Antón, Antón pirulero

Antón, Antón pirulero

relato142Daniel de Culla. LQSomos. Septiembre 2015

Ayer en la Plaza de Atocha de Madrid, en un bar de la Ronda de Atocha frente al antiguo Hospital Universitario, morgue que era para vagos y maleantes difuntos que se encontraban los serenos y barrenderos , los de “la manga riega que aquí no llega, y si llegara no me mojara” o “tapar la calle que no pase nadie”, en las calles, donde se les hacía la autopsia y se les mandaba a enterrar “en terreno pobre”, me encuentro con un amigo acompañado de otro de tez muy moreno y rostro muy seco , como de legionario, con una herida de cuchilla en el pómulo izquierdo.

Nos sentamos. Pedimos unas cervezas “cruz blanca” de Santander, en Cantabria. Hablamos:
-Dicen que van a quitar iglesias y torerías.
-A mí que lo quiten todo menos las mancebías.
Reímos. Yo callaba. Ellos seguían hablando:
-Cuéntanos, amigo, que lo que quiere éste (dirigiéndose a mí), es cómo fue tu estancia en los destacamentos de castigo allá en Marruecos por la zona del desierto de Tánger, Esmirna y Restinga precisamente, porque este, también amigo, no se cree la crueldad y desprecio castrenses con el que se os trataba.

Hizo un silencio, y siguió:
-También, dinos con quién o qué seres os desfogabais sexualmente.
– Para empezar, os diré que me alisté voluntario en la Comandancia que había, no sé si sigue todavía, en la Avenida de la Ciudad de Barcelona, en Madrid. Me mandaron al CIR nº 1, en Colmenar Viejo, en Madrid, hasta la jura de bandera, y después me destinaron a las oficinas de la Comandancia por mis estudios y buenos conocimientos contables. En la Intendencia.

Hace una pausa, y sigue:
-Allí, en la oficina de este cuartel comandancia se me cayó un botón, vino el general y me propinó un bofetón. Qué bofetón me dio el cacho animal que estuve cinco días sin podérmela menear.
-¿Por un botón?, pregunté yo. Ja, Ja.
-No, responde él. El botón era un cheque al portador para sacar dinero e ir a pagar a los establecimientos y empresas que nos suministraban. Sin darme cuenta, le puse un cero más a la cantidad, falsificando la letra del general. Yo quería comprarle algo a mi amor, pues me daba dolor dejarla sin pene y pena.
Ja,Ja,Ja, reímos los tres. El siguió:
-Fui descubierto, y me mandaron a los campamentos de castigo en Marruecos. A mi novia le compré un vestido blanco para ir a pasear, cortito de adelante, larguito de atrás, con cuatro volantes y adiós, mi general.
-Nos llevaron al destino en un avión desastroso que aterrizó en Tánger. Desde allí, al destacamento de Esmirna en camión, una reliquia de guerra. El sargento que nos recibió (veníamos treinta en el avión), un sargento legionario, advirtiéndonos que habíamos venido apresados y ya sueltos de las esposas, nos dijo que quien no cumpliera con el deber hasta llegar a ser perdonado sería fuertemente castigado y hasta se le partiría la frente, llegado el caso.
-El temor nos cubrió a todos el cuerpo y el alma. Habíamos oído y leído tantas leyendas e historias de maltratos, vejaciones y muertes en los pelotones de castigo que comenzamos a temblar.
-Cuando el sargento terminó de anunciarnos nuestro sitio en el barracón y ordenó “Marchen, rompan filas, ar”, un compañero suicida , lo digo porque luego se suicidaría en el destacamento dejando un escrito en el que se leía: “Esto no se puede aguantar. Me voy a matar. Que no me den velorio. Que no venga el cura, me cagüen dios. Que no venga mi novia, pues ahora este su novio la abraza por última vez”; y porque si le ve el sargento hablar le hubiera enviado directamente al calabozo con una patada en el trasero, y a mí también, se acercó a mí diciéndome:
-Un, dos, tres, ar, chachachá, la Betibó, Caperucita y el lobo Feroz.
Volvimos a reír. Nosotros con la boca abierta, escuchándole. Tan abierta, que él exclamó: “En boca cerrada no entran moscas”. La cerramos y él prosiguió:
-Vivíamos en la desesperación y el ultraje permanente al ser humano. Primero aquí en Esmirna, después en Restinga. Yo recordaba aquella canción de Antón Pirulero, en la que cada cual tiene que aprender su juego, y el que no lo aprenda pagara una prenda. Aquí la prenda era la propia vida.
-El sargento nos había advertido que “el general tiene un grano en el culo y aquel que de él se mofe se mamará un hostión bien seguro”.
– El sol del desierto secaba nuestras vidas, yo creo que ya sin alma. Nos llevaban a misa y nos hacían hincar las rodillas sin podernos menear y sin levantarnos hasta que esta terminara.
-Pero, ¿cómo eran los castigos?, le pregunto yo, cortándole. ¿Eran peores que los de la Inquisición?

Él responde:
-Por el estilo. Además de que eran castigos programados, los más duros fueron los de cargar al cuello un saco de patatas o de harina de cien kilos, sujetándoles con las dos manos, y dar vueltas en círculo y a pleno sol durante el tiempo que considerara el sargento. No se nos daba ni agua. Tragábamos a poco la saliva y sacábamos la lengua para chupar el sudor que de la frente nos caía. Caíamos como moscas. Otros soldados, por mandato, arrastraban nuestros cuerpos hasta una sombra.
-Otro castigo bien malo era el coger el fusil, el Cetme, con los dos brazos en alto por encima de la cabeza, y girar y girar, igualmente, hasta que el sargento lo considerase oportuno.
-Las faltas graves eran castigadas con el calabozo, siendo su estancia las que se considerase oportuno, y donde sólo se nos daba un trozo de pan, casi siempre mendrugo, y un vaso de agua sucia. Las leves, con un hostión o una patada en el culo.
-Sólo teníamos un día en el que poder reír. El día de la fiesta mayor del destacamento. Recuerdo que mi amigo el suicida mientras se afeitaba, cantaba:
“Que zurra el corneta, que zurra el tambor que ya se ha acabado la misa mayor”.
-Este día se comía más y mejor. Los generales y toda la escala mayor traían a sus intocables mujeres. Los que las tenían claro. Algunos , sus amantes. A los soldados nos dejaban hacer. Nosotros cantábamos:
“El vapor va por el agua, tú por la arena
Yo por la mar, nos despedimos del sargento “Ar”

Y vamos a por la morena”
-¿Quién era la morena?, pregunto.
-Espera, que aún no he terminado, dice él. La morena eran un par de mulas viejas o burras que traían para aliviarnos. A falta de moras nos traían estas jumentas, y, jugando al pañuelo, el primero que le cogiera de la mano de un soldado que se colocaba en un punto fijo a lo lejos, sería el primero que se la beneficiaría. Los que más emporrados estaban eran los que llegaban primero.

Quise preguntar, pero no me dejó. Dijo:
-Ya sé lo que me vas a preguntar. Y te digo; sí, si, el hachís, el chocolate, esos panecillos o bolas que se obtienen de la mezcla de hojas y flores secas del cáñamo índico con sustancias aromáticas y azucaradas, que produce sensaciones euforizantes y alucinógenas, corría libremente por el destacamento. Medio mamados, íbamos en fila uno tras otro hacia las dos mulas o burras, subiendo a un taburete para poder alcanzar con la picha tiesa el coño de la mula o burra, cantando, riendo:
“Ya vienen las dos moras cargadas de toronjas
Especie de naranjas.
¿Qué traen de comer? Un chocho mal pelado.
¿Quién lo ha pelado? El pícaro moro.
¿Dónde están las gallinas? Poniendo huevos.
¿Dónde están los huevos?
Los generales se los están metiendo.
El sargento se ha ido a una Jaima
Tienda de campaña hecha de cuero
Que utilizan los nómadas
Y se está meando a chorros
Y una vieja fea y desdentada le mira
Y, ahora le estará diciendo:
-Periquito note mees, trae tu picha requesón
A este tu labiado mecedor.
Tengo una mula que es confitera
Cada vez que voy, le doy un caramelo.
Chupa que chupa, qué rico está, ¿verdad?
Tío, deja sitio para los demás”.
-Nos empujábamos con codazos, rodillas y punteras, y alguno llegaba a correrse fuera. La penetración era de traca.
– Al día siguiente, a la diana del madrugador toque de corneta, sin haber dormido y con el cuerpo hecho unos zorros, muchos de nosotros acabábamos en el círculo de castigo. Yo probé los dos sacos y el calabozo.
-Entonces, sí que lo pasaste mal, ¿no?, le pregunté.
-Peor, respondió.
En este instante, apareció un amigo de ellos dos. Sin decir un ¡hola¡ se sentó a la mesa, eso sí, dándonos un apretón de mano, diciendo como preguntando:
-Entre el cirujano y su hijo, el médico y su mujer, se dieron de navajazos y les tocaron a tres.
Nos quedamos como lelos, como mirando tres palomas volando.

Nosotros habíamos consumido las cervezas, y él pidió a la camarera uruguaya, estudiante en Madrid, “una caña para él y lo mismo para los demás”.
Yo quise preguntarle cómo le fue en su paso por el ”Talego”, en Carabanchel, Madrid, pero mi amigo me dijo que lo dejáramos para otro día.

Otras notas del autor

LQSomos

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Nos obligan a molestarte con las "galletitas informáticas". Si continuas utilizando este sitio aceptas el uso de cookies. más información

Los ajustes de cookies de esta web están configurados para "permitir cookies" y así ofrecerte la mejor experiencia de navegación posible. Si sigues utilizando esta web sin cambiar tus ajustes de cookies o haces clic en "Aceptar" estarás dando tu consentimiento a esto.

Cerrar