Detrás de nuestros placeres y remedios

Detrás de nuestros placeres y remedios

Juan Gabalaui*. LQS. Abril 2021

Parece imposible en un sistema capitalista plantearse una relación respetuosa entre el ser humano y otras especies, cuando el propio sistema nos convierte en productos que podemos ser utilizados para el interés de una minoría, o en el caso de los animales no humanos para el interés de una gran mayoría

Hace unos días leí un artículo sobre un experimento que conseguía reducir la obesidad en las ratas. Podríamos pensar que ¡bien por las ratas! pero resulta que estas no tienen obesidad a no ser que se les induzca. Las ratas tampoco son diabéticas ni sufren alzheimer excepto en condiciones experimentales en las que se les induce a padecerlas. Se experimenta con animales en los estudios sobre las neuronas espejo, el sueño o la consciencia aunque ningún resultado de estos estudios sea relevante para la existencia de estos animales. Solo es relevante para el ser humano. Las vacunas que se están administrando contra el COVID-19 también se han probado con ratoncitos. Este diminutivo es utilizado por los mismos científicos que experimentan con animales para minimizar lo que se hace con perros, gatos, ratas, ratones, monos y otros animales en los laboratorios. A los ratoncitos se les amputa o paraliza las extremidades, se les extirpa órganos, se les ciega o se les secciona partes del cerebro para que la ciencia pueda saber qué hacer con las dolencias relacionadas con el ser humano o aprender más sobre el funcionamiento cerebral o el sistema nervioso. Una sabiduría que se nutre del sufrimiento de otras especies.

El impacto mediático que ha provocado el maltrato animal en el laboratorio español Vivotecnia, visibilizado por la organización Cruelty Free International, pone de nuevo en relieve la manera en la que el ser humano se relaciona con otras especies. Podemos pensar en estos laboratorios, independientemente del grado de crueldad con la que se relacionen con los animales, como lugares en los que se niega el derecho a una existencia digna a seres conscientes, que experimentan dolor, y a los que se les induce estados de conciencia basados en el sufrimiento físico y mental. Pero no solo estamos hablando del derecho a existir de otras especies sino, también, de la dignidad humana. Si no somos capaces de respetar la vida de otras especies, ¿cómo vamos a respetar la nuestra? En un contexto pandémico, como el que vivimos, no se ha puesto en cuestión la utilización de animales en la experimentación sobre las vacunas porque se ha priorizado el bienestar humano sobre el de otras especies, y esta prioridad es la que nos acompaña desde hace siglos. No es solo la experimentación con animales no humanos sino la destrucción de sus hábitats, la producción y explotación industrial de alimentos cárnicos, pesca intensiva y sobreexplotación de los caladeros, los zoos y parques acuáticos, la actividades en los que se convierten en mera diversión y entretenimiento para los espectadores, caza recreativa, tauromaquia y un largo etcétera.

Parece imposible en un sistema capitalista plantearse una relación respetuosa entre el ser humano y otras especies, cuando el propio sistema nos convierte en productos que podemos ser utilizados para el interés de una minoría, o en el caso de los animales no humanos para el interés de una gran mayoría. Son objeto de alimento, de vestimenta, de diversión y de caprichos. Hace ya muchos años que se traspasó una línea ética en la relación con otras especies, por muchas regulaciones que se hayan hecho, por lo que, si no se pone un límite claro, seguiremos construyendo un mundo como una cámara de horror para otras especies y, de forma inevitable, para nosotras mismas. Porque tendríamos que dejar claro que meter a un animal en una jaula y jugar con su cerebro en nombre de la ciencia no es ético. Y hacerlo solo abre la puerta a que se siga practicando el horror con seres sintientes, que tienen conciencia de su existencia y que quieren vivir. La cuestión no es hasta dónde podemos llegar sino no llegar a matarlos. Es una cuestión de principios. Nuestra relación con otras especies está basada en la ignorancia, en el desconocimiento y en el no querer ver. No sabemos cómo llega la carne y el pescado a nuestros platos, creemos que el atún es esa cosa que está dentro de una lata, que nuestra ropa de cuero y nuestras botas de piel de serpientes son elegantes y las cremas, que dicen que nos quitan las arrugas, y los medicamentos, que nos alivian el dolor, producto de una ciencia aséptica y neutral. Y en el caso de que se nos revele el sufrimiento que hay detrás de nuestros placeres y remedios, siempre podemos tirar de cinismo. La memoria de pez, que no existe en los peces, se hace realidad en los seres humanos. Desechamos rápidamente lo que nos cuestiona éticamente.

La relación con otras especies sigue la misma lógica de las relaciones de dominación que se dan entre los seres humanos. Dominar a los estratos inferiores de la sociedad. Dominar a las especies consideradas inferiores al ser humano. Se les limita a una condición de utilidad. Si nos sirven hacemos uso y si no, no tenemos reparos en deshacernos de ellas. No existen para vivir sino para servirnos. Nos pueden alimentar, nos pueden salvar la vida y nos pueden divertir. Pero ante su voluntad de vivir permanecemos con los ojos cerrados y las manos tapando los oídos. Por esto el humanismo tradicional no es suficiente. La dignidad humana está vinculada directamente a una relación respetuosa con otras especies. Fuera de esto, simple y abrumador horror.

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