¡Ar!

¡Ar!

Esta mañana temprano he observado una escena que puede resumir un país: paseaba con mi perra cuando, en uno de los portales de una urbanización de lujo, vi que había tres operarios en traje de faena y se disponían a cambiar una bombilla fundida. Uno dirigía la operación, otro sujetaba la escalera de tijera y el tercero enroscaba el recambio de la lámpara. Así fue siempre por aquí y así es. A pesar de las ínfulas tecnocráticas

El puesto de conserje de mantenimiento residencial (antes portero) está muy solicitado; se suelen manejar enchufes importantes para conseguirlo. En tiempos de alta precariedad como estos, es cuando se llama a la puerta de los que manejan los hilos para solicitar favores. Así se tejen los fundamentalismos y clientelismos políticos y religiosos. Cualquiera de los más de cinco millones de parados, atosigados por la desesperación, firmaría a ciegas por cambiar esa bombilla. En la España de Borbón, Rajoy y Rouco no hay hueco para la esperanza y sí para la penitencia. Gracias a ese trío de santos y sabios nos purgaremos de la osadía de ser muertosdehambre de posguerra a creernos clase media consumidora.

Todo va mal, pero menos mal que la selección “nacional” gana partidos y el ministerio de Cultura nos siga suministrando abundantes corridas de toros. Pasodoble. Ruedo ibérico. Corte de los milagros. España está a salvo en sus esencias, aunque sea inmersa en el espectáculo sin raíz, tal y como ayer y anteayer era una retórica imperial donde no se ponía el sol. Gracias a la gran perspicacia del gobierno, la racial soberanía resta intocable, a pesar de los envites de la troika del euro, que nos quiere diluir en el maëlstrom de la UE. Jamás, dicen presidente Mariano y su ministro Guindos. El suministro de millones para las saqueadas cajas de la banca patria tiene que ser por como somos no por como quieren que seamos. Somos una idiosincrasia de destino en lo universal. Somos sanchopanzas de la estulticia olvidando la hidalguía noble de Alonso Quijano en el trastero.

El carácter emocional español es errático y barroco. En un suspiro pasamos del júbilo más exaltado al derrotismo más feroz. Y a la consiguiente agresividad pirotécnica. Siempre dispuestos a sacarse espinas reales o imaginarias, prestos a vengar el orgullo herido de la Armada Invencible. Conducimos mirando por el espejo retrovisor, estamos embozados en una funesta y torpe Historia a la medida, como si fuera un traje de Gürtel.

A la búsqueda de colores en nuestro panorama de hollín minero, en estos días, lucen al unísono los pendones rojigualdas en los ventanales urbanísticos de la patria. ¿Es la "Roja" unidimensionalmente monárquica? Entre tanto trapo simbólico, no he visto ninguno tricolor. Aunque, a despecho de la simple diversión haya que decir también, en estos tiempos tan económicos, cada aullido de ¡gol! nos sale por un ojo de la cara.

En general, al español le gusta sentarse a mesa puesta y que alguien le diga lo que debe hacer o no hacer. Y así, los jefes fácticos, en un momento dado, concluyeron que España era una democracia ¡Ar! Eso dijeron los amos de ayer, de hoy y de siempre, en perfecta conjunción con los americanos del imperio Sam. El cuartel de 40 largos años había muerto en el hospital, y nos dejó huérfanos de cintura flexible, democracia curiosidad insaciable y tolerancia. El cuartel y los americanos plantaron un tiesto de Borbón, para garantizar la continuidad de la prosopopeya. Se decidió hacer tabla rasa de la memoria común. El español obedeció ¡Ar! Y se fue al hipermercado.

Mal que pese, aún estamos anclados en el tiempo mental de Quevedo, pasando por Larra y Valle-Inclán. Gibraltar es español y lo seguirá siendo por los siglos de los siglos, como ahora. El dinero que nos presta Europa es porque somos los mejores. Ni un paso atrás. Nos tienen manía por nuestros triunfos deportivos en ciclismo, tenis, fútbol y motor. Nos lo quieren hacer pagar caro. Rajoy y el PP no tienen la culpa de nada. No consentiremos en ceder un ápice de soberanía. Así que, entre nosotros y sin que salga de aquí, vamos a seguir desfilando al pasodoble “España cañí” y a ver qué pasa.

Antes de eso, los amos fácticos y el hisopo habían sancionado ¡Ar! Que ya estaba bien de poesía de la decencia republicana, fuera de derechas o de izquierdas. El carro estaba atascado y se imponía la épica del dinero en abundancia. La posguerra del estraperlo, el fielato y la sacristía había despertado afanes de grandeza material. Ahora los jefes querían dejar de ser paletos millonarios de casino para ser ricos cosmopolitas e ingresar en la lista Forbes de los éxitos. Había que maquillar el pelo de la dehesa. Eramos menos éticos pero más guapos ¡Ar! Nacía el pragmatismo sin escrúpulos del ladrillo y el boom del hormigón, las urbanizaciones mutantes de las costas, la desfiguración sistemática del país. El tráfico de favores y sumisiones, como poner bombillas a seis manos en las nuevas urbanizaciones de nuevos ricos…

Esta cosmogonía del ladrillo es la que ha dejado las críticas secuelas que ahora padecemos. De muertos de hambre pasamos sin transición a clase media. Se propició la orgía del consumo. En ese tocomocho nos cambiaron la honestidad por un Seat 600. Luego fue un Audi o dos. Garaje, trastero, pisos, vivienda secundaria en plena playa…

Nos hemos despertado de ese sueño constatando que volvemos a ser en Europa una maloliente mierda de gato, endeudados hasta las cejas. La penitencia viene detrás del placer sin cerebro. Toca pagar caro el lujo. El antiguo derecho de pernada ha resucitado y se ha puesto al día. Si quieres trabajo, póstrate. Nos exigen la vida para poder sobrevivir. El círculo ilusorio se ha cerrado y el dinero se ha fugado a los paraísos fiscales. Los de abajo ya no son clase media. Antes éramos pobres pero honrados. Ahora sólo somos pobres.

Tal y como hoy, en el pulso guerrero entre distintos calibres de capitalismo cristiano (liberalismo versus fascismo puro y duro), las élites españolas habían sido germanófilas; hoy de la Merkel del Mercado y ayer de Adolfo Hitler y sus adláteres Benito Mussolini y el emperador japonés sin imperio Hirohito. Finalmente, en esa guerra grande venció el hula-hoop. Servidos los entremeses de la guerra fría, Franco y los amos banqueros y terratenientes se hicieron solemnes amigos de los americanos. Tan serviles que estos no tuvieron que invertir ni un dólar para conseguir bases militares y todo lo que quisieron. De la derrota a Rota ¡Ar! Hoy somos escudo antimisiles. A los americanos les bastó con unos pocos barcos de leche en polvo. El Plan Marshall pasó de largo hacia Italia, y en la orgullosa Iberia se quedó el hambre y su fiel acompañante la tuberculosis ¡Ar!

Tras los tres viajes de Colón y con el patrocinio (hoy sería esponsorización) de los Reyes Católicos, España rapiñó El Dorado, pero lo curioso y patético es que en pleno siglo XXI seguimos dando vueltas de noria asnal al mismo modelo central borbónico ¡Ar! Y así, tras el parto de los montes de la Transición, todavía no está resuelto el asunto fundamental del modelo de Estado. Se hizo incluso una guerra civil por no reconocer plenamente fueros y culturas distintas, aunque no necesariamente ajenas. Y al final lo que han hecho los que dirigen el invento es partir la tarta en 19 trozos, más digestivos para caciques locales y sus representaciones en Madrid. La España nacionalista son, en realidad, un montón de Españas sin pegamento ni apenas otra amalgama que un idioma; con su duplicada o triplicada parafernalia de papeles, leyes, reglamentos y funcionarios. Un despilfarro permanente. Una ruina. Un federalismo imposible porque tropieza con la necesidad centralista sine qua non de la Corona borbónica. Ese es el auténtico tapón político que está saliendo tan caro.

España está en manos de los partidos seudopolíticos que están en manos de las acostumbradas élites del ordeño y mando. Los aparatos de gestionar el poder sobrante de los amos son rehenes de sus gastos. Por el contrario, casi nadie ignora que la independencia o soberanía pasa por no gastar más de lo que se tiene o se puede conseguir en buena lid. No se puede soplar y sorber al mismo tiempo. Como dicen que dijo el ilustrado torero Domingo Ortega, “lo que no pué ser, no pué ser, y además es imposible”.

El axioma dice que el que paga manda. Ahora mismo, en el año 2012, se está pagando en carne de soberanía. Se ponga como se ponga, un mendigo nunca puede decir esta boca es mía. España está en bancarrota. Necesita mucho dinero para meterlo en las vacías cajas fuertes de los bancos. Manda el mercado, manda Merkel, manda Alemania. A pesar de los gestos y bravatas de cara al tendido. A las advertencias de las voces autorizadas, las lumbreras de Rajoy y Guindos contestaban mirando por encima del hombro y con ínfulas, acusándoles de ignorar la realidad de España. España. España. Torero. Torero. Torero.

Mariano es un nombre afortunado para un mayordomo.

El grito ¡ar! que puede traducirse por el ¡arre! con el que se azuza a las acémilas para que acarreen con más interés la carga. A menudo va acompañado del latigazo en los hijares. Es una interjección castrense de obediencia obligatoria. ¡Ar! es una intimidación que no admite dudas ni titubeos; se trata de una tajante expresión de poder cuya respuesta debe ser automática y nada equívoca. Por lo que pueda suceder.

Ahora que estamos instalados como funámbulos en el borde del precipicio, cabe preguntarse a qué catecúmenos se les debe exigir responsabilidades por la indefensión catacumbal a la que nos han llevado ¡Ar! No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor gobernante que el que se esconde. Rajoy no da la cara. A la lamentable saga de gobernantes de este país lo único que le faltaba es un depresivo que se camufla detrás de la barba y suelta incongruencias como tinta de calamar. Para salir huyendo de las preguntas.

* Director del desaparecido semanario "La Realidad"

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