¿Cuándo empezará la transición?

¿Cuándo empezará la transición?

Arturo del Villar*. LQS. Noviembre 2018

No es posible que exista una transición desde un régimen impuesto sin consultar la voluntad del pueblo

El 20 de noviembre de 1975 falleció de muerte natural por ancianidad el dictadorísimo que durante 36 años y 8 meses, desde la firma del parte oficial de terminación de la guerra, tuvo encarcelada a España, mientras medio millón de españoles formaba la llamada España peregrina por el mundo en busca de libertad, y los que quedaron aquí sufrían el horror de la tiranía fascista. Las cifras no dejan en buen lugar a los españoles que soportamos durante tanto tiempo el régimen genocida.

Algunos historiadores aseguran que ese día empezó la transición hacia un régimen de libertades públicas, representado por la monarquía del 18 de julio instaurada por el dictadorísimo en 1969 en la persona de Juan Carlos de Borbón y Borbón, proclamado por él su sucesor a título de rey, una vez juró fidelidad a su menguada persona y lealtad a sus leyes genocidas contra el pueblo español. No es posible que exista una transición desde un régimen impuesto sin consultar la voluntad del pueblo: indudablemente es el mismo sistema.

Un reino dictatorial

La realidad incuestionable demuestra la mentira de considerar iniciada una transición política hacia la democracia con la muerte del dictadorísimo y la proclamación de su sucesor como rey fascista. El régimen dictatorial impuesto oficialmente el 1 de abril de 1939 era ya una monarquía, muy extraña, puesto que carecía de rey y el jefe del Estado era un militar golpista, pero España era un reino. Así lo asegura la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, promulgada el 26 de julio de 1947, en su artículo primero:

España, como unidad política, es un Estado católico, social y representativo, que, de acuerdo con su tradición, se declara constituido en Reino.

Por ello establece un Consejo del Reino (artículos 4º y 5º) y un Consejo de Regencia (7º y 8º), y enumera los requisitos que debe reunir el rey para serlo (9º, 11º y 12º).
Asimismo la Ley de Principios del Movimiento Nacional, que era como se denominaba irónicamente al inmovilista régimen dictatorial, de 17 de mayo de 1958, después de asegurar en el punto I que “España es una unidad de destino en lo universal”, galimatías no explicada por el legislador, porque probablemente ignoraba su significado ni que lo tuviera, afirma en el VII:

El pueblo español, unido en un orden de Derecho, informado por los postulados de autoridad, libertad y servicio, constituye el Estado Nacional. Su forma política es, dentro de los principios inmutables del Movimiento Nacional y de cuanto determinan la Ley de Sucesión y demás Leyes fundamentales, la Monarquía tradicional, católica, social y representativa.

En el mismo sentido se expresa la Ley Orgánica del Estado, sometida a referéndum nazional el 14 de diciembre de 1966, aprobada por el 95,86 por ciento de los votantes, promulgada como Ley 1/1967, de 10 de enero, y publicada en el Boletín Oficial del Estado al día siguiente. Confirma que aquella España era un reino (artículos 1º y 59º), dotado de un Consejo del Reino (7º, 8º, 10º, 12º, 61º y 62º), de un Consejo de Regencia (11º) y un Tribunal de Cuentas del Reino (58º). Los requisitos que debía reunir el sucesor del dictadorísimo a título de rey se especifican en la disposición transitoria 1ª.
La Ley Orgánica del Consejo del Reino data del 22 de julio de 1967, y regula su normativa orgánica para actuar en aquel sorprendente reino carente de titular. En la mente genocida del dictadorísimo estuvo presente en todo momento el deseo de mantener vigente la monarquía.

Sucesor a título de rey

Pero el dictadorísimo lo tenía todo bien organizado para perpetuar su régimen cuando él faltase. En consecuencia, de acuerdo con este aparato legislativo era lógico que propusiera el 22 de julio de 1969 a su caricatura de Cortes Españolas, presididas por él mismo, la Ley 62/1969, de 22 de julio, en la que se designaba a Juan Carlos de Borbón y Borbón como su sucesor a título de rey, una vez jurase lealtad a su persona y fidelidad a los Principios Generales del Movimiento. Aclaró que ello no sería una restauración de la monarquía borbónica, como la que hizo el traidor general Martínez Campos el 29 de diciembre de 1874, sino una instauración de la monarquía del 18 de julio, así denominada por el día de su sublevación contra la República en 1936. Como era previsible los “procuradores” de aquella parodia de Cortes votaron afirmativamente, y el resto de los españoles nos enteramos por los medios de comunicación de masas, porque nadie nos preguntó lo que pensábamos.
Al día siguiente el designado, con uniforme de capitán del Ejército de Tierra y luciendo la Gran Cruz y Banda de la Orden de Carlos II, llegó a las Cortes acompañando al dictadorísimo en el mismo vehículo. Arrodillado ante un crucifijo, y puesta la mano derecha sobre un ejemplar de los Evangelios, pronunció estas palabras:

Sí, juro lealtad a su excelencia el jefe del Estado y fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y demás leyes fundamentales del reino.

Momento memorable, por ser la primera vez en que un Borbón hacía un juramento con intención de cumplirlo. El dictadorísimo le proclamó su sucesor a título de rey, entre los aplausos de los “procuradores”. Conforme a la citada ley, fue nombrado además príncipe de España con tratamiento de alteza real. A continuación el designado enjaretó un servilón discurso en alabanza del dictadorísimo y su régimen, que da asco recordar. Entre otras borbonidades aseguró que recibía del genocida “la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936”, el día del golpe de Estado militar causante de una guerra que provocó un millón de muertos, medio millón de exiliados, y un número indeterminado de presos políticos, ademas de sumir a España en la noche más negra de su historia.
Los españoles asistimos como espectadores a esa farsa, porque en ningún momento se nos ofreció a posibilidad de opinar. Se suponía que los “procuradores” del régimen nos representaban.
Con ese juramento el designado se enfrentó a su padre, que se creía legitimado para aspirar al trono de España por haber abdicado en él su propio padre, aunque ya no era rey cuando lo hizo y carecía de legitimidad para trasmitir ningún derecho sucesorio, porque las Cortes Constituyentes de la República le despojaron de todos el 20 de noviembre de 1931. En cualquier caso, a Juan Carlos no le importó dar ese disgusto a su progenitor, con el que mantenía unas relaciones tirantes desde que mató a su hermano Alfonso de un disparo el 29 de marzo de 1956.
El designado actuó como dictadorísimo en funciones por enfermedad del titular entre el 19 de julio y el 2 de setiembre de 1974, y del 30 de octubre hasta el 20 de noviembre de 1975, cuando se desconectó de los aparatos que mantenían una ficción de vida inconsciente la piltrafa en que estaba convertido el cuerpo del dictadorísimo. En ese período tuvo oportunidad de hacer una borbonidad ridícula en El Aaiun el 2 de noviembre, al garantizar a los militares españoles allí destinados que cumpliría sus compromisos políticos, palabra de Borbón incumplida.

La proclamación del rey

Aceptada al fin por el interminable equipo médico habitual la muerte del dictadorísimo, el 23 de noviembre el designado se convirtió en el rey de la monarquía fascista del 18 de julio instaurada por la omnímoda voluntad del mayor genocida de la historia de España, una monarquía preparada por las leyes de la dictadura.
Reunidos conjuntamente el llamado Consejo de Regencia y las caricaturescas Cortes Españolas de la dictadura, en la antigua sede del Congreso de los Diputados, con asistencia de los “procuradores” de aquella parodia de Cortes, procedieron a tomar juramento al sucesor designado. El presidente del Consejo de Regencia, el notorio fascista Alejandro Rodríguez de Valcárcel, preguntó al designado sucesor a título de rey, que hasta entonces ostentaba el título de principe de España, si juraba cumplir fielmente el encargo que le encomendó el dictadorísimo para perpetuar su régimen criminal cuando él ya no pudiera seguir firmando ejecuciones de españoles. El designado juró en voz bien alta por segunda vez y se le entendió lo que dijo, porque tenía el decidido propósito de cumplirlo:

Juro por Dios, y sobre los santos Evangelios, cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del reino, y guardar lealtad a los Principios que informan el Movimiento Nacional.

El presidente del Consejo de Regencia proclamó rey de España al designado, y anunció que reinaría con el nombre de Juan Carlos I. Al pueblo español no se le permitió opinar si estaba o no de acuerdo con aquella mascarada fascista. Lo había decidido el dictadorísimo y por tanto era indiscutible. Desde el 1 de abril de 1939 los españoles carecemos de derechos. Lo verdaderamente histórico es constatar que Juan Carlos ha cumplido sus dos juramentos, algo insólito en un Borbón.

Con los españoles amordazados

Finalizados los aplausos de los felices procuradores fascistas, que veían consolidado el régimen dictatorial, el nuevo rey leyó su discurso programático, escrito por el presidente de las Cortes, Torcuato Fernández Miranda, fiel servidor de la dictadura y desde entonces de la monarquía. El nuevo rey Borbón leyó:

Como rey de España, título que me confieren la tradición histórica, las Leyes Fundamentales del reino, y el mandato legítimo de los españoles, me honro en dirigiros el primer mensaje de la Corona, que brota de lo más profundo de mi corazón.

El cinismo del Tato, como se le llamaba popularmente, era inconmensurable, para hacerle decir al rey que lo era por “el mandato legítimo de los españoles”…

¿quién lo había votado? ¿Cuándo habíamos aprobado los españoles vivos entonces la monarquía? Fue una decisión unilateral del dictadorísimo omnipotente, aprobada por sus Cortes el 22 de julio de 1969, sin consultar al encarcelado pueblo español en la inmensa prisión en que estaba convertida España, y continuada al día siguiente con el primer juramento del designado como rey fascista.

Tenía sobrados motivos el nuevo rey para estarle agradecido a su mentor fascista, porque había ido recopilando una legislación para convertirlo en rey de la monarquía del 18 de julio. De modo que rindió homenaje a su padrino nada más comenzar el discurso con esta declaración:

Su recuerdo constituirá para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad para con las funciones que asumo al servicio de la patria.

También ha cumplido esta promesa, lo que es muy raro en un Borbón, pero se ve que le agradeció sinceramente la organización del plan monárquico. Siguiendo la conexión de la monarquía con la dictadura fascista anunció el nuevo rey que aquel día tan venturoso para él como desdichado para sus vasallos, comenzaba una nueva etapa en la historia de España, la continuación de la dictadura travestida en monarquía, con otro nombre y otra persona, pero la misma finalidad. Conforme con ello, el rey fascista leyó todo lo enfáticamente que su mala dicción le permitía:

La monarquía será fiel guardián de esa herencia, y procurará en todo momento mantener la más estrecha relación con el pueblo.

No se dio cuenta el escriba, y mucho menos el lector, que resultaba imposible continuar la herencia fascista recibida y mantener ninguna relación con el pueblo español que la había sufrido resignadamente. Un millón de muertos a consecuencia de la guerra, medio millón de exiliados, y un número nunca cuantificado de presos políticos no es una herencia aceptable. El pueblo no podía expresar su rechazo a la dictadura, porque los osados que lo hicieron fueron fusilados sin juicio, o muertos en extrañas circunstancias. Por los mismos motivos tampoco podemos rechazar la monarquía fascista, si no queremos ir a reunirnos en la mazmorra con los presos políticos, o exiliarnos en un país que aplique la democracia.

Un trabajo real

Y sin embargo, el designado aseguró en su primer real discurso tras la proclamación: “La institución que personifico integra a todos los españoles”, una exageración superlativa. Yo soy español y no me he sentido nunca jamás integrado en la monarquía, y sé que todos los que se manifiestan a menudo en las calles españolas con banderas tricolores y gritando contra la monarquía, sienten lo mismo que yo. El designado heredó la mala costumbre de su padrino de hablar en nombre de todos, sabiendo que estamos amordazados y no podemos decir nada. La monarquía solamente puede integrar a los cortesanos, que son cortos e insanos de mente.
Los restantes, la mayoría, somos vasallos a la fuerza, porque únicamente conseguimos expresar nuestros sentimientos en las manifestaciones callejeras, mientras corremos delante de la Policía monárquica disuasoria con sus porras y pelotas de goma. Algunos además se han entretenido en quemar públicamente fotografías de su majestad el rey impuesto, o lo parodian, o le dibujan caricaturas jocosas, o propalan noticias no confirmadas sobre él y sus relaciones privadas; pero los diligentes jueces actúan con firmeza para poner coto a tales desmanes intolerables en una monarquía como ésta.
Tan solemne como inolvidable fue esta otra frase memorable del discurso de investidura:

En este momento decisivo de mi vida afirmo solemnemente que todo mi tiempo y todas las acciones de mi voluntad estarán dirigidos a cumplir con mi deber.

Hemos de suponer que entendía por deber el cumplimiento de los Principios del Movimiento Nacional que había jurado por dos veces. Bien es verdad que durante su largo reinado también se ha permitido algunas distracciones, ajenas al cumplimiento del deber real, y que nos salen muy caras a los vasallos, porque pagamos los rifles de caza superpotentes, las motocicletas de grandes cilindradas, los automóviles lujosos, los yates suntuosos, y los silencios de las 1.500 barraganas que le ha contabilizado el hispanista Andrew Morton en su documentado ensayo Ladies of Spain, editado en castellano excepto el título, por La Esfera de los Libros en 2013. Y eso que él pacientemente ha conseguido juntar unos ahorrillos, unos mil ochocientos millones de euros, según informa habitualmente EuroBusiness, en donde es posible encontrar unos datos que no se publican en España.

Vaya real descaro

Más adelante proclamó rimbombantemente una promesa que a buen seguro no pensaba cumplir, como buen heredero de su antepasado Fernando VII el Rey Felón, pero la hizo con ese descaro característico de los borbones:

Guardaré y haré guardar las leyes, teniendo por norte la justicia, y sabiendo que el servicio del pueblo es el fin que justifica toda mi función.

En el Norte de su reino no le estima casi nadie, con razón. Allí hay un pueblo que desconfía de la justicia monárquica, porque muchos de sus hijos son presos políticos, encerrados en unas cárceles muy alejadas de su tierra para dificultar las visitas de sus familiares. En el Norte exactamente existen partidos políticos ilegalizados por la justicia monárquica, a los que no puede votar el pueblo. En el Norte ciertamente los electores prefieren votar a partidos que son contrarios a la monarquía, aunque no expresen en público sus opiniones porque cuando lo hacen son ilegalizados. En el Norte decididamente se pita al rey en los encuentros deportivos, lo que constituye un plebiscito, ya que no se cuenta con otro sistema. Ese Norte de España no coincide con el norte monárquico en nada.
Cuando el desprestigio al que condujo la institución monárquica llegó al máximo, con el descalabro en que cayó la noche del 13 de abril de 2012 en Botsuana, cuando cazaba elefantes con la barragana de turno, abdicó en su hijo, transmitiéndole los poderes que le entregó a él su padrino el dictadorísimo, sin que los vasallos hayamos podido opinar. Por ello Felipe VI es el actual rey de la monarquía fascista del 18 de julio.
Estamos, por lo tanto, en la misma situación política desde 1939, porque un cambio de nombres no implica ninguna novedad en el sistema. El reino de España se ha sucedido tranquilamente del dictadorísimo fascista al rey fascista designado por él, y después a su hijo. Aquí no ha existido ninguna transición. Llegará cuando el pueblo español pueda expresarse libremente en un referéndum vinculante sobre a forma de Estado que prefiere. Hasta entonces continuamos bajo el régimen fascista implantado el 1 de abril de 1939, que cambia de nombre y de titular, pero mantiene su esencia intacta.

* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.
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