El ciudadano ilustre

El ciudadano ilustre

ciudadano-ilustre-loquesomosCarlos Olalla*. LQSomos. Diciembre 2016

¿Somos de donde nacemos?, ¿Hasta qué punto nos marca el lugar donde nos criamos?, ¿Podemos liberarnos de lo que vivimos en nuestra infancia?, ¿Realmente elegimos cómo somos?, ¿Qué pasa cuando no somos lo que los demás creen que somos?, ¿Debemos claudicar y hacer lo que esperan o seguir siendo nosotros mismos? Estas son algunas de las preguntas que nos plantea la película “El ciudadano ilustre” de Gastón Duprat y Mariano Cohn, una verdadera joya que acaba de llegar a nuestras pantallas. Coproducción argentino-española (enhorabuena y gracias, de nuevo, a Acontracorriente Films por apostar por un cine tan maravilloso, inteligente y comprometido) nos plantea la historia del hijo pródigo que regresa a su tierra natal tras haber triunfado lejos de su casa. Los recuerdos, a veces, nos traicionan y lo que encontramos no es lo que, en su día, dejamos atrás. Aquellas calles, aquellos patios, aquellos espacios abiertos que nos parecían tan grandes se han convertido, con el paso del tiempo, en algo mucho más pequeño y vulgar, en algo que podemos encontrar en cualquier otro lugar del mundo pues los lugares, como las personas, en mayor o menor medida, tienden a repetir su esencia estemos donde estemos y estemos con quien estemos. Esa es la realidad a la que se enfrenta Daniel Mantovani, el protagonista de la historia quien, tras haber pasado 40 años lejos de su pueblo natal, es galardonado con el premio Nobel de Literatura y recibe la invitación del alcalde de Salas, ese lugar perdido en medio de ninguna parte donde nació, que ha decidido nombrarle ciudadano ilustre del pueblo. La película comienza con toda una declaración de intenciones: el formidable discurso de Mantovani aceptando el premio, un premio que sabe que no significa otra cosa que haber alcanzado el fin de su creatividad y de su libertad. Pocas veces se ha dicho más con menos sobre el papel de la cultura y sobre el del creador. Es a partir de ese inolvidable arranque donde la película nos lleva al periplo de Mantovani reencontrándose con su pueblo, un lugar del que ha intentado huir durante toda su vida y del que no puede liberarse por mucho que lo intente. De hecho toda su obra cuenta las historias que vivió o imaginó en su infancia en aquel diminuto enclave perdido del mundo. Sus personajes viven anclados en aquel lugar mientras él, a pesar de haberlo intentado una y mil veces, ha convertido su vida en una permanente e inútil huida del pequeño pueblo que le vio nacer. Durante cuarenta años ha sido incapaz de escribir una sola novela ambientada en esa Europa que ha elegido como patria de adopción. En Mantovani vemos encarnadas las contradicciones existenciales que nos acompañan durante toda la vida a la mayoría de los mortales.

La ironía y el agudísimo sentido del humor de un guión memorable nos hacen acompañar a Mantovani desde el mismo momento en que pone pie en tierras argentinas. El ciudadano ilustre es una película en la que no puedes evitar reírte a carcajadas y en la que tampoco puedes escapar de las profundas reflexiones sobre la vida a las que, entre risa y risa, te invita. Prohibido perderse las deliciosas secuencias del viaje que le lleva del aeropuerto al pueblo acompañado por el chófer más surrealista que ha dado la historia del cine, y más prohibido aún no dejarse llevar por todas las historias que le pasan cuando llega al pueblo y se ve inmerso, contra su voluntad, en esa vorágine sin sentido en la que los habitantes de ese insignificante pueblo, como nosotros por grande que sea el lugar que hemos elegido para vivir, han, hemos, convertido la vida. Tras la aparente y feliz calma que ilumina las calles vamos viendo, paso a paso, que la realidad nunca es lo que aparenta ser, que donde hay amor también puede haber odio, que la envidia es un lenguaje compartido en cualquier parte del mundo, que el egocentrismo nos es común a todos, que lo políticamente correcto es uno de los mayores atentados que pueden cometerse contra la libertad y contra la creación artística, que la mediocridad impera allá donde vayamos y que, al final, el mundo no está dispuesto a admitir que alguien haya escogido ser libre o vivir contra la corriente. A lo largo de las escenas y de las diferentes historias vamos viendo que ese pequeño pueblo no es más que una metáfora del modo de vivir del ser humano globalizado. Su historia es la historia de una humanidad en la que vivimos arrodillados ante el hacer lo que se espera que hagamos, ante el no apartarnos del camino, ante el renunciar a vivir nuestros sueños a cambio de una falsa promesa de aceptación de los demás, ante el miedo a atrevernos a ser nosotros mismos y a vivir nuestra vida… La sabiduría de sus guionistas consiste en centrarse en una historia local para convertirla en universal. Todas y todos somos ese Mantovani y todas y todos también somos cada uno de los habitantes de ese pueblo que pretende vivir encerrado en sí mismo.

La dirección de Duprat y de Cohn es soberbia, con una puesta en escena cuidada hasta el más mínimo detalle. Cada encuadre, cada movimiento de cámara, está cuidadosamente estudiado para convertirnos en un vecino más de ese Salas que es todos los Salas del mundo. Sin duda estamos frente a uno de los guiones más inteligentes y originales que se han escrito en los últimos años. La forma de trabajar de Duprat y Cohn es muy atípica y maravillosamente eficaz porque además de codirigir la película, Duprat se responsabiliza del guión y Cohn de la fotografía, lo que les da un control absoluto sobe la película que quieren hacer. Y si guión, dirección y fotografía son formidables, qué decir de las interpretaciones que vemos en pantalla. El Oscar Martínez que da vida a Mantovani nos regala una auténtica clase de interpretación en cada plano. Todo está en él, en su mirada, en sus silencios, en su forma de andar, en lo pausado de sus movimientos, en esa prodigiosa voz capaz de todos los matices que nos envuelve para llevarnos a su mundo, en la atónita mirada con la que ve, y nos hace ver, la realidad que le rodea… No es un personaje creado para que el público empatice con él, aunque irremisiblemente es seducido por una personalidad que, plano a plano y secuencia a secuencia, descubrimos cada vez más cercana a la nuestra. En Mantovani vemos la infelicidad, la soledad, la melancolía, la profunda tristeza a veces, la rigidez de planteamientos en ocasiones, la inutilidad del éxito, el vacío que acarrea todo sacrificio, la vulnerabilidad que se esconde tras la férrea coraza que, como tantos, ha ido creando durante toda su vida, una vida de la que poco o nada sabemos, lo que no importa lo más mínimo porque sentimos que es similar, tremendamente similar, a la nuestra.

Y si Martínez está formidable, no en vano su trabajo ha merecido la copa Volpi al mejor actor en la última edición del festival de Venecia, todos los demás miembros del elenco no se quedan atrás: desde Andrea Frigerio encarnando a la que había sido su gran amor transmitiendo la resignación del que nunca se atrevió a seguir el camino al que le invitaba la juventud, a Dady Brieva dando vida al marido con el que ha compartido el sinsentido de su vida, un marido capaz de llevarnos de la carcajada al espanto en un abrir y cerrar de ojos, pasando por ese inefable y típico alcalde que todo lo maneja encarnado por un impresionante Manuel Vicente o esa Belén Chavanne que da vida a Julia, pura encarnación de la lujuria más atractiva y desenfrenada cuyo único objetivo en la vida no es otro que huir de ese mísero y aburrido pueblo en el que le ha tocado nacer. Y junto a estos, y otros, verdaderos monstruos de la interpretación argentina está nuestra Nora Navas haciendo una de las cosas más difíciles que se pueden hacer en una película: ser el contrapunto del protagonista transmitiéndonos toda la vida que hay detrás de su personaje en apenas dos secuencias.

Candidata a los Oscars por Argentina, y merecedora de un sinfín de Goyas por ser coproducción española, “El ciudadano ilustre” es una película que te llega a lo más hondo, de esas que disfrutas al ver y que, tras verla, acude rauda a tu mente cuando menos te lo esperas para recordarte aquel detalle en el que no caíste, aquella situación con la que te sentiste tan identificado, o aquel sueño que dejaste escapar y que sabes que te acompañará durante toda la vida.

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