El capitalismo europeo bajo el pangermanismo

 

Son años de incertidumbre. Los derroteros por donde transita el capitalismo abren las puertas a un orden totalitario. Las nuevas formas de dominación no auguran un futuro democrático. El aumento de las desigualdades y la pérdida de derechos políticos, económicos, culturales y sociales de las clases populares y unos degradados sectores medios, cuyos sueños de consumo se esfuman, coincide con el establecimiento de un sistema que usa la violencia física como arma privilegiada para reprimir manifestaciones. Los principios de igualdad, libertad y fraternidad, nacidos de la revolución burguesa y democrática, no tienen posibilidad de prosperar en el neoliberalismo. Resistir las reformas, sean constitucionales, laborales, educativas, sanitarias, se transforma en un acto estéril. Las clases dominantes, los poderes fácticos, entre ellos los financieros y trasnacionales, hacen oídos sordos. 

Está en juego la pervivencia del capitalismo, cuya hegemonía se proyecta bajo nuevos principios. Otro imperialismo aflora y sus pasos no vaticinan nada halagüeño. Entre los amos del mundo hay consenso. El capital financiero tiene la batuta y dirige la orquesta. Impone su ritmo. Las elites políticas deben seguir el compás. Cambiar de programa muestra debilidad. Cueste lo que cueste y caiga quien caiga se impone un itinerario. El patrón de acumulación de capital no debe sufrir cambios de última hora. Es peligroso saltarse la bitácora. El futuro está en marcha y quien lo cuestione, que se atenga a las consecuencias. No caben alternativas. El proyecto dibuja un Estado neo-oligárquico de exclusión social bajo la égida de unas fuerzas de seguridad con patente de corso para reprimir cuanto sea y donde sea. 

En este proceso histórico vive Europa desde los años 70 del siglo pasado. Ningún país ubicado en su geografía ha nadado contra corriente. Ni qué decir de los procesos abiertos tras la caída del Muro de Berlín y la hecatombe soviética. Polonia, Hungría, Bulgaria, Rusia y el conjunto de estados emergentes Bosnia, Croacia o Serbia se acoplan sin rechistar. De enemigos declarados del liberalismo han pasado a ser miembros de la Unión Europea y otros hasta se integran en la OTAN.

Visto en perspectiva, pareciera que estamos en presencia de un proyecto perfectamente construido y con directrices concretas. Reformar el Estado para facilitar la desregulación, la privatización y la descentralización. Sin embargo, no todos estaban en las mismas condiciones ni partían de la misma realidad. Hubo países que buscaron recuperar su papel hegemónico y convertirse en un factótum de poder en una Europa que se redefinía a marchas forzadas. Alemania veía cómo la reunificación la hacía más fuerte y con ello su voz cobraba más peso en el escenario de post guerra fría. Fortalecida y bajo el mando de la democracia cristiana, fue ganado terreno. Su papel hegemónico tendrá, con la llegada del euro, su puesta de largo. Entre 1991 y 2002, fecha de entrada en circulación del euro, Alemania emprendió un ciclo de reformas estructurales y logró situarse en la avanzada. El desarrollo de Alemania del Este costó 2 billones de euros y ha sido descrito como el mayor programa keynesiano de la historia. Exigió nuevos impuestos, grandes desembolsos sociales para cubrir a millones de nuevos parados y jubilados, enormes inversiones ambientales y en infraestructura. La política de Kohl en la reunificación fue una victoria política que desencadenó una crisis económica de 10 años. Se atacó a los sindicatos, se bajaron los salarios y de paso se emprendió una expansión hacia los viejos países comunistas. Su aliado, como siempre en la historia, será Rusia. El rearme económico, los cambios en la estructura productiva y su aumento de la competitividad, bajando salarios, y la entrada del euro, desembocan en una explosión exportadora de los productos alemanes, que ganan mercado a costa de sus competidores europeos. Desde 2002, la industria alemana dobló sus exportaciones, pasó de representar 20 por ciento de su PNB a fines de los 90 a ser 46 por ciento en 2010. En 2007 Alemania obtuvo un superávit comercial aproximado de 200 mil millones de euros. Mientras tanto, 19 de los 27 países de la UE registraban un déficit en su comercio exterior. 

Los cambios introducidos en la economía germana han creado el mito de ser un país que cumple, que se ciñe a los acuerdos, que no despilfarra, ajusta el déficit público y de paso crea empleo y crece. Mito que se desvanece si consideramos que el aumento de empleo deviene de la precarización. El sector de salarios bajos, que en 1995 representaba a 15 por ciento de los trabajadores, en 2011 emplea a 25 por ciento. El 42 por ciento de ex empleados del sector tradicional que han perdido su empleo encuentran trabajo en el sector de salarios bajos y la estadística oficial señala que 71 por ciento de los nuevos empleos son precarios, parciales o temporales. Hay 8 millones de empleados a tiempo parcial, con contrato limitado. El milagro alemán no lo es tanto. Sin embargo exportan su receta al resto de países de la UE. Dictan políticas, definen tiempos y califican economías y primas de riesgo según sus intereses. Para ellos, los países que hoy están siendo rescatados lo son por su ineficiencia y por el despilfarro del gasto público. Además, consiguen ser vistos como los adalides de la nueva Europa. 

La simbología nazi es pasado, al menos en cuanto a la parafernalia se refiere, no así en cuanto ideología nacionalista que domina la mente de los líderes y dirigentes que hoy tienen el poder en la Alemania de post guerra fría. Sus deseos de control de Europa guían las políticas económicas de los teutones. No resulta extraño que el ex canciller Helmut Schmidt hable de bravuconería autoritaria cuando se refiere al discurso nacionalista que emana de la canciller Ángela Merkel, el Bundestag y los poderes económicos reunidos en el Bundesbank. 

Hoy emerge un nuevo pangermanismo, cuya fuerza radica en el control económico y político de las instituciones europeas. No ha sido necesario recurrir a la esvástica, la Gestapo, invadir países y mostrar la fuerza militar. Tampoco les hace falta contar con un Führer atrincherado en la superioridad étnica de la raza aria para elevar la moral del pueblo alemán. Les basta con mover los hilos de sus bancos, trasnacionales y crear comisiones ad hoc en los países en crisis, recordándoles su rol de comparsas y la obligación de arrodillarse. En esta lógica se puede entender que representantes de las dos sindicales más importantes de España, Unión General de Trabajadores y Comisiones Obreras, pidan audiencia a la canciller Merkel para exponerle sus demandas, y que una comisión de diputados alemanes se entreviste con los indignados del 15-M para escuchar sus propuestas. La pérdida de soberanía en países del viejo continente a favor de Alemania expresa en el sobrepoder que gana un pangermanismo afincado en los deseos de dominar el mundo. Primero Europa, luego veremos… 

* Publicado en“La Jornada” 

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