El maremágnum libio

El maremágnum libio

Guadi Calvo*. LQS. Diciembre 2018

De este complejo alambique de intereses cruzados geoestratégicos y económicos esencialmente en petróleo y agua, es que los señores de la guerra menores sacan provecho y continúan haciendo su juego, por debajo de los grandes radares de control internacional

A más de siete años del martirio del Coronel Gadaffi, ciento de miles de muertos, la estructura economía demolida, sin instituciones políticas y la atomización absoluta de los grupos armados creados para la ansiada “liberación”, Libia se ha convertido en el más claro ejemplo de las políticas imperiales de los Estados Unidos y el sequito de obsecuentes que a todo riesgo siguen sus órdenes, entiéndase cómo sequito obsecuente a la OTAN y a países con peso dentro de las Naciones Unidas, y en este punto Rusia y China, son tan culpables como el que más de esta situación en particular, permitiendo que con la resolución 1973 dictada por el Consejo de Seguridad de ONU, diera lugar a la temporada de caza sobre el país con más altos estándares de bienestar de África e incluso superior a muchos países europeos.

Ahora para Europa la estabilización de Libia es fundamental como fue su desestabilización, por dos cuestiones críticas para su propia seguridad, evitar que en la anarquía libia, se pueda volver a establecer grupos vinculados al Daesh o al-Qaeda, y resolver de manera definitiva la cuestión de los refugiados que siguen llegando a los puertos libios, donde se estima esperan entre 1.5 y 2 millones, su turno para cruzar el Mediterráneo.

Desde el trágico 20 de octubre de 2011, la situación libia no deja de degradarse por más maquillaje que intente ponerle a la cuestión que se extiende en el tiempo y profundiza su gravedad. De un Estado omnipresente y omniasistente, que podría resultar agobiante para algunos, ha pasado a un gobierno de bandas incontrolables, que se ofertan al mejor postor, las que nunca se sabe ni a quien responde, ni quien las paga, además de tener una amplia y diversa panoplia de emprendimientos, que van desde el cobro de impuestos y peajes, al contrabando, el narcotráfico, la trata de personas, la venta de esclavos, los secuestros extorsivos y un largo e imaginativo etcétera.

De este caótico ajedrez, a simple vista emergen dos grandes jugadores, por un lado el Acuerdo Nacional (GNA) impuesto por Naciones Unidas desde 2016, con base en Trípoli, que encabeza Fayez al-Sarraj al que apoyan tres khatibas (milicias), que suelen tener enfrentamientos entre sí y que solo controlan la antigua capital y sus alrededores, con muchos de sus milicianos con origen en al-Qaeda y el Daesh. Son frecuentes estallidos de violencia entre ellas, como el de agosto pasado la khatiba, conocida como la 7ª Brigada, que opera en el sureste de la capital y sirve al gobierno de al-Sarraj, intentó penetrar en el interior de Trípoli y fue repelida por las milicias que operan dentro de la ciudad, que también apoyan a al-Sarraj. El hecho provocó cientos de muertos y miles de desplazados, tras un mes de combates. El GNA tiene el apoyo internacional de los Estados Unidos, Reino Unido, Italia Turquía y Emiratos Árabes Unidos (EAU) entre otras naciones.

Mientras que el otro jugador de peso es Khalifa Haftar, repudiado por Gadaffi tras su inoperancia en la episódica guerra contra el Chad (1978-1987) y sus lazos con la CIA. Haftar vivió 25 años en Langley a pocos kilómetros de cuartel general de “la compañía”. Un enfermo megalómano auto ascendido a “mariscal de campo”, controla la fuerza más poderosa dentro del espectro libio: el Ejército Nacional Libio (LNA), compuesto por unos 75 mil hombres con base en la ciudad de Tobruk y con importante presencia en el sur del país, que además del fuerte respaldo de Egipto, es asistido por los Qatar, Francia y cuenta con el guiño ruso. El LNA está compuesto por ex oficiales del ejército libio, milicianos, combatientes de algunas tribus del sur, y grupos religiosos no fundamentalistas.

Pero estos dos bloques se amalgaman entre un mar de bandas armadas y tribus que no han encontrado un bando que les brinde la seguridad que requieren. Docenas de organizaciones autónomas y atomizadas son un problema sencillo para ninguno de los dos grandes bloques, incluso si llegaran a saltar las diferencias y se uniesen para combatirlas, demandaría además el compromiso de muchos jugadores externos que tienen intereses contrapuestos, como Turquía y Egipto, Emiratos Árabes Unido y Qatar Italia y Francia hasta los propios Estados Unidos y Rusia.

De este complejo alambique de intereses cruzados geoestratégicos y económicos esencialmente en petróleo y agua, es que los señores de la guerra menores sacan provecho y continúan haciendo su juego, por debajo de los grandes radares de control internacional, montados entre lo que puede ser una banda criminal y organizaciones terroristas, los que los convierte en jugadores insoslayables en el abanico libio.

A siete años y meses de la muerte del “dictador” las fuerzas democráticas no han podido resolverle a los ciudadanos problemas inexistentes hasta febrero de 2011 hoy la escasez de gasolina, electricidad, agua y dinero, es una cuestión cotidiana, a pesar de que el país cuenta con monumentales yacimientos petroleros, la tercera fuente de agua dulce del mundo y una reserva de en dólares y otras divisas, escamoteadas por los bancos británicos y norteamericanos, donde estaban depositadas en tiempos de Gadaffi, que superan los 150 mil millones de dólares. Hoy la realidad es otra, en plena “crisis del pan” la unidad cuesta un dinar, en tiempo del “tirano” con un dinar se comparaban 40 unidades.

Si bien Italia y Francia, apoyan oficialmente a Trípoli, entre Roma y Paris, estalló una pugna en torno a la fecha de las elecciones generales libias, que se habían programado para el próximo 10 de diciembre, moción apoyada por el Eliseo, más allá de lo absurdo del intento, dadas las condiciones políticas y sociales del país, finalmente ha triunfado la postura italiana que pretendía postergarlas hasta ya avanzado el 2019. La controversia entre ambos países europeos, habría que referenciarlas a los interese contrapuestos en darles más tiempo o no para los posicionamientos de sus referentes políticos en el país Trípoli para Italia y Tobruk para Francia.

La ENI, la principal empresa de hidrocarburos italiana, con inversiones a largo plazo comprometidas con Trípoli, disputa con los intereses energéticos de la francesa TOTAL, en la Cirenaica. Si bien Francia la mayoría de su energía la obtiene de las centrales nucleares, utilizando el uranio que extrae principalmente de las minas de Arlit, en Níger, operadas por la francesa Areva. Dada la alta conflictividad que ha adquirido toda la región del Sahel, por la importante presencia de grupos vinculados al Daesh y al-Qaeda, la alianza con Haftar, quien ha logrado derrotar al Daesh en Libia, es considerada prioritaria por los franceses.

El amigo egipcio

El presidente egipcio, Abdel Fattah el-Sisi, en agosto de 2016, ordenó la creación de un “comisión de asuntos libios” encabezado por el mariscal Mahmoud Hijazi, jefe de personal de las fuerzas armadas, no solo para mediar a nivel político en la interna libia, sino y fundamentalmente pata concretar la unificación de sus fuerzas armadas y puedan enfrentar la fuerte presencia de terrorismo wahabita que todavía queda en Libia y que en muchas oportunidades a cruzado la larga e incontrolable frontera con Egipto, 1115 kilómetros que atraviesa el desierto Líbico, para producir ataques y atentado en ese territorio, atacando efectivos policiales y militares egipcios. El más importantes fue el sucedido el 19 de octubre de 2017, cuando terroristas que se cree eran muyahidines veteranos de las guerras de Siria e Irak, mataron a más de 50 policías en la carretera del desierto de Giza oriental.

Egipto tienen sus propios problemas con el terrorismo wahabita, con quien desde hace años sostiene una guerra por momentos incontrolable.

Habiendo sufrido numerosos ataques en el Cairo y otros puntos del país, fundamentalmente en la península del Sinaí, donde opera el grupo tributario del Daesh, Wilāyat Sinaí.

Por lo que al-Sisi, necesitó asegurarse de que sus vecinos no aportasen más problemas a su ya muy crítica situación, que solo en estos últimos años han provocado más de un millar de muertos.

El presidente al-Sisi, ha lanzado a principio de año la operación “Sinaí 2018” con epicentro en la península, pero con muchos efectivos también apostados en la frontera con Libia.

La alianza al-Sisi-Haftar, es un abrazo desesperado de ambos jefes militares, para contrarrestar la influencia del terrorismo a cada lado de la frontera. El Cairo también ha buscado alentar las conversaciones entre el LNA de Khalifa Hafter y el GNA de Fayez al-Sarraj, el pasado 23 de octubre, fracaso su última cumbre.

Egipto ayudó a Haftar un aliado de desde enero de 2014, a lanzar una campaña no solo contra los terroristas wahabitas, sino también contra las milicias de Benghazi, ciudad a la que Hafter tuvo sitiada tres años y no hubiera podido conquistar en 2017, sin la ayuda del Egipto, que proporcionado fondos, armas y hasta soldados, violando el embargo al que la ONU, somete a Libia, respecto a la compra de armamento.

El general al-Sisi se adelanta así al impuso que el wahabismo tendrán otra vez prácticamente en todo el Magreb, con el reposicionamientos de los partidos vinculados a los Hermanos Musulmanes, en Marruecos, Túnez y Argelia. Los H M, es la misma organización que el mismo desalojó del poder en Egipto en 2013 y sin duda no perdonaran ni a al-Sisi, si logran incrementar su presencia en Libia, lo que suma un elemento más al maremágnum.

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