Jugar

Jugar

Aunque el diccionario dé un significado exacto a las palabras, en muchos casos se difumina al no referirse a algo concreto o específico. ¿Qué es jugar?. Juguemos con esta palabra.

Cuando jugamos con el lenguaje podemos descubrir nuevas ideas, nuevas expresiones. La literatura tiene algo de juego. Y también algo de infantil, de hecho se crean mundos imaginarios a la vez que lo referido a la realidad adquiere una intensidad que trasciende lo vivido.

La palabra “jugar” la asociamos con la niñez. Sin embargo jugar se difumina a lo largo de la vida, sin que lo sepamos, pero cuando dejamos esta faceta fuera de nuestra existencia transitamos, no hay intensidad ni asombro de lo vivido. Somos incapaces de crear, entonces, nuevas situaciones, de dejar que fluyan nuevos sentimientos, de vislumbrar nuevas ideas, de escribir nuevas historias. Si no jugamos al escribir somos incapaces de hacer poesía que no sea otra que la que los demás quieran leer. Sin juego no podemos conversar sin negociar nada, tampoco hacer nuevas cosas que un día antes ni nos habríamos imaginado estar haciéndolas. En definitiva dejaríamos de pasar el tiempo, que es en lo que consiste jugar.

Jugar a escribir es para decir algo a alguien y para estar a su lado mientras que dura el juego de la palabra. Sin decir nada. “Secretito del niño Jesús”, decíamos de pequeños. La complicidad forma parte de las reglas del juego. Para los niños jugar es su vida, pero los adultos vamos apartando el juego de su vida, como hicieron con nosotros cuando fuimos niños. Lo hacemos porque creemos que es lo que debe de hacer, sin que haya ningún movimiento social ni cultural que reivindique el juego a lo largo de la vida. Quedan las cartas y el dominó en los bares, pero cada vez menos. Lo mismo que en los autocares ya nadie canta, ni aplaudimos en los cines. “En la mesa y en el juego se conoce al caballero”, dice un refrán.

Desde la ciencia se investiga el átomo, el universo, el cuerpo humano, la economía, los documentos del pasado, pero no el juego como tal, no me refiero en cuanto a su función ni como instrumento pedagógico, sino en sí. Con el juego el niño experimenta vivir. Es curioso que al cabo del tiempo recordamos cosas de nuestra infancia, pero no los juegos. Sí con quién jugamos y a qué, pero aquel momento no nos influye porque lo hemos dejado fuera de nosotros.

Dejamos de jugar y creemos que abandonamos a la vez ser niños, cuando no es así. Lo que sucede es que dejamos de crearnos, de interferir con la realidad para inventarla y experimentar a la vez cómo funciona. Para jugar hay que tener una mentalidad determinada, vamos a llamar “de niño”. Consiste en pensar que las cosas pueden ser de otra manera porque podemos ser vaqueros, monstruos, héroes y sentimos que lo somos con esa mentalidad. Lo mismo que sentirse ser escritor, o pintor, o profesor, o parado,  barrendero… Lo sentimos si forma parte de nuestro juego.

La mentalidad del niño permite creer en los Reyes Magos, en el ratoncito Pérez. ¿Un engaño?. Es más una ilusión con la que aprendemos a ver más allá de lo visible. Luego, jugamos a descubrir que no existen. Pero hemos dejado el hueco para imaginar. Entonces jugamos a sentir y creemos que nos va la vida en ello cuando somos adolescentes. El joven no ve nada, siente el mundo, a sí mismo, al otro, descubre sensaciones que se agolpan entre el amor, la pasión, el deseo, la admiración, se fascina ante alguien y juega a amar para colocar cada sentimiento en su vida y en el mundo que le rodea. Y cuando quiere ver siente a Dios, a mundos que construye en forma de utopías. Considera que basta luchar para lograr que sea una realidad. Surge la distancia que se ocupa viajando. O los sueños se perciben ¡tan reales! que para jugar con ellos los escribimos. Somos capaces de seguir la imagen de alguien que se convierte en una luz y llegar a la orilla del mar y volver para seguir jugando.

Y aparece el cuerpo cuyos rincones se descubren con el juego de la caricia y el beso. La sexualidad se convierte durante la adolescencia en una aventura con la que jugar y experimentar. El juego se convierte en una apuesta, muchos se la juegan, se lanzan a vivir sin dejar de jugar. De lo contrario queda el futuro al que adaptarse y se acabó el juego, se acaba experimentar, descubrir, percibir sensaciones nuevas. Las relaciones sin juego acaban siendo un pulso, a ver quien se coloca por encima. Sin juego no puedo ser Supermán ni esconderme detrás de la puerta, ni tirar de la coleta a la gafotas de turno… porque pierdo la complicidad con los demás. Entonces se impone el saludo con apretón de manos, con choques de mejilla que aterran a los niños que prefieren empujar a quien se lo da y salir corriendo y decir “¿juegas conmigo?” o “la pochas”.

Para un niño el juguete es muy importante, lo más importante, tanto como para los adultos nuestras cosas: la casa, el coche, el empleo, sin ver que es un juguete, pero como dejamos de jugar no lo es, es un piso, un medio de trasporte, un salario.

Hace años fui con mi hija al parque. Ella quería el cubo de un niño que estaba con otros. Pero éste no se lo dejaba. Mi hija lloraba. La madre del niño se acercó a ellos, para que su hijo se lo dejase a mi hija. Entonces el niño lloraba y se lo iba a quitar a mi hija, su madre entonces le regañaba y mi hija lloraba cuando el niño gritaba “¡¡es mío!!”. Me acerqué a la madre del niño y le dije que si ella me dejaba su coche un rato, mientras no lo utilizase. Se sintió ofendida, como si me burlase de ella.

Si los adultos aprendiéramos a jugar pensaríamos y viviríamos de otra manera, podríamos ser capaces de vivir los sentimientos al dejar que fluyan y no querer agotarlos en el sí o el no, sino jugar con ellos, porque el fracaso no es no lograr que se realice, sino no sentir. En el sentimiento siempre queda algo de quien nos hace sentir y al jugar somos capaces, de vez en cuando, que otro juegue también a ser Romeo y Julieta, o a ser papá y mamá, o a ser la bruja y el duende. Lo malo es cuando el juego hace sufrir, como cuando el niño quiere ganar en lugar de seguir jugando, o cuando quiere ser el jefe y no parte del juego. Sucede cuando jugar deja de ser un juego y se convierte en una herramienta, una preparación, en una ambición.

En el mundo de los adultos el juego se convierte en una teoría, en estadística, en resultados, para lo cual están las oposiciones, los currículo, las hipotecas. Todo se calcula, se mide, se teme, se aparenta… todo. Sólo el juego nos permitirá salir de esa piedra. El juego que nos hace tanto reír como llorar, cuando nos lo tomamos en serio, forma parte de esa vida que nos enseña a sufrir y a divertirnos, a querer y ser queridos, pero sin juego únicamente queda lo institucional, lo cordial, el equilibrio sin lo mucho ni lo poco. O queda el desamparo, impedir que nada tenga sentido por no poder saborear aquello que se nos presenta como un juego. Una manera de jugar es mirar, esperar la sonrisa, el gesto que encandiló una vez hace tiempo, la palabra que aparece por sorpresa… y pisar un charco para ver cómo salpica… y cómo se enfada a quien moja los pantalones…

Queda jugar con la realidad y en ella, modularla, pintar de colores el aire, inventar nombres (poesía), o será la realidad quien juegue con nosotrosconvirtiéndonos en tornillos y juguetesde ella, sin nada que apostar: ni ganamos ni perdemos.

Nos queda jugar, como hago al escribir. Igual que lanzar piedras sobre el río para que hagan ranas y lanzarlas a la otra orilla. Es un juego. Es el juego de la realidad.

*Ramiro Pinto

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