Escenarios de confrontación

Escenarios de confrontación

Juan Gabalaui*. LQS. Octubre 2020

La bandera rojigualda lejos de ser un símbolo de fraternidad ha sido y es un símbolo de confrontación. La historia permite explicar el rechazo de esta enseña. Pero más allá de los hechos históricos, la bandera española se ha utilizado durante la posdictadura contra algo o alguien…

Bajaba en bicicleta a toda mecha por el parque y al pasar a mi lado gritó ¡viva España! No sé a cuento de qué. Quizás me vio con pintas de no ser muy patriota o quizás le guste exhibir su pasión por el país en cualquier circunstancia. Sea una u otra cosa, la situación resultó algo ridícula. El grito no parecía tener la intención de compartir conmigo un entusiasmo sino, más bien, parecía echármelo en cara, como si yo estuviera cometiendo una falta. Como si me echara la bronca. La apropiación de la idea de España por parte de la derecha española siempre ha resultado ser algo desagradable. No ondean las banderas sino que te las restriegan por la cara. Hace unos días, durante el polémico doce de octubre, mientras unas enfermeras se manifestaban por la mejora de sus condiciones laborales y sanitarias en la Puerta del Sol de Madrid, un grupo de patriotas agitaba sus banderas de forma chulesca y burlona como respuesta al grito unánime de menos banderas y más enfermeras. La exposición de una prioridad tan necesaria, como las reivindicaciones de este colectivo de enfermeras, frente a la devoción por una bandera, fue vivida por este grupo como una afrenta. Esta desorientación es propia de muchos nacionalismos que ocultan detrás de las banderas los verdaderos problemas y dificultades por las que atraviesa una sociedad. Como remate, uno de ellos se refirió a las manifestantes como las hordas comunistas. Así están las cosas.

Hace años, el partido Unión, Progreso y Democracia, el partido de la enojada Rosa Díez, colgaba de su antigua sede en Las Ramblas de Barcelona un gran DNI español. Esta acción solo se entiende dentro de una lógica absurda de confrontación dirigida a polarizar a la población. Lo difícil es convencer. Lo fácil es enfrentar, desafiar o arremeter. La derecha española ha optado siempre por lo fácil. Está técnica de manipulación tiene una utilidad porque sirve para apartar la atención de lo importante a lo superfluo y mantiene a sectores de la población enfrentados. La idea de España les ha servido para atacar a los vascos, gallegos y catalanes y a grupos de la izquierda española con vocación libertaria e internacionalista pero también para mantener espacios de poder, ocultar negocios poco edificantes e imponer una forma rígida y excluyente de entender el mundo. Son conocedores de que poner determinados debates encima de la mesa conlleva un riesgo y rechazan el diálogo y la discusión sobre cualquier tema que ponga en cuestión su agarrotada concepción del mundo. Prefieren, en estos casos, la confusión, el descrédito del interlocutor, el grito, la agresión o cualquier otra estrategia que impida razonar y reflexionar. En los inicios de la posdictadura, la extrema derecha vallisoletana paraba a cualquiera por la calle y le obligaban a cantar el Cara al sol, si no lo hacían de manera satisfactoria o no se la sabían, les daban una paliza. Algunas personas acabaron en el Pisuerga. La dialéctica de los puños era habitual en cualquier ciudad española.

La bandera rojigualda lejos de ser un símbolo de fraternidad ha sido y es un símbolo de confrontación. La historia permite explicar el rechazo de esta enseña. Pero más allá de los hechos históricos, la bandera española se ha utilizado durante la posdictadura contra algo o alguien. Se ha utilizado profusamente en las movilizaciones y actos de la derecha, que sí la viven como un elemento identitario. Este elemento permite entender la exacerbada reacción emocional que provoca cualquier afrenta contra la misma. La bandera española forma parte del ADN de la derecha y este hecho provoca el rechazo de una parte de la sociedad. Sigue siendo, a su vez, el símbolo del nacionalismo español. El nacionalismo que más daño y dolor ha provocado en la sociedad. La oposición de Catalunya o Euskal Herria está así garantizada. De esta manera, la bandera rojigualda, representativa de la derecha y el nacionalismo, es uno de los grandes fracasos de la cada vez menos divinizada transición y de estos años de posdictadura. Aún así su uso se ha extendido de forma exponencial en los últimos años. La paradoja es que el uso excesivo de la enseña es el principal signo de su fracaso. La apropiación de un símbolo por parte de un grupo determinado es el mejor indicador de baja representatividad en el grupo general. Una apropiación agresiva e intolerante, que apuesta por la imposición y la exclusión.

La estrategia de la derecha es golpearte con el palo de la bandera y ante una realidad amenazante y llena de incertidumbre indicarte que te recubras con un trozo de tela, revestida de poderes sobrenaturales. Ya lo dijo el extremista Ortega Smith: una bandera en una institución es la mejor garantía de los más necesitados. Es evidente que esta estrategia no va dirigida a la concordia sino al enfrentamiento. La derecha española, por tradición, se siente más cómoda en escenarios de confrontación e imposición, porque no hay mucho que decir en esas circunstancias. La palabra solo les sirve para ordenar. El diálogo les coloca ante el riesgo de estar equivocados, y esto no lo van a aceptar jamás. La confrontación ayuda a construir un escenario en el que se pueda imponer porque siempre habrá personas que no participen de las ideas defendidas. Aquí entra en juego el descrédito o la satanización del oponente. Este fenómeno lo hemos vivido cada vez que el Partido Popular ha perdido elecciones. El clima político ha empeorado. Ha aumentado la polarización social y se ha impuesto el grito, la mentira y la manipulación frente al diálogo. Las tensiones territoriales se han agudizado y los poderes del estado han incrementado la represión. Trasladan tensión a la sociedad mientras siguen haciendo negocios entre bastidores. Una buena y conocida estratagema. Saben que siempre habrá algunas que griten ¡Viva España! y agiten con rabia banderas españolas. Hay que tocar la tecla adecuada. Décadas de condicionamiento no pueden caer en balde.

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* El Kaleidoskopio

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