El agua fatigada

El agua fatigada

El pasado domingo 20, fue el  Día Internacional antifracking. Hoy es ya una jornada más. Es decir, el futuro constante. No es cuestión de parar el presente. Y, dada la velocidad a la que vamos a ninguna parte, tropezando por la espesa sopa cósmica de una información digital imposible de digerir, ese Día (como el Día de las abejas, el agua, el cáncer de mama, la enfermedad coronaria, las instituciones, la Cruz Roja, los malos tratos a la infancia, el colibrí…) ya no existe, es noticia vieja, es un producto caducado en el mundo de la comunicación. Un cadáver que ha pasado por el sumidero al olvido colectivo. Todo lo más se acordarán de él y de lo que significa, unos pocos allegados. Y apenas si nadie más.

Me puse mi cibersilla de ruedas portátil y nos fuimos a la concentración. Hubo gente, pero no la magnitud de gente que uno se puede esperar en algo de tanta gravedad. El fracking, la fractura hidráulica es el acabose. Sobra la información acerca de esta técnica de extracción de gas subterráneo. No es cuestión de repetir lo que está tan claro como el agua sin contaminar. El fracking es un paso definitivo hacia las aguas dulces muertas. Envenenadas irremisiblemente. Los consorcios que se dedican a la fractura hidráulica llegan, sondean, extraen y se van. Atrás dejan la desolación y el gas saliendo por los grifos de las casas.

Aquí no es ya cuestión de ideologías ni zarandajas. El agua es un bien esencial para la vida y de su necesidad no se libra nadie. Ni pobres, ni ricos, ni feos, ni guapos. Nadie. El cuerpo humano, ese carbono ambulante, está constituido por un 70% de agua y el planeta entero igualmente. Si seguimos trocando el agua dulce por derivados del petróleo, esa aritmética del dinero nos hará la vida imposible a todos. Probablemente sobrevivan únicamente los escarabajos kafkianos como Gregorio Samsa.

Uno de los principales fundamentos que nos impulsan poderosamente a la supervivencia individual y como especie es el horror al dolor y a la muerte. Otro es la tendencia al placer y al bienestar. Ambos están subordinados a la respiración elemental y al beber agua limpia. Hidratarse. No quiero parecer demasiado bucólico pero, cuando voy por lo pueblos y veo las tan numerosas fuentes con el rótulo de “Agua No potable”, me produce un inquietante malestar y aparecen los malos presagios. Me siento un cuerpo extraño en la tierra. Beber agua del manantial de una aldea o de un barrio formaba parte del ritual de acogida.

Pero es que somos seres paradójicos. Abrazamos la estupidez como si en esa “opera buffa” del Progreso nos fuera la vida. A pesar del miedo cerval al fin de a comedia, hacemos lo posible y lo imposible por acabar de mala manera, ahogados por los venenos y los obstáculos que nosotros mismos hemos fabricado como negocio.

No hace falta ser un fanático de los documentales acerca de la naturaleza para comprobar que todos los animales, sobremanera los de sangre caliente, crían y cuidan a sus cachorros, empeñando si necesario, su propia existencia. Todos menos uno. No hace falta nombrarlo. Hay amplia literatura sobre su descastada soberbia y su ceguera voluntaria. La herencia que deja a sus hijos es un planeta enfermo de cierta gravedad y empeorando. Mientras se perpetra el deterioro, se busca por el inmenso cosmos, un lugar a donde ir, cuando, si existiera, no está a nuestro alcance.

El Día Internacional contra el fracking ya ha pasado. Ahora es el momento de los accionistas que fatigan con sus máquinas el subsuelo.

* Director del desaparecido semanario "La Realidad"

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