LA MELONERA: Cuando marchan las golondrinas

LA MELONERA: Cuando marchan las golondrinas

Los ochos de septiembre desde el de 1718, mientras en la mayoría de los pueblos españoles comenzaba la vendimia, en las inmediaciones de la recién construida ermita de la Virgen del Puerto en el Camino del Pardo y a las orillas del Manzanares, se celebraba la romería dedicada a la Virgen, en cuyas alamedas “piloños” (gallegos) y “pravianos” (asturianos), rivalizaban con sus bailes y sus cantos para agradar a su Patrona. El día anterior, siete de septiembre de 1718, el Concejo solicitaba permiso para llevar a la Virgen desde el Colegio Imperial de la calle Toledo, a su nueva ermita junto a los campos de la Tela y del Moro, y aquella noche, según los cronistas, en aquel lugar se hicieron fuegos y luminarias.

Cuenta la historia que reinando Felipe V “El animoso”, aquel primer Borbón que cedió el trono a su hijo Luis por una depresión, y siendo regidor de Madrid Francisco Antonio de Salcedo y Aguirre, a la sazón Marqués de Vadillo, estimó conveniente en su proyecto de embellecimiento del río, además de encargar a Pedro Rivera el más bonito de los puentes de Madrid: el de Toledo, construir también una ermita donde las lavanderas pudieran rendir culto sin tener que alejarse mucho de las orillas del río, y una escuela para que sus hijos pudieran hacer algo más que corretear entre los tendederos, y como el Marqués de Vadillo, antes de ser regidor de Madrid lo fue de Plasencia, donde la Virgen del Puerto era patrona, por tenerle devoción tal no dudó en importarla para la villa de Madrid. Así en aquel soto, cuya alameda era la más frondosa de Madrid y se extendía desde el Puente de Segovia hasta la Puerta de San Vicente, quedó instalada aquella Virgen que le hacía la competencia a San Antonio.

Dice la historia también, o quizá sólo sean supercherías, que la Virgen del Puerto ya había hecho un primer viaje desde Lisboa a Plasencia para huir de la dominación árabe, y escondida entre unas peñas la encontró un pastor allá por el siglo XV para convertirse en patrona de la villa placentina. Hay quien dice también que ese “Puerto” corresponde al “puerto de Lisboa” de donde era originaria, y no al de montaña que se le atribuye.

Corresponde la fecha del ocho de septiembre al día en que se supone nació la Virgen María, según el santoral católico y la mayoría de los anglicanos, y desde el siglo XVIII hasta comienzos del XX era cuando los meloneros de Villaconejos instalaban sus puestos de melones y sandías en las orillas del Manzanares, y las golondrinas abandonaban la capital anunciando el final del verano: “Cuando la Virgen (melonera) viene, las golondrinas se van” decía el refranero. Por eso los madrileños, tan aficionados a llamar a las cosas por su nombre, dieron en llamarla “La melonera”, o “La de la buena leche”, ya que se representa amamantando al niño Jesús.

Era tradición que a la romería, las mozas casaderas llevaran dinero para comprar un melón en aquellos tenderetes, con que agasajar al hombre pretendido, porque era de general conocimiento, que la Virgen echaba una mano en estos menesteres, como según cuenta la leyenda lo hizo con la joven que el novio dejó plantada al pie del altar, y recuperó gracias a su mediación. En agradecimiento la novia robó un melón que depositó a los pies de la Virgen, y que ésta devolvió al melonero, y apareciéndose en sueños le dijo que comprara uno y lo compartiera con él mozo para tener un feliz matrimonio.   

Los franceses de 1808 y la Guerra de la Independencia desarbolaron la zona, privando a los madrileños de aquella chopera que los resguardaba de los tórridos días de verano, y poco a poco la zona fue cayendo en desuso por la competencia que merenderos como “La Bombilla”, para la gente humilde, o los “Jardines de Pórtici” para los acaudalados, le hacían en sus proximidades. Los nuevos bailes, la equitación, los paseos en barca por el río y los fuegos artificiales con que despedían cada jornada, eran argumentos suficientes para que aquel paraje quedara relegado a lugar de lavaderos, y una vez al año romería de La Melonera.     

Llegó el ocaso con la Guerra Civil. El frente de batalla situado en la Casa de Campo hizo saltar el Puente de Segovia en mil pedazos, que cayeron sobre la ermita y sobre la Virgen, dejando intacta únicamente la tumba del Marqués de Vadillo.

 Entre las ruinas que permanecieron empañando el paisaje durante la larga posguerra, no sólo quedaron sepultadas las campanas y las imágenes, cuando en 1951 se acabaron las obras de reconstrucción ya no volvió la romería, y aunque las golondrinas siguieron emigrando por esas fechas, no era al abrigo de los acentos gallegos y asturianos de antaño. 

Hoy, aunque sea otra la talla palentina la que ocupa el pedestal de “La Melonera”,  y aprovechando que la zona del Río ha dado otra dimensión a Madrid, quizá el espíritu del Marqués de Vadillo se revuelva en su sepulcro para animar a los madrileños a recuperar tradiciones de buena vecindad, y este año 2013, el domingo 8 de septiembre, hacia la caída del sol, aquellos que quieran compartir una tortilla y una raja de melón, se puedan encontrar a las puertas de la ermita. Quizá La Melonera los recompense. ¡Ánimo!

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