La actualidad del cine militante

La actualidad del cine militante

Pepe Gutiérrez Álvarez. LQS. Mayo 2021

Va siendo la hora que desde el municipalismo democrático se asuma la tarea de recuperar el cine, creando filmotecas como una tarea complementaria de las bibliotecas públicas…

Marc Ferro estima que el “cine militante” comenzó en el curso de la guerra de España, que motivó la aparición de un cine explícitamente revolucionario, no comercial y por lo general producido con escasos medios, y en su mayor parte producido desde el sindicalismo de la CNT aunque también conviene considerar en la misma línea dos obras mayores: “Tierra de España”, de Joris Ivens y “Sierra de Teruel” de André Malraux, actualmente considerados como clásicos.

En Estados Unidos esta corriente sobrevivió como pudo después del macartismo, consiguiendo a pesar de todo dos obras maestras: una es un residuo del sentimiento pacifista, “Johnny cogió su fúsil“, de Dalton Trumbo (1971), y la otra es a la vez social, antirracista y feminista, “La sal de la tierra“, de Herbert Biberman, sobre la que se ha escrito largo y tendido. En la Europa de posguerra este cine militante invocaba el nombre de Dziga Vertov, lo que le situaba su ideología y definía su carácter: documental y no ficción.

Tras la segunda guerra mundial, la lucha contra el imperialismo iba sustituyendo más o menos a la lucha contra la burguesía, para lo cual el cine militante desplazó sus cámaras hacia los pueblos colonizados a fin de ayudarlos a liberarse, a menos que esa liberación no tuviera igualmente por efecto debilitar a la «burguesía dominante». En 1946 nos encontramos a Joris Ivens en Indonesia (Indonesia Calling), mientras que René Vautier y Lakhdar-Hamina apoyan el nacimiento de un cine argelino, Yann Le Masson rueda “Sucre amer en Reunión“ (1964), o LioneI Rogosin con Coome Back Africa en Sudáfrica (1959). También el mundo árabe desarrolla un cine nacional, explícitamente revolucionario, con “L’heure de la révolution a sonné“, de Heini Srour, sobre Omán, así como una serie de películas sobre Palestina, que junto a China es un nuevo punto de referencia para una cierta izquierda revolucionaria…

Después del mayo de 1968 esta izquierda ya no sabe a dónde enfocar la cámara. Al respecto, puede considerarse que “Le fond de l’air est rouge“ de Chris Marker (1977), es un film compendio que, en cierto modo, toca a muerto por la idea revolucionaria, por lo menos tal como había surgido en Europa, por lo demás resulta casi inencontrable.

A pesar de todo, este tipo de cine mantiene su público de militantes, que aseguran admirar sus méritos y así lo escriben en los periódicos, pero lo cierto es que a las salas no va nadie, y sólo sobrevive gracias a un tercer circuito -ni comercial ni televisivo- que son los diversos festivales, muchas veces realizados por cine-club locales, especialmente en Cataluña donde se está dando un trabajo de recuperación de las salas incluso en pequeñas localidades. Va siendo la hora que desde el municipalismo democrático se asuma la tarea de recuperar el cine, creando filmotecas como una tarea complementaria de las bibliotecas públicas. Salas donde el pueblo vuelva a encontrarse colectivamente con la expresión artística socialmente más influyente de la historia humana.

En los últimos tiempos este cine comprometido con su tiempo y con los oprimidos ha dejado de ser la expresión de una minoría resistente, encarnada especialmente por Ken Loach. Ahora ocupan los espacios de festivales, y tienen su lugar destacado en carteleras e incluso en las plataformas, sobre todo sí se sabe mirar. De manera que se ha llegado a hablar de “una internacional del cine” (Carlos Boyero, El País), una plataforma desde la que el cine día va poniendo en nuestras manos la tragedia de un mundo subyugado por los poderosos.

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