¿Por qué no te callas?

¿Por qué no te callas?

Con lo guapa (es un decir) que había estado calladita todos estos años y va ahora, a punto de cumplir sus setenta primaveras, y se pone a largar desaforadamente por vía oral, sola o en compañía de otra (la tiburón mediática, señora Urbano, que tras este golpe mediático zarzuelero se está haciendo de oro), contra todo lo que se mueve en el panorama político y social de este país y de parte del extranjero.

Y eso que esta señora, que llegó a España en los años sesenta de la mano de su joven esposo (el golferas del cadete Juanito) tapándose con las manos sus vergüenzas económicas helénicas y hasta sin apellido oficial que llevarse a las tarjetas de visita en papel cuché porque la propietaria histórica del suyo, la Casa Real danesa, se negó en redondo a que lo utilizara en público (el dictador Franco salió del paso enseguida echando mano del habitual procedimiento testicular del régimen, regalándole el que ahora lleva: “de Grecia”), tiene fama de ser la lista de la casa (real), la prudente, la callada, la culta, la educada, la previsora, la argamasa familiar que desde siempre ha mantenido unido el cotarro borbónico, una profesional como la copa de un pino, en una palabra.

Porque si en lugar de todo eso la regia partenaire en los cafetitos zarzueleros de la Urbano es una tonta del culo, una imprudente, una inculta, una insensata, una centrifugadora familiar a mil doscientas revoluciones y una mujer sin experiencia alguna en asuntos de la realeza… en estos momentos (con la que está cayendo por la necesaria revisión histórica del franquismo y la posible petición de responsabilidades por genocidio flagrante) estábamos los españoles tirándonos de nuevo los trastos guerracivilistas a la cabeza; con los “generales” Zapatero y Rajoy al frente de sus respectivos Ejércitos partidarios, el colectivo gay combatiendo en vanguardia del primero, el asimismo colectivo “pro vida” haciendo lo propio en la del segundo, los guerrilleros republicanos atacando en todos los frentes, los nacionalistas, vascos, gallegos y catalanes amagando por los flancos y Gaspar Llamazares ejerciendo de coordinador general del desastr

Porque, desde luego, la larguísima perorata que esta especie de “salomón con bragas” que tenemos los españoles en La Zarzuela le ha susurrado a la insigne periodista a la que le gusta ver amanecer haciendo manitas con el juez Garzón, es de antología. Se le ha visto el plumero, desde luego, pero no ha dejado títere con cabeza. Ha repartido leña a diestra y siniestra: a los homosexuales por casarse entre ellos y montar en carroza en lugar de ir en utilitario; a las feministas por serlo; a los diputados por hacer leyes inconvenientes; al PP por ser de derechas y aliarse con los yanquis; al PSOE por ser de izquierdas y alentar el aborto y la eutanasia; al presidente Bush por ser un tipo vengativo (y no un ladrón de petróleo) en Irak…y hasta a los dos últimos monarcas marroquíes (“hermano” y “sobrino” de su regio esposo) por permitirse reivindicar esporádicamente su soberanía sobre Ceuta y Melilla; unas ciudades muy españolas, según ella.

Por cierto, señora soberana consorte y distinguida conferenciante: usted que sabe tanto de todo, me podría decir por qué la “provincia africana española” (según la patriótica denominación con la que el generalísimo que usted tanto adoraba bautizó al Sahara Occidental bajo administración española) fue entregada por su amante esposo, en funciones de dictador por enfermedad del titular, al rey Hassan II de Marruecos, en noviembre de 1975, sin disparar un solo tiro y después de pactar en secreto con los norteamericanos y los servicios secretos alauíes la, sin paliativos, rendición española.   

Bueno, pues la mudita de La Zarzuela habló por fin. Y a mí desde luego, y me atrevería a asegurar que al 90% de los ciudadanos españoles, sus declaraciones me han producido gran sorpresa y dosis letales de vergüenza ajena. El estilo, la forma en que han sido presentadas sus opiniones, es de beata meapilas, de abuelita centenaria, de analfabeta funcional con ínfulas, simplón y ramplón donde los haya Y el fondo, todavía peor, propio más bien de análisis de recreo en colegio de monjas preconciliares o de partida de cartas sabatina en bar de pueblo.

La verdad es que esta descarnada confesión de la hasta ahora prudente consorte griega no se comprende muy bien. O esta mujer, tan amada por sus súbditos españoles (los griegos hace tiempo que le dieron la patada a ella y a toda su familia mandándoles al exilio dorado, como a toda monarquía que se precie), recibió, en los cafetitos que le sirvió la periodista Urbano, una dosis de caballo del llamado suero de la verdad o de alguna otra droga alucinógena, o la pobre está desquiciada con tanta quema de fotos y tanto cachondeo que se traen últimamente los ciudadanos de este país con la Institución que ella representa, o está ya muy mayor, vive en otro mundo (finales del siglo XIX o quizá antes) y arrastra una depresión de caballo ante una próxima jubilación forzosa.

De todas formas, Dª Sofía, está usted mucho mejor calladita, sin tener por ello que convertirse en bandera patria como recomienda el portavoz del PP. Los españoles la tenemos ahí y le pagamos millones de euros al año, obedeciendo disciplinadamente a su amado dictador muerto, para que, representando a España, vaya a conciertos, regatas, bodas, bautizos reales, olimpiadas en Pekín, inauguraciones en Tokio…etc, etc,  pero no para que piense y, encima, nos dé luego la matraca con sus chorradas de vieja gruñona a diecinueve euros el ejemplar. Sea buena, haga caso al “golfus de Roma” que tiene todavía por esposo y   que, seguramente a estas alturas, ya le ha gritado con todas sus fuerzas: ¿Por qué no te callas?

Y si no tiene bastante con mis humildes recomendaciones, recuerde estos dos bellos refranes del acervo común español: “En boca cerrada… no habría entrado la mosca cojonera Urbano” y este otro: “Por la boca… mueren los reyes”. Aunque la verdad, este último no se ha cumplido siempre a lo largo de la historia mundial. En 1793, por ejemplo, los de Francia no murieron por la boca sino por el cuello gracias a la mente privilegiada de un tal monsieur Guillotin.        
                   
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