El vencido de hoy

El vencido de hoy
Un alcalde de Moscas, lugar de León, ante la estatua de El Vencido de Hoy en el Ateneo de Madrid, de Agustín de Querol, escultor valenciano, hijo del poeta lírico castellano, natural de Valencia Vicente Wenceslao Querol, tuvo voluntad o determinación de hacer alguna cosa, resolver, determinar, sentenciando a unos ladrones a la horca y los ejecutó, a pesar de que apelaron.
 
Una vez resuelto el caso, se dijo a sí mismo: Quiero ponerme en camino mañana mismo para las tierras septentrionales: Avila, que está al mediodía de Medina y Peñaranda. 
 
Marchó, llevando consigo unos pliegos como aves asidas por los pies  con las manos. Y una sentencia cantada en dos por cuatro: “Rey, Dios, y venga desahucio, que pan tenemos; y tenían medio chusco”.Y un deseo: el de exponer en el Encuentro de Alcaldes de Zona, lo que dijo Sancho Panza en la Insula Barataria cuando gobernó: “este gobierno quiere que se le odie”. E iba discurriendo:
 
“Como quiera que hay una determinación de llevar al pueblo hacia la miseria de solemnidad, malbaratando el bienestar social, por esa predilección de meapilas y bobos de baba hacia la domesticación permanente por la que sienten predilección, se hace necesario elevar nuestras quejas con caramillos de que se sirvieron los indígenas para acompañar sus gritos de protesta a la colonización española”.
 
Pensando, también, en los alcaravanes zancudos del gobierno, que dan consejo y para sí no tienen ninguno, acercó un pliego a los ojos, leyendo en voz alta:
 
“Estamos en la Península de Gilipollis, Querzoneso de Iberia, como diría Quevedo en cada uno de sus cantos celestes del primer ano angélico, servido en plato con tapa, como en el que se sirve el queso en la mesa, no  así como  o no como, quiera,   y recordando a Pasquier Quesnel, teólogo y escritor francés, uno de los jansenistas más señalados, cuando decía: “el país está fuera de quicio. Llevado hacia la mística fascista heterodoxa que hace consistir la suma perfección del ser humano en el anonadamiento de la voluntad y la indiferencia. De ahí los tantísimos parados pacíficos, sosegados, sodomizados, perturbados por ser llevados en quijera por cada uno de los dos ramales de la cabezada que van desde la frontalera a la muserola, en quimba de hijos de puta”.
 
Otro pliego, el último,  decía: “Al fin se canta la gloria. Que el rey, que vive allá en las quimbámbaras, lugar muy extraviado y muy apartado de los comunes,  tiene cariño a los elefantes.”Le maté porque era mío”, dicen que dijo a o de quedo; añadiendo:” Pedro Ponce ahí quedó; disparando y quedando un elefante muerto””.
 
 

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