Argentina: Un 17 de octubre de 1945

Argentina: Un 17 de octubre de 1945

Daniel Alberto Chiarenza. LQS. Octubre 2017

“Un pujante palpitar sacudía la entraña en la ciudad. Un hálito áspero crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los Talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo,
de las hilanderías de Barracas.
“Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado…”.
Raúl Scalabrini Ortiz.

“¡Ahí estábamos el pueblo y yo, frente a frente!
El Pueblo era todo oídos, y yo tenía que ser la Voz…”
Juan Domingo Perón.

“Comprendí que esa gente de bromas infantiles y procederes hidalgos, que se burlaba de lo ridículo, pero respetaba lo respetable, que atravesaba el Riachuelo a nado, que venía de los apartados arrabales para jugarse por un amigo, era mi gente; sentía la vida como yo, tenía mis valores, no se manejaba por palabras sino por realidades;
era el pueblo, mi pueblo, el pueblo argentino…”
José María Rosa.

“No hay rencor en ellos,
sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder”.
Leopoldo Marechal.

“Sólo un genio pudo haberlo hecho, por eso creo que no lo organizó nadie”.
Arturo Jauretche.

He aquí algunos de los comentarios contemporáneos que suscitó la histórica jornada que dividió en dos, inconciliablemente, a la historia argentina.
Y esta serie temática de interpretaciones que se presentan no pretende tener otro valor que ese: la tentativa de acercamiento a una realidad a la cual muchos aluden, pero pocos comprenden.

Es que nuestros académicos de número con olor a naftalina todavía están muy preocupados discutiendo si las cintas azules y blancas que repartieron French y Beruti, en realidad obedecían al distintivo borbónico que se imponía por “la máscara de Fernando” en aquella mañana lluviosa –que tampoco existe la seguridad que hubiese sido así, o por lo menos toda la jornada- del 25 de Mayo de 1810 o su utilización se debe al gusto masónico de la Sociedad Patriótica que ya conspiraba con fuerza desde el consabido Café. Esto es aproximadamente discutir sobre “el sexo de los ángeles”.
El otro tema es el de la autenticidad temporal, es decir, cómo legitimar el hecho histórico como supuestamente “objetivo” –cuestión realmente imposible, pues aquel que se dedique a la heurística y la hermenéutica histórica debería, entonces, haber nacido en Marte y soplarle historias al oído a Ray Bradbury- de acuerdo al tiempo transcurrido hasta nuestros días, para desmalezarlo de toda tintura política –dicen los eruditos de la Academia, mitrista- que todavía pudieran traer a colación situaciones partidarias del presente. Falso de toda falsedad. Una cosa es la política, en el sentido griego de la etimología, como todo aquello que ocurre en la polis (Ciudad-Estado) y de la cual ningún hecho puede sustraerse, como el espacio y el tiempo en que ocurren tampoco; están quieran o no quieran embebidos de política, sin que la entendamos necesariamente como “partidaria”. Así se quedaron en su caprichoso análisis en 1930 y algunos audaces pueden llegar a 1943 y no más.

Sin ofender, se trata de análisis ridículos y anacrónicos. Es lo mismo que si quisiéramos explicar la Constitución liberal, que, con ligeras modificaciones, hasta hoy nos rige, prescindiendo de las alberdianas Bases y Puntos de Partida, escritas por el intelectual tucumano apenas un año antes en Chile. O, también, aseverar que las circunstancias de la presidencia de Sarmiento, pudieran escapar al marco político -que realmente las explica- y pudieran recortarse asépticamente como si se tratara de muestras de laboratorio biológico.

Ya que lo nombramos, el mismo Alberdi –maestro indiscutido del liberalismo decimonónico argentino (siempre y cuando se ignore su última y esclarecida etapa de la ancianidad, con tintes más nacionales y latinoamericanistas)- les contesta a estos “sabios” magistralmente diciendo: “Entre le pasado y el presente hay una filiación tan estrecha que juzgar el pasado no es otra cosa que ocuparse del presente. Si así no fuera la historia no tendría interés ni objeto. Falsificad el sentido de la historia, y pervertís por el hecho toda la política. La falsa historia es origen de la falsa política”.
Aún más puntual y gráfico es nuestro admirado maestro, José María Rosa, cuando afirma que: “Una sociedad no es una entelequia a desarrollar fuera del tiempo, una máquina que se construye pieza a pieza. Una sociedad es un cuerpo real y vivo, con raíces que se clavan en el pasado y ramas que se dirigen hacia arriba”.

La contrarrevolución del 9 de octubre

Era innegable que algo había ocurrido en el país a partir del 4 de junio de 1943. Muchos lo entendieron perfectamente: aquellos laboriosos trabajadores de la ciudad y los peones de inconmensurables campos que constituían –hasta ese momento- la Argentina invisible. Otros, no se habían percatado en lo más mínimo de la magnitud de los cambios que se avecinaban: la Sociedad Rural, el Club del Progreso, la Cámara argentino-británica, los grandes diarios, los acólitos de los partidos “democráticos”, es decir, la Argentina de superficie, la Argentina visible.

Estos últimos pretendieron algo imposible: detener el reloj de la Historia y retrotraer, y dejar frenada allí, la situación al 3 de junio de 1943.

El entonces Coronel Juan Domingo Perón sabía que se tramaba algo contra su persona. No por lo que él era -esa sería una fútil excusa- ni por la acumulación de cargos que detentaba (Secretario de Trabajo y Previsión, Ministro de Guerra y vicepresidente provisional de la Nación), sino en contra de lo que él representaba, que –como veremos- era, nada más y nada menos, que la Argentina invisible.

El teniente coronel Manuel Mora había llegado, inclusive, a planificar el asesinato –para ese mismo 9 de octubre- del molesto Coronel que había conducido la Revolución por canales “plebeyos”, que tenía contactos con obreros, sindicalistas y políticos que no se veían reflejados en ese país superestructural del “sentido común” y que parecía haber olvidado a sus camaradas militares que soñaban con la perfección del ejército prusiano.
Había que buscar un hecho de peso para lograr el alejamiento de Perón. Por ejemplo, el reciente nombramiento de Oscar Lorenzo Nicolini como director de Correos y Telecomunicaciones. Los oficiales de Campo de Mayo –a los cuales comandaba el general Eduardo Ávalos (jefe visible de la conspiración)- pensaron que Perón no podía preferir a un civil como Nicolini (que contaba con 25 impecables años de trabajo continuo en el Correo), sugerido por “esa mujer” –Eva Duarte-, a la otra opción del oficialismo castrense que era el jefe de la Escuela de Comunicaciones de Campo de Mayo, teniente coronel Francisco Rocco. La milicada se sintió fuertemente desairada en su marcial orgullo.

Perón ya había cedido, visiblemente molesto, a dos planteos anteriores de Ávalos y esta vez no estaba dispuesto a negociar. Y el día de su cumpleaños (“El Coronel del Pueblo” cumplía 50 años el 8 de octubre) se lo transmitió claramente a los jefes de Campo de Mayo. O clarificaban cuál era concretamente el planteo, en cuyo caso él pedía el pase a retiro o el que se debía retirar era Ávalos.

Los puso entre la espada y la pared. Argumentos de peso para retirarle la confianza no había y la excusa a la que se echó mano era una minucia burocrática. Parecía que Ávalos estaba derrotado ante la táctica desenmascaradora de Perón, pero al regresar a Campo de Mayo y anunciar su solicitud de retiro, comenzaron los aprestos de las tropas, ahora para exigir la renuncia de Perón.

Los rumores insistentes de sublevación de Campo de Mayo llegaron a Perón, quien fue “tranquilizado” telefónicamente por el propio Ávalos que se despidió del ministro de Guerra con “un abrazo y hasta mañana Juancito”. Es que la sublevación trascendía al comandante del acantonamiento y a los oficiales inferiores, y estaba anclada en los jefes.

Así fue, como el 9 de octubre se desató abiertamente la contrarrevolución –calificando como Revolución a la del 4 de junio- haciéndole llegar a la Escuela Superior de Guerra, al general Ávalos, el petitorio de exigencia al presidente provisional de la Nación del desplazamiento de Perón de todas sus funciones.

De la entrevista Ávalos con el presidente Edelmiro J. Farrell surge la decisión de éste de parlamentar con los jefes de Campo de Mayo. A los sediciosos les importa muy poco. En inocultable estado de rebelión, la guarnición de Campo de Mayo está dispuesta a marchar sobre Buenos Aires.

Por la otra parte, la de los vínculos populares, los militares allegados a Perón piensan primero en tratar de disuadir a los insurrectos, pero, de no ser posible, reprimirlos. Están en esta posición confrontativa Franklin Lucero, Raúl Tanco, Oscar Augusto Uriondo, Blas Brisoli, el jefe de Policía Juan Filomeno Velazco, el brigadier Bartolomé de la Colina y otros. Perón los desautoriza al afirmar: “Seré leal con el presidente Farrell, cumpliendo la resolución que él tomó”. Evitó, de esta manera, por primera –pero no sería por última vez- el derramamiento estéril de sangre argentina.

El general Farrell, por la tarde, asistió a la reunión de jefes y oficiales en Campo de Mayo, llamándolos a la reflexión para evitar el enfrentamiento entre fracciones. Ávalos respondió altivamente que la única manera de evitar la guerra civil era el alejamiento definitivo del Coronel Perón. Farrell, agobiado, llegó a ofertar su renuncia como prenda de paz y de la incómoda situación a que se veía expuesto. Habrá pensado: al fin y al cabo ¿a quién debía el sitial institucional que había alcanzado?
Sin dar tiempo a pensar, los jefes crispados volvieron a vociferar en tono amenazante: sólo la renuncia de Perón resolvía la situación.

El crepúsculo de la hora también parecía indicar la caída definitiva de Perón, pues desde allí, Campo de Mayo, los generales von der Becker y Pistarini y el ministro del Interior, doctor Hortensio Quijano, llegaron al ministerio para imponerlo al Coronel Perón “que el presidente creía conveniente que renunciase en vista de la actitud de Campo de Mayo”.

Para demostrar que no le temblaba el pulso ni la fuerza de la voluntad, Perón escribió en forma manuscrita: “Excelentísimo señor presidente de la Nación: renuncio a los cargos de vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión con que Vuestra Excelencia se ha servido honrarme”. J.D.P. Además redactó su solicitud de retiro de las filas del Ejército.

Se dirigió a su departamento de la calle Posadas, lugar por el cual comenzó el desfile de amigos. Estaba acompañado por Eva. Los militares amigos lo invitaban a resistir. Se mantuvo imperturbable, diciendo que le debía lealtad a Farrell. Ahora sólo pensaba en retirarse a la Estancia de Chubut –ni bien le aprobasen la solicitud de retiro-, reparar fuerzas y casarse con Eva.

Farrell volvió a Buenos Aires desde el acantonamiento militar y ordenó a Quijano dos decretos: en uno aceptaba la renuncia de Perón y en el otro nombraba a Ávalos en su reemplazo. Aparentemente, la revolución (encabezada por Ávalos) dentro de la revolución iniciada el 4 de junio, había salido victoriosa, aunque con fuerte olor a pírrica.

“Sepa doctor que la historia ha pasado al lado suyo y usted la ha dejado escapar”

Perón no ignoraba que detrás del general Eduardo Ávalos –miembro del GOU y revolucionario de Junio- estaba un político de viejo cuño radical que había ocupado la gobernación en Córdoba: Amadeo Sabattini-

Perón, aquel 9 de octubre en su departamento de la calle Posadas, amonestó severamente a Colom, director del periódico La Época, trasladándole su dura referencia a Ávalos, diciéndole: “Todo esto es cosa de ese tanito de Villa María… Lo ha enloquecido a Ávalos. Le prometió la vicepresidencia y ese irresponsable ha jugado el destino de la Revolución…”.
Y Ávalos mintió en la mañana del 11 de octubre cuando afirmó: “No hay candidatos oficiales”. Era un tiro por elevación a Perón, pero él tenía su candidato oficial: Amadeo Sabattini. Aunque los sectores más oligárquicos y reaccionarios de la contrarrevolución se aglutinaban tras la figura del flamante ministro de Marina: Héctor Vernengo Lima.
Ávalos –aunque profundamente antiperonista- representaba a sectores nacionales dentro del Ejército, y como tal, quiso llegar a un acuerdo con el ala más “tibiamente” nacional que se correspondía más con el radicalismo y, cuyo representante era, el “intransigente” Sabattini. Éste rehusó el acuerdo por estar comprometido con el Comité Nacional alvearista, aunque apareciera tan pegado a los últimos acontecimientos del país. Sabattini no pudo superar su adscripción a la pequeña burguesía provinciana –un incluido en los parámetros de la “pampa gringa”, no más-, por ende ligado a las actividades agro-exportadoras (aunque su “mediopelismo” hacía más íntima su relación colaborativa) y con un “nacionalismo” poco convocante, a pesar de constituir el sector más “aggiornado” del radicalismo, descontando, por supuesto, los que ya habían tomado otros rumbos más populares.

Llegó a Buenos Aires, desde Villa María. Transcurrían las primeras horas del 11 de octubre y se hospedó en la casa de su yerno, Raúl Barón Biza, en la calle Vicente López, cerca de la Recoleta.
Las siguientes líneas debieran estar inscriptas en las menudas historias de las ambiciones personales.
El médico cordobés ya había rechazado una alianza propuesta por Perón, porque ambicionaba la presidencia de la Nación. Cuando Ávalos se enteró de esto (quien también tenía sus ambiciones) buscó denodadamente un acercamiento con Sabattini, que al parecer fue inspirador de la contrarrevolución del día 9.

Ni bien “el Tanito” arribó a Buenos Aires, Ávalos se entrevistó con Sabattini. La onírica fórmula Sabattini-Ávalos uniría al radicalismo con el ejército para bien de la República oficial, de la Argentina visible, desplazando a ese molesto e impertinente “Coronel del Pueblo”.
Por sugerencia de Sabattini, Ávalos presionó a Farrell para que convocara inmediatamente a elecciones, las cuales se llevarían a cabo el domingo 7 de abril de 1946.

Pero mientras tanto, ¿quién gobierna? Ávalos –el nuevo “hombre fuerte”- sólo atina a ir y venir de Campo de Mayo al Ministerio de Guerra, de éste a la Casa de Gobierno y de allí a la residencia de Barón Biza.

Arturo Frondizi relatará posteriormente que fue a ver a Sabattini al no acercarse éste a la Casa Radical, e implorándole, balbucea: “¡Haga algo, doctor!”, “¡Dé un paso al frente! ¡Cualquier cosa! […] por ejemplo ir a la Casa Rosada a hablar con Ávalos. En el ejército hay malestar (contra los radicales)? Se han dicho cosas terribles contra las Fuerzas Armadas en la Casa Radical y entre la gente que asistía a los debates públicos había muchos oficiales de civil escuchando eso… El ejército no va a permitir que se vuelva a lo de antes, al 43… ¡Usted tiene que evitarlo!”.

Pero, el médico de Villa María le contestó: “Vea, Frondizi. A Perón lo he sacado del ala y voy a volver a sacarlo cuantas veces sea necesario. Algunos amigos nuestros están impacientes por ocupar funciones de gobierno, pero es conveniente esperar. A nosotros nos conviene un ministro conservador.

“Deje que ocurra eso y el camino de Buenos Aires a Villa María va a ser chico para la fila de coches de los que van a venir a vernos… No se preocupe por Perón, está terminado”.
Los tataranietos de Sabattini todavía deben estar esperando la fila de coches hasta Villa María…
El ingenuo de don Amadeo –a pesar de sus 53 años- no veía porque no quería, porque si el presidente de la Corte Suprema iba al gobierno es indiscutible que ganaban los conservadores y, con ellos, las fuerzas retrógradas de la Argentina Visible. Por eso Jauretche –que también visitó a Sabattini- le aconseja: “Lo encontré más bien inclinado a la idea de ‘el gobierno a la Corte’. Le hablé con vehemencia –Ávalos está dispuesto a entregarle el poder, poner los ministros y mandar adelante el proceso […]. A Perón la gente lo quiere, hay que convencerse. Pero, si el propio ejército lo ha defenestrado, hay que hacerle un funeral de primera… Mande que hable por radio el hombre más respetado del radicalismo, por ejemplo, don Elpidio. Que diga que el ejército ha resuelto que ningún militar puede ser candidato. Que (Perón) se vaya con todos los honores, porque si no la reacción popular puede ser peligrosa”.

Enseguida aprovechó para decirle; “Hay que tomar la oportunidad por la trenza, porque es calva…”. “Sabattini pareció impresionado –agrega Jauretche- pero al poco rato ingresaron al lugar dos miembros del Comité Nacional del Radicalismo”. Sabattini confirmó al hombre de FORJA: “Los amigos del Comité Nacional creen que conviene insistir en el planteo de que el gobierno entregue el poder a la Corte”.
“Fue la última vez en mi vida que vi a Sabattini” –concluye Jauretche-. “Me despedí así: Sepa doctor que la historia ha pasado la lado suyo y usted la ha dejado escapar. Nunca más tendrá esa oportunidad. Usted ha terminado políticamente. Adiós”. Y así don Arturo, de allí en más, estuvo al lado de Perón.

“El planteo de Sabattini era correcto en líneas generales –comentó Frondizi- Lo que no apreció fue el movimiento popular que trajo a Perón de vuelta”. El futuro desarrollista tampoco lo vio y se quedó en el radicalismo.

¿Preveía Perón la eclosión popular?

Decididamente NO. Hay un sinnúmero de actitudes previas al 17 de octubre que así nos lo confirman. Por ejemplo, la despedida de Perón el 10 de octubre –ya habiéndole dado curso a su renuncia del organismo-, desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, donde afirmó que: “Los trabajadores deben confiar en sí mismos, y recordar que la emancipación de la clase obrera está en el propio obrero. Estamos empeñados en una batalla que ganaremos porque el mundo marcha en esa dirección […] Venceremos en un año o venceremos en diez, pero venceremos. Es esa obra, para mí sagrada, me pongo al servicio del pueblo […] Si para despertar esa fe ello es necesario, me incorporaré a un sindicato y lucharé desde abajo. Pido orden para que sigamos en nuestra marcha triunfal, pero si es necesario ¡algún día pediré guerra!

[…] No voy a decirles adiós… les digo hasta siempre, porque de ahora en adelante estaré en ustedes más cerca que nunca”.

Si bien hay un claro llamamiento a defender las conquistas sociales hasta este momento alcanzadas, no es menos cierto que la alocución está dirigida con sentido de futuro desprovisto de inmediatez.

Perón no pensó en ningún momento en claudicar en la lucha política, pero sus proyectos estaban encaminados a tomarse un breve descanso –así se lo expondrá a Evita en su cariñosa carta (una de ellas, porque hubo otra; la primera, para consumo masivo, y la segunda de carácter secreto, cuyo portador fue el Dr. Ramón Carrillo) desde Martín García- y luego recomenzar su labor junto a los trabajadores en una campaña proselitista que lo llevaría a auscultar la opinión popular en las próximas elecciones. Eso era todo.

El elemento detonante fue la prisión de Perón y no la obligada renuncia a sus cargos públicos. El sentimiento de indignación popular que esto despertó rebasó al propio control del Coronel, quien, el 17 –desde el balcón de “la Rosada”- presencia atónito esa reunión no convocada de medio millón de almas que clamaban por su líder y amigo.

¿Quién hizo el 17 de octubre?

La respuesta depende mucho del interlocutor al cual sea dirigida la interrogación. Es decir, hasta ese momento, varias podían ser las respuestas, de acuerdo al interés interpretativo del analista político o histórico.

Muchos exageran el papel de Evita, otros lo atribuyen a un entrenamiento previo del propio Perón, no falta quienes les endilguen un papel protagónico al coronel Domingo Mercante o al capitán Héctor Russo; otras versiones, intrínsecamente más polémicas, indican al sindicalista de la carne de Berisso Cipriano Reyes. Sin ir en desmedro de ninguna de las personalidades nombradas, nos inclinamos a pensar que no lo hizo nadie o, mejor dicho, todos. Es lo que afirma Jauretche: “Sólo un genio pudo haberlo hecho, por eso creo que no lo organizó nadie”.

Fue la movilización más pacífica y espontánea de la historia popular argentina. Perón nunca pudo haber convocado –y menos después del 10 de octubre en que perdió contacto con todos los medios de información- semejante manifestación que involucró a más de medio millón de personas. Pero el Coronel del Pueblo, sí, fue elemento convocante, aunque no para que le devolvieran los cargos usurpados bajo la presión de desatar una guerra civil, sino que aquella multitud lo único que pedía era la libertad del líder de los trabajadores.

En el confinamiento de la isla Martín García, el Coronel estaba totalmente ajeno a lo que iba a ocurrir. Hasta se podría afirmar, con algún margen de error, que se sintió vencido y fracasado. Sólo esperaba su liberación y la aceptación de su pedido de retiro para casarse con Evita y trasladarse a la estancia paterna de Chubut. Es indicativa de todo lo detallado la carta que Perón envió a Eva Duarte desde Martín García el 14 de octubre:
“Mi tesoro adorado: Sólo cuando nos alejamos de las personas queridas podemos medir el cariño. Hoy sé cuánto te quiero y que no puedo vivir sin vos. Esta inmensa soledad sólo está llena con tu recuerdo.
“He escrito a Farrell pidiéndole que me acelere el retiro; en cuanto salga nos casamos y nos iremos a cualquier parte a vivir tranquilos […] Esta [carta] te la mando por un muchacho porque es probable que me intercepten la correspondencia. De casa me trasladaron a Martín García, y aquí estoy sin saber por qué y sin que me hayan dicho nada. ¿Qué me decís de Farrell y Ávalos? Dos sinvergüenzas con el amigo. Así es la vida […]
“Debes estar tranquila y cuidar tu salud mientras yo esté lejos, para cuando vuelva. Yo estaría tranquilo si supiera que vos no estás en ningún peligro y te encuentras bien […]
“Viejita de mi alma. Tengo tus retratos en mi pieza, y los miró todo el día con lágrimas en los ojos. Que no te vaya a pasar nada porque entonces habrá terminado mi vida. Cuídate mucho y no te preocupes por mí, pero quereme mucho que hoy lo necesito más que nunca”.
Este es otro testimonio valorable que se suma a las demostraciones del espontaneísmo con el cual se movieron las masas sin esperar la indicación de nadie, como la conversación telefónica que mantuvo el líder forjista Jauretche en la noche del 16 de octubre con un dirigente partidario de Gerli:
“-¿Qué hacemos mañana doctor?
-¿Mañana? ¿Qué pasa mañana?
-Y… la gente se viene para Buenos Aires… todos están con Perón…
-¿Y quién organiza eso?
-¡Qué sé yo!… Nadie… Todos… ¿Qué hacemos nosotros doctor?
– Mirá… si es así, cuando la gente salga, ¡agarrá la bandera del comité y ponete al frente!”.
Jauretche, años más tarde sonrió diciendo que “Pedro Arnaldi movía treinta votos en Gerli. El 17 de octubre a la madrugada pasó el puente Pueyrredón con su bandera, al frente de diez mil almas”.

La movilización inclusive rebasó a la dirigencia gremial, que un tanto medrosa había convocado a una retórica huelga para el 18 de octubre y sin mencionar en los objetivos ni siquiera una vez el nombre de Perón, limitándose tibiamente a solicitar “la libertad de los presos políticos y militares”.
Ángel Perelman, dirigente metalúrgico, vio llegar muy de mañana, el 17, al local del sindicato de la calle Humberto I, a unos compañeros de Barracas, que a esa hora suponía trabajando:
“¿Qué pasa?
-En Avellaneda y Lanús la gente se está viniendo al centro”.
“-¿Cómo es eso?
-No sabemos quién largó la consigna, pero están marchando desde hace unas horas hacia Buenos Aires”.
“-¡Pero si la CGT resolvió anoche que la huelga fuera para mañana! ¿Qué es esa marcha?
-La cosa viene sola. Algunas fábricas que estaban trabajando han debido parar, los hombres en vez de irse a sus casas enfilan a la Plaza de Mayo ¿Ustedes saben algo?”.
Buenos Aires contempla atónita la llegada de los despreciados cabecitas negras –así eran llamados despectivamente por la gente “bien” (tilingos les llamaría a éstos Jauretche, siendo más contundente en su taxonomía sociológica) del centro-, venidos de la Argentina profunda para trabajar en las fábricas de las orillas ciudadanas, desvencijados en su pobre vestir (descamisados los llamará Américo Ghioldi). Sucios con la grasa y el aceite del Riachuelo, que algunos alcanzaron a cruzar a nado. Destrozadas, “desbigotadas”,las alpargatas por la caminata; pero alegres, inmensamente alegres, al verse juntos y saberse tantos.

La idolatría por Perón

Habría también que preguntarse: ¿cuándo nació la idolatría por Perón? Porque si bien es cierto que los trabajadores lo respetaban, lo amaban, veían en él a su amigo dentro de un sistema político que hasta esa hora crucial de la historia nacional había sido insensible a los derechos sociales y de protección laboral. No es menos cierto que aún no lo habían elevado a la altura de ídolo popular por antonomasia.

El apresamiento de Perón fue el más grave error de sus enemigos. Es muy probable que si lo hubieran dejado vivir su romance en la isla del Delta –lugar al que se hubiera trasladado Perón luego de su retiro- y luego regresar cuando las cosas estuvieran encaminadas por el gobierno, el Coronel hubiera formado un partido con los sectores laborales que lo seguían, junto a los radicales reorganizados (no alvearistas, ni sabattinistas). Pero con su prisión tocaron la fibra emotiva del pueblo. Y el pueblo se moviliza por emociones y no por razones y conveniencias. Esto, pocos estudiosos de la sociología consiguen explicar y muy pocos actores de la política atinan a interpretar.

La prisión de Perón fue interpretada popularmente como una especie de martirio, en el sentido cristiano de la palabra. Y sus enemigos, involuntariamente, desataron una fuerza que no pudieron contener (como el aprendiz de brujo Mickey en la película “Fantasía” de Walt Disney). Así, el cariño al hombre que había beneficiado a los humildes, se convirtió en idolatría. Entonces ese amanecer el del 13 de octubre, nació el ídolo Perón –una especie de semidiós del Parnaso Popular- que gravitará decisivamente en la vida nacional por más de tres décadas.

La policía, ¿estaba en connivencia con los manifestantes?

Esta es otra de las fraudulentas falsificaciones de los recalcitrantes opinadores que trabajan para la oligarquía. Todo depende de los que entendamos por “Policía”. Si identificamos Policía con la jefatura de la misma, difícilmente hubiesen estado en connivencia con los manifestantes para facilitarles el desplazamiento, y menos luego de la separación del comandante Juan Filomeno Velazco y el coronel Aristóbulo Mittelbach, reemplazados por el antiperonista coronel Emilio Ramírez. Y éste último –sobre todo- intentó en todo momento dificultar el paso de los trabajadores en los puentes de acceso a la Capital Federal, ordenando su levantamiento. Pero, a la media hora, los puentes estaban nuevamente bajos y accesibles de a pie. Es que sus órdenes se cumplían a medias porque los que debían ejecutarlas –los agentes, los suboficiales (la milicada)-, por supuesto, que dada su humilde condición y el compartir las mismas penurias con los demás trabajadores, simpatizaban con la causa suprema que los movilizaba. ¡Había que liberar al Coronel del Pueblo!

Al mediodía del 17, cuando ya eran unos quince mil los acampados en la Plaza de Mayo, el almirante Vernengo Lima exigió que la policía los dispersara, pero el jefe naval no se sintió obedecido. De todos modos ordenó que la guardia de seguridad desalojara la Plaza de Mayo: Pero no se cumplió: los subordinados lo oían respetuosamente, hacían la venia, pero… la guardia no salía. Y si algún piquete que portaba la orden de represión llegaba a la histórica Plaza, se quedaba en las bocacalles de acceso, como para cuidar a quienes estaban en ella.
Ramírez, molesto por los telefonazos de Vernengo Lima y el silencio de Ávalos, acabó por redactar su renuncia, dejarla sobre el escritorio e irse.

Juan Fentanes no era Perón

La vacancia imposible de ocupar luego del alejamiento de Perón fue, sin duda, la de la Secretaría de Trabajo y Previsión. No obstante, los testarudos contrarrevolucionarios nombraron en ella al profesor Juan Fentanes, funcionario de Presidencia, católico –vinculado a la revista “Criterio”-, quien habló la noche del sábado 13 de octubre, por la cadena oficial de radio.

“Las conquistas obreras serán respetadas y perfeccionadas a medida de lo posible… La Secretaría no promoverá audaces improvisaciones, pero tampoco quedará rezagada… resolverá con criterio de equidad y justicia las diferencias entre capital y trabajo que no se hayan podido conciliar…”.
En definitiva, estaba garantizando las conquistas y reivindicaciones de la etapa peronista; pero Fentanes no era Perón…
Inclusive se negó a recibir una delegación de sindicalistas que querían saludarlo.

Es que el pueblo tiene intuición, una especie de “sexto sentido”, y muy pocas veces se equivoca al elegir “su” conductor. Es que no es suficiente ser dadivoso, tener un lenguaje populista, si el líder o conductor –y nunca alcanzará esta categoría popular- no goza de cierto halo que hace que las masas se sientan sinceramente representadas. Esto tiene más que ver con una mística revolucionaria y una personalidad irresistible al gusto masivo, además del testimonio veraz –creíble- dado por la historia personal del líder carismático.

Conducir es ponerte al frente de un proceso histórico y seguir el camino que las masas señalan, y para ello hace falta no ser apresurado ni, mucho menos, un retardatario, sino acompasar el movimiento popular que dio origen a la conducción. No por nada la primera verdad peronista expresa enfáticamente: “La verdadera democracia es aquellasdonde el gobierno hace lo que el Pueblo quiere y defiende un solo interés: el del Pueblo”. Es por ello que ante la “marcha democrática” [esto, inevitablemente, me trae reminiscencias del futuro] que pedía –casi con desesperación el gobierno a la Corte frente al Círculo Militar, no hubiera hecho falta que saliera al balcón el apaciguador almirante Héctor Vernengo Lima y les dijera: “… Yo no soy Perón”. El Pueblo sabía perfectamente que Vernengo Lima, Ávalos, Fentanes o Braden NO ERAN PERÓN.

Valor del informe del doctor Mazza

Perón, en Martín García, había estado elaborando un plan que permitiera su regreso inmediato a Buenos Aires. Su “cómplice” fue el capitán médico Miguel Ángel Mazza. Por esa época era de público conocimiento que Perón no se encontraba bien de salud. Lo aquejaba una vieja afección pleural, tal vez como consecuencia de una congestión pulmonar contraída en La Quiaca en 1931. El doctor Mazza, guardaba antiguas radiografías que demostraban la existencia de una afección. A esa altura la dolencia estaba superada, pero cualquier especialista -podía ser un neumólogo- que revisase las placas no podría menos que intranquilizarse.

Perón redactó una nota dirigida al ministro de Guerra: “Solicito quiera tener a bien disponer las medidas necesarias para mi asistencia médica hospitalaria en razón de la afección que padezco, y de la cual puede dar testimonio y fe el señor capitán cirujano Dr. Miguel Mazza y que se ha visto reagravado por el clima húmedo de esta isla”. La nota fue completada con otra del Dr. Mazza: “A raíz de un examen radiográfico se comprobó que el señor coronel Don Juan Domingo Perón presenta una elevación cupiliforme del hemidiafragma derecho cuyo probable origen tumoral sea imprescindible e impostergable dilucidarlo por examen clínico y de laboratorio de un ambiente hospitalario […] el clima húmedo de su actual alojamiento le puede resultar sumamente desfavorable”.

A partir de allí, Mazza desarrolla una febril actividad entrevistándose con Farrell y otros militares para lograr el traslado de Perón al Hospital Militar Central. Finalmente, Farrel, Ávalos y Vernengo Lima acceden a que se realice el viaje de Perón a Buenos Aires. Pero Vernengo Lima impone una condición: la revisión por parte de una Junta Médica integrada por civiles de su amistad (Nicolás Romano y José Tobías). Aquel largo 17, en sus inicios, se embarca la Junta Médica en una lancha de la Prefectura. En el viaje, Mazza habla en forma privada con el comisario Rodríguez, peronista leal que acompaña a la junta por solicitud de Farrel. El fidelísimo Rodríguez debía abrazar al Coronel del Pueblo y decirle que no se dejara revisar bajo ningún concepto, viéndose la Junta obligada a ordenar su traslado.

Y así fue. El plan logró que Perón fuera trasladado al Hospital Militar Central. Ya es 17 de octubre. Perón no tiene conocimiento de lo que ocurre en Buenos Aires y el resto del país. Por esos misteriosos hilos comunicantes que suele tener la muchedumbre (confidencia de marineros, conversaciones de porteros y enfermeros) la noticia se filtró de inmediato y grupos que clamaban por Perón se reunían desde las 9:00 de la mañana en la puerta del Hospital Militar.

¿Por qué se evitó la represión al pueblo?

Este interrogante deberíamos buscarlo en los pliegues más recónditos del alma de Ávalos.

Evidentemente, ante la negativa policial de reprimir el ministro de Marina –Vernengo Lima- bramaba de ira, entonces buscó la alianza con el ejército a través de Ávalos para disolver por la fuerza a los pacíficos manifestantes.
Ávalos, rara y caballerosamente, contestó que eso no era función militar.
Ya en las últimas horas del 16, Ávalos lo había adelantado por radio: “El ejército no intervendrá contra el pueblo en ninguna circunstancia”. Si la Policía no podía o no quería hacerlo, el ejército no asumiría esa responsabilidad.

El investigador estadounidense Robert Potash no se explica la razón por la cual Ávalos no ordenó que el ejército, juntamente con la marina, aplastase al pueblo. Tal vez haya sido por un “profundo sentimiento de culpa” que le había dejado en el espíritu el tiroteo del 4 de Junio de 1943 frente a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde se produjeron las bajas de numerosos civiles.

Lo cierto es que Ávalos no quiso que corriera sangre en una manifestación en la cual participaban mujeres y niños. En cambio Vernengo Lima, ya en el colmo del paroxismo, pensó en usar únicamente marineros para desalojar la Plaza, y dio instrucciones a las unidades de Puerto Nuevo de mantenerse alertas. Finalmente, no dio la orden decisiva, seguramente en la esperanza de que Campo de Mayo acompañase la compadra antipopular; entonces, prefirió usar a los estudiantes fubistas [de la FUBA] pidiéndoles que provocaran a la manifestación popular. Pero los universitarios se negaron.

Los comentarios de la “Argentina visible”

El mismo 17 de octubre a las 18:00 h. salieron los periódicos vespertinos brindando poquísima información. Comentaban. La Razón: “numerosos grupos en abierta rebeldía, paralizaron en la zona sur los transportes y obligaron a cerrar las fábricas, uniéndose luego en manifestaciones hacia la Capital”. Crítica: “Grupos aislados que no representan al auténtico proletariado argentino tratan de intimidar a la población”, luego, fotografiaron a una docena de desocupados que con aire aburrido marchaban por la Avenida de Mayo y relataron: “He aquí una de las columnas que desde esta mañana se pasean de la ciudad en actividad revolucionaria. Aparte de otros pequeños desmanes, sólo cometieron atentados contra el buen gusto y contra la estética ciudadana afeada por su presencia en nuestras calles. El pueblo los vio pasar, primero un poco sorprendido, y luego con glacial indiferencia”.

El 19 de octubre y días subsiguientes, la prensa y los principales grupos de opinión se recobraron del primer estupor y recomenzaron la campaña de agravios:
La Nación: Personas de ambos sexos “han acampado durante día en la plaza principal, en la cual, durante la noche; improvisaban antorchas sin ningún objeto, por el mero placer que les causaba el procedimiento”. Y luego fustigó “el insólito y vergonzoso espectáculo de los grupos que se adueñaron durante un día de la Plaza de Mayo”.
Fue mucho más sagaz en su comentario The Times de Londres, el cual conjeturaba: “Un hombre odiado tan intensamente también debe ser intensamente amado”.
Orientación, órgano del partido, se espantaba, no sin un deje de envidia ¿cuándo ellos, los dueños de la revolución mundial, iban a juntar tanto pueblo?: “[…] del malevaje peronista que, repitiendo escenas de la época de Rosas y remedando lo ocurrido en los orígenes del fascismo en Italia y Alemania, demostró lo que era arrojándose contra la población indefensa, contra el hogar, contra las casas de comercio, contra el pudor y la honestidad, contra la decencia, contra la cultura, imponiendo el paro oficial, pistola en mano y [mediante] la colaboración de la policía que, ese día y al día siguiente entregó las calles de la ciudad al peronismo bárbaro y desatado”.

Victorio Codovilla –secretario general del partido comunista argentino- completó así las definiciones de la prensa partidaria: “Los nazi-peronistas tienen un plan de acción y una dirección única encargada de hacerlo cumplir. Lo aplican escalonadamente, pero con una audacia sin límites, bajo el amparo de la policía. La huelga del 18 de octubre, lograda en parte por la demagogia social, e impuesta por la violencia, así lo demuestra […] No hay que llamarse a engaño: el nazi-peronismo sabe actuar audaz y enérgicamente. Esa huelga y los desmanes perpetrados por las bandas armadas peronistas, deben ser considerados como el primer ensayo serio de los nazi-peronistas para desencadenar la guerra civil”.

El entonces dirigente comunista, Juan José Real, cuenta en su libro: “El día 16, al atardecer, llegué hasta el puente de Barracas acompañado por mi amigo, el obrero metalúrgico Ángel Ghersi; estaban allí contemplando la puja de los obreros por pasar el puente un grupo de intelectuales. Uno de ellos, médico de algún renombre, dijo ‘Esto se arregla con un par de ametralladoras’. Arrebatado de indignación exclamó mi amigo: ‘¡Eso no, compañero! ¡Eso nunca!’ Regresamos y durante el resto del día, y del siguiente 17 mi amigo y camarada guardó silencio. ¡Estábamos del otro lado de la barricada!”.

Mientras en La Vanguardia don Américo Ghioldi filosofaba: “En los bajos y entresijos de la sociedad hay acumuladas infelicidad y sufrimiento, miseria, dolor, ignorancia, indigencia más mental que física. Cuando un cataclismo social, o un estímulo de la policía, moviliza las fuerzas latentes del resentimiento, se cortan todas las contenciones morales, dan libertad las potencias incontroladas, y la parte del pueblo que vive del resentimiento se desborda en las calles, amenaza, vocifera, atropella, asalta a diarios, persigue en su furia demoníaca a los propios adalides permanentes”.
Las fantasías de la FUA la hacían decir que la Reforma Universitaria había protegido a la clase trabajadora y “ésta no podía progresar asociada a Perón que tiene en sus manos sangre de obreros y estudiantes”.

La Mesa Directiva del radicalismo afirmó que “las reparticiones públicas planearon al detalle ese acto, y se sabe con certeza que en gran parte pudo hacerse usando la coacción y la amenaza […] se ultrajó a la ciudadanía con la ayuda policial […] el número de manifestantes no fue mayor de 60.000, de los cuales un 50% lo constituían mujeres y menores, teniendo informaciones fehacientes de que muchos recibieron dinero para concurrir” ¡Oh, los famosos choriplaneros! ¡La grasa militante! Más de setenta años después los argumentos reaccionarios, de una burguesía asustada que la hacía fascista, vuelven a repetirse ad-libitum.
Era inútil que la Argentina visible protestara y tergiversara. La otra, la invisible, acababa de materializarse.

* Daniel Alberto Chiarenza:
Nació en Capital Federal, afincándose desde muy niño en Lomas de Zamora. Al unirse en matrimonio con la profesora Mónica Oporto, con quien tuvieron 5 hijos, desde hace cerca de 40 años vive en Burzaco, también ciudad del Gran Buenos Aires. Redactó unos 200 fascículos dirigidos por José María “Pepe” Rosa. Colaboró en las revistas NotiLomas y Buenos Aires/17. Historiador, especializado en efemérides nacionales, populares y latinoamericanas en columnas de radio en FM Ciudades (dir. Gabriel Mariotto). Relator de las comisiones de Identidad Bonaerense y de Drogodependencia de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires. Escribe en el periódico de la ULZ InfoRegión. Retirado como docente, siendo regente del Instituto Lomas y profesor (30 años) del CEN 451 de Adrogué. Autor de las obras: Historia General de la Provincia de Buenos Aires; El olvidado de Belém: vida y obra de Ramón Carrillo; Ramón Carrillo: vida y obra del ilustre santiagueño; Historia Popular de Burzaco, T.1; Santiago del Estero-Belém do Pará. Una vida, un destino: Ramón Carrillo; El Jazz Nacional, a través del itinerario rítmico de Jorge A. Chiarenza (inédito). FM Sueños: “Jazz entre bambalinas”.

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