Cuando sea mayor quiero ser escritor

Cuando sea mayor quiero ser escritor

¿Qué es ser escritor?, ser alguien que escribe, que usa la palabra escrita para hacer visible las diversas dimensiones y niveles de la realidad. Al menos es lo que yo creo que es, pero ser escritor parece más bien que es estar envuelto en oropel y papel.

Escribir se ha convertido en una farándula de imposturas, ya no es sólo el libro lo que se ha industrializado, sino sus contenidos en una especie de pensamiento industrial. La escritura o es artesanal o no es sino algo que se parece, pero tan diferente como una flor nacida de una semilla a otra fabricada de materiales que hace que sea casi idéntica, incluso se puede poner aroma en lo que parece ser una flor. La flor natural se acaba marchitando, la otra no.

Lo perecedero de la palabra es lo que hace que sea arte, así como el estilo, la manera de contar algo, pero es algo que decide el autor, que quiere el autor, sin embargo los expertos, los que definen desde sus tribunas de poder de comunicación son los que dicen éste sí, éste no, a éste le damos a conocer, a éste otro no, de manera que los que quieren ser escritores acaban convertidos en marionetas de esas órdenes silenciosas, parea salir en el papel.

Es la trampa de la cultura. Muchos quieren ser escritores, y algunos lo son aparentemente en el espejismo del arte actual,  me atrevería a decir de siempre.

Un escritor no quiere ser escritor, la sale, es algo que brota en él porque hay algo interior que le impulsa a escribir, quiera o no quiera, pero su ambiente no le entiende y el del mundo de la literatura menos, porque no se doblega a él. He conocido a escritores auténticos que han acabado escondidos, refugiados en su soledad, cautivos de la realidad sin poder existir, porque para ellos escribir es más que vivir, es la existencia del ser que sale en lo escrito.

Sin embargo tenemos que estar escuchando y leyendo tonterías del arte, bobadas literarias que se prestigian por el hecho de ser publicadas sus críticas, porque alguien que fabrica escritores impostores los da a conocer, porque para ser escritor hoy en día tiene que ser conocido, tienen venderse sus libros, ya el colmo es que en la propaganda del libro se pone no sé cuantos ejemplares vendidos, cuando basta un lector, un buen lector para hacer una obra grande. Pero hoy ahoga no ser conocido, porque entonces no eres escritor, te anulan como ser y como la palabra escrita. Y a pesar de todo seguimos escribiendo.

Llevo siete años escribiendo una novela, me faltan otros tantos para llegar al final, si es que llego. Es para mí una auténtica aventura y la hago porque necesito escribirla, porque necesito construir una realidad que nadie ve y quiero hacerla visible y puede que sea una tontería, pero es mí tontería. Es larga y muchos amigos me dicen que nadie la va a leer, que ¿para qué la escribo?, que haga un resumen. ¿Se puede resumir vivir?. ¿Se puede decir lo que mide un beso?. Aunque nadie lo lea es un trozo de vida, tampoco nadie lee nuestros adentros y vivimos porque vivimos. Puede que nadie publique esa obra, esa una obra de años, pero como diría Nietzsche “el hombre ha fracasado, la humanidad ha fracasado, pues bien ¡adelante!”. Y adelante sigo, junto a muchos silencios que laten en la vida de otras personas que hacen lo mismo con sus versos, con sus guiones de teatro. Conozco a algunos que me transmiten arte, vida, pasión. Pero no se conocen, simplemente se ignoran.

Una de las obras que a mí más me ha impresionado, que me hizo sentirme a mí mismo mucho más profundamente es “Concierto para un náufrago” de Honorio Marcos, que no es un escritor conocido, que no sale en los libros, ni nada, fue un escritor vagabundo que editó sus obras. Le conocí en el parque del Retiro en Madrid, el año 1982, desde entonces el eco de su obra perdura en mí. Un chico de mediana estatura, con barba corta, vestido con un traje con arrugas y desgastado. Fue durante una feria del Libro. Él estaba a las afueras, no le dejaron estar entre las casetas. Parecía hablar sólo. Dijo que¿por qué la gente compra los libros de las casetas, de los autores que firman autógrafos porque son famosos y no el suyo si no han leído ninguno para poder decidir, para poder comparar?. La gente le miraba como si fuera un loco, un extravagante, pero a mí me pareció lógico lo que dijo. Me acerqué a él. Le dije que si me podía dejar el libro para leerlo, es fino, y se lo devolvía, porque no tenía dinero, él me dijo que la voluntad. Saqué del monedero unas monedas, fue lo justo para volver en metro a mi casa y se lo dije. Se enfadó, o hizo como se enfadó, diciendo que justo quien decide leer su obra no tiene dinero. Se rió estrepitosamente. Yo no supe qué hacer, qué decir. Me lo dio, me dijo que el precio de un libro es leerlo. Y pasó de la risa a verse una lágrima que cayó por su mejilla derecha. No supe qué hacer, creí que había metido la pata en algo. Cogí el libro y le di las monedas, muy pocas, él no quiso, pero se lo pedí por favor. ¿Qué vas a hacer para volver a tu casa?, me preguntó. Iré andando le respondí. Me pidió el libro extendiendo su mano. Se lo di, triste por creer que me devolvería el dinero y se quedaría él con su querido ejemplar, pero me lo dedicó, “Ramiro, a ti de cuyo concierto participo”.

“Concierto para un náufrago” es de los cinco libros que más me han gustado después de haber leído cerca de setecientos libros, de los que de 567 tengo una ficha. Gracias a ese libro entendí y aprendí a leer a Rimbaud, a Hermann Hesse, Boudelaire, Verlaine, Allan Poe, Neruda, Pedro Salinas. No conozco a nadie que lo haya leído, ni al que le suene su autor, para mí un auténtico escritor.

Lo mismo que el poeta Antonio Cortijo, un hombre que necesitaba derramar su poesía. Por fin se publicaron algunos de sus versos y él me dijo que no le importaba que olvidasen sus palabras, ni que las pisotearan, sino que lo que le dolía es que fueran a la basura cubiertas de polvo sin que nadie las hubiera visto. ¿Sabes por qué?, me preguntó con un tono de misterio, y me respondió de seguido que porque es como si fuera por la calle y nadie le viera, o la gente es ciega o yo invisible. Me miró a los ojos y me preguntó ¿a ti te gustaría que te pasara eso?. Algunas veces habló con Salvador Negro, un poeta poeta que ha hecho de su poesía un destino, sin encontrar cauces para sus versos, como si fueran un manantial sin río, sin mar que le esperan. O Toño  Morala que hace del compromiso poesía y de ésta acción social, aun espera a las puertas de un libro que merece. O el poeta cubano, lleno de lirismo, Nelson Roque, el escritor de guiones de teatro breve José León, con sus obras políticamente incorrectas. El autor de “La chica de la falda de cuadros”, Elías Gorostiaga con su mirada ácida a la literatura (desconocida) contemporánea desconocida. Y muchos etcétera que cada cual conocerá.

Otro escritor que defiende la dignidad de escribir más allá de la madrastra-diosa-economía es Luis Valderrama, cuyos escritos rezuman reflexión sobre qué es escribir: “Escribir me supone una ansiedad que me instala al mismo borde de paros cardiacos intermitentes, pero si no escribiera, conociendo como conozco la magia de escuelas de Chicago y otros colegios fundados por los fondos monetarios; o los crímenes económicos de los bonos basura, viviría en depresión castrante y a expensas del infarto de miocardio. Y escribo y canto y lirifico, pero alejado de políticos y explotadores, te teóricos barbarizantes, ejerciendo docencias metidos hasta las cejas de palinodis, polionimias y homonimias y mitopoéticas que pretendiendo explicarlo todo acaban rodeando sus ideas practico teóricas de cábalas y nebulosas entre las que juegan a los dados angelitos y conscientes retrasados mentales“.

Pues bien, a pesar de todo cuando sea mayor quiero ser escritor, seguir escribiendo si es que dura esa llama de la palabra, para que la mente no sea un simple calidoscopio sino un eslabón más en la cadena (nunca terminada) de la escritura nunca terminada.

* Ramiro Pinto

LQSRemix

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