La leyenda del sargento Fabra

La leyenda del sargento Fabra

En 1936 detuvo a los oficiales sediciosos de Paterna en el cuarto de banderas del cuartel.

El historiador y escritor José Antonio Vidal Castaño rastrea la verdad y el mito del suboficial.

La memoria histórica ha quedado investida, más que nunca, de rigor académico. Porque una tesis doctoral, que recibía ayer el cum laude de la Universitat de València, se ocupa de la biografía del sargento Fabra (Chella, 1904), sus heroicidades y el tiempo convulso en el que tuvo que actuar. Su autor es el historiador y escritor José Antonio Vidal Castaño, que durante seis años ha rastreado la verdad y el mito en recuerdos personales y documentos no siempre de fácil acceso. La mayor parte de las personas que le conocieron y trataron ya han desaparecido, y aunque se ha entrevistado con 24 familiares y amistades, los recuerdos a tan largo plazo a veces se entremezclan y emborronan. En cuanto a los archivos, el investigador tropezó con la escasez de fuentes militares.

La toma del cuartel de Paterna el 29 de julio de 1936 por parte de Carlos Fabra Marín y sus hombres fue decisiva para evitar la rebelión militar en Valencia. En el cuarto de banderas se habían reunido jefes y oficiales que iban a alzarse contra la II República, hasta que el sargento, acompañado por un pelotón de voluntarios que eran cabos y sargentos, redujo, desarmó y detuvo a los sediciosos. Empuñaba su arma reglamentaria, una Bergman de 9 milímetros, y el tiroteo dejó tres muertos y varios heridos, aunque permitió a los milicianos y la población entrar en el cuartel sin un solo disparo. Una advertencia para el resto de la trama golpista, que ya no se atrevió a actuar en la región militar de Valencia.

Desde ese día el mito popular quedó arraigado en la memoria colectiva, elevando al grado de héroe a un hombre de la clase de tropa, un subalterno de familia humilde que había optado por la milicia para no ser una carga. En los años veinte Fabra había sido voluntario en Melilla, y en la guerra del Rif se debió empapar de esa “ideología” militar que tanto le iba a unir, tras la hazaña de Paterna, al general Miaja. Con él sería aclamado en el campo del Mestalla, presidiendo corridas de toros, convirtiéndose en hijo adoptivo, bautizando una calle, conociendo a importantes personalidades del Gobierno, Ejército y el mundo político. 1937 fue el año del reconocimiento público y los ascensos a teniente y capitán. Se convirtió en el hombre de confianza de Miaja y participó en el frente de Madrid, puente de Arganda.

Pero en 1938 consideró conveniente enviar a la familia (esposa, hijo e hija) a Francia y él saldría casi al final, el 2 de marzo de 1939, en vuelo directo Alicante-Toulouse. Los falangistas saquearon la que había sido su casa en Chella y la “contrajusticia” franquista (palabras de Vidal) le abrió dos causas judiciales con proceso sumarísimo por rebelión militar. Le hubieran condenado a muerte. Detenido durante la ocupación alemana, fue internado en el campo de Le Vernet d’Ariege, aunque pudo escapar durante el traslado a uno alemán. Al margen del escenario político, mantuvo buena relación con la emigración económica española antes de fallecer en 1970, cerca de París.

Desaparecido de los libros de Historia, solo en 1986 pudo ser traído a casa y homenajeado, con ocasión del 50º aniversario de Valencia capital de la República.

La abundante presencia de representantes de izquierdas y de la FUE ayer, en la lectura de la tesis, indica que la política de ocultación no ha obtenido un éxito absoluto y que el sargento Fabra ha podido ser rescatado de su “opaca intrahistoria”.

* Publicado en el diario “El País”

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