Explico algunas cosas

Explico algunas cosas
Al día siguiente de un acto -ante la Audiencia de Las Palmas de Gran Canaria- en apoyo a los familiares de los seis fusilados en 1937 en el municipio de San Lorenzo, y en demanda de que se abra la fosa donde aún permanecen los restos de numerosos vecinos represaliados en tiempos de la toma de la isla por la Falange y el ejercito franquista -donde comunistas y republicanos acudimos con nuestras banderas-,
leo una nota en La Provincia en la que un ciudadano “ve bien que se abra dicha fosa y se les devuelva a sus familiares los restos de los fusilados, pero que sobraban las banderas” (cito de memoria)
Transcurridos ya 75 años de los hechos; pasados 37 de la muerte del “gallardo guerrero” que, apoyado por Hitler, por Mussolini; secundado por cuanto enemigo del régimen republicano halló a su paso, incluidos los monárquicos, falangistas, el Vaticano, un ejército habituado a tratar a la población como si de cabileños se tratara; transcurridos ya 34 años de aquella Constitución llamada “del miedo”, por el ruido de sables que se adivinaba tras ella –al menos esto es lo que se exponía desde la cúpula del PC para exigírsenos que la votásemos-, parece que, una y otra vez, nos vemos en la ingrata tarea de tener que explicar a la “otra España” que, ya que no es posible devolvernos lo que nos fue robado en los días de la ira: las casas, los locales sociales, las bibliotecas incautadas; los centenares de miles de vidas segadas, los días de los sueños y de las ilusiones perdidas, todos aquellos proyectos de una España culta y embarcada en un proyecto de paz y de progreso; ya que no es posible devolvernos a ninguno de los poetas muertos en la violencia de los días de la venganza, es justo que hoy, los hijos, los nietos de aquellos que fueron arrojados al infierno del olvido, al destierro, a las fosas comunes, se alcen contra todo este “teatrillo” que se montó a la muerte del dictador para tratar de ocultar que, todo lo acontecido desde 1975 no deja de ser un mal “guión” para tratar de ocultar todo el horror, todas las miserias que se esconden tras aquel entramado mal llamado “transición” y que dura hasta nuestros días.
Si algo quedó claro con aquella operación es que todo se redujo a un simple “intercambio de cromos” entre las fuerzas que, a cambio de su legalización y de un lugar en el “banquete político”, aunque fuese a cambio de renunciar a cosas tan sagradas como la restauración del régimen republicano, ahora liquidado por aquellos que se erigían como los “auténticos representantes” de las clases perseguidas y represaliadas  por el régimen franquista durante  casi 40 años”, no dudaron en vender al pueblo a cambio de cuatro libertades formales, dejando para “mejor ocasión” lo de los colores de la bandera y si España era “una República democrática de trabajadores…” o una colonia donde norteamericanos y europeos venían a ver buen fútbol, a tomar cerveza en las terrazas, a orillas del Mediterráneo, y a instalar bases militares que les permitieran dormir la siesta a gusto después de la “pitanza”, tras la última guerra o invasión, tanto da si ésta fue en el Sáhara, en Yugoslavia o en Palestina.

Pero hete aquí que, como al “banquete” no estábamos invitados todos, pasadas las primeras horas del “hartazgo democrático”, cuando las gentes de la siguiente generación que despertaron de la pesadilla vieron que el “cuento de hadas” no tenía un final lo que se dice “feliz”, empezaron a reivindicar todo aquello que les era negado, todo aquello que, si bien aparecía escrito y reconocido en la Constitución de marras, ahora, en tiempos de “vacas flacas” para los menos agraciados en el “sorteo”, tan solo era eso: un pedazo de papel, unas líneas trazadas al azar para entretener a los que quisieran creer en los tratados –que, como todo el mundo sabe “, están hechos para triturarlos”-.
Han pasado los días felices del Monarca besando niños y tripulando poderosas motos y embarcaciones, de los valedores del sistema prometiéndonos ochocientos mil puestos de trabajo; pasaron los tiempos del izquierdista de pana vendiendo duros a cuatro pesetas; ¿quién se acuerda ya de aquel príncipe Juan Carlos prometiéndoles a los saharauis que se defenderían las tierras del Sáhara –la última colonia- “hasta la última gota de sangre española”; al “Isidoro” de antaño, con el puño alzado y prometiéndonos también todo lo divino y lo humano, cuando no afirmando aquí y allá aquello de: OTAN: DE ENTRADA NO?

Lo que empezó siendo un sueño de bienestar y progreso para todos ha devenido en pesadilla para sobrevivir. La alucinación de aquellos días de 1978-1979 quebró, y con ella la fe de la ciudadanía -al menos de los que ya no creen en los cuentos de hadas- en eso que se llama clase política.
Hoy, independientemente de los que ganen las elecciones, el poder está de nuevo en las calles, en esas plazas donde las gentes: jubilados, universitarios, parados, gentes sin futuro, trabajadores y gente joven, descontenta y concienciada por las cornadas de los vividores de esta democracia y por las redes de Internet, reclaman trabajo, sanidad pública, enseñanza pública, gratuita y de calidad; honestidad en el gobierno del País, nacionalización de la Banca, justicia y reparación para los represaliados por la dictadura franquista; restablecimiento de la democracia, secuestrada por los neofascistas atrincherados en las filas del PP, en connivencia con un partido que se dice socialista pero que no representa nada más allá del desaliento, toda vez que renunció a las idas de Marx y al republicanismo.

Como queda claro en los procesos abiertos en la Bolivia de Evo Morales y en la Venezuela de Hugo Chávez: no hay nada más allá del Socialismo. Por muchas vueltas que le den a esto del gobierno del Mundo, el Capitalismo no deja tras de sí más que guerras y desesperación; caravanas de hambrientos huyendo de las guerras tribales, nacionalismos exacerbados, colas inmensas de desempleados en todo el Mundo, ríos y océanos sin vida o en riesgo de extinguirse, calvas inmensas que antes eran selvas y bosques, narcotráfico, fracaso, gentes sin hogar… Por mucho que hayan hecho fracasar -de momento- las políticas criminales del Imperio los sueños de aquellos “barbudos” de la Cuba de Sierra Maestra, el actual sistema que nos gobierna está agotado: nada hay más allá de la colaboración entre los pueblos que la barbarie y la destrucción del Planeta.
En nuestro País, concretamente, tan solo han tenido que transcurrir unos pocos años para descubrir lo que había tras aquel “entramado de pana”, aquella atmósfera de “canutos y buen rollo” de los ochenta, con intelectuales de “low cost” y diseñadores de campañas electorales bien pagados. Tan solo han tenido que pasar unas décadas para desvelar que tras el “tinglado” solo había palabras, gestos, chavalotes venidos del Sur para engolosinar a gentes desprevenidas y para seducirlos con fascinantes discursos.
La cruda realidad se ha impuesto por fin: “estábamos viviendo por encima de nuestras posibilidades”, le dijo el “payaso  listo” al “payaso idiota”. Y se acabó la comedia, se agotó el discurso: “a partir de hoy, trabajaréis más, comeréis menos y fantaseareis menos”.
-Es que nosotros queríamos que el año diera dos cosechas.
-Vale. Pero desde ahora, los años tendrán 24 meses.

Pero, y volviendo al ciudadano de la pregunta -¿qué hacían aquellas banderas de otros tiempos allí?-, aún quedan gentes en los pueblos que esperan pacientemente, lealmente, a que pasen los días de la “feria”. Porque si hay algo evidente en toda esta historia es que el sistema carece de soluciones para los problemas que se le plantean. Lo único que puede hacer es cambiar de presidentes periódicamente, incrementar el número de policías, lanzar a sus mastines de la extrema derecha a las calles para tratar de sembrar el terror, aplicar la ”doctrina del shock”, como método para inmovilizar a las masas mediante el terror a perder sus empleos, sus prestaciones sociales, las pocas conquistas arrancadas al sistema tras largas décadas de lucha.
No deja de ser, cuando menos cruel, comprobar hasta qué punto la “normalidad” de las doctrinas del franquismo quedaron instaladas en las conciencias de gran parte de los ciudadanos de este País: no hay más realidad que la rendición de las fuerzas democráticas de ayer; el sometimiento de los sindicatos y de las fuerzas del trabajo a las leyes del capital. Aquí no hubo jamás un sistema democrático. Jamás hubo una guerra cruel que se llevó a los mejores hijos de la Patria ni una posguerra que arrasó con la conciencia de lo qué es justo y lo que no lo es; lo qué es ético y lo qué es indigno. Cualquier intento que hagan ustedes por sacudirse el yugo del sometimiento a las leyes de divinas esta condenado al fracaso. La única verdad verdadera es la “troika”, y el único dios el níkel con que se fabrica el euro.

Y por si esto no fuese bastante cruel todavía, son los responsables de esta “casquería”, los que se llevan 10.000 euros mensuales, los mismos que se envuelven en la bandera monárquica…, los que nos desean un año de solidaridad y de sacrificios para salir de la actual situación; los mismos, los mismos que nos dicen  que la bandera republicana “incita a la violencia”. ¿Quiénes más violentos que ellos?

Acaba la “feria” y, ya desaparecidos los payasos del circo ambulante, las barracas del tiro al blanco, el tío del algodón de azúcar y los equilibristas; atrás quedan los papeles de la publicidad, las botellas de refrescos abandonadas, los preservativos usados en la clandestinidad de las sombras de la noche, los ecos del pregón del alcalde. La única diferencia con la película de Berlanga es que la gente no se va a ir a su casa como si aquí no hubiese pasado nada. Aquí ha habido unos responsables del destrozo y es menester que se depuren responsabilidades.
Habrá que reconstruir lo que se rompió, habrá que pagar –si procede- lo que se haya roto; pero es preciso que se depuren responsabilidades. Y, desde luego, habrá que empezar por aquellos que tuvieron en su día la de orientar las coordenadas del viaje, si es que hay que creerse que entrábamos en una nueva etapa del País.

Afortunadamente, digo, mucho después de desaparecidos los cómicos en la última vuelta del camino, aún permanecerá en la plaza ese puñado de hombres y de mujeres fieles, con sus banderas, con sus gritos, con sus reivindicaciones, con sus sueños todos. Y precisamente porque en todos los pueblos siempre hubo gentes que se quedaron rezagadas a la hora de aplaudir las palabras del alcalde, aún habrá unos valores, unos principios, una referencia a la que acudir cuando ya todo se desvanece en la niebla del olvido, en el polvo de los sueños rotos y de las ilusiones desvanecidas.
Y será entonces cuando las gentes aun despiertas vuelvan su mirada hacia esas mismas banderas que ahora parecen de otros tiempos. Porque cuando las gentes de aquí y de allá hacen volar en el aire las banderas de ayer, las banderas del progreso, de las luchas, de la dignidad misma, no es necesariamente solo en memoria de los que cayeron en el pasado en las barricadas por una sociedad más justa;  para dar testimonio de los días del fuego y de la sangre hermana derramada en las ciudades y en las trincheras: lo hacen porque todos nos merecemos un Mundo mejor. Nos merecemos un Mundo que no sea necesariamente un casino; nos merecemos un Mundo donde no quepan solo las palabras tuyo y mío. Necesitamos urgentemente un Mundo donde todavía poder soñar, poder saciar el hambre de pan y de justicia de los pueblos. Porque si nosotros no somos capaces de construir un Planeta a la medida del ser humano, ellos van a hacer de este Planeta una inmensa fosa común donde no solo quepamos nosotros y nuestros sueños, si no los de todas las generaciones que nos sigan.

Cuando sacamos nuestras banderas a las calles no lo hacemos solo para celebrar los días de las luchas en un ayer más o menos glorioso, en memoria de los asesinados ayer por secundar las huelgas, por votar al Frente Popular, por defender una Constitución democrática: lo hacemos por vocación de lucha, porque no hay otra salida que la lucha, porque aquí no cabe la rendición de ninguna bandera ni de ninguna causa. Aquí, en este momento, más allá de los colores de esas banderas que se han ganado el respeto y la admiración de los pueblos porque encabezaron las luchas en el pasado, lo que realmente está en juego es la Paz, la vida misma, tal como la hemos conocido hasta ayer mismo, el Progreso; las libertades, la poca o mucha cuota de bienestar que se conquisto en las calles –tantas veces a costa de sangre obrera-, la supervivencia del Planeta.

Donde haya un hombre o una mujer enarbolando una de esas banderas, no lo duden: allí hay una persona dispuesta a dejarse la vida en defensa de todo aquello que, aún no siendo lo suyo solo, nada le es ajeno: por la Humanidad.

 

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