Guernica: para que el mundo no olvide

Guernica: para que el mundo no olvide

De entre todas las afirmaciones que se han realizado sobre el Guernica de Picasso, sólo hay una en la que coinciden todos los críticos de arte, artistas y estudiosos de la obra picassiana: Guernica es algo más que un cuadro. No sólo por sus grandes dimensiones, de 3,5 metros de alto y casi 8 de altura, que le convierten en la obra más grande que realizó Picasso, sino también por el simbolismo que encierra y su innegable vocación universal. Guernica se convirtió en el mismo momento de su alumbramiento en una declaración de guerra contra la guerra y un manifiesto contra la violencia. Aunque el leitmotiv de la creación del cuadro fue el bombardeo aéreo de Guernica por parte de la Legión Cóndor alemana, el objetivo último de Picasso era convertir su obra en un símbolo universal de denuncia de la violencia causada por la guerra y de las muertes de un siglo en el que los métodos de producción en masa se pusieron al servicio de la industria militar. Por esa razón, pronto su Guernica entró en ese reducido club de cuadros que integran la formación visual de las generaciones, tanto posteriores como contemporáneas al trágico bombardeo. La lista, que puede alcanzar diez o quince pinturas, está compuesta por algunos cuadros como El grito, de Munch, La Gioconda, de Leonardo da Vinci o Los girasoles, de Van Gogh.

La historia que encierra el título del cuadro es bien conocida. La Legión Cóndor, que participaba en la guerra civil española en el bando del general Franco, bombardeó la villa de Guernica el 26 de abril de 1937. La operación militar, que tuvo como nombre en clave “Operación Rügen”, fue el primer bombardeo por saturación realizado sobre una población habitada en el siglo XX. Guernica no fue elegida al azar por los generales del bando sublevado. Guernica era el símbolo de la autonomía vasca, ya que era en esta localidad donde los reyes juraban los fueros vascos bajo el roble milenario situado frente a la Casa de Juntas. Estos fueros, una norma jurídica que regulaba la vida económica, política y social de muchas regiones en España durante la Edad Media, se conservaron en el País Vasco, en reconocimiento de su singularidad territorial. Franco, feroz enemigo de las autonomías y las nacionalidades del Estado español, decidió que era el momento de asestar un golpe mortal en el corazón del orgullo vasco, con el objetivo de minar la moral del ejército republicano en el norte. Pero su objetivo no era puramente militar, sino también simbólico. Guernica, con su carga emocional para el pueblo vasco, constituía la piedra angular de sus raíces históricas y de su identidad como nación.

Tras el bombardeo, en el que fueron destruidos el 70% de los edificios y murieron 126 personas según los últimos estudios, Picasso comenzó la creación del mural, encargo realizado por la República española para decorar la sala principal del pabellón español en la Exposición Universal de Paris de 1937. Aunque había comenzado a idear el cuadro a principios de ese año, tras el bombardeo de la ciudad Picasso decide cambiar la temática completamente. Crea entonces ese alegato contra la guerra y la violencia que es Guernica, adoptando una secuenciación horizontal, narrativa, que el espectador puede observar como si de una escena cinematográfica se tratase. En fases sucesivas, va añadiendo elementos verticales a la obra, hasta llenar todo el espacio. La carga simbólica, tan representativa de la obra de Picasso, alcanza en Guernica su máxima expresión. Crea ocho personajes, que aparecen en orden desde la izquierda del cuadro. La primera figura corresponde a una mujer, que grita mirando al cielo con su hijo muerto en brazos, símbolo de la Piedad, del dolor inhumano de la madre que sobrevive a sus hijos. A su lado, aparece un toro, símbolo de la fuerza instintiva y animal y también trasunto del propio Picasso. A continuación, el caballo, quizás símbolo del pueblo sufriente, blanco del horror de la guerra. Después, un soldado caído de espaldas, que asegura en su mano derecha una espada rota y una flor que nace de la espada, como símbolo de la derrota pero también de la esperanza de un futuro sin guerras ni violencia. Así, uno tras otro, los diversos personajes del cuadro aparecen en escena, como fotogramas que componen una realidad en la que el drama de la guerra se refleja en toda su crudeza: una mujer envuelta en llamas, otra que corre despavorida y en el centro de la composición, una lámpara sostenida por una mano, elevada sobre el resto de figuras, simbolizando la luz incombustible de esa esperanza que también se refleja en la flor tenue, apenas esbozada, que nace de la espada rota. Sobre todas ellas está la lámpara, mitad bombilla, mitad sol, iluminando la escena. Esa lámpara en el techo quizás es el símbolo de la razón, de la lógica perversa de la guerra, del progreso científico y racional al servicio de la destrucción y la muerte. Cabe recordar la famosa frase de Goya, “El sueño de la razón produce monstruos”, que da título a unos de sus grabados más conocidos. En Guernica, la razón no está dormida, sino allí encima, planeando sobre la escena. En última instancia, esa lámpara-sol quizás sea el símbolo de un mundo que asiste al drama del pueblo español de brazos cruzados, ajeno y lejano, mientras las bombas caen, segando las vidas de hombres, mujeres y niños.

Picasso utiliza el blanco y negro en Guernica por una razón que va más allá de lo puramente estético. La monocromía se opone frontalmente al mundo colorido de la experiencia cotidiana, por lo que el blanco y el negro no son utilizados para reflejar la realidad, sino potenciar la sensación de abstracción en el observador. Guernica no busca la realidad. Guernica es, ante todo, la representación visual de una idea: la del dolor y el miedo ante las bombas. El blanco y negro, colores atemporales, fijan la escena en la retina como un icono del horror, como símbolo completo, y ceden la fuerza narrativa al movimiento de las figuras, compuestas por líneas ondulantes, dimensiones opuestas y trazos geométricos. En cuanto al Guernica en relación a la obra de Picasso, significa la culminación de la abstracción cubista, a la que une su fase azul, profundamente melancólica y pesimista, y las sugestiones surrealistas. El cubismo, que revolucionó el mundo del arte pictórico, es llevado a su máxima expresión en el Guernica.

El tratamiento de la violencia es lo más importante del cuadro. No existen enemigos, bombas o antagonistas; sólo las víctimas, entre el dolor y el miedo, las llamas, las ropas rotas, el relincho desgarrado del caballo y la mirada atónita del toro. La violencia ocupa toda la escena, pero no es la violencia dialéctica del combate que Goya reflejó magistralmente en La carga de los mamelucos o Los fusilamientos del tres de mayo, con sus rostros contraídos por la ira y la tensión de la batalla. En Guernica, la violencia es una idea que trasciende la realidad, un grito sordo, una boca abierta, un cuerpo de niño que yace sin vida en los brazos de su madre. Es una violencia universal y con vocación de eternidad, una violencia nauseabunda y terrible, sin épica ni heroísmo, que se prolonga más allá de las figuras y parece salir del cuadro. Quizás por esta razón, al ser exhibido en el pabellón español suscitó tanto rechazo entre los asistentes. Europa trataba de contener el ansia de expansión y conquista del nazismo alemán mientras hacía oídos sordos a las peticiones de ayuda por parte de la República española. Guernica fue, en aquel momento, una bofetada simbólica de realidad en la cara de la sociedad europea, temerosa del nazismo alemán y cegada aún por la memoria de los campos de batalla de Verdún, pero incapaz de anticipar Auschwitz, Stalingrado o Hiroshima.

Tras su exhibición en la Exposición Universal, Picasso decidió que su obra no sería expuesta en España hasta que la dictadura del general Franco terminara. Tras un breve periplo por Europa, el cuadro pasó a pertenecer al Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York (MOMA) desde 1939 hasta 1981, año en el que finalmente regresaría a España. Actualmente se encuentra en el Museo Reina Sofía de Madrid. La colocación de la obra en el museo tampoco es aleatoria. La sala 206, en la que se puede observar el cuadro, siempre llena de personas, se abre a continuación de otra. Nada ni nadie prepara al visitante para la experiencia de contemplar la obra. Tras atravesar la sala, una pequeña multitud situada ante el cuadro nos indica que estamos a punto de presenciar algo grande. Y así es, efectivamente. El Guernica, con sus dimensiones titánicas, se extiende en la pared frontal. El blanco y el negro nos dan la bienvenida al horror, a la muerte, a la cara más oscura del ser humano. Allí está Gaza y sus niños heridos llevados en volandas hasta una ambulancia; Irak y los muertos de Fallujah; Hiroshima y los cuerpos quemados por la radiación. Allí está la guerra eterna, la muerte victoriosa, la desolación de las casas incendiadas. El espectador confronta lo atroz de la muerte bajo las bombas. Entre el murmullo de los visitantes puede escucharse el grito sordo de auxilio de una Humanidad que clama por la justicia, la paz y el cese de la violencia.
Picasso quiso convertir su Guernica en algo más que la representación visual de un suceso histórico. “No, la pintura no está hecha para decorar apartamentos, es un instrumento de guerra defensiva y ofensiva contra el enemigo”, dijo. Nunca explicó el simbolismo que encerraba el cuadro por una sencilla razón: Guernica no debe entenderse, sino sentirse. El espectador debe situarse ante él y sentir el miedo que irradia desde todos sus vértices. El arte existe para ser sentido, para emocionar, para que traspase la piel y viaje más allá de la retina, hasta dentro del cuerpo, hasta el lugar donde se encuentra lo que nos hace humanos: la compasión, el perdón, la solidaridad, el amor por los otros. Guernica es un instrumento de guerra que busca combatir al enemigo que todos llevamos dentro: la pulsión de muerte, el odio, la violencia. Las víctimas de Guernica, eternizadas por Picasso, son las víctimas de un siglo atroz que amenaza con perpetuarse en el nuestro, portadoras de un dolor que nos interpela desde el cuadro y ante el que tenemos el deber de no girar la cabeza. Picasso creó algo más que un cuadro: creó la obligación moral de observar el horror de la guerra de cerca para que el mundo no olvide lo terrible de la existencia.

* Publicado en el blog de Rafael Narbona

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