¿Líderes de opinión o paramilitares de la información?

¿Líderes de opinión o paramilitares de la información?
La ola de indignación que ha puesto contra la pared a las instituciones del sistema que han programado la desdicha general bajo la patente de “políticas de austeridad” fructificó en tres frentes: el político, el sindical y el mediático. La arremetida de la sociedad civil se centró en la lucha contra la ficción de representación política de los dos partidos dinásticos hegemónicos PP-PSOE y la denuncia de las posiciones cómplices de las centrales mayoritarias CCOO-UGT, pero fue en el terreno mediático donde el cambio resultó más insospechado e innovador. 
 
Por vez primera desde la transición la gente interiorizó que los grandes medios de comunicación de masas eran parte sustancial del problema y que de su radical cuestionamiento dependía en buena medida el futuro del movimiento. Considerados como un caballo de Troya de los poderosos que promovía la resignación, el eslogan “apaga la tele y enciende la vida” se convirtió en algo más que una feliz ocurrencia. Y así seguimos.
 
La libertad de expresión y el acceso a la información figuran en todas la declaraciones de derechos y constituciones de las democracias liberales. Se considera un derecho fundamental, porque no hay manera de interpretar el mundo para actuar en consecuencia sin tener conocimiento cabal de los hechos y acontecimientos que suceden a nuestro alrededor. De suyo, la censura, en cualquier de sus manifestaciones, previa o sobrevenida, es una de las armas de control de los gobiernos totalitarios que en el mundo son o han sido. A derecha e izquierda del espectro político. Un ciudadano desinformado o manipulado siempre es una víctima propiciatoria. No hay más que recordar cómo las mentiras oficiales de las armas de destrucción masiva fueron usadas para permitir que una coalición militar internacional arrasara Irak.
 
Pero no podemos pedir peras al olmo. Los usos y costumbres del poder en esta materia están a la orden del día entre gobiernos autoritarios o progresistas. La manera más habitual es a través de unos medios públicos, sobre todo televisiones, que en realidad son sólo la voz de su amo. El desmantelamiento de las televisiones autonómicas por el PP, Canal9 o Telemadrid, es la excepción que confirma la regla: como tienen el poder del Estado central y con él la obediencia de las emisoras privadas, no necesitan otras zarandajas. Por no hablar del submundo de las comunicaciones, que como han demostrado hasta la saciedad Julian Assange y Wikileaks, primero, y ahora Edward Snowden, abrevan siempre con su información confidencial en las arcas de las servicios y agencias de inteligencia para “neutralizar al enemigo interior”. Una caja negra. Puro fascismo.
 
Lo que pasa es que hay otro tipo de incursión en las informaciones menos evidente y transgresor que también adolece del mismo estrabismo. Son las que practican una serie de periodistas de buen ver, profesionales acreditados que se asoman casi todos los días a las tertulias radiofónicas y televisivas, después de haber depositado la misma cosecha en sus empresas de referencia. Una nómina que podríamos denominar de “periodismo empotrado”, usando el término utilizado para identificar a aquellos corresponsales de guerra que cubrían el conflicto de Irak junto a las tropas atacantes. Gentes que, lógicamente, informaban desde la óptica exclusiva de esos ejércitos, que además les proporcionaban toda serie de facilidades para conocer las atrocidades del enemigo y solapar las propias. Hay un dicho judío que afirma que el lado más oscuro está junto a la lámpara. O sea, la información al servicio de la razón de Estado y para llevar “nuestra democracia” a los países incivilizados.
 
Bueno, pues esto también existe en la vida civil. Y no solo en las modalidades presuntas de aquellos periodistas que se dejan instrumentalizar por los intereses de sus empresas; los que abarcan sobresueldos a costa de dar determinado sesgo a lo que publican o esa otra especialidad, minoritaria por razones del género, que bebe en las fuentes informativas de alguno de los múltiples servicios secretos (también llamados eufemísticamente de información) existentes (no son todos los que están, pero sí todos los que son). Producen un pensamiento cautivo. Recordemos, la historia siempre termina enseñando sus credenciales, que la gran obsesión del ex banquero Mario Conde para hacerse con el poder (incluso pergeñó un golpe de mano institucional) era el control de la información. Por eso compró medios, utilizó periodistas y captó al jefe de espías del Cesid (hoy CNI) Juan Alberto Perote.
 
Viene todo esto por ese Premio Nacional Ejército que todos los años concede el ministerio de Defensa. El ultimo ha correspondido, en la modalidad informativa, al conocido y multimillonario locutor Carlos Herrera, un periodista sobradamente conocido por su talante conservador. En este caso el hábito no hace al monje. Herrera no engaña a nadie, dice lo que piensa aunque no siempre piense lo que dice, y el galardón no le hace ni más ni menos famoso, quizás al contrario. No así su compañero en el podio 2013 en la versión televisiva, el follonero-cocinero Alberto Ricote, posiblemente distinguido por Defensa por sus buenas críticas gastronómicas sobre los ranchos legionarios.
 
Sin embargo, una somera búsqueda en los archivos de la web de Defensa depara alguna sorpresas. Existe una especie de curiosa ligazón entre haber recibido el Premio Ejército de Periodismo y gozar de una posición desahogada y predominante en espacios de máxima difusión de las televisiones. Un predicamento que también alcanza a aquellos que con premio o sin premio, han tenido alguna relación con sus fastos, estos tampoco se ven afectados por la purga de periodistas que diferentes EREs de distintos medios han prodigado en los últimos años hasta dejar más de 8.000 informadores en la calle. Eso no va mucho con ellos, ni tampoco suele cebarse el desempleo con los periodistas que han desempeñado regularmente su actividad profesional en secciones de Interior, Defensa o Casa Real, sin que sirva esto de trágala. Recordemos que fueron precisamente los responsables de las áreas de Economía de los grandes medios, sobre todo en la prensa de referencia, los que “no supieron prever la crisis” y aventuraban informaciones sobre la “mejor banca del mundo” y la “economía revelación” que a la vuelta de la esquina tantos disgustos nos ha proporcionado.
 
Pues bien, lo que está claro es que con ardor guerrero o sin él, los periodistas premiados por Defensa tienen buena estrella o buenos padrinos. Son como el perejil de todas las tertulias, en cadenas rotundamente fachas o en las que presumen de progresistas, en medios públicos o privados. Aunque dejo para otros con más tiempo y ganas esa investigación exhaustiva, citaré el caso de tres de esos afortunados, dotados no solo del don de la ubicuidad informativa sino del ejercicio del pluriempleo como activo de profesionalidad.
 
Miguel Ángel Liso, un periodista hecho en la Agencia Europa Press, donde cubrió las relaciones con el Gobierno y la Casa Real, Premio Ejército de Periodismo 2011, es alto ejecutivo del Grupo Zeta y contertulio habitual en el programa “Los desayunos” de TVE1. El segundo exponente es un “galáctico” de la ondas, el célebre José Ramón de la Morena, epítome del fútbol negocio como director de “El larguero” de la SER, siempre comprometido con la cultura castrense, como se le reconoció al concederle el Premio Ejército 2007.
 
Y dejo para el final de este recuento a vuela pluma a Elisa Beni, que se multiplica en parrillas de distintas cadenas tanto o mas que Alfonso Rojo, en otro tiempo prestigioso corresponsal de guerra, ya sea en programas con pretensiones de la Sexta como en espacios mogollón tipo “De buena ley” de Telecinco. Beni no descansa. Quizás porque de casta le viene al galgo. Como ella dice en su blog “Sobre mí”, estudió en la Universidad de Navarra, “con 11 matrículas de honor y 12 sobresalientes” y fue la directora más joven de España cuando se hizo cargo del Faro de Ceuta, órgano del colonialismo español en el norte Marruecos. Con esos atributos no es extraño que el Premio Ejército le llegara en el temprano 1997, mucho antes de que fuera nombrada jefa de comunicación del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, puesto del que fue descabalgada por haber escrito un libro confidencial sobre el juicio del 11-M (“La soledad del juzgador”) junto con su pareja, el magistrado de la Audiencia Nacional y presidente de aquel tribunal Javier Gómez Bermúdez, sin distinguir lo que era de Dios y lo que era del Cesar, informativamente hablando.
 
Además de estos ejemplos hay otros muchos casos de famosos periodistas comprometidos con los ideales paramilitares del parabellum (si vis pacem, para bellum: si quieres la paz prepara la guerra) y el patriotismo constitucional. Como Arturo Pérez Reverte, Miguel Temprano, Esther Jaén, Isabel Sansebastián, Angel Expósito, Felipe Sahagún, etc. Nada que objetar. Cada cual es muy libre de ostentar su militarismo como le venga en gana. El problema será si los jóvenes periodistas en barbecho entienden que comulgar con los bases del Premio Ejército es un pasaporte para el éxito profesional y la estabilidad profesional. Entonces habrá que declarar varias guerras para satisfacer sus ambiciones. Y ya mucho más en serio: ¿en nombre de qué extraña libertad de expresión unos periodistas caracterizados por su ardor guerrero se erigen en la principal fuente informativa de una sociedad democrática que el único conflicto que soporta es el originado por la despiadada guerra económica de los de arriba contra los de abajo?
 
 

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