El espíritu creador del ser humano. ¿Qué es el arte? 3

El espíritu creador del ser humano. ¿Qué es el arte? 3

La concepción del arte como representación implicaba una dimensión artesanal que exigía maestros y talleres, un aprendizaje que se basaba en la tradición y el saber acumulado. Cuando en el siglo XIX, se impone la idea del arte como expresión se produce un cambio esencial.

Ya no hay talleres, sino escuelas y la tradición pierde su prestigio. Ya no se trata de continuar el trabajo de los viejos maestros, sino de negarlo. Se desprecian los aspectos formales y se cultiva la espontaneidad. Bajo la influencia del psicoanálisis, el artista se esfuerza en liberar su inconsciente para desprenderse de cualquier condicionamiento, que mediatice o distorsione su inspiración. Esa forma de proceder contrasta con los planteamientos de épocas anteriores. El arte egipcio no se proponía reflejar la realidad. Su intención era representar arquetipos o escenas mitológicas. Su rigidez se ha atribuido a limitaciones técnicas, pero lo cierto es que bajo el atípico reinado de Amenofis IV o Akhenatón se realizan bajorrelieves de un enorme realismo. El faraón hereje, que promueve un cisma religioso basado en el culto al sol, permite que se reproduzcan las imperfecciones de su rostro. Su reinado, que apenas duró veinte años, puso de manifiesto que los artistas no estaban tan condicionados por la técnica como por la política y la religión.

En la Grecia clásica, los aspectos religiosos y políticos no interfieren con tanta intensidad en la creación artística. Aparecen los primeros escorzos y se recrea el movimiento con notable éxito. Nuestro conocimiento del arte griego es incompleto, pues sólo disponemos de sus copias romanas y se ha perdido casi la totalidad de su pintura, a pesar de que era un género mucho más apreciado que la escultura. Durante la dominación de Roma, el arte mantiene la tendencia hacia el dinamismo y la verosimilitud que habían caracterizado al helenismo. El auge del cristianismo significará un paso atrás. El arte bizantino recupera el hieratismo del estilo dórico y el proselitismo religioso frustra cualquier pretensión de realidad. Durante un tiempo, el arte occidental se aproxima a la inmovilidad del arte chino o japonés, que establecieron un canon y lo han repetido durante siglos. Sólo en la arquitectura se observan cambios. Las catedrales góticas son un prodigio de ingeniería, que imprime ligereza a la piedra e inunda las naves interiores de luz mediante enormes vidrieras policromadas. Sin embargo, habrá que esperar a los frescos de Giotto (siglo XIII) para que la pintura recobre su creatividad.

Giotto inicia el camino de la perspectiva, la ilusión de simular profundidad en un espacio bidimensional. Hacia el siglo XIV, los pintores comienzan a realizar estudios al natural. Durante el Renacimiento, la pintura consolida su técnica. Mientras los maestros flamencos recrean minuciosamente sus modelos, Masaccio, Uccello y Donatello transforman la perspectiva en una verdadera ciencia matemática, aunque todavía se les escapan los efectos de la luz, la sombra y el aire, que suavizan los perfiles de las figuras. Van Eyck inventa la pintura al óleo, consiguiendo que el lienzo se convierta en un espejo de la realidad y, más adelante, los maestros venecianos (Ticiano, Giorgione, Corregio) exploran las posibilidades de la luz y el color. La perfección se consuma con Leonardo, Rafael y Miguel Ángel, donde el dibujo, la composición y la penetración psicológica se conciertan en un asombroso equilibrio. El Bosco y Grünewald representan otra concepción. Su objetivo no es la armonía, sino el dramatismo. La pintura de El Bosco es la obra de un visionario, que prefigura las intuiciones del surrealismo.

Los siglos posteriores redundan en los logros de la tradición. Sin embargo, Rembrandt, Velázquez y el Goya de las pinturas negras anticipan la revolución que se producirá en el XIX. Los impresionistas elaboran una pintura científica, que pretende reproducir el fenómeno de la visión. El ojo se concentra en un plano. El resto se desdibuja, convirtiéndose en manchas de color. Los postimpresionistas (Gauguin, Cézanne, Van Gogh) desprecian la pintura que emula la exactitud fotográfica. Su intención es reflejar su mundo interior, algo que ya había apuntado Leonardo en sus escritos teóricos sobre arte. Las vanguardias históricas del siglo XX heredan este planteamiento. La pintura deshace el camino recorrido. Ya no se trata de captar las cosas como son, sino de expresar emociones. Se reivindica el arte primitivo. Su ingenua imperfección manifiesta sinceridad, una cualidad que había perdido el arte occidental. Los cuadros de Miró o Tàpies parecen la obra de un niño. No pretenden otra cosa: recuperar la inmediatez del artista que no está condicionado por la técnica o las escuelas. Este planteamiento abrirá la puerta a las extravagancias más insólitas. Andy Warhol convertirá una lata de sopa en una obra de arte. Cualquier objeto puede ser arte fuera de su contexto habitual. El hiperrealismo no representa un regreso a la meticulosidad de la pintura flamenca, sino la prueba de que no hay menos artificio en la exactitud fotográfica que en el esquematismo.

El sentido del arte nunca ha sido la reproducción de la realidad. Este principio ni siquiera se cumple en la fotografía, que en sí misma es un género artístico, donde se aprecia un estudio de la luz, la composición y el color. El arte siempre es una recreación. El progreso técnico ha permitido introducir matices y efectos nuevos, pero apenas ha afectado a su valor estético. La obra más compleja de Rubens no es más valiosa que una máscara ritual de un pueblo africano. Los apuntes de Rembrandt, que esbozan un elefante o un paisaje con unos pocos trazos, no son menos importantes que los dibujos de Durero, donde se reproduce hasta el último matiz. No hay normas para el arte. Cualquier preceptiva está abocada al fracaso. Las reglas académicas sólo empobrecen la actividad artística y si algo ha caracterizado al genio ha sido su disposición a infringirlas. No hay progreso en el arte. No hay una jerarquía que sitúe las sinfonías de Mahler por encima de los cantos tradicionales de los aborígenes australianos. Lo que se gana en un sentido se pierde en otro. La técnica posibilitó los grandes logros del Renacimiento, pero luego se convirtió en un lastre. No es más creativo el puntillismo de Seurat que la impresión de las manos en las cuevas prehistóricas. El porvenir del arte no depende de la técnica, sino de la necesidad del espíritu humano de objetivar su experiencia en formas perdurables.

*Into The Wild Union

Imagen: “El infierno” de El Bosco

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