El efecto de leer a Yván Silén

El efecto de leer a Yván Silén

Se trata éste de un espacio en el que el pensamiento despliega su temple, percatándose de que no hay que pedir permiso para pensar ni recurrir al fundamento de una autoridad para escribir… A tono con esto, Iván nos propone una única alternativa, y ya no un catálogo de opciones. Se trata de una alternativa antiquísima, repleta de memorias intensas, de voces que, como las de Artaud, Van Gogh, Nietzsche, Martín Adán o Alejandra Pizarnik, han sucumbido a la carnalidad espiritual de sus obras; se trata de una alternativa tan real como ilusoria, tan imaginaria como fáctica, tan verdadera como ficticia…Francisco José Ramos

Fue y es el poeta el que me ha dicho durante toda la vida lo que soy, lo que debo ser, y lo que seré. He “sido” por el poeta, éste me ha “obligado” (aquí el destino es querido) no sólo a cruzar infinitas veces por el ojo de la aguja, sino que me ha hecho cruzar el Gehena, el Hades, o el infierno en todas sus manifestaciones.YS

Perfil

A la pregunta esperada, ¿quién es Iván Silén (1944)?, una respuesta (entre otras posibles) directa: es el único escritor puertorriqueño de la segunda mitad del siglo XX —generación de 1970 (con Rosario Ferré)— que ha desarrollado una obra variada y extensa (poesía, “filosofía,” ensayo, novela, cuento, teatro, crítica literaria, pintura, docencia, activismo) a partir de la carnalidad entre el poeta (esquizo) y el filósofo (rebelde):

Nosotros estamos proponiendo… No el ‘filósofo artista’ de Nietzsche, no el ‘filósofo poeta’, sino el ‘poeta filósofo’. La posibilidad política y ontológica de que el filósofo ascienda hasta el poeta.

Uno de los escritores más individualistas de esa generación (y hay varios que lo son en demasía, como Joserramón Che Meléndez), es el único que, siguiendo de cerca a Pessoa y a Borges, ha minado su literatura de heterónimos y de alter egos narcisistas, que se miran política y libidinosamente en la pelea diaria de la literatura puertorriqueña.

Como le cabe a una personalidad “áspera,” que no se acobarda ante el poder y que no se rinde frente a la asimetría de la afrenta, Silén se perfila como un escritor “guerrero” que mata con la pluma. Un neocervantino que, por ejemplo en el libro de ensayo Nietzsche o la dama de las ratas (1986), le hizo un ajuste de clase al aristócrata nietzscheano, creando así —sin por ello matar a Nietzsche, a quien admira críticamente— un nuevo personaje en la literatura puertorriqueña: “el paria,” semilla de otras subjetividades que Silén creará, como la del “El Antinihilista,” en lucha contra el poder, esta vez de la posmodernidad dominante. Una pelea que posiciona al “poeta guerrero” entre los intelectuales más antiposmodernos de la finisecularidad puertorriqueña (años 80 y 90). Uno de los pocos que, entre otras críticas que le hace a la literatura contemporánea, ha condenado el fetichismo de la “intertextualidad” como algo que no hace sino “corromper la originalidad” de la obra.

Además, Silén es de los pocos de su generación que problematiza literariamente (con fervor conscientemente anacrónico) su religiosidad, que en su caso remite a la tradición que Samuel Silva Gotay estudió en Protestantismo y política en Puerto Rico (1998). Un protestantismo silenizado, por supuesto, que al recordar las lides literarias del pasado juvenil (en la década de 1970), pone en claro la naturaleza de la batalla que entabla con sus iguales: “Pero ellos, no yo, eran los que no podían bregar con la propuesta cristiana que yo representaba y he seguido representando <ateamente> hasta el día de hoy.”

Rara avis; un poeta-filósofo que ha creado un universo literario sin par en la literatura de la isla, como subraya Silva Gotay en la contratapa de La novela de Jesús (2009): “Dice el Génesis literario, que en el octavo día, Dios creó a Yván Silén y rompió el molde de las cosas, para asegurarse que no volvería haber otro.” Un personaje que se autoproclama (y lo tematiza en su obra) el crucificado, el marginado, el silenciado, el exiliado, el censurado, el desempleado de la literatura puertorriqueña. Un rebelde que, a diferencia de Albert Camus, como le corresponde a los poetas con P mayúscula, vive en los límites de la rebelión que legitima la violencia, ya que “La poesía siempre acontecerá, ésta es su forma de ser, contra sí misma.”

De modo que, entre los ángulos que resultan interesantes de la literatura silenista, cabe destacar éste: Yván (hasta hace algunos años “Iván”) no le teme al narcisismo del individualismo protestante (esa experiencia personal de lo divino): “Dios se llama iván silén.” Ni le da vergüenza dramatizar la paranoia del que, como él, se sabe censurado por el establishment literario (y que por eso mismo no se deja silenciar): “Veintitrés años de exilio han “corroido” el alma del poeta, veintitrés años lo han tornado “paranoico.”Tampoco le da miedo posicionarse fuera de la moda al criticar sin reparos la propuesta nihilista de la postmodernidad neoliberal, “una infección del alma.”

Silén ha pensado la literatura desde una filosofía literaria que le permite acoplar la centralidad de lo político —a sus sesenta y tantos años, ha dicho estar dispuesto a recibir un tiro por la independencia de Puerto Rico— con la vorágine carnal, formal, erótica, mítica, lírica del inconsciente (nunca una empresa realista):

El inconsciente… es la puerta oscura de nuestra imaginación por donde Dios se cuela como ‘heterónimo’, o esa zona en donde el otro que soy, el prohibido que soy por la educación y la cultura, regresa lingüísticamente para la sorpresa lírica de la revuelta, de la innovación, o de la antivanguardia misma de la poesía.

Una turbulencia ésta que lo ha empujado a erotizar la poesía, en Catulo o la infamia de Roma (2010), como nadie lo ha hecho en Puerto Rico; a escribir una novela en la que, tras una reflexión cervantina, metanovelística, los personajes ven al narrador (algo que Silén reclama como originalidad propia en su primera novela, La biografía (1984); a perseguir la culminación del ensayo, como antiensayo, hasta dar finalmente con esa forma literaria (esa libertad poética) en La poesía piensa o la alegoría del nihilismo (2010):

Lo interesante de este libro es que no tengo memoria de serlo. Sencillamente, me acontece. Me ha ido aconteciendo aforísticamente como un rompecabezas y yo he tratado de unirlo incorrectamente, de darle una razón de ser que se abstrae a la filosofía y de ésta a la poesía que lo marca.

¿Que quién es Yván Silén?  Pues sobre todo un poeta-filósofo guerrero, a quien Nietzsche y Ciroan, más el primero que el segundo, salvaron del suicidio (tras un desarraigo amoroso). Un guerrero que ataca con furia calvinista a sus enemigos literarios (a quienes también, siguiendo la tradición letrada, respeta). Un ser esquizo que, como pintor, se imagina a Cristo con un porro en la boca, mientras que, como ensayista, no se cansa de aporrear el nihilismo posmoderno. Palos que lo diferenciarán siempre del poeta maldito, pues en la obra de Yván culmina, glocalizada, la tradición del superhombre nietzscheano, como el “Antinihilista caribeño:” “Si el hombre no puede ser feliz, por lo menos deberá tener la posibilidad de estar alegre.”

Los tres efectos: político, lingüístico y teleológico

El efecto de leer a Silén se da desde una gradación simple, que va de lo más esperado (y por lo tanto lo menos efectista) a lo más vertiginoso, pasando por un asombro intermedio (tipo prefacio al vértigo).

1er efecto. Lo más esperado en el universo silenista no puede ser sino el efecto político (“El neoesclavo quiere ser fascistamente más yanqui que Bush”). Un efecto que, en el contexto de Puerto Rico, supone como dimensión sine qua non la independencia política: “Y la nación no se salva a menos que se republicanice; a menos que se haga soberana.” Los críticos podrán argumentar que, al esencializar la independencia política, Silén no contempla de cerca la colonialidad del poder de Aníbal Quijano, Walter Mignolo, Enrique Dussel, Ramón Grosfoguel.

Un efecto político que, por necesidad, arremete contra la mentalidad colonizada que tanto ha ocupado a la literatura de la isla durante el siglo XX. Según Silén:

El puertorriqueño es un hombre que se encuentra un dólar en la calle y va y lo vende en la esquina por medio peso. Esta es la labor neoliberal de los idiotas. El tonto va a los hospitales y vende varias pintas de sangre para comerse un hamburger en Burger King o en MacDonald. El puertorriqueño es patético”… Somos… el gruñente que se revuelca democráticamente en su propio  vómito.”

No es que el efecto político no sea importante —pues la crítica a la narcolonia, al nihilismo de la democracia representativa, a la “kakocracia” estadounidese, lo es —, sino que esa dimensión es la menos impactante de la literatura silenista; porque, por un lado, ha constituido parte del canon literario puertorriqueño durante casi todo el siglo XX —canon en el que literatura e independencia han sido sinónimos— y porque, por el otro, define a su generación literaria de 1970, la última del siglo XX en endosar la independencia política.

2do efecto. El asombro lingüístico. Ante lo que el poeta-filósofo llama “el lenguaje de la diferencia,” se impone con especial frenesí lírico la creación de sustantivos (realidá, libertá, demokracia), verbos (verdar, budar, poesiar, “poesío, luego existo”), y sobre todo, adverbios (diosmente, hombremente, poesíamente).

Un torrente lingüístico que Silén explica en términos teológico-literarios: “Dios me ha llenado de neologismos.” ¿Lo llena el diablo de los arcaísmos que pueblan su universo verbal (como “do” por “donde”)?

De ahí que Silén se regodee en su plenitud lingüística: “La crítica, los gramáticos, los lingüistas, los enemigos y la envidia aullarán como lobos (“lobarán”)… : ¡No se puede escribir de esta manera! ¡No se puede soportar tantos arcaísmos o tantos neologismos!” 

Entre los neologismos verbales, ninguno, a mi modo de ver, se compara con la luminosidad de este verbo que inventa: “serestar” (¡perfecto para los estudiantes que aprenden español desde el inglés!). Un verbo que combina “la esencialización de la existencia” (el ser) con “la existencialidad del ser” (su estar o devenir) —“El poeta apuesta su destino como cuerpo… carne de un lenguaje radical”—, inscritos ambos (el ser y el estar en el serestar) en la creación de una identidad colectiva e individual: “El lenguaje ya no será solamente ‘la casa del ser’ (Heidegger), sino la forma del gozo, el yunque donde se forja la diferencia de ser.”

Fundado en una política profunda, “el lenguaje es la patria colectiva que el poeta construye para todos,” con una praxis afectiva, “La alegría de la libertá es el reconocimiento de la imaginación consigo misma: el placer de crear lingüísticamente el mundo,” Silén reafirma categóricamente la lengua de la puertorriqueñidad:

Esta muralla del español como cultura, como mito y como realidad de la revolución, este baluarte de ser… era y ES el paredón inconsciente que el mismo anexionismo no ha podido salvar. El ‘ser yanqui’ se estrella contra la costumbre del español.

De lo que se trata, resume Silén,  es “de ser lo que nadie puede ser por mí. Dios me ha cubierto de poesía, de ensayos, de cuentos, de delitos. Dios me ha hecho inmortal… Creo que el ágora-exilio, el tren exilio, el café ostracista es como un destino. Creo que destino cotidianamente. ¿Te gusta como verbo?”

3er efecto. Vértigo; ante el absoluto poético (desde el poeta esquizo); una pulsión que se chupa al filósofo de una metafísica política radical y al teólogo de un cristianismo ateo literario: “Mi diferencia con los profesores que enseñan filosofía y con los profesores que enseñan literatura, es que soy un destino, una tragedia, un fracaso (en la imposibilidad de la colonia).”

Vértigo ante el (buen) egocentrismo quijotesco, pessoano, borgiano, que literaturiza la pluralidad del ser: “¡Se es el ser múltiple, el ser-esquizo, de todas las cosas!”

Vértigo ante el hedonismo literario trabajado cuidadosamente con goce crístico (una cruz que se lleva con alegría; pero también con violencia), desde un erotismo pagano que libidiniza lo político.

Vértigo ante la estética de lo sublime, cuya primera afirmación plantea que: “lo siniestro encanta… El hombre, entonces, vive encantado… Por esa parte que no sólo lo aterra, ese deseo de huir de ella, sino que lo obliga a volver a ella oscuramente para embellecerla.”

Vértigo ante el poeta-filósofo que, como Nietzsche, se sabe un escritor póstumo; cuyos lectores vendrán después: “El ‘éxito’ importa poco. ¡El éxito no tiene sentido! Publica y los que tienen oídos, verán; escribe y los que tienen ojos, oirán. El poeta es, entonces, la angustia de ansiar políticamente a “Dios.”

Más artículos del autor

LQSRemix

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Nos obligan a molestarte con las "galletitas informáticas". Si continuas utilizando este sitio aceptas el uso de cookies. más información

Los ajustes de cookies de esta web están configurados para "permitir cookies" y así ofrecerte la mejor experiencia de navegación posible. Si sigues utilizando esta web sin cambiar tus ajustes de cookies o haces clic en "Aceptar" estarás dando tu consentimiento a esto.

Cerrar