El libro popular en la “Guerra cultural”

El libro popular en la “Guerra cultural”

Por Pepe Gutiérrez-Álvarez. LQSomos.

El atraso que significa darle la espalda a la literatura, a las obras que nos enseñan sobre nuestra historia, que nos acercan a las realidades que necesitamos transformar, es algo que nos causa estupor y desazón

Durante mucho tiempo, ser revolucionario significaba por lo general leer mucho, una tendencia dominante que ya no resulta tan habitual, ni mucho menos. Las épocas socialmente ascendentes se caracterizaban entre otras cosas porque el libro dejaba de ser el goce de una minoría para llegar al amplio pueblo, y dos, por la acumulación de ediciones de obras y autores insumisos. Esto fue lo que sucedió desde finales de los años veinte hasta el final de la guerra ante el estupor de patricios refinados como Ortega y Gasset que ya mostró su preocupación por el hecho en “La rebelión de las masas”, refiriéndose al estupor que le causó ver el protagonismo proletario en el terreno de las lecturas. Fue un tiempo en el que, por citar un ejemplo palpitante, los Ateneos Libertarios se convirtieron en centros de alfabetización, de difusión del libro, de debates sobre las cuestiones más avanzadas.

Durante aquel tiempo, las editoriales militantes de todo signo, produjeron una bibliografía que según me contaba un especialista sobrepasó la que se dio por la misma época en Francia, un país que era tomado como un referente por nuestros frustrados amantes de la Ilustración.

Una de las editoriales más emblemáticas de este periodo fue Cenit donde encontramos a un militante y periodista tan entregado como Juan Andrade, cofundador del PCE y más tarde del POUM.

Esta vocación ilustradora se reprodujo en todas partes, luego llegaron los bárbaros que comenzaban matando y deteniendo “subversivos”, imponiendo la censura y publicando listas de autores prohibidos. No hay duda: Trotsky fue de esos autores, su nombre aparece entre los primeros de los que ardieron en las hogueras nazis, o en ser retirados tras tal o cual golpe militar, no pocas veces significó una sentencia de muerte, sobre todo en la URSS y en los países mal llamado socialistas, de esto habla la primera obra de Milan Kundera, “La broma”, que además fue una excelente película estrenada poco antes de que los carros rusos invadieron las calles de Praga en agosto de 1968.

Muchos militantes hicieron de su biblioteca una de sus actividades más preciadas, ahí está la imagen con la que Pierre Frank describe a Isaac Deutscher buscando obras de Baruch Espinoza en el rastro de Londres, y ahí están casos como el del poumista Jordi Arquer que comandó una brigada, pero que era capaz de abandonar cosas muy importantes cuando se enteraba que una biblioteca estaba siendo arrasada, Jordi que era todo un personaje (mantuvo una correspondencia con Orwell), era acusado de “expropiar” todo libro de su interés. Sin su afán recopilatorio, Pierre Broué y Emile Témine habrían tardado algunos años más en escribir una obra tan importante como “La guerra y la revolución española”, un título que ponía el movimiento social en el centro, todavía se pueden aprender muchas cosas y que durante los años setenta se hicieron ediciones “piratas” como la auspiciada por la OICE. Lo dicho: antaño ser una persona inquieta significaba generalmente una vocación de lector, vocación que se daba por supuesto, algo que actualmente no parece ser igual, en parte porque las nuevas generaciones dan más importancia a otras cosas, a otros elementos.

El atraso que significa darle la espalda a la literatura, a las obras que nos enseñan sobre nuestra historia, que nos acercan a las realidades que necesitamos transformar, es algo que nos causa estupor y desazón. Escuchar a esos jóvenes entrevistados en programas de TV, como por ejemplo en “El Intermedio”, produce un sentimiento de vacío y mediocridad apabullantes.

Cabe suponer que el mensaje paterno era el de la mínima exigencia cuando se trata de lo contrario: sí quieres a tu hijo ayúdale a superar dificultades y problemas, sobre todo porque lo que viene le va obligar a luchar por él y por los suyos.

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