La Real Academia y nuestra mentalidad de súbdit@s

La Real Academia y nuestra mentalidad de súbdit@s

Cristina Ridruejo*. LQS. Octubre 2020

No necesito que ninguna Academia (y mucho menos, Real) venga a decirme si está bien o mal. Está bien porque por intuición lingüística, cualquier hablante crea palabras siguiendo los sistemas internos de su lengua

Las lenguas son entes vivos que evolucionan mientras tengan hablantes. Cada vez que una persona habla o escribe, está creando: está contribuyendo a mantener en uso ciertas palabras o expresiones, o a condenar al desuso otras. Pero no solo las palabras: los hablantes tenemos la facultad de contribuir, la mayoría de las veces de manera inconsciente, a que se asienten o no tales o cuales formas de construir las frases, de combinar las palabras. Dicho de otra manera —y arriesgándome a que algunas personas dejen de leer—, no solo tenemos en nuestras manos el léxico, sino también la sintaxis y la propia gramática.

Como hablantes de una lengua, somos creadoras y creadores. Tenemos ese poder y lo ejercemos. La lengua es nuestra, es mía ahora mismo mientras escribo estas líneas, es tuya mientras le cuentas a una amiga lo que hiciste ayer.

Quiero insistir en esto porque tengo la impresión de que en nuestro país tenemos cierta mentalidad de súbditas y súbditos, y nos creemos que quien manda en la lengua es la Real Academia. Falso: quienes mandamos somos todas y todos los hablantes.

Cuando me enteré de que en todo el mundo anglosajón no existe ninguna institución equivalente a la Real Academia de la Lengua, me pregunté: ¿y cómo se apañan?, ¿cómo es posible escribir, hablar, vivir sin un organismo regulador?

Pues es posible. A la vista lo tenemos. Por si alguien se lo pregunta, no tener Academia no supone escribir con faltas de ortografía ni nada por el estilo. Es simplemente que las y los hablantes de inglés, ya sean del Reino Unido, Estados Unidos, Australia o la India, no necesitan que una institución oficial les diga si lo que dicen o escriben está bien o mal. Como en otros muchos aspectos de la vida, los pueblos anglosajones no admiten que se les controle (por ejemplo en el Reino Unido, Estados Unidos, Australia no existe el concepto de DNI: tener un documento de identidad estatal, que es como una ficha policial que nos hacen aquí a todas y todos en cuanto llegamos a la adolescencia, se considera hitleriano; en la India se está empezando a introducir este año un documento de identidad, lo cual está generando grandísimas polémicas).

Volviendo a la lengua. No hay Academia oficial en el mundo anglosajón, pero hay referencias, por supuesto. En el Reino Unido suele ser el diccionario Oxford o el Collins, en Estados Unidos el Webster. Hay manuales y guías de gramática y ortografía, pero lo que hacen es recoger el uso, no prescribirlo.

Y todo funciona sin ningún problema y con una gran libertad: gracias a esto, la lengua inglesa está mucho más viva que la nuestra, está en ebullición constante, las y los hablantes se inventan palabras nuevas cada dos por tres y adaptan las que ya existen para mil usos: lo que era un sustantivo se usa como adjetivo o como verbo, se combina con otras palabras, todo es maleable.

A la vista de esto, empecé a cuestionarme la labor y la función de esta academia nuestra, y a analizar lo que se dice, se comenta, sobre ello. Circula la idea de que si algo no está “admitido por la RAE”, está mal dicho. Eso es rotundamente falso.

Todas las lenguas tienen sus sistemas para crear palabras nuevas, es decir, neologismos, y por supuesto en todas se hace, pero en unas más que en otras, y eso redunda en su riqueza. Yo puedo crear ahora mismo, sobre la marcha, la antiacademia, el ahuyentavirus, o hablar de la sonrisística, y se comprende perfectamente que me estaría refiriendo al estudio de las sonrisas. No necesito que ninguna Academia (y mucho menos, Real) venga a decirme si está bien o mal. Está bien porque por intuición lingüística, cualquier hablante crea palabras siguiendo los sistemas internos de su lengua. Luego, que unos neologismos cuajen y acaben siendo usados por toda la población y otros sean fugaces o se limiten a un grupo de amigos, es otro asunto.

No he mencionado hasta ahora el carácter conservador de los miembros de la Real Academia, y en esta ocasión lo digo en masculino porque de los 43 miembros, solo 7 son mujeres. Mayoritariamente conservadores en lo ideológico, y por ende en lo lingüístico, muestra de ello es la negación a hacer una propuesta seria de lenguaje inclusivo. Decía que no he mencionado hasta ahora ese aspecto porque el objeto de este artículo no es cuestionar la composición —muy cuestionable— de la Real Academia, sino su propia existencia.

Es posible vivir sin organismos reguladores. No hace falta echarse a las calles a reclamar nuestra libertad como dueñas y dueños de nuestra propia lengua, solo hace falta ser conscientes que esto es así y quitarse de la cabeza esa necesidad constante de que nos controlen. Usemos la lengua con libertad. La próxima vez que te digan que la Real Academia admite o no tal palabra o uso, simplemente: ¡ni caso!

¡Liberémonos de la mentalidad de súbdit@s!

Próximamente:
Español latino y aires de metrópoli

* Cristina Ridruejo es miembro de Mujeres X la República. Forma parte del colctivo LoQueSomos
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2 thoughts on “La Real Academia y nuestra mentalidad de súbdit@s

  1. Palabras que se crean en la sabiduría desde la novedad. Palabras que se crean desde la ignorancia de la necesidad. idioma, texto, conversación, no necesitan de “doctos” golfos que dictan en el pasado el presente. No hay futuro con las Academias. Guillotina!

  2. aplaudo de pie a la autora de esta nota! excelente! Negar la evolución de las lenguas, negarles que “están vivas” es meterlas en un museo donde quedan presas, estáticas, muertas, se les niega el crecimiento que implica incluir no sólo nuevos vocablos sino la inclusión de género. Salud!

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