¿Qué hacemos con la Memoria?

¿Qué hacemos con la Memoria?

Lo peor que tiene la memoria es que nos juega estas malas pasadas.

Los que desde hace años nos hemos dedicado a cultivar la memoria no dejamos de asistir atónitos al desolador paisaje que ofrecen estas Islas a propósito de la visita de los Reyes, quienes en estos días fueron recibidos por el paisanaje con despliegue de banderas monárquicas, gente menuda y ciudadanos de a pie saludando a SS. MM. Exactamente igual que si estos acabasen de liberar el Archipiélago del asedio de los piratas de Van der Does.

No sé exactamente a qué obedecen todas esas sonrisas ni esas muestras de agradecimiento por la visita de tan “insignes señores”, que supongo dirán los políticos que les rodean de abrazos y les colman de “llaves de la ciudad” y de medallas de oro. A fin de cuentas, estos últimos, empaquetados ellos con sus trajes de participar en las procesiones de Semana Santa junto con los obispos y los marciales militares, los mismos ternos y las mismas sonrisas estereotipadas con que nos prometen desde sus televisiones, los mismos gestos y alabanzas con que se recibía en el pasado al dictador, (con abundantes guardias civiles, bajo palio y los “rojos” recogidos en las comisarías, por si acaso alguno tenía la tentación de repetir el intento de eliminar al “extinto”), estos, los que burlándose de los años de cárcel y de la abundante sangre que derramó este pueblo en los heroicos años de la guerra y en los durísimos años de la dictadura; estos, se encumbraron sobre los sueños de los que un día lo dieron todo por la República, en los frentes, en las calles y allí donde les tocó bregar.

Creo que fue el historiador A. J. Toinbee el que dijo:”en toda ciudad hay siempre varios miles de personas dispuestas a recibir al primer conquistador que se presente a sus puertas.” Algo así ha ocurrido estos días en que hemos sido”honrados” con tan regia visita. ¿Os habéis puesto a pensar alguna vez cual habría sido la actitud de este personal si, en lugar de estos señores, acompañados por todas las autoridades locales, hubiera sido el general Primo de Rivera o el “innombrable” quien nos visitase?

¿Se preguntó alguno de los que hacían así con la manita desde el fotograbado de El País cuanto costó el viaje desde la capital del Reino y quien pagó la nafta, las distintas recepciones y las medallas correspondientes? ¿Llegó hasta estas tierras el número de la revista Forbes en el que se afirmaba que el “Rey nuestro señor” acumula una de las fortunas mas cuantiosas de España?

Nunca sabremos cuantas personas se habrán quedado en su casa, dignamente, como aquel ”hidalgo” de la peli Bienvenido, Mr. Marshall, que se negó a recibir a los americanos aduciendo que él no se sumaría a aquella tropa que recibía a aquellos… (en medio de estos puntos suspensivos caben Hiroshima, Nagasaki y un largo etcétera que no cabría en estos folios.)

Porque, en definitiva, ¿quiénes son estos dos señores venidos desde Madrid, rodeados de aplausos, almuerzos y fotógrafos?

Hasta donde llega mi información, ella es una princesa griega expulsada de su propio país por un pueblo que estaba hasta las tetas de la monarquía. Un pueblo de los más atrasados de Europa que un día, como ocurrió aquí en el treintaiuno, puso en la puerta del chozo a aquellos parásitos que para lo único que servían era para chuparle la sangre al pueblo. Y el mozo en cuestión, pues, eso: nieto de un rey miserable que fue expulsado de nuestro país por un pueblo que se hartó de derramar su sangre en aventuras coloniales para que el señorito engordase una cuantiosa fortuna, que más tarde puso a disposición del “extinto”, apoyándole con diez millones de dólares de la época, para que este ganase una guerra contra su propio pueblo. Un golpe fascista de cuatro generales traidores que habían jurado lealtad a la República y que construyeron una monstruosa dictadura sobre la sangre de los 800.000 muertos que costó aquella aventura guerrera entre 1936-1939, eso sin contar los miles de fusilados, los que murieron en las cárceles, el atraso en el que sumió al país tras el exilio de sus hombres y sus mujeres más destacados, aquel Glorioso Movimiento Nacional al que con tan pocos escrúpulos se adhirió el hijo, D. Juan. Pero a lo que íbamos. Un día de 1947, asumiendo que, si murieron los dioses que le antecedieron, él moriría un día también, el General dictó una Ley de Sucesión. Y, metidos ya en 1948, el niño Juan Carlos de Borbón y Borbón, de 10 años, el que un día será rey de España, se traslada a Madrid a instancias del Dictador para cursar sus estudios, estudios que alterna con la práctica de los deportes. Pero entre ese día y el de la muerte del hombre que pondrá la corona en sus manos, nuestro país conocerá un largo recorrido de sufrimientos, de caídas de guerrilleros que querían acabar con el general que vino de África “para salvarnos de la anarquía y de las garras del comunismo”, de pacificación de un país que se negaba a ser “salvado”.

Pero, al fin, pacificado el país e inaugurados todos los pantanos; pescados todos los atunes y regresados aquí todos los embajadores; reconstruidas todas las iglesias y las ciudades que habían “destruido los rojos”, incluida Guernica, enterrados casi todos sus enemigos y sus compañeros de cacería (Hitler y Mussolini), cuando fue relevado de sus funciones de verdugo por los Videla, los Stroessner y los Pinochet, y en vista de que los norteamericanos y sus aliados habían aprendido de sus enseñanzas, este general decidió descansar.

Y un buen día, muerto ya su benefactor, aquel que puso en él todas sus complacencias, el que por los poderes que le otorgaba la gracia del dios que figuraba en las monedas le amamantó a sus pechos cediéndole su trono; este día, el joven en cuestión juró los Principios Fundamentales del Reino, para tres años más tarde, el 28 de diciembre de 1978, y con la misma facilidad y sin despeinarse, pasar a jurar la Constitución. Entre la llegada a España del joven Borbón y el juramento de la Carta Magna han transcurrido exactamente treinta años. Y aquí tenemos ya a aquel brioso delfín del franquismo, devenido en rey y dispuesto a comerse el mundo, tomando la anhelada corona de las manos ensangrentadas del Todopoderoso Señor de Meirás, el Centinela de Occidente, el Azote de marxistas, masones, maricones, anarquistas, judíos y demás “canalla”, la Espada más Victoriosa que jamás conocieran estas tierras después de El Cid, de D. Pelayo y de nuestro Señor el Santiago Apóstol.

Supongo que las nobles gentes de El Hierro, La Gomera, Las Palmas, Fuerteventura, Lanzarote, La Palma y Tenerife, que salieron estos días a vitorear al Monarca y su consorte, lo hacían hacia esa “honorable” institución que nos felicita cada año con motivo del año nuevo, ese jovial monarca que lo mismo navega sobre las procelosas aguas del Atlántico que asesina a un oso de un certero disparo en la profundidad de los tenebrosos bosques; lo mismo nos salva de un potencial golpe de estado que preside o inaugura un congreso; con la misma franqueza y “buen royo” recibe en sus brazos a Pinochet o a Rigoberta Menchú, a Aznar o a D. Santiago Carrillo, que a Evo Morales, a sus banqueros o a su amado hermano el Rey de Marruecos, aquel Hasan II (hijo de Mohamed V, el asesino de Ben Barca y otros numerosos opositores al régimen de Rabat que invadió los territorios del Sáhara Occidental, asesinando y arrojando al pueblo saharaui al duro exilio de la hamada argelina, el mismo pueblo al que este rey español había prometido en aquellas tierras, mientras el Dictador moría de muerte natural que, España “jamás dejaría de cumplir con sus compromisos con aquella provincia española.”)

Desgraciadamente, los sueños de nuestro pueblo volaban bien bajo entonces: nos bastaba con vivir en paz y en libertad, votando una vez cada dos o tres años. Pero algunos de los que tomábamos las calles entonces, aún nos preguntamos dónde estaba este señor, macizo ahora y de sonrisa fácil, cuando fusilaron a Julián Grimau, cuando agarrotaron a Salvador Puig Antich y a El Corredera. ¿Qué hacía nuestro joven Príncipe la madrugada del 17 de agosto de 1963 mientras el verdugo les ajustaba el corbatín del garrote vil a los anarquistas Joaquín Delgado y Francisco Granados?, ¿estaría orando por sus almas o hacía pesas ya?, ¿o tal vez ya conducía su potente máquina de dos ruedas sobre el asfalto de la piel de toro?

Nunca trascendió una palabra de condena del joven Príncipe cuando se ejecutaba a los guerrilleros que combatían en la sierra para traer la democracia a España. Qué buenas oportunidades de congraciarse con su pueblo perdió este estudiante al no mezclarse con los universitarios que corrían entre los caballos de los grises , enfrentándose a los fachas de las facultades, haciendo pintadas contra el dictador, que expulsaba de las facultades a los profesores antifranquistas y que quería ejecutar a los vascos del proceso de Burgos; pintadas condenando el asesinato de Pedro Patiño y Agustín Rueda, pintadas por la libertad, por la amnistía y por la autodeterminación de lo pueblos de España: pintadas contra la represión. Si al menos, en lugar de ser vitoreado en compañía del Dictador en la plaza de Oriente aquel 12 de octubre, después de que éste ejecutase a los 5 antifascistas un 27 de septiembre, hubiese estado con su pueblo en esas difíciles horas, por lo menos, y aunque no hubiésemos votado su Constitución, hoy gozaría de nuestro respeto.

Tuvo que estar el viejo general bajo una importante mole de granito, rodeado de tantos y tantos que conocieron el rigor de sus largos años de gobierno, para que este joven Borbón abandonara su encierro y su mutismo, (su prudencia, que dirían tantos.) Pero claro, este hombre estaba destinado a más altas misiones. También a él se le podía haber escapado aquello de: mi reino no es de este mundo.

Claro que, los que no estamos nunca entre esas multitudes para que más tarde se nos vea en la tele, algunos de los hijos y nietos de aquellos que en los años heroicos sembraban de octavillas los barrios obreros y las zonas industriales en la noche franquista pidiendo a los obreros que se movilizasen contra la Dictadura y por la República, los que, y según palabras del General, “sembraban la cizaña entre los obreros”; los que no nos vamos a reconciliar jamás con las regalías de un sistema que permite que cientos de niños mueran de inanición mientras SS. MM desayunan mansamente en los cálidos aposentos del poder, los que tenemos clavados en la memoria cada uno de los nombres de los estudiantes que, como Ruano, fueron defenestrados por la policía en la noche por los patios, y el de la joven Gladis del Estal, que fue asesinada por los disparos a bocajarro de la Guardia Civil, la misma que acribillaba en esos días a Javier Verdejo mientras este escribía en un muro PAN, TRABAJO Y LIBERTAD; los nombres de los abogados laboralistas asesinados en su despacho de la calle de Atocha de Madrid; nosotros, los que perdimos nuestro el trabajo tras la última reconversión industrial, aquellos que vimos fundida nuestra modesta librería por la voracidad de las multinacionales que invadieron nuestro país, los que tras bucear todo el día en los contenedores de la basura en busca del sustento diario y arrastrando por las calles un carrito de Carrefour con cartones que nos sirven en las noches para protegernos del frío dormiremos esta noche también en cualquier estación de metro, eso sí, “en libertad…”, los que rozamos la clandestinidad desde Internet y las Radios Libres, los que ocupamos y resistimos porque algo queda, los que sobrevivimos con no más de 500 euros mensuales de pensión, los que salimos a las calles en su día para gritar una y otra vez ¡OTAN NO. BASES FUERA!, los que exigimos una y otra vez la descolonización del Sahara, los que condenamos una y otra vez en esas mismas calles o en otras las agresiones terroristas de Israel contra el Pueblo palestino y las intervenciones militares del Sr. Bush en Irak, el bloqueo de Cuba y sus amenazas hacia los que no comen en su mano, los que arrastramos la pesada carga del fracaso sobre las duras playas de asfalto de las ciudades; ninguno de nosotros, señor, estaremos en esa fotografía nunca, agitando su banderita monárquica de plástico.

¡VIVA LA REPÚBLICA!

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