El aptónimo desalmado: carcelero, beato y promotor

El aptónimo desalmado: carcelero, beato y promotor

Nònimo Lustre. LQSomos. Marzo 2017

Perdóneme que comience con un chiste tan conocido como deplorable: “¿Cómo se llaman los ministros japoneses?, pues Tekito Kasita el de Vivienda, Kiputa Kisoy la secretaria, etc.”. Una vez repuestos del susto, puedo añadir que esta cuchufleta se construye con unos nombres propios que son idóneos o estupendamente aptos para designar la personalidad del individuo; es decir, un chistoso anónimo encontró cómico inventar y utilizar aptónimos.

Otros ejemplos de aptónimos: Jaime Mayor Oreja -con esos apellidos le correspondía ex officio ser ministro del Interior-; Isabel Tocino -idónea para destazar y vender por lonchas el Medio Ambiente-; y Ana Mato -insalubre ministra de Sanidad. Asimismo, todos mentamos el celebérrimo caso de los banqueros Botín.

Lógicamente, la viceversa de los aptónimos son los inaptónimos. Ejemplos: uno de los prebostes de Franco fue Andrés Amado quien siendo ministro de Hacienda no fue muy amado. Y, por supuesto, el invicto caudillo Franco, quien, lejos de ser espejo de franqueza y sinceridad, fue infecto paradigma de todo lo contrario.

El aptónimo por antonomasia

Como de costumbre, la memoria del esclavismo franquista nos enseña que los anteriores ejemplos son calderilla comparados con la desfachatez del Caudillo, puesto que la realidad del franquismo supera a cualquier ficción o curiosidad filológica. Prueba irrefutable: ¿cómo se llamaba el Director General de Prisiones en el Año de la Victoria?: Máximo Cuervo -y no es chiste.

Máximo Cuervo Radigales (1893-1982), fue un militar togado que comenzó su irresistible ascensión a la Iniquidad Máxima formando parte de la Dictadura de Primo de Rivera. Al estallar la Guerra, estuvo recluido durante nueve meses en las madrileñas cárceles de Porlier y Modelo hasta que, en abril de 1937, fue puesto en libertad al ser absuelto de la acusación de ‘desafecto’ a la República -vaya ojo el de aquel Tribunal Popular…

Una vez libre, se alistó inmediatamente con los sublevados. Quizá como premio a su anecdótico ‘suplicio’ carcelario, en 1939 fue nombrado primer Director General de Prisiones, prebenda donde ocasiones para desahogar el sadismo no faltaban puesto que, al finalizar aquel año nefasto, la cifra oficial de presos ascendía en España a 270.719 reclusos, infinidad de ellos condenados a muerte -para respetar la jerga oficial, “a la última pena”-. Aunque, bien pensado, no debería citar esa cifra porque los datos oficiales del franquismo no sirven ni como aproximación y, menos aún, los de sus prisiones y prisioneros en aquel Primer Año de Paz -anacrónica etiqueta.

Nuestro Aptónimo Preferido, abordó su cargo con la muy católica mentalidad propia de su Alma Mater, la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP). Así pues, como buen Goebbels, inventó un florido lema carcelario: “La disciplina de un cuartel, la seriedad de un Banco, la caridad de un convento”, tres caracterizaciones que hoy mueven a risa -por no decir, indignación. Además, Cuervo también fue el ideólogo del llamado turismo penitenciario, que consistía “en mandar a todos los presos de un extremo a otro de la península en tales condiciones que, por ejemplo, para un preso tres traslados equivalían a un fusilamiento” (Eduardo de Guzmán).

La cruda realidad era que, según el médico de la cárcel de Segovia, “en vez de fusilarlos resultaba más práctico, económico y menos comprometido dejarlos morir de forma ‘natural’”… salvo que estuvieran en mínimas condiciones de trabajar porque entonces se les radicaba en donde pudieran servir de mano de obra esclava. Era una condena a muerte en diferido como reconocieron incluso algunos carceleros franquistas. Por ejemplo, el alcaide de Almadén, se quejó de la dureza de los trabajos ya que los penados eran conducidos a la mina de azogue a las cinco de la mañana y no regresaban hasta las nueve de la noche, por lo que «existen momentos que humanamente no les es posible seguir de pie» (cit. por Gutmaro Gómez Bravo, GGB).

Amén de pío propagandista y de tour operator, Cuervo se vanagloriaba de haber inventado una institución tan humanitaria como el Patronato de Redención de Penas por el Trabajo, cuya Presidenta de Honor fue Carmen Polo de Franco y cuya función oficial -la real la consideraremos más adelante- se centró en administrar las reducciones de penas… siempre que los republicanos se hubieran hecho acreedores a ellas demostrando con el sudor de su frente su conversión al nacional-catolicismo. Este Patronato publicaba la revista Redención que tuvo una tirada de 20.000 ejemplares a finales de 1940. Este libelo duró años y años. Tantos que los presos del tardofranquismo lo conocimos a la fuerza, pues estábamos obligados a comprarlo.

El pensador (¿) beato

Dentro de la ACNP, Máximo Cuervo fue fundador y director de la Biblioteca de Autores Cristianos, cuévano de eruditos meapilas que dirigió durante 23 años en los cuales publicó 643 obras de las que se imprimieron 10,5 millones de ejemplares que fueron distribuidos en 48 países. Aplicado a la política penitenciaria, el pensamiento -es un decir- del general Cómitre, aborrecía de la reinserción social, de la compasión humanitaria e incluso del más mínimo intento por comprender y corregir al penado. Todas estas nociones le parecían propias de invertidos y de ateos.

Item más, este pseudo cura trabucaire tenía veleidades metafísicas; abismado en semejante trance, afirmaba que “cuando el ser libre infringe el orden social, la pena impuesta al culpable es una compensación al desorden (Cuervo, cit. en GGB). De crueldad estaba bien servido pero de original tenía muy poco pues imitaba a proto-fascistas del siglo XIX, como explica GGB en el siguiente párrafo: “El pensamiento tradicionalista, con Balmes y Donoso Cortés a la cabeza, arrancaba de una profunda desconfianza hacia la posibilidad de mejora de los hombres, sobre todo de aquellos que se habían alejado de Dios. El correccionalismo dejaba impune el delito y «quedaba así monstruosamente subvertido el orden natural de las cosas» [Cuervo dixit], por eso el castigo era necesario… el discurso sobre la necesidad del dolor se circunscribe al ideal de redención, tomando como referente la doctrina pontificia para la salvación de la Humanidad Cristiana”.

Sin embargo, todavía hay plumas baratas que lo presentan como un adelantado a su tiempo y hasta poco menos que como un humanitario oenegero. Esta propaganda, llega actualmente a la infame osadía de presentar su salida de Prisiones como consecuencia de su disputa con un gerifalte demasiado bárbaro. Lo cierto es que, a partir de 1942, el cambio de rumbo en la guerra mundial y otros factores menores obligaron a Franco a aumentar las excarcelaciones, panorama en el que realmente se inscribe el cese de Máximo Cuervo y no en supuestas desavenencias con el general Varela.

Sin embargo, antes de tener que despedirse de su hobby favorito, Cuervo tuvo tiempo para perpetrar una infamia más, ésta con agravantes y, desde luego, con intención histórica: en 1942, el gran Miguel Hernández llevaba tres años en las garras del Máximo y “yacía postrado y consumido por la tuberculosis, atravesado por una cánula que le drenaba el pulmón y llagado como un personaje bíblico” (J.L. Ferris). No contento con obligarle a casarse por la Iglesia con Josefina Manresa -quien ya era su esposa por lo civil y con quien tenía un hijo de tres años-, el Córvido Carroñero le chantajeó más y más, sabedor de que la vida del poeta estaba en sus bendecidas manos. Como es bien sabido, finalmente Hernández murió en la cárcel puesto que el Beatífico Pajarraco no firmó nunca la orden oficial de traslado a un sanatorio anti-tuberculoso. Y no la firmó porque el caritativo general había manifestado expresamente que no la firmaría hasta que el maldecido poeta no se arrepintiera públicamente de su republicanismo y de que, además, manifestara su ‘adhesión inquebrantable’ al Caudillo.

No hay nada de ayer a hoy

Como avisábamos antes, el mentado Patronato de Redención de Penas por el Trabajo tuvo una oculta función real: que el Régimen y algunas empresas adictas al Régimen se enriquecieran con el trabajo esclavo de los presos republicanos y, por ende, puede entenderse como el primer antecedente de la privatización de las cárceles. En este aspecto, sí podemos asegurar que Máximo Cuervo fue un adelantado a su tiempo hasta el punto de inscribirse en las tendencias penitenciarias más actuales -que no serán precisamente humanitarias pero que son características de este siglo XXI.

El Córvido Condecorado fue también un prototipo de las puertas giratorias. No sólo mientras administró una enorme fuerza laboral sino, concretamente, cuando entró en los negocios de Almería. Y ello fue desde los años 1950, fechas remotas en las que Cuervo llevó a esa provincia al Instituto Nacional de Colonización. Su primera actuación fue en el Campo de Dalías, comenzado así el proceso de ‘modernización’ que ha conducido a la expulsión de los antiguos almerienses, al “mar de plástico” de los invernaderos, al envenenamiento de la tierra y al esclavismo de los inmigrantes con sus consiguientes brotes xenófobos.

Pero Cuervo no se limitó a ‘modernizar’ el campo sino que también enladrilló la costa. Comenzó en 1965 creando la Urbanizadora Aguadulce, germen de la pavimentización o “destrucción creativa” de la costa mediterránea española. Por ello, en fecha tan reciente como el año 2012, los actuales tiburones del ladrillo costeño financiaron una descarada hagiografía del máximo Cuervo en la que se puede leer que Aguadulce “tiene que agradecerle al general Cuervo que dedicara los últimos años de su vida a una labor social muy inteligente: colonizar y luego desarrollar el turismo en esta zona deprimida de la España franquista. Desde su finca se sembró el desarrollo de unas tierras despreciadas por los técnicos oficiales de la época y allí se alzó el primer hotel”.

Militar beato al servicio de dos dictaduras, dueño de los esclavos de una plantación franquista -poetas incluidos-, goebbels corruptor de 48 países, millonario a la sombra del Vaticano, némesis del Mediterráneo hoy santificado por sus herederos… Aquellos barros nos trajeron estos lodos.

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