Las buenas (y malas) asambleas en Afganistán

Las buenas (y malas) asambleas en Afganistán
Jirga tradicional, en círculo, sin presidente, igualitaria. Y ejecutiva

Por Nònimo Lustre*. LQSomos.

Sometidos sin saberlo a una mezquina rutina reducida a exterminar a los rebeldes y corromper a las élites -cañones y/o mantequilla, en parlance de mediados del siglo XX-, se asombran de que no todos los pueblos comulguen con sus ruedas de molino

La Brigada Mediática nos persigue con una frase hecha: “Afganistán es la tumba de los imperios”. Nos guste o no, este aserto tiene bastante sentido pero ahí suele quedarse, en una constatación sin causas ni tampoco efectos. Sin embargo, debemos preguntamos, ¿por qué ese país desértico parece inexpugnable? Las respuestas son para todos los gustos: porque es musulmán, u opiómano, o pluri-étnico, porque los afganos emigran, etcétera. Nosotros también queremos echar nuestro cuarto a espadas; existe otra razón: porque los Pashtun, su etnia mayoritaria, son anarquistas –y las minoritarias, les imitan a veces.

Naturalmente, no se debe marcar a todo un país heterogéneo con una etiqueta que describe a una ideología y unos colectivos occidentales muy diferentes en el tiempo y en el espacio de los que rigen en Asia Central. Así, pues, perdón. Pero los Pashtun son la columna vertebral de Afganistán; dícese que son la más numerosa etnia del mundo y otros dicen que son una nación, no un pueblo indígena. No es el momento para enfangarnos en la polémica etnia/nación. Mejor enfaticemos que, como veremos más adelante, su institución básica es la Jirga –se pronuncia yirga– o asamblea ejecutiva, sin jerarquías, sin líderes en general ni presidentes ad hoc. Para remate, este modo igualitario de organización política les enfrenta con los Estados, antiguos y modernos, cuya razón de ser y su obsesión es la centralización piramidal. De ahí que sea pecado venial calificar a Afganistán como un país anarquista.

No es un país atomizado ni tampoco sumido en la anomia pues, en tal caso, sería fácilmente invadido por cualquier Imperio. Simplemente, está descentralizado y nos parece que una de las razones de su invencibilidad es que los Imperios de ayer y de hoy regaron con bombas y con dineros a las élites –las pashtun, incluidas- que desangran al país desde Kabul y otras ciudades. Es decir, mimaron a las cúpulas hiper-jerarquizadas olvidando a unos pueblos –no sólo los Pashtun- que no están jerarquizados.

Lo que sigue es una reflexión encasillable en el marco general de la literatura antropológica que se preocupa por esa forma de organización que, desde un Occidente aquejado de eurocentrismo, entendemos como anarquista. Este corpus etnográfico de pueblos sin líderes y sin gobiernos, presentes en la Tierra desde épocas arqueológicas, comienza convencionalmente en el siglo XIX y se continúa hasta la actualidad e incluye nombres como Piotr Kropotkin para, años después, saltar a la contemporaneidad con Pierre Clastres, Harold Barclay y el ecólogo Murray Bookchin; luego desemboca en la actualidad con Beltrán Roca en España y finaliza con Marshall Sahlins y con su co-autor David Graeber.

Exagerando poco, esta nómina nada exhaustiva podría ampliarse para englobar a los pueblos indígenas que, de grado o por estrategia obligada, han logrado sobrevivir gracias a su penuria en líderes y a la dispersión de sus maneras de resistir. De ahí que la sabiduría convencional –oxímoron- fabricada por los media, cuando alude a los indígenas, sólo se acuerde de la figura de sus Big/Great Man, Caciques, paramount Chief et allii, unos Jefes que no son eternos ni universales en el mundo indígena sino localizados en una época y en un lugar.

Volviendo a Afganistán: ¿es que no hubo en las mesnadas invasoras unos antropólogos que instruyeran a los mariscales sobre la imposibilidad de someter a los Pashtun con las tácticas convencionales? El fracaso de los militares occidentales puede achacarse a su déficit existencial. Sometidos sin saberlo a una mezquina rutina reducida a exterminar a los rebeldes y corromper a las élites -cañones y/o mantequilla, en parlance de mediados del siglo XX-, se asombran de que no todos los pueblos comulguen con sus ruedas de molino. Esta sensación de incredulidad es la que ahora pretende diseminar una Brigada Mediática empeñada en ocultar que, tras años de negociaciones, las élites invasora y afgana fueron las únicas que no son incrédulas –al contrario, creen en sus respectivas habilidades y a los hechos les gusta referirse.

¿Había antropólogos?

En los años 1950’s y 1960’s, Fredrik Barth estudió a los Pashtun –especialmente a la rama Patán, en Pakistán- dejando muy claro que eran un pueblo sin líderes o acéfalo y que su organización política se basaba en la jirga –Consejo, asamblea. Además, para precisar el alcance de su ‘sangre común’ y/o de su ancestro común, se guiaban por una cuidadosa lista genealógica -años después se conoció que la más utilizada es la Makhzan-e Afghani, compilada en el siglo XVII por Ni’matullah. En cuanto a los tres principios de su convivencia, destacaban la jirga (=honorabilidad en los asuntos públicos), la melmastia (= hospitalidad) y la purdah (= reclusión, honorabilidad en la vida doméstica) Barth fue un prestigioso académico pero, medio siglo después de sus trabajos in situ, en los círculos decisorios gringos (i.e., militares), nadie se acordó de él.

Hacia 2011, los EEUU habían ‘conquistado’ Afganistán y entonces se reveló que dos antropólogos de Boston, Noah Coburn y Thomas Barfield, habían hecho trabajo de campo en ese país y que se quejarían de la táctica de la unidad militar Human Terrain System (HTS),) cuyo objetivo era un “rapid ethnographic assessment” o evaluación con prisas, cuando otros científicos sociales sostenían que es imposible etnografiar a unos pueblos en guerra. Una objeción de sentido común de la que hubo ejemplos como la sorpresa de los encuestadores que llegaron a Alemania recién derrotada y encontraron que apenas había hombres. O, al revés, como el chiste de que la familia Navajo (Diné) se componía de padres, hijos, abuelos…. y el antropólogo.

La occisa antropóloga. A la izqda. de la foto, su hispanic vengador

El 04.XI.2008, el ya tristemente famoso HTS había saltado a los media porque Paula Lloyd, una de sus antropólogas militares, había muerto carbonizada cuando un afgano la roció con gasolina y la prendió fuego. Como era de prever, los media callaron que su conmilitón, el hispano Don Ayala, calzó los grilletes al homicida y le asesinó a sangre fría. Lloyd se hizo póstumamente bastante famosa, incluso la dedicaron una biografía nada objetiva (ver Vanessa Gezari, 2013, The Tender Soldier. A True Story of War and Sacrifice)

En 2010, el HTS se componía de unos veinte –quizá 40 o 50- equipos dispersos en un piélago de 100.000 soldados gringos. Estaba dirigido por Montgomery McFate, hija de unos californianos que vivían en una barca pero que se liberó de la radicalidad parental ingresando en una universidad de la elitesca Ivy League. En el mundo castrense quiso popularizar el término cultural intelligence e incluso –dijo- erradicar su consustancial etnocentrismo. Pero su influencia antropológica no llegó muy lejos, ni en el Pentágono ni en Afganistán. Por ejemplo, el cuaderno de bolsillo en el que los soldados aprendían (es un decir) el idioma pashtun, desconoce las palabras jirga, asamblea o Consejo. Su cumbre etnográfica se encarama hasta sólo dos términos: parientes Kh-pelwaan y líder rah-bar (Defense Language Institute, Pashto Basic, 2005)

Loya Jirga teatralizada por el títere Karzai, organizada por los USA y mediáticamente hiperbolizada

[Aunque no perteneciera al HTS, es significativo que la primera mujer-soldado que murió en Irak fuera la indígena hopi Lori Piestewa (23, nombre étnico Kocha-Hon-Mana) quien cayó en marzo 2003. En Afganistán, tal honor (¿) recayó en la capitana canadiense Nichola Kathleen Sarah Goddard (26) neutralizada en mayo 2006. El caso más pregonado fue el de la espía británica Sarah Bryant (26) eliminada por la insurgencia afgana en octubre 2011]

A efectos regionales muy amplios, podríamos añadir que, en 2009, James C. Scott publicó The Art of Not Being Governed: An Anarchist History of Upland Southeast Asia. Acuñó el término Zomia para designar a los pueblos que habitaban en esa parte de Asia por encima de los 300 msnm, desde India y Vietnam hasta cuatro provincias chinas. No incluye a los afganos, Pashtun u otros, pero sí les cita como pueblos indígenas que resisten la imposición de los Estados modernos como fueron los escoceses mesetarios (highlanders) antes de 1745 y son los bereberes (amazigh) del Atlas.

Como era de esperar, poco después, una marine, oficial ilustrada -¿otro oxímoron?-, le criticó acerbamente por negar implícitamente que, en los tiempos precoloniales, esos pueblos se dedicaban al tráfico de esclavos y al pillaje y que, en general, minimizaba que ahora estaban sumidos en la pobreza, la violencia, la ausencia de libertad y la desigualdad. Todo ello para que Scott subrayara excesivamente el despotismo de los Estados (ver Anne Clunan, 2011, doi:10.1017/S153759271000335X)

Resumiendo: había una información etnográfica desde 50 años atrás aunque es aparentemente cierto que no hubo muchos antropólogos de campo -y los pocos que hubo estaban en las zarpas del HTS. No sabemos si, pocos o muchos, asesoraron a los generales sobre la importancia de la jirga o autonomía pashtun pero es obvio que ni el Pentágono ni la Casa Blanca los tuvieron en cuenta.

La Jirga

Hamid Karzai, soberbia presidencial. Un títere disfrazado de afgano étnico. El hábito no hace al monje

Como asamblea igualitaria y ejecutiva, la jirga se rige por las leyes narkh que conforman el código Pashtunwali o regulación comprehensiva del modo de vida pashtun –en ocasiones, este código puede prevalecer sobre la sharia musulmana. En el nivel básico pan-pashtun, la jirga se inscribe en la división de la sociedad pashtun en dos mitades: la Tor Gund o segmento blanco y la Spin Gund o segmento negro (Bernt Glatzer 2002) Como un ejemplo más de nuestra ignorancia, recordemos que el diccionario Herbert Penzl de 1955 lo reseña al revés (tor, negro; spin, blanco) La jirga se desarrolla en círculo negando así los privilegios que conllevan las posiciones eminentes.

Durante su invasión terrestre (1979-1992), los soviéticos quisieron implantar una jirga desnaturalizada a la que llamaron shora, un término árabe que alude al primer encuentro total de la comunidad musulmana, la Unmah, alternativa global de la Cristiandad –en esa palabra comenzaron los problemas porque jirga es de origen mongol, no árabe. La encomienda principal de las shuras era reclutar a jóvenes voluntarios para que se alinearan en milicias arbakis. Profundizando apenas, otras diferencias son: la shora era ilusoriamente ‘representativa a la occidental’ puesto que se estructuraba alrededor de un calendario de reuniones regulares cuyas membresías eran casi permanentes mientras que la jirga sólo se reúne para solucionar los problemas según surjan, sin límite de tiempo. Y, sobre todo, la jirga carecía y carece de connotaciones religiosas.

Los retratos de Karzai y de su heredero Ghani, presiden una loya jirga “consultiva”. Pura aberración porque la auténtica jirga es ejecutiva, no consultiva

Se dice que la jirga es una tradición de ‘hace mil años’. O, al menos, hay constancia wikipédica de que, en 1747, unos representantes eligieron a un jefe –nebulosa descripción que vale para todo. Poco a poco, por las ansias de su longevo último rey (shah, khan) se estableció una primera jerarquización entre jirga y loya jirga (gran consejo) Monárquicamente hablando, la elección del monarca exigía una jirga descomunal y, a tal efecto, en 1933, Mohammed Zahir Shah, fue elegido en una jirga cuando el posterior y ¿efímero destronado? Padre de la Patria contaba 16 años. Tras la derrota del primer gobierno talibán, la Comunidad Internacional (¿) dictó el Convenio de Bonn 2001 reglamentando un proceso eleccionario con terminología afgana que fue inaugurado cuando, en 2002, una supuesta loya jirga de 1.500 delegados eligió a Karzai como presidente nacional.

Una vez folklorizada la tradición al gusto ‘democrático’, Karzai y Ghani, respetuosos herederos de Zahir Shah y últimos presidentes del Afganistán ‘democrático’ –risa y llanto-, insistieron en una veta que tan fácilmente engullían los media occidentales. Y la materializaron convocando a cientos de vulgares mítines unívocos a los que pomposa y torticeramente llamaron Loya Jirga.

Ello no quiere decir que los Pashtun nieguen la posibilidad de una loya jirga. Son millones y es imposible formarlos en una asamblea directa. Tienen que comenzar en el nivel de aldea para ir seleccionándose hacia niveles demográficamente superiores manteniendo cuasi metafísicamente el valor igualitario. Por ello, el mismo concepto de loya se vuelve dudoso. Podrá ser importante pero su importancia debe anclarse en la humildad igualitaria., fundamento de su pueblo.

Imagen de cabecera: Jirga tradicional, en círculo, sin presidente, igualitaria. Y ejecutiva.
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