La ñoñez de España

La ñoñez de España
Estos días atrás, el clima de lluvias y frío de esta desconcertante primavera, me mantuvo en casa y no evité la televisión. Salí ileso por los pelos. Las neuronas y el córtex amenazaron con declararse en huelga indefinida.

Desde hace una temporada hay un laborioso canal, “La Sexta”, que tiene a los ciudadanos progresistas, hambrientos de crítica sobre la lamentable realidad, flotando en una nube rosa merodeada por excesiva publicidad. La cadena “La Sexta” exhibe un televisivo marchamo “radical” y arremete contra el poder, dentro de un orden de pim-pam-pum. Obviedad en globo aerostático y un osito de peluche como premio a la credulidad sin fronteras.

La falta de pasta para gastar nos obliga a la gente a restringir más las salidas de alternar. Ya no hay división entre trabajo y ocio. Sólo hay ocio sin trabajo. Ocio intermitente u ocio permanente. Los bares y restaurantes se resienten de loa merma de clientela. Algunos, muchos, se ven obligadlos a cerrar sus puertas para siempre jamás. No pueden sostener los gastos fijos que se derivan de tener las puertas abiertas a un público que no puede acudir con frecuencia suficiente; la crisis golpea con saña la economía familiar.

Recuerdo cuando, como era habitual antes y ahora ya no tanto o casi nada, me metía en la piel de abogado del diablo y discutía con aquellos que consideraban imposible que “ser más europeos” obligaría a los españoles a abandonar progresivamente la cultura de bar, los vinos peleones de barrica, las francachelas con los colegas y, en fin, las carcajadas en abundancia a granel.

Mi agorera postura no tenía ningún mérito. Era lógico, los calvinistas y luteranos de la UE sólo tenían que apretar hasta el estrangulamiento la cartera de los ingresos y atizar crecientes impuestos al alcohol; al final abandonaríamos las calles a las ocho de la tarde. Resultaríamos, por la fuerza de la evidencia monetaria, tan aburridos como los alemanes en vacaciones. Igual hasta nos tendríamos que abandonar al vicio de leer. Cielos. A lo mejor así nos forjaríamos por fin un criterio racional y no resultaría tan fácil el alevoso ex abrupto de votar por mayoría absoluta a unos mentecatos corromppidos y negados para el timón. Y de los cuales nos percatamos, demasiado tarde, de que son los tenderos de los bancos y lobbys sacamantecas…

Quedamos en que, cuando la gente no está en las calles, porque salir siempre cuesta más dinero que quedarse en casa, lo normal es que esté viendo la televisión. Incluso muchos hay que se creen todo o casi todo lo que sale por la pantalla, sin tener en cuenta que la televisión es la publicidad por antonomasia. Por lo tanto, mentira. Mercado. Con tal de vender todo vale. Todo atisbo de lucidez o ética se sacrifica a la publicidad, porque es la que sostiene el tinglado. Los directivos de los canales, esos personajes que no salen en pantalla vestidos o desvestidos, pero toca las teclas de mando, no juegan más que al éxito seguro, lo que significa facturar publicidad. No hay más ley que esa. Si tu programa factura, adelante; si merman las cifras de los anuncios, date por finiquitado.

Al revés que en los bares o en los parques urbanos, donde si te tropiezas con alguien que te cae mal, a ti o a tu perro, lo evitas o no lo saludas con efusión suficiente como para intercambiar frases, en la tele se está muy amontonado; los arribistas y competidores brotan como las setas en la humedad. Tan estrecha proximidad invita al fingimiento de la urbanidad. Allí todo es sonrisa, zancadilla y navajazo, tres en uno, por mantenerse en candelero o bien subir como la espuma. Todo el mundo que está ahí quiere focos y cámaras. Para los presentadores protagonistas del “share”, el imperativo categórico es “aprovechar el momento”. El inverosímil y endogámico mundo de la televisión entre bastidores, con sus filias, fobias y sus sabotajes, está bastante bien retratado por la película “Network”; un “remake” de la buenísima y nunca pasada de moda “Primera Plana”, del impar director de cine Billy Wilder.

Y el éxito de la tele emborracha y atrae moscones y pelotilleros y coleguismos fatuos que se atragantan como un mendrugo de pan duro. Sea como fuere, la insistente maquinaria de la publicidad lo engulle todo y lo convierte inevitablemente en picadillo de carne para albóndigas. Sin duda, de haber vivido en estos tiempos, el sesudo humorista Groucho Marx habría extraído mucho jugo del invento. Al menos, como entrante, una “Sopa de Ganso” y un huevo duro, servidos en el hiper poblado “Camarote de los hermanos Marx”.

Para hablar con propiedad, deja claras las premisas y no dejar paso a al escepticismo que luego se traduce en amarga decepción, hay que decir que “La Sexta” y la más fétida “Antena 3” son propiedad de un mismo empresario: José Manuel Lara, el zar de editorial Planeta: un cósmico premio literario hecho fraude con mayúsculas, con toda la normalidad picaresca del mundo y aceptado por el universo cultural sin problemas de vaselina.

A Lara como mínimo se puede rotular tranquilamente como muy conservador. Pero, al tener mucho público potencialmente consumidor, los patrocinadores facturan ingentes cantidades de publicidad. Así que Lara puede permitirse hasta el lujo de mezclar el agua y el aceite. Aunque le debe al gobierno PP favores esenciales, como la concesión de licencias de emisión sin incordios ni escrúpulos legales, hace un reparto salomónico: “La Sexta” atiza caña al gobierno de Rajoy y Antena 3 recoge las basuras.

Verbigratia, la reciente entrevista a un individuo tóxico ex llamado Aznar.

Y así las cosas, el reportero Jordi Evole ha subido a los altares del “share” con un programa “Salvados”, descendiente de otro titulado “El Follonero”. Se trata de un espacio con un contenido todo lo crítico que se permite en este país de endémicas “inestabilidades atmosféricas”. Evole es hábil y ha sabido conjugar espectáculo con periodismo. No tiene competencia.

Ahora, Ana Pastor, otra periodista emergente, cuyo punto fuerte es hacer gala de cierta impertinencia con políticos de mármol intelectual, pisa fuerte. Expulsada del cajón de los higos de la tele pública, ha fichado por “La Sexta”. Acaba de presentar otro programa de marchamo “progresista” al que llaman “Objetivo”. Se juega el doble sentido del término, es decir la tan traída y llevada como imposible objetividad periodística y el objetivo como parte fundamental de las cámaras.

En la última sesión del diván de “Salvados” Evole entrevista a Pastor. Ambos son de la cuadra de “La Sexta” progre. Jaboneo mutuo en mucha dosis, complicidad de somos los mejores y aquí estamos tú y yo en la cumbre, coleguismo triunfal, tuya y mía, somos los listos de la clase…y del patio en el recreo. Hace días también se la promocionó a Pastor otra vez, por Thais Villa (“El Intermedio”) mientras compraba cosas en un supermercado “como una persona normal”… A falta de realidades reales, fabricamos mitos efímeros de andar por casa en pantuflas. Necesitamos creer en algo y para auxiliarnos en ello está la publicidad. ¿Hay vida fuera de las pantallas? Quizá cada día que pasa menos. El propio Mariano Rajoy huye de revelarse en persona y se presenta como una figura de plasma.

Si lo que pasa en los platós, artificial y rebosante de autocomplacencia, lo cotejamos con lo que está pasando en las calles del país, noto que me sobreviene una arcada. España o ñoñería autopropulsada a espuertas…

 
 

 

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