El año que viviremos peligrosamente

El año que viviremos peligrosamente

Iosu Perales*. LQS. Enero 2019

Haríamos muy mal haciendo lecturas separadas, fraccionadas, de lo que está ocurriendo en diferentes partes del planeta. Desde el fin de la segunda guerra mundial no hemos vivido un momento más peligroso que el actual, algo que merece una reflexión

El mundo está dando un giro a la derecha, más exactamente hacia una extrema derecha alimentada por el ascenso y extensión de ideas antimigratorias, xenófobas y de ataque a las libertades y a la democracia. El mapa europeo de la extrema derecha se afianza además con el antieuropeísmo. Algunos datos: Alternativa para Alemania tiene un 12,6% de apoyos electorales cosechado en las últimas elecciones a las que ha concurrido; el Partido Popular Danés el 21,1%; el Frente Nacional francés el 21,3%; el Partido del Pueblo Suizo el 29,4%; Demócratas Suecos el 12,9%; el partido polaco Ley y Justicia el 37,6%; el Movimiento por una Hungría Mejor el 19,1%; el Partido Liberal de Austria el 26,0%; el italiano Liga Norte 17,4%; el Partido por la Independencia del Reino Unido el 1,8%; el Partido para la Libertad, holandés, el 13,1%. Por su parte, en Andalucía, VOX ha logrado el 10,97%.

Este es un mapa significativo que deberíamos completar con los porcentajes de otros partidos de extrema derecha que también están presentes en Europa. Ya no se trata de un problema francés, ahora lo es de toda la Europa democrática. En este sentido veremos qué desvelan las elecciones al parlamento europeo de 2019. Contienda que ya está alentando el intercambio y configuración de una Internacional de la Extrema Derecha, lo que podría tener graves consecuencias de obtener buenos resultados.

Lo grave de este nuevo escenario es que en Europa los muros de contención de la extrema derecha están muy dañados. La socialdemocracia está sin capacidad de respuesta. Ejemplos llamativos son la desaparición del partido griego Pasok; la brutal caída del Partido Socialista francés, cuyo candidato Benoit Hamon obtuvo un 6% en las presidenciales de 2017; el Partido Laborista Holandés pasó en 2017 de treinta y ocho escaños a nueve; el propio PSOE ha perdido casi la mitad de los votos desde 2008. Otros ejemplos son igualmente humillantes. Muchos votantes clásicos de la izquierda moderada están dando su voto a fuerzas de extrema derecha desde un estado de frustración y de sentimiento de abandono. Hace doce años la Unión Europea era un club para progresistas, hoy hay apenas cinco gobiernos con rasgos de izquierdas.

En América Latina la victoria electoral del fascista Jair Bolsonaro, una mezcla de Trump y Pinochet, cambia la correlación de fuerzas y nos advierte, de un lado, de la militarización de Brasil con sus consecuencias en la criminalización de los movimientos sociales y, del otro, de la continuidad de la mala influencia norteamericana en América Latina. El peligro de contagio a otros países del continente es una posibilidad real.

Haríamos muy mal haciendo lecturas separadas, fraccionadas, de lo que está ocurriendo en diferentes partes del planeta. Desde el fin de la segunda guerra mundial no hemos vivido un momento más peligroso que el actual, algo que merece una reflexión.

El mundo está tan globalizado, interconectado, que la suerte de su estabilidad o inestabilidad se está jugando en tableros que aunque nos parezcan lejanos tienen una influencia en nuestras vidas

Lo cierto es que el mundo, desde la llegada a la presidencia de EEUU de Donald Trump, es más caótico e impredecible. Lo que está ocurriendo propone dos planos de análisis: el ámbito nacional que nos llevaría a profundizar país por país en las causas precisas de este giro generalizado a la derecha; y el ámbito mundial, que configura un estado general desfavorable para la paz y que fomenta la multiplicación de conflictos, y la confrontación bélica, lo que produce una asociación entre globalización económica y globalización armada. El declive electoral afecta asimismo a fuerzas políticas de lo que podríamos llamar derecha civilizada. Vivimos el castigo a fuerzas políticas que tras la segunda guerra mundial pactaron el estado del bienestar y que han sido neutralizadas por un neoliberalismo de confrontación extrema y, ahora demás, sufren castigos electorales a manos de fuerzas neofascistas. Desde luego conservadores y socialdemócratas son muy responsables de haber accedido a una globalización que genera malestar e inseguridad y es el suelo donde crecen partidos con agendas sectarias, excluyentes y confrontativas.

La extrema derecha es un peligro por la fuerza que pueda llegar a alcanzar por sí misma. Pero lo es también por la presión y el empuje que puede tener sobre las derechas tradicionales tentadas de hacer suya la agenda política extremista para no perder caladeros de votos. El caso de Andalucía es muy claro. La Europa que se está dibujando hace saltar todas las alarmas. Si ya la unión política es casi una quimera, en adelante la soberanía compartida sufrirá agresiones y una unión de contenido social se tornará imposible.

Pero, siendo sincero, me preocupa más el aumento de las tensiones globales que puedan acercarnos a una tercera guerra mundial. ¿Saben por qué? Porque nunca como ahora, en los últimos setenta años, el ambiente general mundial ha sido tan favorable a los ataques a la democracia y a la paz; nunca como ahora habían convergido tantos países con una extrema derecha en auge; nunca como ahora los tambores de guerra han sonado en tantas partes al mismo tiempo. Nunca antes Estado Unidos había tenido un presidente tan excéntrico y provocador que se jacta de tener el botón nuclear en su propia mesa de trabajo. Nunca como ahora, ya es decir, el sionismo aprieta para abrir una guerra con Irán. A ello se une los intereses de una industria de las armas, es decir de las guerras que se vuelven indefinidas.

El mundo está tan globalizado, interconectado, que la suerte de su estabilidad o inestabilidad se está jugando en tableros que aunque nos parezcan lejanos tienen una influencia en nuestras vidas: Medio Oriente y en particular la pugna entre Israel e Irán puede terminar arrastrando a las grandes potencias a una guerra con intervención directa. 2019 será un año en el que viviremos peligrosamente.

Como es sabido, el sionismo israelí suspira por lanzar un ataque a Irán, bombardeando primero territorio Sirio y ampliando seguidamente el conflicto a su enemigo principal. Si esto ocurre hay muchas posibilidades de que Rusia intervenga militarmente y el Hezbolá libanés abra otro frente con Israel. Queda por saber el juego final de Estados Unidos que no dejará abandonado a su aliado sionista. Son dos grandes factores los causantes de tanta inestabilidad bélica: el neoliberalismo de guerra que se disputa el control de materias primas, y la geopolítica que busca la dominación de amplias regiones estratégicas, pertrechada de armas nucleares. Las tendencias autoritarias inherentes a las potencias que se disputan hegemonías son una realidad.

El ascenso de la extrema derecha en Europa y en América requiere de medidas nacionales, pero también de otras medidas globales, mundiales. Son dos hechos que perjudican a la resolución de los conflictos en terceros escenarios (Medio Oriente, Asia central…) por la vía del diálogo y la negociación. La derecha radicalizada sólo entiende de violencia y puede canalizar su islamofobia por la vía de más guerras. Es urgente que las relaciones internacionales impongan el multilateralismo y las negociaciones como herramienta de superación de conflictos. Los grandes países, las grandes potencias, si quedan sueltas, al libre albedrío, son un peligro para la paz mundial y más si están dirigidas por un tipo desequilibrado como Donald Trump, quien por cierto busca un nuevo orden geoeconómico y geopolítico, a cualquier precio. Claro que China tiene cosas que decir en la guerra comercial ya desatada.

* Agencia Latinoamericana de Información (ALAI)

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