La decisión de Joan Fuster

La decisión de Joan Fuster

Por Núria Cadenes*. VillaWeb.
Traducido por Leticia Palacios. LQSomos.

La combinación de contenido y forma, de las cosas que decía y de la pluma afilada y lúcida con que las formulaba, convirtieron a Joan Fuster en un verdadero revulsivo. Eso y la voluntad de incidencia social

Porque sí, porque queremos, porque la conmemoración nos ofrece la excusa, por ganas, por desinfectar, por etcétera, pero sobre todo porque nos hace falta, este año hablaremos un poco más de Joan Fuster, el halcón, el cáustico, el pensador que nos ordenó la nación, el intelectual que nos puso los puntos sobre las íes e inmediatamente después añadió un interrogante.

Condensado en aforismo (aquella maravillosa advertencia, pongamos por caso: “Modestia del autor.- Los aforismos -los míos como los de todo el mundo- son siempre falsos, intrínsecamente falsos. Y este también”) o desarrollado en panfleto de batalla, en artículo punzante o profundo o las dos cosas a la vez (y con humor, encima: ¡qué grandiosa osadía!), en opúsculo destilado, en libro imprescindible, Joan Fuster se nos despliega en un no parar de incitaciones. Y sí, este año, por aquello del aniversario, celebraremos a Fuster y tuitearemos sus aforismos y lo volveremos a repasar (porque este también nos lo sabemos: “Solo hay una forma seria de leer, que es releer”) y hablaremos de él y discutiremos y haremos carteles y quienes lo conocieron nos contarán anécdotas y escribiremos aún más libros sobre él y habrá exposiciones y simposios y aleluyas y todo eso y más y por fin.

Quién nos lo iba a decir, hace un tiempo. Quisieron convertirlo en bestia negra, lo quemaron en efigie, le pusieron bombas en casa, quisieron borrarlo, reducirlo a pieza de arqueología, el percal aquel con el que había hecho broma y aviso, pero querer no siempre es poder, y aquí lo tienen, lo tenemos, en potencia y en acto.

No a él, claro: a su pensamiento.

Y hoy reivindicamos a Joan Fuster como una actitud de fondo. Más allá de la doctrina, digamos. Precisamente porque no propugnaba ninguna doctrina. Porque decir Joan Fuster es decir una manera de entender el país y el mundo, también: el hecho sencillo y revolucionario de pensar y de hacerlo más allá de lo inmediato y la táctica y la jugada corta. Pensar no en el vacío sino con vocación de intervención en lo humano y concreto, evidentemente. Pensar de fondo y actuar en consecuencia.

En el contexto tan complicado de la posguerra, tan gris y mísero (económicamente e intelectualmente y todos los mentes que queramos añadir), Joan Fuster tomó una decisión. Sin ninguna garantía, por supuesto. Con connotaciones políticas y personales también.

Había conectado con el valencianismo de tendencia republicana y laica que representaba Carles Salvador (que sería, si me permitís el resumen a grandes rasgos, y sin perder de vista los exiguos parámetros del conjunto, la corriente de acercarse al pueblo entrando en entidades folclóricas como Lo Rat Penat y sacrificando a este fin, si era necesario, la exigencia literaria), y también con el círculo de la tertulia que encabezaba Xavier Casp (la, digamos, corriente católica y conservadora, con la idea de proyectar la lengua desde una élite cultural), pero de alguna manera fue la superación del enfrentamiento entre las dos tendencias la decisión que permitió dar el salto cualitativo y cuantitativo que se vivió después.

Porque, paralelamente, Fuster también había establecido relación con los intelectuales del exilio. Con Vicenç Riera Llorca, con Agustí Bartra. Y desde esta relación epistolar y de colaboración literaria, encontró el hilo que lo unía con el temple de los luchadores de antes de la guerra, compartió con ellos la reflexión sobre el país. Sobre el conjunto del país y sus necesidades. Y las posibilidades. Y, por la vía del exilio, conectó también con las ideas que alimentaban el mundo y que la costra de la dictadura española pretendía impedir que circulasen en las tierras que tenía dominadas.

Y de aquí, de todo esto, surgió la vía fusteriana, digamos: un camino propio y alejado de las batallas estériles del exiguo valencianismo representado en un bando o en otro. Y Fuster, que había estudiado derecho, y que etcétera, decidió aparcar este oficio y dedicarse a su país. Que para él, concretamente, quería decir escribir y agitar ideas y participar en encuentros y escribir y agitar y impulsar entidades culturales y políticas y escribir. Y eso hizo. Y aparcó la poesía, también. Y se centró en el ensayo. Porque con la poesía difícilmente se habría podido profesionalizar (tan difícilmente que era imposible) y porque el ensayo le permitía la buscada, y necesaria, incidencia social.

La combinación de contenido y forma de las cosas que decía y de la pluma afilada y lúcida con que las formulaba, convirtieron a Joan Fuster en un verdadero revulsivo. Eso y la voluntad de incidencia social que decíamos: se determinó a formar una generación de jóvenes “sin contacto con esas luchas estúpidas” y espoleada por una auténtica hambre de modernidad. Con su pensamiento de fundamento racionalista (la razón es “el único instrumento con el que cuenta el ser humano para obtener conocimiento”, explicaba en las conversaciones filosóficas con Júlia Blasco) y escéptico (porque la razón tiene límites: la capacidad humana de obtener conocimiento; somos animales limitados que no podremos saberlo ni comprenderlo todo) y antidogmático, Joan Fuster nos permitió superar la losa del franquismo español (y la reducción a inocua nota de color folclorizante) con una propuesta nacional propia, arraigada y vinculada a la vez con el progreso y la modernidad.

Que se dice pronto.

Porque el racionalismo de Joan Fuster, humanista y antimetafísico, no es nacionalista por ninguna esencia o principio o definición, sino por reacción ante la agresión: “Soy nacionalista en la medida en que me obligan a serlo, lo indispensable y nada más. Porque, bien mirado, nadie es nacionalista sino enfrente de otro nacionalista, en beligerancia sorda o corrosiva, para evitar sencillamente el oprobio o la sumisión”. Es un proyecto de modernización del país.

En fin, que la conmemoración, por tanto, la celebración, signifique leer, comentar, tuitear, debatir a Fuster, por supuesto. Pero también saber y entender qué significó. Evitar caer en la mera alabanza percálica y dar continuidad a su escuela de pensamiento crítico sobre el país, de voluntad de renovación social, de modernización. Reivindicar la necesidad del pensamiento fusteriano. Del pensamiento, por tanto.

Que Joan Fuster no es pasado: es ahora.

* Nota original: La decisió de Joan Fuster
Traducido para LoQueSomos por Leticia Palacios

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