Apartamentos Jíbaro

Apartamentos Jíbaro

relato3Ángel Hernández Pardo. LQSomos. Junio 2015

Me encontraba en una tasca difícil de pronunciar, de una ciudad patas arriba, donde las estatuas se buscaban la vida, cuando entre los escombros de los presentes apareció un iluminado de la noche tratando de que le acompañara en el recorrido de sus recuerdos.
¡Unas cañas, que invito yo!, me ofreció este desconocido, con la condición de utilizarme de muro de las lamentaciones y le soportara una historia que a nadie le apetecía escuchar. Supongo que la flojera de mis bolsillos me animó a tomar esas cervezas y a padecer al solitario. Vale, te escucho, pero te agradecería que pidieras alguna tapa para acompañar a las cañas que nos vamos a tomar. ¿Supongo que nos vamos a tomar más de una, no? Por supuesto, por supuesto, y pide de comer lo que quieras que hoy estoy generoso. Pues mira por dónde, voy aprovechar y ceno. Pero, dale, dale a la húmeda mientras yo me zampo estos montaditos de lomo. Y ni corto ni perezoso me emborronó el cerebro con unos cuentos, propios de alguien que no está en su sano juicio. Pero qué podía hacer si no tenía ni una mísera moneda en el bolsillo, ni un trabajo para conseguirla. Mientras disparaba sus palabras contra mis oídos, yo engullía uno detrás de otro los montaditos de lomo, y aguantaba sus jilipolleces gracias a lo que estaban echando en la televisión. Y así empezó a relatarme sus desgracias.

No te diré el nombre del pueblo donde me ocurrió lo que te voy a contar, prefiero ignorarlo. Pero bebamos antes, para refrescar y limpiar los caminos del entendimiento.
Después de pintarme el bigote varias veces de blanco espumoso, siguió con su verborrea.
Hace unos años tuve que independizarme porque mis padres decidieron no soportarme más. Y lo entiendo: rondo los cuarenta años y había convertido su trollo en una especie de lupanar. Me llevaba a todas mis amigas a kilar, y lo hacíamos en cualquier lugar de la casa. Encima de la lavadora nos habían pillado en varias ocasiones, era uno de los sitios que más me gustaba. Ella se sentaba encima de la máquina, poníamos el programa de centrifugado, y dale que te pego. Harto de mis amigas, y ellas de mí, decidí contratar los servicios de una profesional. La llamo. La cito: vivo en el número tantos; calle tal, esquina a la calle cual. Te espero fuera, en la calle. Llega la hora de la cita, y yo: acera arriba y acera abajo, haciendo tiempo. En esto, veo a una chorba oriental que se acerca a mí y me pregunta si soy fulanito de tal. Sí, sí, el mismo, respondo. ¿Entlamos?, pregunta. Allí mismo empecé a magrear a la bella asiática. Para esta ocasión tenía preparada una petaca de ginebra, y mientras me daba buenos lingotazos le contaba en qué consistía el juego erótico: vamos a ir subiendo las escaleras hasta la planta sexta, mi piso está allí. Te voy a ir desnudando por el camino. Mientras lo hago tú te resistes. Sin prisa pero sin pausa, ¿eh? Vale, vale, pelo te cotalá má calo, me dice. De acuerdo, digo yo. Cuando coronamos la cima, aparte de ir bastante mamao, tenía un dolor de piernas de no te menees. El final fue apoteósico. Le termino de quitar las bragas; abro la puerta; la cojo en brazos; se la meto, y enguilado me la llevo al dormitorio. Mis batusos suelen irse a sobar bastante pronto, y, por consiguiente, en esta ocasión no me iban a ver. Entre el folleteo y la bolinga que llevaba no me di cuenta que me metía en el dormitorio de ellos. Nos tiramos en el catre mientras me corría. Un grito de mi bata y un exabrupto de mi bato ocasionan que mi zupo se desoriente y lance el légamo, acumulado de varios meses, en la jeta de mi batuselo. El resto te lo puedes imaginar.

El asunto es que esto fue lo que hizo que se acelerara mi salida de la casa de mis viejos, y me llevara a esta otra historia increíble que me pasó después.
Al día siguiente de este suceso que te he contado me acerqué a una promotora-inmobiliaria -que no nombro porque no se merece que le dé publicidad-, con la intención de alquilar un apartamento.
El comercial, muy pulcro él, me ofreció infinitas posibilidades de arrendamiento. Lo primero que me dijo: ha tenido mucha suerte al decidirse a alquilar un apartamento en esta época. ¡Hay tantos construidos que tenemos de todas las modalidades! Veamos, le puedo ofrecer: de una habitación, de dos, incluso se puede llegar hasta tres; con y sin ascensor. Tenemos el llamado inconformista, porque la cocina la puede colocar en cualquier lugar de la casa, es móvil. Si le gusta con ventanas, tenemos uno con vista panorámica al patio interior, y otro con vista a la escalera; aquí tenemos uno con ventana compartida, y los hay sin ventanas. Le aconsejo que el suyo tenga ventanas, puede ser muy agobiante vivir encerrado entre cuatro paredes. Y me empieza a contar una batallita. Supongo que era parte de la puesta en escena.

Conocía a un individuo que vivía en uno sin ventanas. Parece ser que el fulano sufría de claustrofobia, pero él no lo sabía con seguridad. Cada vez que se encerraba en el trabajo le entraba una depresión extraña. Uno de los compañeros, al darse cuenta de la situación, habló con el jefe para que le quitaran el trabajo de responsabilidad que tenía el rarito, al no estar en condiciones para ello. El jefe, con una gran capacidad de razonamiento, consideró que la mejor solución era retirar al depresivo de su cargo y bajarle el salario, ofreciéndoselo al que había dado la voz de alarma, como es natural. Pues…

—No creo que tenga nada que ver, eso es pasteleo propio de un trepa, le digo cortándole.
—¿Cómo dice?, responde preguntando.relato159
—Hablo de la claustrofobia, le aclaro.
—¿De qué claustrofobia?, pregunta.
—La que te puede ocasionar si vives en un piso sin ventanas, le contesto sin ganas.
—¡Ah!, ya. Déjeme terminar…Hablábamos de claustrofobia, ¿verdad? No dije nada en esta ocasión para que él pudiera seguir el hilo de la historieta que me estaba contando y acabara de una puta vez. Bueno, a lo que iba, ¿le interesa con cuarto trastero para guardar los trastos o con cuarto trastero como habitación de servicio? También tenemos apartamentos de diseño: todo en una habitación. Uno de uso por turnos: el clásico patera; y el inconfundible en forma de torre. ¡Aquí hay uno especial!, con sistema de compresión: lo llamamos apartamento Jíbaro.
¡Me quedo con el último! Canto el premio para cortar al chamullati, a no soportar al voceras relatar un segundo más el infinito rosario de posibilidades inmobiliarias.

El apartamento, me dice, parte con unas dimensiones de treinta y cinco metros. Está en una cuarta planta.
Firmo, suelto la tela y me da las llaves del Jíbaro. Una vez dentro, observo que en cada habitación (tres: cocina-comedor, dormitorio y tigre) hay ventana. Me alegro mucho, aunque éstas estén pintadas en la pared. El nido, que se llevaba el setenta por ciento de mi salario, me pareció ideal al no tener necesidad de comprar muchos muebles para vestirlo. Todo iba bien: pagaba y vivía tranquilamente.
Todo comenzó a torcerse cuando empecé a trasnochar y a llegar tarde a casa.

Un día al salir del curro me acerqué a un bar de copas, al que solía ir muy a menudo. ¡Era maravilloso! Cuando te encontrabas chungo ir allí te proporcionaba un chute de optimismo. No lo digo por los ligues que conseguía, que también, sino por el cariño que mostraba toda aquella gente al verte entrar. ¡Cuánto amor recibí y deseos satisfechos me proporcionaron las chais de ese lugar! La reciprocidad era la única exigencia.
Una vez dentro no se tardaba mucho tiempo en orientar la mirada, con pasión, a tu cisne. La miraba. Me miraba. La amaba. Me amaba. Nos deseábamos. Nos íbamos a mi apartamento a follar.

Abriendo la puerta de mi picadero noté algo raro. Oí un leve rugido que salía de las paredes. Pero mi deseo por meterla era tan grande que no le di la mayor importancia al estreñido.
Después de amarnos intensamente, durante algunas horas, dejamos de hacerlo.
Por la mañana me levanté temprano, y sin hacer ruido para que siguiera durmiendo mi amada fui al tigre a cambiar el agua al canario, pero me fue imposible dar con la puerta del retrete. Harto de jugar a los detectives, y con el tanque lleno, me dirigí a la cocina para vaciarlo en el fregadero. ¿¡La tizna, dónde está!? La tizna había desaparecido, te lo puedes creer. Bueno, en ese momento creí que lo que sucedía era a consecuencia de mi experiencia nocturna. No tuve más remedio que darme el piro de allí. Lo uno: porque en mis alucinaciones notaba que las paredes se iban juntando y me podía convertir en parte de un bocata. Lo otro: porque era obvio que me estaba meando y quedaba muy poco para hacérmelo encima. Menos mal que tuve tiempo de llegar al rellano de la puerta y, donde se lo hacían los perros de algunos vecinos, descargué vejiga y flato.

De camino al trabajo me iba diciendo: no te preocupes, tal vez sea el pedal que coges a diario, y los placeres de la noche, lo que te hace tener alucinaciones. Sin ir mas lejos, esa noche tuve un gran orgasmo, y había soplado alguna copa de más, por lo tanto mi coco podía tener la sensación de vivir, en esas circunstancias, en un mundo de ficción. No obstante, venía advirtiendo de un tiempo acá que mi cueva se iba consumiendo.
Llevaba unas horas en el currelo, cuando recibí en el móvil el siguiente mensaje: Por no cumplir lo pactado en el contrato aplicamos modalidad compresión.
¿De qué va esto?, me pregunté al no entender nada de nada. Compresión era lo que venía en el contrato de arrendamiento que firmé. No pude leer bien las condiciones reflejadas en dicho contrato al no tener en ese momento las gafas adecuadas. Después, se me olvidó hacerlo. ¿Lo pactado? No tenía ni idea de lo que había pactado con el andoba de la promotora.

Con la gabardina, sombrero y el paraguas para no mojarme llegué a casa. Subiendo las escaleras (no me gustan los ascensores) sentí un escalofrío. Sin fiebre alguna, empecé a pensar como un paranoico en persecuciones, catástrofes, en que algo iba a sucederme. Me quedé paralizado en la tercera planta, barruntaba que el problema estaba en mi vivienda. Estaba hecho un tolai, sin poder avanzar ni retroceder, cuando me di cuenta de que alguien me observaba por la mirilla de una de las puertas. Conocía muy bien a la titi que vivía en ese lugar, y eso que nunca nos habíamos dirigido la palabra. Una morenita con unos faros almendrados y maqueada con un traje rojo muy ceñido al bodi, mi sueño.
Al instante recibí en la chola un sonido así: pon, pon, uaaag; pon, pon, pon, uaaag; pon, pon, pon… Sintiéndome de pronto como a simple man, y sin que yo lo pretendiera comencé a realizar una especie de danza. Torpemente movía el esqueleto con mi paraguas, pensando en la bella de rojo, cuando oí un fuerte eructo proveniente de la planta de más arriba que me sacó de mi alelamiento. Puse fin a los movimientos espasmódico de mi cortejo, y subí lo más rápido que pude a la cuarta planta, dirigiéndome a la puerta de mi madriguera. ¡Y no estaba! ¡No existía la puerta por la que tantas veces había entrado! Miro, miro, miro. Nada, nada, nada. Una pared. Puerta A, sí. Puerta B, sí. Puerta C, no está. Subo una planta: es la quinta, por supuesto con todas sus puertas intactas. Después bajo dos plantas: y es la tercera, no es necesario que repita lo de la quinta. ¿Entonces? No, no, no me he confundido… ¡Ahora mismo puedo afirmar que estoy en la cuarta planta, la mía! Pero algo sucede cuando no dejo de mirar el lugar donde debería estar la puerta de entrada, y de la pared de donde se supone que estaba la puerta de mi refugio aparece un agujero, muy oscuro, acompañado de un enorme y asqueroso ruido, seguido de un prolongado silencio. Harto de tanto misterio me disponía a irme, no sin antes cagarme en la madre que le parió al hijoputa que me alquiló este engendro, cuando una voz aflautada proveniente de aquel orificio me sale con esto:

“Día tal, hora tal, del mes tal, año tal, y en voz alta dices lo siguiente: “¡Mañana le parto la cara al hijoputa del encargado como trate de humillarme otra vez!… ¡Qué polvo tiene la cajera del supermercado!… ¡Qué pena que haya aparecido el marido de Loli! Otra noche como una cuba y sin follar”. Por eso, aplicamos compresión, según contrato.
Día tal, hora tal, del mes tal, año tal: llegas borracho a las tantas de la noche y te masturbas para dormir. Por eso, aplicamos compresión, según contrato.
Día tal, hora tal, del mes tal, año tal: te traes al apartamento a dos jóvenes y os lo montáis los tres sin ningún miramiento. Por eso, aplicamos compresión, según contrato.
Ayer, sin ir más lejos; día tal, a la hora tal: te emborrachas en la tasca de siempre y enamorado de una buscona te la traes al apartamento, y, comportándote como un animal, gritas cuando te corres: “¡Hoy he conseguido ser Dios!”. Por eso, aplicamos compresión total, y sin posibilidad de recuperación.

¡Será cabrón el hijoputa!, conocía y grababa todo lo que hacía. Era un piso de última generación, y estaba programado para que nadie se saliera del cesto. ¡Hay que joderse! ¿¡Ya me dirás!?… Si yo hubiera tenido la más mínima curiosidad por saber por qué los llamaban “Apartamentos jíbaro” a aquella urbanización no estaría en estos momentos lamentándome. Lo peor de todo es que estoy de nuevo en la puta calle.
Y ahora, ¿qué hago? ¿Qué puedo hacer? Tú, ¿cómo lo ves?
Eso es lo que quiero, ver el partido de fútbol de una puñetera vez, tolai. ¡Estoy hasta los cojones de oírte! ¡Joder!, llevas una hora dándome la barrila, contándome una película de terror; y, además, estos putos montaditos que me he comido me están destrozando el estómago. ¿Qué pasa, eres el único que tiene problemas en esta vida? ¡Hay que joderse, qué día llevo! ¡Anda, vuelve con tu mamá y déjame en paz!… ¡No me hables más porque se acabó el asunto! Y efectivamente, acabó de invitarme a beber.

relato150Jerga utilizada:
Tasca. Taberna
Caña. Vaso de cerveza
Húmeda. La lengua
Trollo. Vivienda
Verborrea. Exceso de palabras
Lupanar. Casa de prostitución
Kilar. Follar
Chorba. Mujer
Fulano. Persona a la que no se nombra
Magrear. Manosear lascivamente a alguien
Lingotazo. Trago de bebida alcohólica
Mamao. Bebido
Enguilado. Follar
Batusos. Padres
Sobar. Dormir
Bolinga. Borracho
Catre. Cama
Bata. Madre
Bato. Padre
Zupo. Órgano sexual del hombre
Légamo. Semen
Jeta. Cara
Batuselo. Padre
Viejos. Padres
Chamullati. Hablador
Voceras. Bocazas, como Eduardo Inda
Tela. Dinero
Tigre. Retrete
Nido. Hogar
Chungo. Malo
Chute. Acto de inyectarse
Chais. Prostitutas jóvenes
Picadero. Lugar para follar
Tizna. Cocina
Currrelo. Trabajo
Andoba. Individuo
Tolai. Imbécil
Titi. Mujer
Bodi. Cuerpo
Chola. Cabeza
Barrila. Aburrir

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