El destino de León Felipe

El destino de León Felipe
Escultura de León Felipe, obra de Julián Martínez en el bosque de Chapultepec (México)

Arturo del Villar*. LQS. Marzo 2019

Puedo explicar mi vida con mis versos. Puedo sacar mi biografía de mis poemas Así lo estoy haciendo. Siento que mi carne está demasiado presente aún en la aventura poética

Escultura de León Felipe, obra de Julián Martínez en el bosque de Chapultepec (México)

La sublevación de los militares monárquicos en 1936 marcó el destino de los españoles que se vieron obligados a participar en ella de alguna manera, y también de la generación posterior que padeció sus consecuencias. Uno de los más implicados en el devenir de aquellas circunstancias excepcionales fue León Felipe, porque no solamente cambió su vida, sino que también modificó su escritura poética, hasta el punto de convertirse en el poeta más significado del exilio. Y en el exilio mexicano murió el 18 de setiembre de 1968, día exacto en que se cumplió el centenario de la Gloriosa Revolución que expulsó a Isabel II del trono, como si lo hubiera elegido él a propósito para confirmar su amor a la República.

En el prólogo en verso que escribió para presentar su traducción del Canto a mí mismo de Walt Whitman, se preguntó cuál era la biografía del gran cantor americano de la democracia y la fraternidad, y concluyó:

Los grandes poetas no tienen biografía,
tienen Destino.
Y el Destino no se narra…
se canta…

Todas las citas se hacen por la edición de sus Poesías completas publicada por Visor Libros en Madrid en 2010, indicando solamente la página; en este caso, 1114.
Cantó su destino en la abundante obra compuesta en el exilio, mucho más importante que la precedente. Antes de la rebelión militar había editado cuatro libros originales y una antología, y entre 1937 y 1968, año de su muerte, aparecieron trece nuevos títulos, dos antologías y unas Obras completas (1963), que se han continuado con cuatro libros póstumos. La poesía del exilio trata fundamentalmente ese tema, el del exilio, recurrente, por no decir único en su poética. Así se cumplió su destino de español situado en una época crítica de la historia, y se convirtió en el poeta del exilio
Probablemente lo que le hirió el espíritu no fue el hecho de salir de su patria en 1938, ante el giro negativo de la guerra para el Ejército popular de la República, con el que se identificó. No parecía que anteriormente se hubiera sentido vinculado a ningún lugar, desde que en la infancia abandonó su Tábara natal en la provincia de Zamora para iniciar la errancia por España sin dejar recuerdos, porque no tenía “comarca, / patria chica, tierra provinciana”, ni tampoco patria grande, según explica el poema “¡Qué lástima!” de su primer libro, publicado en 1920, Versos y oraciones de caminante (p. 78). Y es verdad que siempre sintió la atracción del camino. Le gustaba caminar para descubrir tierras y gentes, aunque debió hacer un alto en el camino para quedarse tres años inmovilizado en la cárcel, a consecuencia de las deudas contraídas por su mala organización.
Su destino le había impelido a caminar, sin afincarse en ningún sitio mucho tiempo en España, e incluso formó parte de una compañía teatral. Residió en la colonia española de Fernando Poo, y en 1923 se trasladó por primera vez a México, después a Estados Unidos y a Panamá, sin que le disgustara el alejamiento elegido deliberadamente de España. Era un emigrante voluntario, que componía sus versos y oraciones por los caminos, sin sentir nostalgia de ninguna parte por la que pasaba.

El llanto por el exilio

Todo cambió con la sublevación militar. Se sintió obligado a regresar a España para ponerse al servicio del Ejército leal, e integrarse en la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Colaboró en la guerra como miliciano poeta, y cuando ya se vio que estaba perdida para la República, debido a la colaboración de los nazis alemanes, los fascistas italianos y los viriatos portugueses con los militares rebeldes, mientras el mundo cumplía el Acuerdo de No Intervención solamente para no ayudar al Ejército leal, salió de España, esta vez como exiliado político, y para siempre.
La fecunda etapa del exilio consiguió retenerlo la mayor parte del tiempo en el Distrito Federal de México, en donde tenía una esposa, un trabajo seguro, una casa propia, una patria chica y una patria mayor de adopción. Reunió lo que nunca antes había poseído, y pese a ello se sentía dolorido y lloraba. Es una extraña situación. Hasta entonces no había tenido nada, abandonó voluntariamente cuanto poseía, incluso la patria, sin sentir ganas de llorar por eso: gozaba de su libertad para explorar caminos. Todo cambió a partir de marzo de 1938, cuando inició su camino con la España peregrina, como la llamaron los republicanos exiliados al titular una revista. El romero que se retrató en su primer libro caminando por el placer de hacerlo, había pasado a convertirse en un peregrino sin saber adónde le llevaría su destino de español republicano derrotado en una guerra cainita.
No había sentido extrañamiento durante su caminar de viajero voluntario, pero el exilio político forzoso le obligó a llorar por su destino. Por eso tituló un libro Español del éxodo y del llanto, el poemario ya impreso en México en 1939 con la expresión del dolor provocado por el exilio. El llanto fue su refugio desde entonces, hasta hacerlo norma poética, hasta el punto de escribir: “Creo en la dialéctica del llanto” (p. 271).
Es curioso constatar que otro poeta compañero de exilio, también muerto en México, Luis Cernuda, se declarase contrario a esa proposición que aseguró no entender, y así lo consignó en el capítulo que le dedicó en sus Estudios sobre poesía española contemporánea (Madrid, Guadarrama, 1957, p. 144), con lo que demostró una incomprensión absoluta acerca del sentimiento personal inspirado de la poesía, que parece inconcebible en él precisamente:

No veo cómo podrá ayudar con mis lágrimas, aun suponiendo que éstas estuvieran prontas a correr sin duelo, como las de Salicio, a remediar la situación del mundo, ni en qué la mejorarían los poetas, convirtiéndolo en universal muro de las lamentaciones.

Las lágrimas de León Felipe se canalizaron en sus versos, y de esa manera proporcionaron a sus lectores una posibilidad de compartir el mismo “dolorido sentir”, como dijo Nemoroso en respuesta a Salicio, por seguir garcilaseando. El llanto lírico de los poetas no puede mejorar el caos mundial, como es lógico, pero invita a compartir una emoción que suele ser colectiva. Parece que Cernuda entendió la propuesta de León Felipe al pie de la letra, y no en sentido metafórico. Es cierto que en la poesía cernudiana no se advierte ningún dolor por el exilio en que se vio obligado a vivir y morir, y probablemente por ello no podía comprender la declaración de su colega. Andaba por otros caminos, atendía a otras voces que le aconsejaban acerca de otros temas, y le parecía que León Felipe dilapidaba su voz y perdía su tiempo, recomendando algo que desde luego no iba a cambiar el mundo ni el destino de las personas.

La misión del poeta

Sin embargo León Felipe señaló una definición global de la humanidad cuando se dirigía a Walt Whitman con esta afirmación escueta: “El hombre es la conciencia dramática del llanto.” Y en otro escrito perteneciente a su libro Ganarás la luz (1943) aseguró tajantemente: “No sé cuál fue la palabra primera que dijo el primer filósofo del mundo. La que dijo el primer poeta fue ‘¡Ay!’” (511). Una afirmación indemostrable, puesto que nadie sabe quiénes fueron el primer filósofo y el primer poeta, pero significativa por cuanto presupone el origen de la poesía en el dolor, algo que importa para comprender su motivación para escribir.
Mediante esta teoría no pretendía llegar a un masoquismo estéril, sino establecer un medio de comunicación. Quiso convertir su historia personal en un resumen de los sentimientos generales, cosa únicamente permitida en la poesía. Es probable que su aproximación a Israel se debiera a las lamentaciones de sus profetas contra el pueblo contumaz, al que anunciaban toda clase de desgracias, con ayes asegurados.
Lo mismo que el profeta, el poeta se encuentra solo en ocasión de exponer su mensaje, y a menudo también clama en el desierto, porque sus recomendaciones no son atendidas. Eso no le desanima, sino que continúa expresando las causas de su dolor. En la creencia de León Felipe el poeta tiene una misión, que debe cumplir por encima de cualquier circunstancia adversa. Ha de valerse por sí mismo, si quiere llegar a terminarla satisfactoriamente, sin pedir nada ni esperar nada, como no sean el desprecio o la incomprensión de sus oyentes o lectores.
Esta idea se hallaba arraigada en el poeta, puesto que ya la anunció con ocasión de dar su primer recital en el Ateneo de Madrid en 1919, según su recuerdo, o a comienzos del año siguiente, según corrección de su amigo Gerardo Diego, basada en los suyos y expuesta en el prólogo a su Obra poética escogida, editada por Espasa—Calpe en Madrid en 1975. Fuera cuando fuese, que la variación es de poca importancia, lo interesante es saber lo que explicó entonces a sus oyentes: “La belleza es como una mujer pudorosa. Se entrega a un hombre nada más, al hombre solitario, y nunca se presenta desnuda ante una colectividad.”
De esa rotunda aseveración se deduce que si el poeta anhela conocer a la belleza para describirla en sus escritos, ha de dirigirse a ella en solitario. La mención de la belleza se comprende en el comienzo de su escritura, porque después iba a procurarse una musa menos esplendorosa pero más persuasiva, incluso fea. En lugar de la palabra belleza entendemos poesía, y aceptamos que se revele a un hombre nada más, ya que en el momento de la creación no es necesaria ninguna compañía, así como en la predicación de los profetas bíblicos bastaba con uno solo para alertar al pueblo. Lo que debe hacer el poeta es conseguir la complicidad del lector o del oyente.

Con el pueblo

El poeta establece la comunicación con la belleza, o la poesía o la musa, según se prefiera entender, pero no se limita a disfrutar él solo de esa comprensión, sino que se dispone inmediatamente a ampliarla a los demás. Así cumple la responsabilidad adquirida. El poeta que se guardara para sí solo cuanto ha recibido en esa inspiración (palabra a menudo denostada, pero necesaria) lírica sería indigno de recibir ese nombre. De hecho, el escritor que compone un poema procura enseguida hacerlo público de alguna manera, la más usual era haciéndolo imprimir, aunque ahora dispongamos de otros medios electrónicos más rápidos para establecer la comunicación con personas desconocidas.
La utilidad de la poesía reside precisamente en esa posibilidad de comunicarse con un incierto número de personas, a las que el autor desea hacer copartícipes de sus ideas. Este punto resulta esencial para entender las intenciones estéticas de León Felipe. Cuanto queda escrito se refiere a su poética, que en algunos casos pude extrapolarse a otros poetas, sin generalizar. Entendía él que el poeta se dirige al pueblo, se preocupa por el pueblo, quiere convertirse en su portavoz, pero lo hace partiendo de su experiencia personal. Comienza por interpretar él las voces que escucha en su soledad, para transmitirlas enseguida, o bien se decide a copiarlas para solicitar la colaboración de los lectores.
Nunca se queda con nada de lo recibido, sino que lo devuelve todo más sencillo, más clarificado por su mediación y su conocimiento íntimo de las cosas. La percepción del poeta es el puente permisible y forzoso, un puente tendido en la historia. La voz no le pertenece al poeta, sino a la humanidad a lo largo de su historia. Vida y poesía son una misma cosa: la poesía es autobiografía, en la que se materializa el destino del poeta, como escribió sobre Walt Whitman y quedó citado antes. No caben dudas acerca de ello, según explicó en Ganarás la luz:

Puedo explicar mi vida con mis versos. Puedo sacar mi biografía de mis poemas Así lo estoy haciendo. Siento que mi carne está demasiado presente aún en la aventura poética (483).

Al final la memoria dejada por el poeta es su poesía, su voz hecha patrimonio de la humanidad entera. En consecuencia, no hay más que un solo poema en el haber de cada poeta. Es decir, el poeta vive su vida al realizar su responsabilidad, por lo que su biografía es su poesía desarrollada a lo largo de los libros y los años. Una postura alejada del narcisismo o del esteticismo. La vida del poeta no es suya, puesto que su destino limita su estancia en el mundo a ser responsable del pueblo.

La experiencia del lloro

Pretender negarse a esa entrega total a la poesía sería la peor de las deserciones, puesto que equivaldría a abjurar de la vida misma, con lo que se harían imposibles al mismo tiempo la poesía y la biografía, y no podría cumplirse el destino del poeta. Véanse los “prologuillos” a su primer libro, en los que dejó expuesta una poética en trozos, que iría cumpliendo en sus publicaciones sucesivas. Por ejemplo mejor, recordemos su pena porque la poesía no esté dada a todos los seres,

al príncipe y al paria,
a todos…
sin ritmo y sin palabras
(62).

Se comprende así porque la poesía, por supuesto, no se reduce al verso, ya que es la vida misma, y se comunica por el hecho simple del existir:

Deshaced ese verso.
Quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma…
(72).

Para que la autobiografía que es asimismo testamento del poeta sea válida necesita contar con una serie de requisitos imprescindibles. Uno de ellos consiste en que sea peculiar, que tenga voz propia y se exprese de tal manera que todos sean capaces de atenderla. Es aleccionador, en este sentido, un poema de senectud, incluido en su último libro, ¡Oh, este viejo y roto violín! (1965), al que podemos considerar un resumen de la poética de León Felipe explicada desde la experiencia consumada de su destino:

Aquí no hay más acento que el mío.
Este poema lo he inventado yo…
¡Y yo impongo el único acento que me sirve!
¡El mío!
Es un versículo que yo uso ahora por vez primera.
Es un versículo que sólo se consigue con los años.
Yo tuve que cumplir ochenta años
para poder usarlo.
¡Y haber llorado mucho!
Es un acento que me viene de muy lejos…
(745).

Maticemos la declaración de que sólo se consiga con los años: lo cierto es que la experiencia acumulada en la transmisión de los mensajes a lo largo del tiempo permite dominar perfectamente el empleo de las palabras, aunque el poeta ya demostró saber expresarse así desde el primer momento, desde que asumió gozoso su destino para alertar al pueblo como su portavoz, y además siempre quedará latente el misterio de la inspiración.
En todo caso la exactitud de sus palabras nos conmueve, porque resumen efectivamente una larga vida a manera de testamento. Su destino resultó trágico, le obligó a convertirse en un español del éxodo y del llanto, debido a las convulsiones de su tiempo vital, y lo cumplió y lo relató para justificarse ante la posteridad por haber llorado tanto.

* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.
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