Roma, fue muy celebrado por los artistas de los siglos XIX-XX a quienes inspiró desde pinturas (Salomé bailando ante Herodes, de G. Moreau) hasta óperas (Salomé de R. Strauss) y obras de teatro (Salomé, de O. Wilde) Recordando que el arte de la Historia Sagrada es incluso menos verosímil que el arte de los artistas posteriores, observo que el Herodes operístico padecía innumerables males que me da pereza traducir; entre ellos, “dementia, hallucinations, paranoia, alcoholism, violence, twitches, sterility, with falls, chills, shaking, thirst, forgetfulness, sleepiness, saturnine gout, neuromuscular abnormalities, síntomas de encefalopatía y, para colmo, demented cruelties” que incluyeron la decapitación de Juan el Bautista –gracias, Salomé. Quizá el origen estuvo en el plomo del vino imperial o, al menos, así sucedía también en la aristocracia del Imperio romano (cf. Leatherwood, C., & Panush, R. S. 2017. Did King Herod suffer from a rheumatic disease? Clinical Rheumatology, 36(4), 741–744. doi:10.1007/s10067-017-3583-z) Por poco que este cuadro letal estuviera extendido entre los plebeyos, es obvio que el saturnismo, plumbosis o plombemia, era un caldo de cultivo ideal para todo tipo de mesianismos –el de Jesús, incluido.

Plebeyos hoy, saturninos mañana

Los milagros

Ficticios y/o reales, los milagros son hechos extraordinarios. Si son ordinarios, entonces no ha lugar para la milagrería. Tal es la base de mi argumentación: los ‘milagros’ atribuidos a Jesús fueron hechos ordinarios y, por ende, no fueron milagros. Ergo, el escriba, mago o charlatán que los propaló, se excedió al adornarlos y se extralimitó groseramente al hacerle Dios por mera acumulación de portentos inexplicables. Aun así, no voy a reducir mis argumentos a los propios del materialismo porque no soy ‘materialista’ (soy espiritual, i.e., pobre material) y, sobre todo, porque los crédulos -carne de cañón para obispos, imanes y rabíes en su guerra contra la razón-, son sumamente sugestionables y la sugestión, curará o no, pero siempre alucina, incluso sin prodigios cristianos por medio. Léase, quien suscribe recomendaría al “Jesucristo García” de Extremoduro que, si realmente quiere ser Dios, que haga unos cuantos milagros. Si estudia los acápites siguientes, notará que no es difícil.

Un 31% de los versos del evangelio de Marcos reflejan milagros, también presentes en un 40% de su narrativa (Keener,24; en Craig S. Keener. 2011. Miracles : the credibility of the New Testament accounts; 1211 pp., ISBN 978-0-8010-3952-2) Ergo, desde tiempo inmemorial, la fe Cristiana se sustenta por la milagrería.

Las plantas medicinales. El inventario de las plantas que crecen en la región de Judea (montañas de Judea, desierto de Judea y valle del Mar Muerto) asciende a 1.291 especies pertenecientes a 102 familias botánicas. Se ha reportado que 332 plantas (25% de las especies colectadas) tienen usos medicinales. El 45% son anti-microbianas activas y otras son anti-inflamatorias (31%), anti-cancerígenas (31%), anti-oxidantes (29%) y anti-diabéticas (22%) Otras menos frecuentes son neuroprotectivas, immunomodulatorias, diuréticas e hipotensivas. (cf. Arie Budovsky y Vadim E. Fraifeld. 2012. “Medicinal plants growing in the Judea region: network approach for searching potential therapeutic targets”; pp. 84-94 en Network Biology 2(3)

San José atiborrándose de ¿dátiles? mientras que la Virgen está aterrorizada

Postulo que la mayoría de los Mesías o Cristos coetáneos con “Jesús”, algo tenían que saber de este tesoro vegetal y que, seguramente, parte de los milagros que cundían en la hoy llamada Palestina se debieron al dominio que ejercitaban con sus ungüentos y fórmulas magistrales –a los que añadiríamos los remedios provenientes de animales que no hemos conseguido averiguar.

El milagro de la palmera. Son tan numerosos los milagros de Jesús que aquí sólo vamos a comentar un puñado. Empezando por uno dudoso incluso para la ortodoxia: en el Nuevo Testamento aparece la huída de Egipto que no incluye el milagro de la palmera: la Sagrada Familia, a punto de ser capturada por las tropas del Faraón, se esconde tras una palmera a quien la Virgen le pide que baje sus hojas hasta la arena para así ocultar a los fugitivos. ¿Qué especie de palma sería?

El hipersalino Mar Muerto, ayer milagrero y hoy atracción turística

La más citada es la Hyphaene thebaica, una palmera de varios troncos o estípites y frutos ovalados y comestibles. En el Antiguo Egipto se usaba por sus frutos, su fibra y su hoja. Sin embargo, la palma datilera (Phoenix dactylifera) no era autóctona de Egipto y solo daba dátiles si se podía polinizar. He observado la morfología del tamarisco (Tamarix nilotica, Tamarix aphylla) y la del sicomoro (Ficus sycomorus) y ninguno de estos árboles cumple con el requisito de hojarasca lánguida –y no son palmeras. Conclusión provisional: no tiene sentido abundar en este milagro.

Caminar sobre el agua. (Milagro citado en tres evangelios) Los apóstoles creyeron ver un fantasma y dieron voces de miedo. Se dirigían en una barca a Cafarnaúm.

Este milagro tiene una explicación racional un tanto chusca que no me resisto a narrar: en el año 2002, tuve el privilegio de conocer al gran antropólogo Marshall Sahlins –ay, recientemente fallecido. En uno cualquiera de los bares del viejo Madrid de los Austrias que visitamos, Sahlins me espetó: –¿Tú sabes cuáles fueron las últimas palabras de Jesús en la cruz?. – La Historia Sagrada no es mi fuerte –respondí- pero creo que fueron algo así como “Sabá sababtaní”. Sahlins no se quejó del atentado que servidor acababa de perpetrar contra el arameo y contra el Nuevo Testamento. Y continuó: – Pues estás muy equivocado. Como todo el mundo sabe, las aguas del

Cuando los sionistas inundan Gaza para arruinar sus cultivos, los gazatíes andan sobre las aguas

Mar Muerto son tan salinas que puedes andar sobre ellas. Jesús lo hizo pero no sabía que esas aguas no eran uniformes sino que tenían huecos o baches de salinidad normal. Jesús se metió en uno de esos hoyos y comenzó a ahogarse. Por ello, su último discurso fue “Glú, glú, glú” y, claro, con esas palabras no se puede fundar una religión. Cumplo en difundir las enseñanzas de un auténtico Maestro que nunca sufrió la tentación de ser mesías.

Versión sintética de aquel milagro racista

Cinco curaciones de paralíticos. El Nuevo Testamento no explicita si alguno de estos cinco paralises estuvo causado por una amputación voluntaria o involuntaria pero es plausible suponer que alguno habría… Son: 1) El esclavo del centurión en Cafarnaúm, fue curado a distancia gracias a la ¿fe o la amenaza? de aquel capitán de los invasores romanos. 2) Un paralítico de Cafarnaúm. 3) El mocho de la mano seca. 4) La mujer en la sinagoga que no podía enderezarse. 5) El tullido de Jerusalén que llevaba treinta y ocho años inmovilizado y fue sanado un sábado en el estanque de Betesda para escándalo de los zelotes del sabath -o haredim, hoy más abundantes que ayer, cuando sólo eran despreciables “fanáticos deicidas” para el franquismo.

El Cristo tuvo a bien traspasar sus poderes taumatúrgicos a sus acólitos. Por ello, raro es el día en el que el Vaticano no certifica varios milagros –si se les reconoce a los mártires españoles de cuando la Guerra, entonces los milagros brotan a decenas. Es una antigua costumbre del santoral; uno de sus ejemplos más conocidos es el del milagro de san Cosme y san Damián, precisamente ocurrido en el siglo XVII, en Calanda (Aragón), cuando esta beatífica parejita cortó la pierna a un esclavo negro y se la trasplantó cosida a un cristiano blanco.

Cristo bendito/maldito, aquí no hay sugestión ni magia potagia que valga: devuelve las piernas a esos niños palestinos. O, por homeostasis del sistema maravilloso, quítaselas a los sionistas y restitúyelas a los palestinos. Sé que los sionistas no son cristianos pero, para esta ocasión, podrían inspirarse en invertir el curso de la Historia y retorcer el milagro de san Cosme y san Damián -quienes cortaron la pierna a un esclavo negro para cosérsela a un cristiano

Curaciones de ciegos. Cuatro casos: A) Los dos ciegos de Cafarnaúm (Mateo 9:27-31). B) Bartimeo, el de Jericó (en tres evangelios y en el Corán) le suplicó misericordia y Jesús le dijo que fue salvado gracias a su fe. C) El de Betsaida (Marcos 8:22-26): a quien el Cristo sanó poniéndole saliva en los ojos e imponiéndole las manos. D) El ciego de nacimiento (Juan 9:1-41): Jesús lo sanó restregando lodo hecho con su propia saliva en los ojos del ciego, a quien luego mandó lavarse en la piscina de Siloé. Y otros más: Un ciego de Jericó recibe la vista (en Mateo y en Marcos) Dos ciegos recuperan la vista (Mateo 9:27-31)

Olvidemos que todos fueran casos de queratopatía secundaria, sencillas y fácilmente curables. Porque mi experiencia como médico de ocasión me recuerda que disfruté de fama taumatúrgica por el simple hecho de poner una pomada antibiótica en los ojos de unos indígenas. A la mañana siguiente, las conjuntivitis habían desaparecido ¿por milagro o por la terramicina? In illo tempore no había terramicina pero seguro que los Cristos de turno conocían plantas –o jugos animales- de similar efecto.

Dos curaciones de leprosos. Veamos: 1) Un leproso de Galilea; narrado en tres Evangelios canónicos y en el Corán; una vez más, Jesús le sanó por imposición de manos –una ceremonia que utilizaron los reyes de Francia contra la escrofulosis ¡hasta después de la Revolución!. 2) Diez leprosos (Lucas, 17:11-19) iban camino a Jerusalén y Jesús los curó con el poder de su palabra.

Jesús alternado en los lazaretos callejeros

Estos ‘milagros’ tienen una carga secreta que nunca se narra en los Evangelios. Veamos: Hua To, un cirujano chino del siglo III, fue el primero en describir los signos clínicos de la lepra; a saber, la hipoestesia (insensibilidad al dolor), úlceras en los pies, pérdida de las pestañas, ceguera, labios deformados y ronquera. Pero aquella ciencia se olvidó y fue suplantada por la irracionalidad llegándose al disparate de que, en el Medioevo occidental, llegó a sostenerse que la lepra sólo podía curarse con sangre humana. Este prejuicio se basaba en que, cuando todavía era pagano, Constantino el Grande fue castigado con la entonces incurable lepra. La Historia Sagrada asegura que los sacerdotes de Júpiter Capitolino le prescribieron baños en sangre de niños pero el futuro Gran Cristiano se apiadó del llanto de las madres y decidió sufrir antes que perpetrar ningún infanticidio. En cualquier caso, analizando los restos óseos de la Edad Media se ha estimado que, entre el 13 y el 26% de los fallecidos en edad adulta, presentaban signos óseos compatibles con esta enfermedad. Es decir, que la lepra fue verdaderamente pandémica.

La sangre humana como remedio nos lleva al milagro de la hemorroísa (Marcos 5: 25-34, Mateo 9:20-22 y Lucas 8:43-48), mujer que llevaba doce años sangrando sin parar. Jesús la curó con el tacto de su túnica pero –al menos en la Europa de siglos después- la creencia dominante era que, por ejemplo, si sucedía durante el parto, la parturienta debía recibir “one or more spoonfuls of her own blood mixed with water.” Siglos después, en Suabia se remediaba la hemorragia violenta capturando dos ranas verdes, secándolas, machacándolas, sumergiéndolas en vino con semillas de granada y con sangre humana. Infalible. Y hubo otro mejunje más sencillo: según Hofler, bastaba con que la hemorroísa bebiera su propia sangre (cf. Hermann L. Strack. 1891. The Jew and Human Sacrifice. Human Blood and Jewish Ritual. An

Los (pocos) pescadores de Gaza, multiplicando los peces

Historical and Sociological Inquiry)

Dos multiplicaciones de panes y de peces. Dos veces escrito, único milagro que se encuentra en los cuatro evangelios canónicos. Incluso olvidándonos de asentadores, intermediarios, especuladores y contrabandistas, es un milagro poco asombroso. De hecho, en Gaza ocurre todos los días.

Tres resurrecciones vulgaris y una resurrección apoteósica. Las resurrecciones vulgaris: 1) Una niña de doce años de edad, hija de Jairo: el Cristo pontificó que la niña no estaba muerta, sino sólo dormida. 2) Lázaro, el de Betania (en Juan 11:38-44, y en el Corán) llevaba cuatro días muerto y estaba sepultado en una cueva. 3) El hijo de la viuda de Naín (Lucas 7:11-17); Jesús se compadeció de la viuda al verla llorar, tocó el féretro (sic) en el que llevaban al muchacho y le ordenó que se levantara –sic porque los judíos y los musulmanes no usan féretros.

La Resurrección de Jesús (descrita en tres evangelios) es punto y aparte. Pues “una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; desde ahora la muerte ya no tiene poder sobre él” (Romanos 6:9) Esta resurrección es precisamente la que certifica la divinidad de El Cristo.

Vayamos al materialismo común: ¿estamos ante casos vulgares de catalepsia o de narcolepsia (no confundir con la cataplexia, famosa por padecerla el periodista Jordi Évole)? La catalepsia era relativamente frecuente. En España, el caso más conocido fue el de fray Luis de León –fallecido en 1591. Cuando se le exhumó para su beatificación, se descubrió que el ataúd estaba lleno de arañazos. En su desesperación, el hipotético beato o incluso santo, ¿habría maldecido a Dios? Por si acaso, se archivó su expediente hagiográfico –por esos arañazos ¿o porque este fray tuvo muchos problemas con la Inquisición?

Ataúd Taberger de gran seguridad

En el mundillo de los filósofos cristianos, ésta es una anécdota común; tiene el antecedente de Duns Scoto, fallecido en 1.308, y el descendiente de Tomás de Kempis, muerto en 1.741. Y los no-muertos pero sí-enterrados abundan en el mundo laico. Por ejemplo: Anne Greene (1650), Anne Hill Carter (1804), mujer del gobernador de Virginia, sufría habitualmente narcolepsia y, en ocasiones, caía en sueño profundo –el resto, se lo pueden imaginar. Pero el paradigma del humor negro que subyace a todos estos ¿zombies? es el de la esposa de John MacCall, médico en la Irlanda del siglo XVIII. Su mujer murió y fue enterrada con todo su ajuar. Los ladrones intentaron exhumar el cadáver para robar su valioso anillo de bodas pero no pudieron sacarlo, así que decidieron cortarle el dedo. Pero, cundo la cuchilla cortó su piel, la mujer se despertó gritando. Los ladrones se asustaron y se marcharon corriendo. La mujer volvió a casa pero cuando el médico la vio, falleció de un infarto. Fue enterrado en la tumba de su mujer.

Catalepsia, resurrección o histeria colectiva en 1961

De ahí que, desde finales del siglo XVIII, se buscaron soluciones para prevenir este tipo de enterramientos prematuros. La opción más común fue instalar en el ataúd unas ventanas que permitían ver si existían señales de respiración en el vidrio y respiraderos para dejar circular el aire. O se enterraban los difuntos con un juego de llaves que le permitían abrir el ataúd y la cripta. Por su parte, el sacerdote alemán Pessler propuso imitar el sistema de las campanas de las iglesias en los ataúdes, para que desde dentro, las personas pudieran dar el aviso de que, realmente, no habían fallecido. Adolf Gutsmuth vio en esa idea un filón y la hizo realidad, añadiendo además un pequeño tubo que permitía introducir alimentos dentro del ataúd.

En 1829, Gottfried Taberger, diseñó un sistema que utilizaba una campana con carcasa que alertaría al vigilante del cementerio. El cadáver tendría cuerdas en las manos, cabeza y pies, que llegarían directamente a la campana, protegida con una carcasa para que no pudiera sonar de forma accidental. Además, este diseño impedía que pudiese entrar agua o insectos dentro del ataúd y, una vez que sonaba, tenía un tubo con fuelle que funcionaba como bomba de aire para poder dar oxígeno al interior hasta que este fuese excavado.

A finales del siglo XIX e incluso a principios del siglo XX, cundió otra vez el pánico a ser enterrado vivo. Surgieron entonces los ‘ataúdes de seguridad’, ingenios provistos de banderas o campanas. Y, en 1937, el joven Ángelo Hays sufrió un accidente de moto y le dieron por muerto. Pero, dos días después, la compañía de seguros necesitó examinar el cuerpo y, para sorpresa de todos, estaba vivo aunque comatoso. Una vez recuperado, inventó un nuevo ataúd de seguridad que incluía una pequeña despensa, un wc químico y un transmisor de radio. Dio muchas giras de propaganda y, gracias a su no-muerte, se hizo rico.

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