¿Podemos?

¿Podemos?

Me pregunto si podemos: ¿podemos? Pero la pregunta, así planteada, se queda corta, extremadamente corta: podemos… ¿qué? ¿qué es lo que podemos?

La irrupción de Pablo Iglesias ha sido un pequeño terremoto dentro de parte de la izquierda española. Dudo mucho de que haya sido un gran terremoto, porque es habitual que, rodeados solamente por nuestra realidad perdamos la perspectiva y, creyéndonos el centro del universo no seamos más que una pequeña, insignificante y lejana estrella. El mundo, nuestra clase, es mucho más que aquello que hay en nuestros pequeños círculos. Pero es cierto, más allá de su magnitud nos encontramos ante un terremoto.

El… ¿proyecto?.. No. ¿Alguien se atreve a calificarlo de proyecto? La candidatura de Podemos ha significado varias cosas:

En primer lugar la incapacidad de Izquierda Unida para representar a toda la izquierda, más allá de los grupos bolcheviques y autodenominados marxistas-leninistas. Una izquierda “guay”, como en su día el Bloco en Portugal, puede hacerse realidad en España. No obstante, era evidente, y no era necesario que surgiera Podemos para que fuésemos conscientes de esta realidad.

En segundo lugar muestra algo que, más o menos, todos/as hemos situado algunas veces: son fundamentales los medios de comunicación, y, en la medida en que sea posible, es necesario que construyamos los nuestros propios. Dos ejemplos recientes: lo ha demostrado ahora Pablo Iglesias y lo demostró en su día Javier Parra aglutinando una fracción alrededor de un medio de comunicación –y, en ambos casos, también, mediante la construcción de la figura de un líder supremo e incuestionable-. El impulso de Pablo Iglesias no hubiera sido posible sin los medios de comunicación.

En tercer lugar, la candidatura de Pablo Iglesias muestra algo que, también, algunos/as hemos situado reiteradamente, mejor o peor, desde hace algunos años: vivimos un momento de crisis sistémica, de crisis estructural –o, en términos clásicos, crisis general- del capitalismo. Esta crisis, en la medida en que la infraestructura –la economía, para entendernos- es incapaz de superarla por sí misma tiene consecuencias en la superestructura y, así, lo que entra en quiebra es el sistema de dominación burgués en su conjunto. Y parte de ese conjunto son los valores burgueses. En la medida en que la dominación ideológica de la burguesía entra en crisis se quiebran las creencias establecidas y pueden surgir nuevos proyectos, como Podemos –junto, evidentemente, a otros elementos, tales como el trabajo y el reconocimiento y aceptación de proyectos políticos ya establecidos-. Que Podemos es fruto de un momento histórico concreto y que no hubiera sido posible en los últimos veinticinco años es un hecho que nadie puede negar.

En cuarto lugar muestra, una vez más, lo acertado del análisis marxista de la realidad: los líderes –porque Pablo Iglesias no es un dirigente, es un líder- surgen fruto de una necesidad histórica: hubo muchos Lenin en el siglo XVIII y XIX rusos y los hubo desde los años treinta del siglo XX y los hay en el siglo XXI, y hoy hay, en España, nuevos Bullejos, pero no pueden surgir y dirigir un proyecto revolucionario porque no tienen las estructuras necesarias y no viven el momento histórico adecuado.

En quito lugar evidencia las diferencias entre una izquierda moderna, propia del siglo XXI, y las estructuras y formas de comunicación de las organizaciones ya existentes que se corresponden al siglo XX. Que construir un proyecto revolucionario pasa por la capacidad de la clase trabajadora de disputar la hegemonía a la burguesía y construir unos nuevos valores y creencias es un hecho. Que hoy es fundamental la comunicación en el proceso de la disputa de la hegemonía y las octavillas –algo, por otro lado, necesario y que no debe perderse- son cada vez más el reflejo de un tiempo pasado, considero, es otro hecho incuestionable. No obstante, y tal y como señalo, es fundamental acudir a los polígonos industriales, allí donde está la masa, para que la organización se encuentre con ella, dialoguen y aprendan mutuamente –clase y organización-. Ese contacto con la clase no lo puede sustituir ningún medio de comunicación, pero la masa, en sentido amplio, es más accesible mediante modernos medios de comunicación que mediante el reparto de octavilla a octavilla.

En sexto lugar muestra la incapacidad de las cúpulas de las organizaciones de la izquierda y/o en lo concreto de Izquierda Unida para adaptarse a los nuevos tiempos. La organización –toda organización social, no sólo la organización política- se convierte en un ente orgánico que necesita sobrevivir. En ese sentido, Izquierda Unida no podía y no puede refundirse más que para seguir siendo Izquierda Unida, lo contrario sería un acontecimiento que sólo en una organización realmente democrática, en la que las bases tienen poder real y efectivo y por lo tanto las cúpulas y la organización se construyen de forma dinámica y de manera constante sería posible. Es, por lo tanto, ilusorio plantear que Podemos puede servir para que Izquierda Unida, o cualquier otra opción política se plantee un cambio. Sólo desde dentro pueden cambiarse las organizaciones, y aún a condición de que se den una serie de condiciones nada fáciles.

En séptimo lugar vuelve a plantear el complejo de inferioridad de las distintas organizaciones de la izquierda española, que no toleran ver que surja ningún otro proyecto de izquierdas. Todo/a aquel/lla que se organiza en torno a un proyecto de izquierdas fuera de tu organización es un/a traidor/a. Y cuando no cabe la acusación de traición entonces aparece la acusación de oportunista. Al fin y al cabo, ante el surgimiento de Podemos unos reaccionan con simpatía –porque ven en la nueva organización elementos que querrían en la suya- pero la mayoría reacciona, como los hooligans, como defensores de su organización porque es la única válida, porque es la elegida –sí, como los hooligans o como los/as miembros de una secta, cualquiera de los dos ejemplos sirve-.

No sé cuántos votos puede sacar Podemos. Creo que nos equivocamos al plantearlo, una vez más, de forma electoral, a cuántos eurodiputados puede sacar esta o aquella organización, la cuestión es: ¿qué podemos hacer por la revolución? ¿qué aporta Podemos a la revolución?

¿Podemos nos acerca a la revolución? ¿organiza y estructura a la clase trabajadora? La respuesta es evidente: va a ser incapaz de hacerlo. Podemos surge con un líder, es parte de la estrategia de Izquierda Anticapitalista, y no responde, por lo tanto, a una necesidad de la clase trabajadora que, habiendo adquirido conciencia, transforme el espontaneísmo y el instinto de clase en organización. Con las bases de las que surge Podemos no se puede construir un proyecto desde –y para, habría que añadir- la clase trabajadora.

Que Izquierda Unida y el PCE –con sus miles de defectos cada organización- son los aglutinadores de la clase trabajadora española con un mínimo de conciencia es un hecho. Por eso ese y no otro es el lugar de los marxistas y leninistas, porque no se puede abandonar a lo mínimamente organizado y consciente de la clase. Bajo esta perspectiva Podemos fracciona una unidad ya de por sí débil y, por lo tanto, actúa de forma contrarrevolucionaria: confunde a la clase trabajadora y no supone ningún avance cualitativo en términos revolucionarios.

Eclipsados por el fenómeno griego muchos/as plantearon una Syriza española. Esta realidad es, a ese respecto, tajante: no es posible construir una Syriza española. Los modelos no se pueden copiar, la realidad griega es una y la española otra, las bases materiales que propiciaron el surgimiento de Syriza no se dan en España: dos realidades distintas no pueden tener un mismo proyecto, a menos que se quiera condenar el proyecto –en aquel lugar en el que no se corresponde con la necesidad histórica- a la insignificancia. Y, por otro lado, señalar que Izquierda Unida ya es –o ya era- la Syriza española es la incapacidad política para observar que en Grecia Syriza se construye en un marco de retroceso de la dominación burguesa y en un incremento de la respuesta de la clase trabajadora, mientras en España Izquierda Unida fue una respuesta para la resistencia. Nada más antimarxista –y, por lo tanto erróneo- que las comparaciones desde lo abstracto.

En cualquier caso, y con todo, Podemos plantea una nueva realidad concreta y es un hecho sobre el cual no caben reacciones viscerales y que será necesario analizar con detenimiento durante los próximos meses. No por el interés que tengamos en Podemos, sino para conocer cómo reacciona nuestra clase, único sujeto condenado a acabar con el capitalismo y llevar a cabo la revolución social, con –o por encima- de Podemos, de Izquierda Unida y de cualquier otra organización.

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