La España inferior denunciada por Machado

La España inferior denunciada por Machado

Arturo del Villar*. LQS. Julio 2019

Homenaje en su 144 aniversario.

Comprometido siempre con su ideología, los poemas de Antonio Machado sirven para ilustrar la historia política de su tiempo vital. Republicano, masón, admirador de la Unión Soviética, denunció la alta traición de los militares monárquicos españoles sublevados en 1936, y combatió contra ellos con su arma más poderosa, la pluma, equivalente a la pistola del general Líster, hasta morir en el exilio francés cuando se preparaba para refugiarse en la Unión Soviética.
Su obra poética se desarrolló en gran parte durante la monarquía de Alfonso XIII, mantenida entre 1902 y 1931. El primer libro de poesía publicado por Machado, Soledades (1899-1902), lleva la fecha de impresión de 1903, aunque estaba ya en la calle a finales del año anterior, y el último, Nuevas canciones, apareció en 1924; desde entonces añadía los nuevos poemas a las sucesivas ediciones de las Poesías completas.

La guerra organizada por los militares sublevados en 1936 colocó su pluma al servicio del pueblo agredido. Aunque escribió mucho más en prosa que en verso, los poemas del tiempo bélico son impresionantes, una poesía a la que es posible calificar como de circunstancias, pero aquellas circunstancias excepcionales de la guerra le incitaron a componer una poesía que resultó también excepcional.

La España ultraconservadora

Se enfrentaban las dos españas muy bien descritas por él en un poema de 1913, “El mañana efímero”, incorporado a posteriores ediciones de Campos de Castilla. Es un resumen perfecto del ideario machadiano. Se lo dedicó al periodista Roberto Castrovido (1864-1941), republicano de izquierdas, diputado por Madrid desde 1910, y en 1931 por la conjunción republicano-socialista, muerto en exilio.
Machado describió en 1913 la España ultraconservadora con términos que siguen estando vigentes, lo que demuestra que la ideología de derechas no evoluciona en el país, se la puede calificar de eterna en su estancamiento. Comenzó el poema exponiendo la unión de dos aficiones coincidentes en los nacionales de la derechísima tradicional, la que más se hace notar lo mismo en el Congreso de los Diputados que en los medios de comunicación, porque de hecho los controla al ser económicamente poderosa:

La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,

es decir, la que alterna la devoción sacrílega a la virgen María con la admiración por los toreros. Ese Frascuelo citado (1842-1898) parece haber sobresalido como alanceador, y dejó tan buen recuerdo que se le citaba como maestro en ese presunto arte de matar toros años después de su muerte. Esa parte del país encerrada en sus tradiciones seculares, repartidas entre la asistencia a los templos y los cosos taurinos, era considerada por Machado razonablemente como inferior, al perder el tiempo en esas dos ocupaciones inútiles para la sociedad, por no decir perniciosas:

Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste;
esa España inferir que ora y embiste
cuando se digna usar de la cabeza, […]

Conocía bien a sus integrantes, partidarios de una “España inferior” por estar retrasada en el tiempo, como aspirantes a mantener las que suelen calificarse de “costumbres ancestrales”. Para ellos, el momento estelar en la historia de España quedaba situado en tiempos de los Reyes Católicos y de su nieto Carlos I, el titular del Sacro Imperio Romano Germánico. Por eso no avanza en el tiempo, ya que sueña con mantener vigentes aquellos ideales consistentes en defender con las armas la religión catolicorromana como garante de la unidad de la patria. Admiran a Isabel y Fernando por haber unido los reinos de España, en un caso debido a su matrimonio, en los demás gracias a las guerras, y a su nieto Carlos por enfrentarse a media Europa con el fin de intentar mantenerla sometida a la dictadura del obispo de Roma. Una intención fracasada, pero que en cambio provocó muchas muertes y hundió la economía del reino.
El año anterior a la escritura del poema había muerto Marcelino Menéndez Pelayo, el más ultratodo de los historiadores. Fue el principal exponente de aquel anacrónico catolicismo imperial, situado en las antípodas de la ideología machadiana, que miraba al porvenir y no al pasado. En su variada obra ensayística destacó siempre las supuestas virtudes de la España en su opinión eterna, la denominada inferior por Machado, representada por los Reyes Católicos. Se diría que el poema es una contestación a las altisonantes exaltaciones de Menéndez Pelayo a los tiempos imperiales con sus guerras religiosas y sus autos de fe para quemar vivos a heterodoxos en defensa del papado.

Toreros de derechas

Esa ideología antañona coincide en quienes la sostienen con la afición por las corridas de toros. Existe alguna conexión extraña e incomprensible entre el catolicismo nacional y las corridas. Los toreros son fanáticamente devotos de unas imágenes, a las que rezan antes de salir a la plaza a practicar su despreciable profesión. Suelen ser conservadores en su ideología, al menos los matadores, triste definición de su repulsivo trabajo, porque entre los llamados subalternos hay disparidad de criterios. Cuando se produjo la rebelión de los militares monárquicos en 1936, algunos banderilleros de ideas republicanas fueron fusilados por los sublevados. En cambio, se cuentan escenas espeluznantes protagonizadas por algunos matadores, dedicados a practicar su oficio sobre seres humanos y no animales. Es sabido que los matadores que triunfan se hacen millonarios, en tanto los banderilleros y los mozos no dejan nunca de ser pobres.
A tono con la afición a las corridas señaló Machado una característica de esa España, fervientemente religiosa, unas veces aburrida en su incompetencia, “que ora y bosteza”, y otras feroz en sus actuaciones, “que ora y embiste”. Es una España muy religiosa, la que mantuvo las guerras de religión en Europa en defensa del catolicismo romano, la de misa y comunión diarias, convencida de que tiene la misión de exterminar a los disidentes de sus creencias religiosas. Siguiendo esa teoría el emperador Carlos I y su fanático hijo Felipe II desangraron el reino heredado con sus guerras de religión en Europa, inevitablemente perdidas. Los pueblos que luchan para defender su libertad acaban triunfando siempre, en tanto que los imperialistas terminan derrotados.
En la sección de “Proverbios y cantares” recopilados en Campos de Castilla repitió Machado ese concepto como un método recurrente en la psicología española. En el XXIV escribió:

De diez cabezas, nueve
embisten y una piensa.
Nunca extrañéis que un bruto
se descuerne luchando por la idea.

Los partidarios de la España “que ora y embiste”, aficionados al espectáculo salvaje de las corridas de toros, le parecían a Machado la mayoría social en su tiempo, puesto que suponía entre diez personas solamente a una capaz de pensar, en tanto las otras se dedicaban a embestir en defensa de sus creencias bendecidas por la Iglesia catolicorromana. Los brutos cornúpetas siguen doctrinariamente la idea que les han inculcado los predicadores o los partidos extremistas, y asesinan por ella. La exactitud de esta horrorosa descripción explicada por Machado se pudo comprobar durante la guerra organizada por los militares fascistas, cuando los rebeldes asesinaron tranquilamente a las poblaciones derrotadas, acusándolas en el colmo del cinismo de “auxilio a la rebelión”, cuando eran ellos los únicos rebeldes contra la legalidad republicana constitucional. La España inferior se impone por la fuerza bruta, durante un tiempo, aunque al final termina vencida: así ha sucedido siempre, por eso han caído los sucesivos imperios, incluido el español, dato que debieran tener en cuenta los nostálgicos. No lo hacen porque su cabeza solamente les sirve para embestir.

El pasado revivido

En “esa España inferior” advirtió Machado una gran capacidad de reproducción, como madre de varones lógicamente adheridos a la ultraderecha recalcitrante. Y todos nacerían, como así sucedió de hecho, marcados por las señales de sus ideas capaces de incitar a descornarse por ellas. Mencionó las “sagradas tradiciones”, heredadas de la idea imperial solamente posible cinco siglos atrás, y que además resultó un fracaso total; la cita de unas “sagradas formas” puede tener una doble intención, puesto que tanto alude a las costumbres imperiales sacralizadas por los ultramontanos, como a la definición utilizada por la Iglesia catolicorromana para designar a las hostias consagradas durante la misa por el oficiante, llamadas “sagradas formas” en su lenguaje sacrílego.
Además citó “las barbas apostólicas”, referencia a las que supuestamente llevaban los apóstoles de Jesucristo, y así están siempre representados en la iconografía catolicorromana, dispuestas a imponer por la fuerza sus teorías. Incluyó asimismo las calvas que brillarían “venerables y católicas”, después de habérseles caído el pelo de tanto meditar sobre las maneras de acabar radicalmente con los heterodoxos.
Tales varones nacerían predispuestos a organizar una guerra para aniquilar a los discrepantes. Así sucedió en realidad. La España supuestamente heredera del imperialismo de Carlos I deseaba revivir las viejas glorias a cualquier precio. Los partidos de ultraderecha conducentes a la sublevación militar de 1936 mantuvieron una iconografía propia de aquellos tiempos. Se relata así en el poema:

El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero,
el vacuo ayer dará un mañana huero.

Eso era lo previsible, y se cumplió en el aspecto cultural, pero la guerra derivada de la rebelión militar dio paso a una dictadura sanguinaria larguísima, imposible de imaginar por Machado y por ninguna persona bien pensante. Fue un tiempo intelectualmente huero que no ha aportado a la historia de España más que crímenes y desolación, en el que se trató de resucitar el espíritu de los Reyes Católicos y su imperial nieto en la iconografía, una caricatura anacrónica que hoy nos hace reír, aunque entonces nos obligaba a vivir atemorizados, por miedo a la violencia empleada por aquellos tarambanas y lechuzos educados en el desprecio a la vida de los disidentes. Al fin se acabó aquel tiempo vacío, pero de ningún modo puede parecernos pasajero a quienes lo sufrimos durante 36 años. La profecía de Machado tardó excesivamente en cumplirse.

La otra España

Sí acertó al anunciar el nacimiento de otra España opuesta a esa inferior protagonista de casi todo el poema, ya que esa otra sólo está descrita en los ocho versos finales. La representó como una España naciente, nueva por lo mismo, encarada al futuro, libre de tradiciones y de compromisos religiosos con la historia, decidida a empezar a escribir la suya propia:

Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.

Resulta sorprendente encontrar en Machado una alusión a la raza, concepto que debía desagradarle, aunque se explica porque todavía en 1913 no poseía las connotaciones que acabaron añadiéndole precisamente los partidarios de la “España inferior”. La nueva no es partidaria de seguir la liturgia de la Iglesia catolicorromana ni de presenciar corridas de toros, sino del trabajo, es la “del cincel y de la maza”, porque nace con espíritu trabajador nada contemplativo. Deriva de un pasado, como es lógico, pero no lo tiene en cuenta porque pertenece a una “eterna juventud”, la que se renueva en cada momento histórico, y unas veces queda aplastada por las barbas y las calvas sostenidas en el pasado, y en otras ocasiones pela las barbas para unificarlas con las calvas. La juventud mira al futuro, no al pasado.
Los versos finales anuncian una revolución social, necesaria para impedir que los partidarios de revivir el pasado consigan su propósito. Ahora la profecía de Machado anuncia el triunfo de las ideas renovadoras, que terminarán imponiéndose sobre los recuerdos de María y Frascuelo, porque han nacido por necesidad:

Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.

Adivinó Machado en la nueva España nacida para terminar con el reinado de la inferior, un deseo de redimir a la nación de las imposiciones seculares acumuladas por la alianza entre el altar y el trono. Para llevar a cabo esa misión debía ser implacable, sostener un hacha con rabia en la mano, para utilizarla en la venganza de los castigos seculares soportados por quienes intentaron alguna vez poner coto al absolutismo compartido por los monarcas y sus sostenedores los clérigos. La España joven nacía con una idea revolucionaria, acabar con los privilegios de casta sostenidos tradicionalmente por una llamada nobleza inútil y una clerecía fanática, partidarias de aplicar la barbarie en todos los actos de la sociedad.
El cincel, la maza y el hacha venían a colaborar en la misión redentora de España. Era preciso acabar con los delirios imperiales sacados de su época, y llenar de realismo el tiempo presente. Es una tarea lógica para cualquier persona libre de opiniones mezquinas, impuestas por una ideología superada en la historia. Por eso la versificó Machado, en su afán por regenerar aquella España inferior. Su llamada no sirvió en la práctica para nada, pero nos dejó un espléndido poema.

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* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.
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