La muerte de Vulcano

La tradición casi nunca es sinónimo de excelencia, sino de atraso y barbarie. La agonía de Vulcano, un astado colorado de 580 kilos, en la infame fiesta del Toro de la Vega sólo corrobora que el pasado no puede explotarse como argumento ético, pues la esclavitud, la discriminación de la mujer y las ejecuciones públicas disfrutaron durante siglos del apoyo de la sociedad y de las leyes, que esgrimían como justificación el derecho natural y la protección del orden público. La muerte de Vulcano, hostigado por una horda de energúmenos y alanceado por unos desalmados sin un ápice de conciencia o dignidad, revela una vez más que España no ha conseguido desprenderse de su pasado inquisitorial y de su crueldad atávica, casi racial. Si la tauromaquia es la esencia de lo español, de acuerdo con la proliferación de banderas rojigualdas con el toro de Osborne, nuestro país es un yermo habitado por canallas, donde sólo prosperan la brutalidad, la ignorancia y el odio. Sería tentador establecer algún paralelismo entre Tordesillas y el general Gonzalo Queipo de Llano, que  nació en la villa, pero se trata de un dato irrelevante. Sin embargo, yo aprecio en las charlas radiofónicas del general, invitando a los legionarios y a los regulares a violar y a exterminar a las mujeres de los “rojos”, la misma cobardía e iniquidad que empuja a los mozos de Tordesillas a acorralar a un herbívoro y apuñalarlo hasta la muerte.

Este año un lancero llamado David Rodríguez Mata ha acabado con Vulcano, inscribiendo su nombre en la historia de la infamia. Imagino que en su interior se agitan los mismos demonios que animaron a los pistoleros falangistas de la retaguardia, aficionados a festejar sus hazañas con unos vinos. Se objetará que no se pueden establecer analogías entre la vida humana y la vida de otras especies, pero yo creo que los falangistas, militares o requetés que agujereaban cráneos de maestros, sindicalistas y poetas, actuaban de acuerdo con los mismos impulsos: sadismo, mezquindad, perversión moral. Al parecer, sólo dos toros han sido indultados en las fiestas de Tordesillas: “Bonito” y “Presumido”, que sobrepasaron el límite establecido para abatir a los astados. Ninguno pudo disfrutar del indulto. “Bonito” murió poco después a consecuencia de las heridas causadas por lanzas, cuchillos e incluso tijeras. “Presumido” se internó en un maizal y la Guardia Civil no se atrevió a perseguirlo a pie. Después de localizarlo desde el aire, un agente le pegó un tiro. La intervención de la Benemérita en unos hechos acaecidos en 1995 añade una nota sombría a una peripecia que evoca los aspectos más truculentos de la España negra. Siempre he asociado la montera al tricornio y, tras contemplar a Esperanza Aguirre, ex presidenta de la Comunidad de Madrid, y a Mario Vargas Llosa, su fiel escudero y pluma al servicio de la satrapía neoliberal, saludando con el grotesco tocado de los matarifes, he sentido que mi asociación no era algo gratuito, sino uno de esos arquetipos del inconsciente colectivo que atribuyen a una forma un significado inequívoco. En este caso, el tricornio y la montera se funden en su connotación sangrienta, ignominiosa y rastrera. El tricornio y la montera simbolizan la represión, la tortura y la impunidad. Por eso, son atributos inconfundibles de la España negra, primitiva y cainita.

Saber que en 2010 participó la primera mujer (Mélany San José) en el Toro de la Vega no puede borrar el insoportable hedor a machismo del festejo. Al parecer, los mozos gritaban a Mélany: “¡Chica, métete en la talanquera!”. No sé si habrá algún idiota que relacione la presencia de una mujer con un avance en la lucha por la necesaria e incuestionable igualdad entre los sexos. No creo que ningún feminista sensato se regocije con la implicación de una mujer en una orgía de sangre y crueldad. Quizás Fernando Savater considere que sí es un signo de progreso, pero hace mucho que no leo sus majaderías. Desgraciadamente, no se me ha pasado desapercibido un titular del ABC, donde el antiguo discípulo de Agustín García Calvo, afirma que “muchos parados querrían vivir como el toro de lidia”. Poco después, he descubierto en la red una foto del egregio filósofo y publicista, posando en la zona del ruedo reservada a los mulilleros y he recordado otra de sus genialidades: “Dentro de poco, el emblema de España será Bambi”. Es curioso que un plumífero que admite su cobardía (“Nunca me pondría delante del toro. Me da mucho miedo”), lance un exabrupto que podría ser una frase de Millán Astray. No sé si en la intimidad, Savater saca pecho y chilla: “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”, pero sus comentarios podrían circular por un bar atestado de rufianes, sin producir la más leve disonancia. España no ha destacado nunca por sus filósofos. Alguno mencionará a Ortega y Gasset, amante de la tauromaquia, pero le recordaré una de sus frases más castizas, que cuestiona su lucidez: “Yo amo con exaltación a mi Patria, y antes que a la libertad, antes que a la República, antes que a la federación, antes que a la democracia, pertenezco a mi idolatrada España”. Para Ortega, “la historia del toreo está ligada a la historia de España, tanto que sin conocer la primera, resultará imposible comprender la segunda”. Creo que tiene razón. Por eso, muchos abjuramos de España, pese a haber nacido dentro sus límites geográficos. No podemos amar a un país que aún se emociona con el martirio de un herbívoro, reservándole una muerte más espantosa que la de un reo condenado a morir por garrote vil.

Vulcano murió linchado por una caterva de miserables. 50.000 personas mancharon su alma, contemplando el escarnio. A pesar de que el Partido Animalista (PACMA) reunió 85.000 firmas durante su campaña “Rompe una lanza”, pidiendo al Congreso de los Diputados la abolición del festejo, sólo un centenar de activistas se acercaron a la villa. No hay que sorprenderse, pues ni siquiera los periodistas pueden adentrarse en el pueblo, sin ser agredidos o amenazados, lo cual confirma que la violencia contra un animal suele coexistir con la violencia hacia los seres humanos. El Toro de la Vega no desaparecerá. Al menos en un futuro próximo. Tordesillas seguirá cubriéndose de ignominia, pero no más que el resto de los pueblos que incluyen en sus fiestas actos de violencia contra animales privados de cualquier derecho, incluido el de no ser torturados. Toni Cantó, actor y diputado de UPyD, afirmó hace poco en el Congreso que “los animales no tienen derecho a la vida y a la libertad”. Aunque no habló de “la dialéctica de los puños y las pistolas”, su intervención sonó a falangismo renovado. De hecho, el ultraderechista Ricardo Sáenz de Ynestrillas ha asegurado que UPyD es “lo más parecido al auténtico falangismo”. Con sus palabras, llenas de desprecio e insensibilidad hacia el sufrimiento de otras especies, Toni Cantó le dio la razón a Jacinto Benavente: “Las corridas de toros son un vicio de nuestra sangre envenenada desde antiguo”. No soy un fan incondicional de Alex de la Iglesia,  pero una vez declaró: “No voy a los toros, no voy al circo, no voy al fútbol… No soy de este país”. He de admitir que me hubiera gustado pronunciar estas frases, especialmente la última: “No soy de este país”. Algunos me dirán: “Pues vete a Cuba o a Corea del Norte”. Yo me limitaré a contestarles: “Marchaos vosotros a Tordesillas, villa infame, miserable y sangrienta”.

* Into The Wild Union

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