La concesión del Óscar

La concesión del Óscar

"Los que, teniendo voz callan, no son hombres". Max Aub.

La concesión del Óscar a J. A. Bardem, por su trabajo en su última película, está siendo motivo de numerosas adhesiones por parte de sus admiradores, a las que yo quiero unirme desde aquí, aunque solo sea en recuerdo de aquel papelón suyo en Los lunes al sol.

Aún no he visto la peli y no voy a emitir aquí un juicio sobre ese último trabajo suyo. Pero lo que hoy me trae aquí no es una película, ni siquiera una ceremonia destinada a potenciar el consumo de los productos made in usa, si no las breves palabras que nos llegaron del actor en cuestión.  

Parece ser que, entre el mundo de la farándula, fue singularmente bienvenido que este actor les dedicara este trofeo a los cómicos.

En aquel momento en que pillé de refilón la noticia en la tele, aparte de alegrarme por él y escuchando su saludo, sobre todo teniendo en cuenta la filiación política de su tío J. A. Bardem y de su madre en el PC (algo que siempre obliga), un pensamiento se sobrepuso a la alegría: fue el uso que hizo de esos minutos de gloria que le brindaba el sistema ante una ceremonia que estaba dando la vuelta al mundo. Entonces no pude por menos de echar de menos una palabra de condena para los responsables del momento tan cruel que le ha tocado vivir al mundo. 

Para ser exacto, mi reflexión en ese momento se limitó a un: qué lástima.., por toda esa realidad que discurre a diario bajo nuestras narices y que nos impide disfrutar más plenamente de los días en que de nuevo florecen los almendros, sobre todo si nos acordamos de ese pueblo saharaui que, generación tras generación, ve pudrir sus sueños de independencia.

Sí, qué lástima porque, a pocos minutos que le sean asignados a los premiados, ¿os dais cuenta de lo importante que hubiera sido que este actor o cualquiera de los premiados esa noche se hubiera detenido a mencionar allí los nombres de tantas causas, algunas ni se mencionan en los telediarios por no haber muerto ningún niño ese día?  

Sí, hubiera sido un gesto francamente hermoso escuchar de la boca del parado aquel de Los lunes al sol, que apedreaba la farola como gesto de rebeldía contra un sistema que le negaba el sagrado derecho al trabajo, ante aquel auditorio de hermosas mujeres, de rostros sonrientes, de cuerpos evidentemente bien alimentados, de seres amados y admirados, aún en los lugares más recónditos del planeta… por ejemplo, pedir una vez más cuentas al presidente de ese país por la sangría desatada a lo largo de su mandato en Iraq; por ejemplo, exigir de todos los gobiernos y los pueblos del mundo un firme compromiso en la descolonización del Sáhara Occidental; por ejemplo, que se haga justicia con las reivindicaciones del pueblo kurdo; que se acabe con el bloqueo de Cuba para que ese pueblo siga buscando, en la forma de gobierno que conquistó, su destino; que se acabe con las intervenciones de los piratas que están desertificando el planeta, los que, previendo tiempos de escasez, chantajean a pueblos de África y de América Latina para que les cedan sus recursos acuíferos, poniendo fuera del alcance de sus ciudadanos bien tan universal; que se suprima la pena de muerte en EE.UU.; que cese definitivamente esa carrera armamentística que mantiene al mundo en suspenso, pendiente de cual va a ser la próxima locura del huésped de la Casa Blanca, para que esos recursos vayan destinados a paliar el hambre de África; que se permita vivir en paz y de sus propios recursos a aquellos países productores de cobre,  plata o cualquier otra materia prima codiciada por los que hoy dominan el mundo; que esos directores y productores, que ostentan tanto poder desde las imágenes de sus producciones, dediquen sus recursos en beneficio de una sociedad más justa, en lugar de comernos el tarro con productos sensibleros destinados a entretener al personal y, de paso, sacarles un dinero.  

Evidentemente, esta relación de peticiones podría ser interminable pues, cómo estar en ese poderoso centro de poder (el poder de la imagen) y no exigir una vez más la retirada de Israel de las tierras ocupadas en Palestina, cómo no exigir a los poderosos que cesen en la caza y captura de tanto ser humano como tiene que abandonar a diario el paisaje que le vio nacer, su cultura, su familia para tratar de sobrevivir dignamente en América o en Europa. Pedir una vez más, exigir responsabilidades, aunque no nos escuchen, por esos niños escuálidos devorados por las moscas, mientras la muerte va estrechando su cerco sobre esos pueblos, esas caravanas de mujeres de flácidos y agotados pechos y de abatidos ancianos que se echan a los caminos y que nos escupen su desprecio desde las imágenes que nos pasan las grandes cadenas por TV.  

Sí que me conmovió el gesto del director de fotografía de Las trece rosas cuando, al concedérsele el Goya por esta peli, pronunció los nombres de todas y cada una de aquellas jóvenes mujeres que fueron asesinadas en el Madrid de la cruel venganza de posguerra.

¿Lo soñé o por el contrario una vez vi al director turco de Yol (El camino) subir, con el puño en alto, a recoger la Palma de Oro en el Festival de Cannes, como aquellos atletas norteamericanos de aquellas memorables olimpiadas? ¿Fue que lo soñé, en plena pesadilla de la guerra de Vietnam, o tal vez es cierto que una vez  J. P. Sartre renunció a recoger el Premio Nobel en 1964?

A veces los gestos son estériles, pero nos queda la belleza de estos.    

¡¡VIVA LA REPÚBLICA!!

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