Carlos Giménez, dibujante: “No hay que olvidar”

Carlos Giménez, dibujante: “No hay que olvidar”

Miseria, material y moral. El miedo, el silencio y la resignación de los vencidos. El encarnizamiento y la prepotencia de los vencedores. La mirada atónita o evadida de los niños. Los tebeos como fuga, la profesión de dibujante como puerta abierta a otro mundo. No olvido, advierte en su estudio de la calle de Atocha, con el programa del 15-M colgado en una puerta, Carlos Giménez (Madrid, 1941). Ese es su mundo. La carnicería de la guerra en Malos tiempos, los siniestros hogares de Auxilio Social en Paracuellos, la opresiva posguerra en el Madrid popular y derrotado de Barrio, la picaresca de los dibujantes de la Barcelona de los 60 en Los Profesionales, las primeras esperanzas en Rambla arriba, Rambla abajo. Una veintena de álbumes, realizados entre 1975 y el 2007 y recopilados en cuatro volúmenes tras publicar Todo barrio (Debolsillo).

Del silencio a la memoria

Miradas bajas y hombros caídos. Bocas cerradas y cuchicheos. Humillaciones que se tienen que tragar. Esa atmósfera opresiva pesa sobre los personajes de Giménez. “La gente tenía que callar. La frase ‘ojo, las paredes oyen’ lo define perfectamente”. En 1975 sintió la necesidad de romper ese silencio y vio la posibilidad de publicar sin subterfugios alegóricos. “Me dicen que la memoria histórica la inventé yo. Bueno, yo empecé enseguida que tuve ocasión. La gente tenía ganas de hablar, y los que no, esos tenían cuidado de no hacer ruido y estar callados”. Eso sí, esa primera fase de la recuperación de la memoria histórica tuvo limitaciones: “siempre tenía que ser en plan de conciliar…” Aunque asegura que, presiones de verdad, solo las ha recibido en los últimos años: “En cuanto me puse no con la posguerra sino con la guerra”.

El ensañamiento

Solteronas implacables, jefes de la Falange sádicos, curas crueles… “Quiero ser objetivo. En Malos tiempos aparecen también los milicianos que campaban por las suyas”, alega. En esta serie, el grito de una mujer que ve cómo se llevan a su marido (¡No me lo maten!) se repite dos veces, una por bando. “Pero ser objetivo -advierte- no significa ser neutral con el fascismo. No fue una guerra entre dos Españas, sino un golpe para ganar por las malas lo que no ganaron por las buenas. Y los vencedores no dieron ninguna opción a los vencidos”.

¿No hay lugar para el perdón y el olvido? “No hay que olvidar. ¿Perdonar? No sé lo que es perdonar. Quizá deberíamos hablar de una cierta reconciliación. Pero olvidar, no. No olvido. Lo que sé es que no quiero que se repitan esas cosas, y que quienes sí quieren son ellos. Porque no he conocido a ningún fascista arrepentido”.

La violencia

Bofetadas. Palmetazos. Tirones de orejas. Culatazos. La violencia del fuerte contra el débil es omnipresente en las historias de González. “Salíamos de una guerra en la que no había ganado la razón sino las armas. El fascismo no es de razones, es de cojones. Era un mundo violento en el que el maestro pegaba al alumno, el marido a la mujer, el jefe del taller al aprendiz”.

Los niños

“No solo era el hambre, era la falta de libertad. La vida era muy difícil, no era feliz”, dice. Pero en este mundo cruel, la ternura estalla también en la mirada de los niños, y en su relación con las madres, padres y hermanos mayores que los llevan la mano y los protegen de la realidad. “El adulto reflexiona. El niño siempre juega, aunque esté en una cárcel. El niño solo se plantea el presente. En aquellos colegios -Giménez, como el Pablo de Paracuellos, pasó ocho años en los centros de Auxilio Social, huérfano de padre y con la madre enferma- los niños no pensábamos nada. La vida era así”.

Autobiografía colectiva

Hay pistas de la vida de Carlos Giménez en muchos de sus personajes. A veces es Carlos, es Pablito… “Es que el personaje central no es un niño, son los niños”. Quizá sea mejor hablar de autobiografía colectiva en sus álbumes. “En todos mis trabajos hay anécdotas propias que me han ocurrido a mí o a personas próximas y anécdotas prestadas. Bueno, no es ni más ni menos que lo que hacen la mayor parte de escritores”, argumenta. El caso de Malos tiempos (2006) es diferente. “No son recuerdos. Es un libro de historia. Nací en el 41. Pero vi que tenía que contar la guerra para poder explicar la posguerra”. Eso sí, tanto los “recuerdos prestados” como en propios “son historias auténticas, aunque estén más o menos noveladas para poderlas contar”. Pero sin inventar nada: “Todo lo que he visto lo cuento. Y todo lo que cuento ha sucedido”.

* Publicado en “El Periódico de Extremadura”.

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