Función social de los premios literarios

Función social de los premios literarios

Arturo del Villar*. LQS. Junio 2021

El colmo de esta costumbre impuesta al criterio de los jurados como dogma se superó en 2010, al conceder el premio Nacional de Poesía a José María Millares, fallecido el año anterior. No se entiende qué sentido tiene dar un premio a un difunto

La muerte de Francisco Brines a los ocho días de recoger el premio Cervantes, nos invita a plantearnos cuál es la función social de los premios en general, y de los literarios en particular. Queda por sabido que Brines era un gran poeta, pero recibió el premio máximo de las letras castellanas a los 89 años, cuando se encontraba con todas sus facultades físicas e intelectivas disminuidas. Los reyes acudieron a su casa para entregárselo, y se retrataron con él sosteniéndolo por los brazos para mantenerlo en pie.

Se supone que la función social de los premios importantes, como el Cervantes o los nacionales, consiste en facilitar al elegido una cantidad de dinero que le permita dedicarse con tranquilidad a su tarea creadora, despreocupándose de las actividades complementarias exigidas para asegurarse la subsistencia y la de quienes dependan de él. Es indiscutible el puesto distinguido de Brines en la historia de la poesía castellana, pero también lo era hace veinte años, y entonces hubiera resultado más lógico y más feliz para él ser distinguido con el Cervantes. En su caso la necesidad de conseguir dinero para la pervivencia no era acuciante, aunque puede ponerse como ejemplo en la mayoría de los casos referentes a escritores.

El premio Cervantes anterior, Joan Margarit, lo recibió en 2019, a sus 81 años, y tuvo muy poco tiempo para disfrutarlo, ya que ha fallecido el 16 de febrero de este 2021. Tampoco él padeció estrecheces económicas, debido a su doble trabajo como arquitecto y catedrático, aunque de haberlo recibido unos años antes tal vez hubiera entregado más tiempo a la creación lírica en detrimento de la arquitectura, y eso habríamos ganado los lectores.

Cuando la Academia Sueca otorgó a Juan Ramón Jiménez el premio Nobel de Literatura correspondiente a 1956, comentó Rafael Alberti: “Les han dado el premio a los sobrinos de Juan Ramón”, y era cierto, porque el poeta estaba hundido en una depresión anímica desde dos años antes, y no volvió a escribir nada hasta su fallecimiento dos años después. Si le hubieran entregado el premio algunos años antes, cuando él y su esposa Zenobia malvivían en los Estados Unidos el exilio político, para no soportar la dictadura española, les habría sido de enorme ayuda en la solución de las dificultades económicas crónicas. Entonces sin duda a Juan Ramón le hubiera resultado un buen acicate para incrementar valiosamente su gran Obra creadora, con la inicial mayúscula que él le concedió. Por el contrario, en octubre de 1956 solamente le sirvió para pagar los gastos de hospitalización de los dos, y dejar una buena herencia a los sobrinos, todos ellos con unas ideas políticas opuestas a las de su tío, lo que no les impidió aceptarla.

Los jurados responsables de estos grandes premios literarios votan sobre seguro, a un escritor reconocido y a menudo multipremiado con galardones de segunda categoría. Nadie pondrá en duda sus merecimientos, aunque precisamente por esa condición el nuevo premio no les aumenta el prestigio ni les ayuda para superar una crisis económica. No sirve más que para añadir una línea al currículum. En cambio, qué bien les vendría a escritores jóvenes con una obra sólida, para aumentarla con nuevas publicaciones facilitadas por la dedicación a la escritura, liberados de trabajos cotidianos.

El colmo de esta costumbre impuesta al criterio de los jurados como dogma se superó en 2010, al conceder el premio Nacional de Poesía a José María Millares, fallecido el año anterior. No se entiende qué sentido tiene dar un premio a un difunto. Solamente se explica por ese deseo de recordar los honores de un nombre conocido, al que en este caso no le sirvió para nada el nuevo galardón.

Otra cosa son los premios que podemos llamar de segunda categoría, dotados con pequeñas cantidades de dinero, que no solucionan la vida del ganador, sino simplemente le proporcionan una ayuda. Éstos sí cumplen una función social, en cuanto facilitan al elegido un modo de obtener un ingreso extraordinario sobre su trabajo oficial, si lo tiene. Salvo excepciones conocidas, derivadas del éxito de una novela o de un drama, el escritor necesita buscarse una ocupación ajena a la escritura, por la simple necesidad de vivir. Comprende a novelistas y dramaturgos, porque los poetas nunca alcanzan ese grado de aceptación popular. Lo habitual es que paguen la edición de su primer libro, y después colaboren en la publicación de los siguientes. Por eso necesitan recurrir a esos premios de segunda categoría, que les faciliten una manera de promocionarse.

Si los jurados actuasen con cordura, los grandes premios mayores se entregarían también a jóvenes, aun corriendo el riesgo de equivocarse con alguno. Pero no será así, porque la tradición lo impide.

* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio
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One thought on “Función social de los premios literarios

  1. Como botón de muestra, los vergonzosos premios que concede la editorial Planeta, ejemplo de cómo los escritores españoles han servido al franquismo desde su convocatoria hasta nuestros días.

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