Hilando grueso (desde la diáspora)

Hilando grueso (desde la diáspora)

Por Francisco Cabanillas. LQSomos.

Como tantas otras veces, la verdad no está
en el punto medio.
CRL James

I
Entre Luis Fortuño, Ricardo Rosselló y Pedro Pierluisi (o, como le llaman a este Eduardo Lalo y Néstor Duprey, Pedro PierLuma), el denominador común —a saber, que todos son miembros del PNP (Partido Nada Progresista)— esconde una diferencia cosmética.

De los tres gobernadores que han gobernado la colonia sin poderes para gobernarse que es Puerto Rico —Fortuño lo hizo en 2009-13; Rosselló en 2017-19; Pierluisi empezó en 2021–, el más consistente en términos partidistas coloniales es Fortuño, quien, después de Luis A. Ferré, que gobernó de 1969-73, ha sido el segundo, de catorce gobernadores electos por el pueblo a partir de 1952, que pertenece al Partido Republicano de Estados Unidos, también llamado el Grand Old Party (GOP).

Partido que, para Noam Chomsky, representa, por su actual ultraderechismo neofascista, la “institución” más peligrosa del mundo. La diferencia entre los dos únicos gobernadores republicanos de la isla, Fortuño y Ferré, según se dijo en algún lugar del debate político insular, consiste en que, a diferencia de Fortuño, Ferré “gobernó como demócrata.” Fortuño gobernó como lo que es: un abogado corporativo (como PierLuma) que defiende las corporaciones más poderosas del Poder neoliberal y —subraya con demasiada insistencia Henry Giroux— neofascista.

Rosselló y Pierluisi erran. En términos de su identidad partidista colonial, se asocian con el Partido Demócrata usamericano, pero son, de plano, más republicanos que demócratas. Y no es que el Partido Demócrata sea más democrático, ni que sea —subraya Paul Street al citar a Sheldom Wolin, filósofo que acuñó el concepto del “totalitarismo invertido” para hablar de la “democracia incorporada” de Usamérica— un “partido de oposición popular.” El Partido Demócrata no lo es; por lo menos, desde Bill Clinton, el gran traidor, según Chris Hedges, de la clase trabajadora. Gore Vidal lo tuvo claro; en “Estados Unidos de Amnesia” hay un solo partido político, perteneciente a Wall Street. Por eso, el periodista-escritor Chris Hedges remata: Goldman Sachs nunca pierde en las elecciones de Washington.

Una diferencia, retórica, nunca de base, entre republicanos y demócratas, se manifiesta, por ejemplo, en términos de la crueldad (que Henry Giroux articula en el contexto neofascista de Trump). Crueldad a la que los republicanos, hipermasculinistas como George W. Busch, no le tienen miedo (Abu Ghraib y Guantánamo), mientras que los demócratas, más escurridizos, se escudan, como en el caso de Libia y Gadafi, en el chiste de mal gusto de Hilary C.: “We came, we saw, he [Gadafi] died” (2011). Risas.

También, está el hecho del hurto de las elecciones, que los republicanos, bien conectados como George W. Bush, se agenciaron en Florida (2000) ante la aquiesencia del demócrata, Al Gore, que las ganó; trámite que Trump, el 6 de enero de 2021, intentó, más violentamente, llevar a cabo infructuosamente en Washington, DC.

En cuanto a la crueldad asociada con los republicanos, el chat de Ricky (2019) dice presente. Las cosas que se escucharon en esa charla las pudo haber dicho Trump y sus trumpistas, duchos en el lenguaje de la crueldad sin pelos. Por eso —porque no toleraría a un segundo Trump, ahora del patio—, el pueblo boricua se tiró a la calle en el verano de 2019 para exigirle la renuncia a Ricky. En cuanto al hurto del poder político, el intento chapucero de Pierluisi de asumir inconstitucionalmente la gobernación tras la dimisión forzada de Rosselló en agosto de 2019, dejó en claro que el abogado de Luma iba en serio. Autoproclamado gobernador sucesor, la fantasía le duró poco. Wanda Vázquez lo reemplazó. No obstante, esperó su turno y le llegó la hora. Ahora, PierLuma reina con soberbia.

II
En el libro de Ileana Rodríguez , La prosa de la contra-insurgencia: ‘lo político’ durante la restauración neoliberal de Nicaragua (2019), se hace referencia al concepto que el escritor, exsandinista como Gioconda Belli y Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez, acuña, “La izquierda jurásica,” para referirse a los que, opuestos al imperialismo usamericano, apoyan los gobiernos de izquierda como principio antiimperial.

“Con la revolución, todo; contra la revolución, nada” es un concepto emblemático de los años 60 que Ramírez consideraría jurásico.

El filósofo Santiago Castro-Gómez habla, en una de sus clases grabadas en YouTube durante la pandemia, del exceso de geopolítica en varios pensadores descoloniales, para explicar la bifurcación que, a partir de la crisis venezolana de 2017, generó el viraje de pensadores como Edgardo Lander, entre otros descoloniales, que se volcaron contra el presidente Maduro. Viraje que para el sociólogo descolonial Ramón Grosfoguel resulta equívoco políticamente:

“En mi humilde opinión y lo digo con mucha tristeza: se han pasado al otro lado de la trinchera. Con esto no estamos diciendo que no se hagan críticas. Pero las críticas tienen que ir dirigidas ‘casa adentro’, para mejorar los procesos anti-imperialistas y no para destruirlos. La crítica siempre será necesaria y bienvenida” (2020).

Respecto de la Nicaragua de hoy (fines de 2021), de la que tuvo que irse no hace mucho tiempo Sergio Ramírez; una en la que, por un lado, el orteguismo es pintado como un nuevo somozismo que reemplaza el sandinismo, y, por el otro, una en la que se experimentan realidades como “disminución de la pobreza, ampliación de la red eléctrica nacional y el incremento de la seguridad” (TeleSur 2021); respecto de esa Nicaragua parecería que, a grandes rasgos, los críticos del orteguismo tienden a silenciar los logros sociales de la dinastía Ortega, mientras que los defensores del orteguismo tienden a silenciar el nepotismo (como poco, presidencia y vicepresidencia).

III
Lo inconcebible, devino. Lo impensable, pasó. Del secularismo jacobino, emblemático de la Revolución Francesa (1786), a la transmodernidad que, en el contexto latinoamericano, reincorpora la espiritualidad prehispánica; tachada —“epistemicidio”— a partir del siglo XVI. Entre el jacobinismo revolucionario francés, incluido el de los llamados por CRL James “jacobinos negros” de Haití, y la recuperación transmoderna de la Pachamama, media la Teología de la Liberación de mediados del siglo XX, encargada de poner patas arriba, al privilegiar a los “condenados de la tierra” de Fanon, la colonialidad de la modernidad eurocéntrica.

Cuando el filósofo secular Juan José Bautista, alumno del filósofo Enrique Dussel, también teólogo de la liberación, enfrenta de una vez el peso del giro descolonial desde su corporalidad andinoboliviana, la colonidalidad de la modernidad, esa que “vacía” las tradiciones ancestrales andinas, se le hace patente. Desde ese momento de claridad, una política transmoderna pone en práctica la recuperación epistemológica de lo andino. Ergo; la secularización que antes, como sociólogo marxista, legitimaba el vaciamiento de la ritualidad/espiritualidad/sabiduría andina, ahora, como filósofo transmoderno, es rechazada. Y ello porque esa secularización moderna implica lo peor para el filósofo boliviano: una cultura de la muerte. El pensamiento místico de Walter Benjamin será puente para politizar la praxis antimoderna/transmoderna de la recuperación andina que lleva a cavo el Amauta.

Lo impensable acontece. Ocurre lo que se pensaba que nunca sería visto. ¡Rechazo explícito de la secularización moderna! El giro descolonial del filósofo José Juan Bautista hace clic; rebrota en su discurso la subjetividad prehispánica de la Pachamama, una espiritualidad subalternizada, silenciada y vaciada por la modernidad eurocéntrica, frontalmente cuestionada. Política transmoderna que recibe el apoyo explícito y entusiasta del sociólogo Ramón Grosfoguel, respetuoso de la ancestralidad andina; ambos, Juan José y Ramón, alineados con la filosofía de Dussel (criticada en las clases por YouTube del filósofo colombiano Santiago Castro-Gómez).

IV
Eurocéntricos, demasiado eurocentrados; educados para entender la modernidad como si fuera una gesta esencialmente liberadora. Designado como La Ilustración, el siglo XVIII entroniza la modernidad eurocéntrica que celebra la razón, y su aplicación práctica, desde el Atlántico norte, sin alumbrar el “lado oscuro,” no liberador de esa misma modernidad al sur; que no es no otro que el lado de la colonialidad, establecida, a partir de 1492, en las Américas.

El filósofo-teólogo-historiador Enrique Dussel aborda el dictum de la filosofía moderna del siglo XVII, “Pienso, luego existo” de René Descartes, como un yo tardío, montado en otro dictum del siglo anterior (XVI) que el pensamiento eurocéntrico ignora: el “yo conquiro” de la primera modernidad establecida por Hernán Cortés en el siglo XVI, sin el cual el yo de Descartes (cogito ergo sum), que para entonces (siglo XVII) excluye al sujeto de la Península Ibérica y consecuentemente al de la América ibérica, no habría podido inscribir su nuevo idealismo filosófico —pensar que pensar era en lo único que no podía dudar— .

V
En Cruel Modernity (2013), Jean Franco empieza el libro con la crueldad de la Masacre del Perejil (1937), llevada a cabo por el Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo contra la población haitiana que trabajaba en suelo dominicano. Como evidencia literaria de la crueldad exigida por la modernidad que Trujillo quería inscribir en la República Dominicana, Franco se vale de una novela dominicana, El Masacre se pasa a pie (1938) de Freddy Gatón Arce, y de otra haitianoamericana, cuyo leit motiv es la pérdida causada por esa crueldad moderna, The Farming of Bones (1998) de Edwidge Danticat.

Al terminar Cruel Modernity, el lector boricua queda convencido de esto: la crueldad que el gobierno usamericano, en complicidad con el gobernador colonial Luis Muñoz Marín, llevó a cabo sobre el cuerpo del líder nacionalista/independentista Pedro Albizu Campos, radiado (“TBI, Total Body Irradiation”) hasta la putrefacción durante los años 50, cabe en la crueldad moderna que, venga de la derecha o de la izquierda, Franco pone bajo la lupa crítica.

Crueldad de una modernidad que, para Ramón Grosfoguel, constituye una civilización de la muerte:

“Es sentido común de que si destruyes tu medio ambiente te destruyes a ti mismo, por eso digo que Occidente como proyecto civilizatorio es un sistema de muerte. Como dicen los intelectuales críticos indígenas de nuestra América o de Abya Yala, la lógica destructiva de la vida ha prevalecido producto de una cosmovisión que es muy problemática. En el pasado, todas las civilizaciones tenían principios holísticos, sin embargo, ahora ves que la civilización occidental dice que los humanos somos muy destructores de la vida, pero cuando llevan en cohete a alguien a la luna dicen ‘nosotros los occidentales’, y cuando se trata del desastre dicen: ‘no, los humanos’; ahí les echan la culpa a los humanos’ (2021)

VI
Lluvia de armas, como si fuera la pintura surreal del uruguayo José Gamarra, El progreso de una ayuda (1969), en la tapa del libro Close Encounters of Empire: Writing the Cultural History of U.S.-Latin American Relations (1998). Pintura en la que, como en una pesadilla de la Guerra Fría para el sur, parece caer, de un avión militar usamericano que vuela de este a oeste, una plétora de parafernalia bélica: bombas, pistolas, rifles, helicópteros, tanques, cuchillos, radioteléfonos, bazucas, etc., camuflado todo para la batalla.

Nueva lluvia de armas, décadas después de 1961, para otra guerra; aguacero. De la lluvia militarizada de la Guerra Fría a la lluvia de armas ilícitas para cárteles y puntos de droga al sur de la modernidad usamericana. Aguacero que, desde Estados Unidos, donde se producen y proliferan con facilidad las armas, ensopa a los capos de México, Honduras, Guatemala, Colombia, Puerto Rico (entre otros). Lluvia de armas para el narcotráfico en el contexto de una llamada “guerra contra las drogas” en la cual el norte administra el trasiego de la droga de modo que la violencia se mantenga al sur del Río Grande y las grandes ganancias al norte. Guerra sin aparente fin, declarada por Nixon desde 1971…

¿“Ojalá que llueva café en el campo”?

Más artículos del autor
* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua castellana, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014). Miembro de LoQueSomos

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