Los humoristas republicanos en México

Los humoristas republicanos en México

Arturo del Villar*. LQSomos. Mayo 2017

En un poema muy citado le decía León Felipe al dictadorísimo vencedor de la guerra que le había arrebatado todo al pueblo español, pero estaba mudo, debido a que los poetas se llevaron con ellos la voz de España al exilio. Ahora Agustín Sánchez González ha retocado esos versos, para añadir que también le faltaba la risa, porque se exilió con los humoristas en México. Y lo demuestra en su nuevo ensayo, Los humoristas gráficos y el exilio en México, que acaba de publicar Turpin Editores, impreso en Madrid con 157 páginas profusamente ilustradas en blanco y negro y un pliego en cuatricromía. Han colaborado para hacer posible la edición el Centro de Estudios Mexicanos UNAM–España, el Ateneo Español de México y otras instituciones. Parece que al título le convendría un término aclaratorio, que debería ser españoles o bien republicanos, puesto que se trata únicamente de ellos en el volumen.

Agustín Sánchez González, nacido en México, D. F., en 1956, es licenciado en Historia, profesor en diversos centros académicos, autor de una treintena de libros sobre asuntos de su especialidad, y un atento estudioso del humorismo y la caricatura, temas a los que ha dedicado ensayos y comisariado exposiciones. Con este nuevo título se amplía la muy numerosa bibliografía sobre el exilio español en México, centrado en un motivo al que no se había prestado la atención debida: la intervención de los humoristas y caricaturistas republicanos exiliados en la vida cultural mexicana, con una intervención muy popular, ya que los chistes y caricaturas son vistos por todos los lectores de los periódicos, desde luego mucho más que los editoriales y artículos de fondo. Se acepta que un buen chiste político es preferible a un editorial muy trabajado, porque alcanza siempre mayor difusión y discusión entre los lectores.

Su papel no se limitó a insertar chistes y caricaturas en diarios y revistas, sino que también influyó en la publicidad, el diseño, el cartelismo y otras artes gráficas. Recuerda el autor que el exilio mexicano reunió a una veintena de artistas gráficos, de los que únicamente Ernesto Guasp y Francisco Rivero Gil pudieron dedicar atención prioritaria a ese trabajo gustoso. Los demás debieron ocuparse de otras actividades para conseguir mantenerse dignamente en el exilio. Ocho de ellos son estudiados con detenimiento en el libro, y con brevedad seis más, porque el autor no ha pretendido escribir un diccionario, sino un panorama introductor a la tarea cultural llevada a cabo por los artistas gráficos españoles exiliados. Son los principales exponentes de ese arte que tanta atención está recibiendo en tiempos recientes, y han sido reconocidos así en los medios mexicanos.

En un ambiente ajeno

Relata Sánchez González las dificultades de adaptación padecidas por estos artistas, colocados de pronto en un ambiente desconocido, con una cultura ignorada, en el que se hablaba un idioma común en las dos orillas del océano, pero en el que las palabras a menudo adoptan un significado muy distinto del usual en España: el ejemplo más conocido es el verbo coger, totalmente inocuo en España, pero impronunciable entre los mexicanos bien educados por su sentido obsceno. El mismo autor emplea la palabra moneros para designar a los caricaturistas, inexistente en el Diccionario de la lengua española elaborado por la Real Academia Española, que sí recoge la definición de mono como “dibujo rápido y poco elaborado”, y los niños españoles llaman monos a las ilustraciones de sus libros de cuentos. Asimismo es frecuente en las editoriales y periódicos denominar monos a las ilustraciones. Lo cierto es que, por este motivo, los humoristas españoles debían censurar su lenguaje, necesariamente coloquial para que todos los lectores mexicanos lo entendiesen, pero muy cuidado para soslayar las dificultades administrativas.

También advierte Sánchez González que precisaban tener en cuenta el artículo 33 de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, que prohíbe a los extranjeros inmiscuirse en asuntos políticos nacionales, bajo pena de expulsión del país si lo hacen, sin necesidad de juicio previo. En consecuencia, aceptaron como norma de supervivencia la abstención de hacer cualquier comentario acerca de la política interior. Un funcionario de mal carácter podría considerar injerencia en la política nacional criticar las costumbres de los habitantes, un tema recurrente en el humorismo, soslayado en México para evitarse disgustos.

Según el autor, por el mismo motivo los principales periódicos no insertaban nunca caricaturas políticas. El partido gobernante, prepotente y eternizado en el poder, controlaba los medios de comunicación, y no toleraba bromas con sus instituciones y cargos públicos. Solamente la Prensa marginal se atrevía a publicar algunas pocas veces caricaturas políticas.

No todo fueron sonrisas

Añádase a estas dificultades que los editores no aceptaban artículos o chistes relacionados con las preocupaciones más perentorias de los exiliados, por suponer que no interesaban a los lectores mexicanos. Así que los humoristas españoles exiliados disponían de escasos temas para su inspiración, pese a estar deseosos de aclimatarse a su nuevo país de acogida. Les estaba vedado comentar sus asuntos personales, y no debían tratar los relacionados de cualquier manera con la política interior, de modo que el humorismo perdía su cualidad más identificativa, que es la crítica. En los periódicos más serios se insertan los chistes en las páginas de opinión. A este respecto, conviene meditar sobre la confesión que Agustín Sánchez González nos proporciona en las páginas 18 y 19:

Hay que decir que México resulta muy atractivo para el turista, pero de una complicación para los migrantes, pues los mexicanos, en general, tienen (tenemos) una vivencia de amor-odio, filias y fobias a lo hispano, producto de una versión histórica unilateral de la conquista y de la creencia errónea de lo mexicano identificado, solamente, con lo indígena.
De hecho, desde la década anterior a su arribo, se mantenía una tendencia, casi oficial, de considerar que el “único” pasado nacional era el indígena. Resulta curioso, y patético, por ejemplo, el ensalzar la idealización de un pasado prehispánico que nada tiene que ver con la realidad y sí con el discurso político del Estado Mexicano, y diversas expresiones culturales hegemónicas, transmitido a la sociedad.
En este contexto, la integración profesional de caricaturistas exiliados los condujo, en su mayoría, a realizar otras actividades para sobrevivir, como dedicarse a la publicidad, por ejemplo, a la arquitectura, el diseño de interiores y de carteles, a la escenografía de cine, teatro y televisión, etc.

Es cierto que la conquista española fue brutal, una invasión imperialista destructora de la cultura indígena, con el único propósito de adueñarse de sus riquezas minerales; pero no lo es menos que esa cultura se apoyaba en la guerra para someter a la esclavitud a los pueblos derrotados, practicaba los sacrificios humanos a unos dioses implacables, y se supeditaba al poder omnímodo de un tirano. Los mexicanos debieran abominar de los dos pasados, el indígena y el conquistador.

Por todo lo cual deducimos que la actitud del presidente Lázaro Cárdenas y su Gobierno, al abrir de par en par las puertas de México a todos los exiliados españoles, debe ser calificada como muy generosa y merecer el agradecimiento de los republicanos, aún admitiendo que en la práctica no todo fueron sonrisas y rosas. Las decisiones gubernativas a veces no gustan a los administrados.

En este ensayo se aborda únicamente el tema de la recepción a los artistas gráficos por parte de los medios de comunicación, que fue amistosa, pese a tropezar con las dificultades señaladas. La actitud de los trabajadores manuales resultó muy distinta, por suponer que los exiliados les quitarían sus puestos de trabajo, al estar mejor preparados que ellos para desempeñarlos. Pero esa historia no nos interesa ahora.

Tres barcos históricos

Los exiliados arribaron a México en tres barcos ya con su nombre registrado en la historia: el Sinaia, el Ipanema y el Mexique. Trasladaron a españoles de todas las edades, clases sociales y condiciones, con el único punto común de escapar lejos de su patria vencida, para evitar las represalias de los vencedores. En los tres viajaban intelectuales y artistas, que entretuvieron los ocios forzados de la travesía gracias a la elaboración de unos periódicos, tirados mediante los mimeógrafos para su distribución entre los pasajeros.

A cada una de esas expediciones le dedica un capítulo Sánchez González, y reproduce algunas de las páginas y chistes sueltos de los diarios navales. Esos trabajos no fueron realizados en México, sino en las singladuras oceánicas, pero indudablemente se hallan relacionados con su punto de destino, en el que iba a transcurrir la biografía de casi todos los viajeros, para muchos hasta su muerte. Por eso no contradicen el título del ensayo.

La vida a bordo no daba para grandes comentarios, por lo que el humorismo por lo general es ramplón. Sirvan de muestra estas aleluyas, tal vez escritas con intención didáctica, para prevenir accidentes: “Éste era un niño muy malo que se llamaba Gonzalo. / A todas partes subía sin saber por qué lo hacía. / Hasta que un día cayó y el pobrecito se ahogó.” Los monos están de acuerdo con el texto.

A menudo se inventaban supuestas noticias, con intención política, sobre el enemigo común que después de vencerlos los forzaba a exiliarse, aunque se evitaban las referencias partidistas. Se trataba de una medida imprescindible, ya que si bien todos los embarcados eran republicanos de izquierdas, pertenecían a partidos políticos y asociaciones diferentes. Cuenta la historia que los exiliados continuaron manteniendo en México los mismos enfrentamientos que los enemistaron en España. La derrota no les sirvió de enseñanza para terminar con sus inútiles desavenencias.

A bordo del Sinaia

El más cuidado de esos diarios de a bordo fue el titulado Sinaia. Diario de la Primera Expedición de Republicanos Españoles a México, dirigido por Juan Rejano. Los textos literarios y las ilustraciones son de tanta calidad que han merecido ser reimpresos, y revisamos sus páginas con el interés proporcionado por las manifestaciones estéticas. El humor no es contagioso para nosotros, ahora, ya que resulta muy simple, aunque en aquella situación desesperanzada no podía esperarse que los lectores tuvieran ganas de reír, sino todo lo contrario.

Algunos escritos son modélicos. Por ejemplo, el discurso pronunciado por el jurista, académico, dramaturgo, novelista y periodista muy popular Antonio Zozaya, cuando el barco se alejaba de las costas españolas, que algunos de los pasajeros no volverían a ver nunca, como el mismo autor de la despedida, que el 3 de junio cumplió a bordo 80 años y tres después fue enterrado en su nueva patria adoptiva, más amable que la natal. Debido a su popularidad el Ayuntamiento de Madrid le había dedicado una plaza con su busto, eliminados por la corporación municipal fascista, así como la de Soria le privó del título de hijo adoptivo. Unos párrafos elegíacos del mensaje se reprodujeron en el segundo número del periódico, ilustrados con una caricatura del insigne polígrafo firmada por Eduardo Robles Piquer con su nombre artístico de Ras.

También merece destacarse un poema de Pedro Garfias, titulado “Entre España y México”, compuesto para un álbum que debía entregarse al presidente Cárdenas. Está ilustrado con un dibujo de dos hombres estrechándose la mano: uno es un obrero español, vestido con el mono y la gorra distintivos entonces de su clase social, y el otro un charro mexicano ataviado con el traje típico y el sombrero de ala ancha, para simbolizar la camaradería entre las dos culturas. Se trata de poesía de circunstancias, sin duda, pero aquellas circunstancias resultaron heroicas para quienes las padecieron, y hoy nos emociona leer los versos que inspiraron.

El 10 de junio se organizó a bordo una exposición de obras gráficas realizadas por los artistas, seguramente la primera muestra colectiva de artistas republicanos españoles exiliados. Quedó comentada en el número 17 del periódico, con la caricatura de nueve de los expositores, y ésta explicación nostálgica, reproducida en la página 22 del volumen:

Está realizada -en concepto, en organización-, con dinamismo de pura cepa. Los trabajos provienen, en general, de los campos de concentración, de la misma vida a bordo. Denotan un espíritu creador que en circunstancias penosas y precarias, ha sabido conservar su facultad estética, joven, y acusa una sana vinculación política a la causa del pueblo.

También es forzoso calificar de heroico ese espíritu indomable de los republicanos españoles, derrotados en su justa lucha por defender la libertad en su patria, pero triunfadores en el esfuerzo por mantenerla viva allá en donde estuvieran, en un campo de concentración francés o a bordo de un barco sin viaje de retorno para la gran mayoría de ellos.

Los pasajeros del Ipanema

Las singladuras variaron poco en los otros dos barcos de la libertad. Un viaje largo en un barco atestado de pasajeros, muchos de ellos llorando la muerte de algún familiar en combate o represaliado, que dejaban atrás todo cuanto habían poseído y se encaminaban a un enigma total, no resulta una invitación al buen humor. Pese a ello, Tísner intentó insertar un poco de diversión entre los pasajeros, con sus chistes sencillos y bien intencionados. Su nombre artístico lo formó a partir de sus apellidos, Artís Gener, de nombre Avelino. Uno de sus chistes gráficos se repite en las páginas 39 y 41 del libro.

En las crónicas periodísticas se permitía la crítica de costumbres, como en esta “Impresión del día” reproducida en la página 37:

Nos referíamos ayer a la llegada a Santo Tomás y ya no llegaremos. Y, claro es, el crédito del periodista comienza a padecer. En todo caso nos remitimos a informaciones que se nos han dado y que nosotros no inventamos. Nadie tiene la culpa de que al Representante del S. E. R. E. le guste el ron. Y de que ahora, abusando de su poder, nos haga cambiar el rumbo para comprar allí unas cuantas botellas.

Más adelante la crónica alude a Adolfo Torrado, un dramaturgo de derechas muy popular en los años treinta en la cartelera madrileña, con unas obras idóneas para el gusto burgués edulcorado. Tras la guerra multiplicó sus éxitos, especialmente con una cosa esperpéntica, pero escrita muy en serio, titulada Chiruca, representadísima en 1941. Es preciso intercalar esta explicación porque su nombre está hoy muy bien olvidado. La alusión del cronista resulta intencionada y graciosa:

Conste, pues, que vamos ahora mismo rumbo a la famosa isla [Martinica], cuyo terremoto universalmente conocido dio origen a la comedia más mala que se ha escrito, salvando, naturalmente, las del dramaturgo gallego Señor Torrado, que goza actualmente de las delicias de la admiración de los franquistas.

Eso era lógico: para aquel público era conveniente aquel teatro, o el de Pemán, o el de Marquina, y tantos otros que hicieron una fortuna por entregar a los espectadores de la posguerra lo que deseaba la censura fascista: un entretenimiento que impidiera pensar, carente de valor literario.

La gente del Mexique

En el periódico del Mexique las viñetas de intención humorística estuvieron a cargo de Pera Calders, bien conocido ya en Catalunya como caricaturista y novelista, pero que sorprendentemente, comenta Sánchez González, “no publicó caricatura en ningún medio mexicano” (página 43). Sus monos en el diario de a bordo son graciosos, aunque los textos no parece que pudieran hacer gracia a los lectores. Por citar el más sencillo, un hombre con una botella en la mano le dice a otro: “Es curioso: cada vez que pesco una merluza me veo con alientos para pescar un tiburón” (página 48).

Los redactores rindieron un homenaje conjunto al presidente Lázaro Cárdenas, considerado “Encarnación misma de todas las virtudes del pueblo Mexicano”, y al jefe del Gobierno español Juan Negrín, “un símbolo y una bandera en la lucha por la reconquista de España” (página 44), semblanzas ilustradas con sus respectivos retratos, sin firma del autor. Seguro que el redactor no era socialista, ya que al doctor Negrín sus compañeros del partido le hicieron la vida imposible en México.

Un breve poema en redondillas sin firma, publicado el 24 de junio, reproducido en la página 46 del ensayo, nos advierte sobre las disensiones a bordo entre los pasajeros. Probablemente resultarían inevitables, por haberse reunido en el barco más de dos mil personas de variada educación social, sin otro punto en común que ser fieles a la República:

Hay quien a bordo protesta
porque va con refugiados
y se olvida de la gesta
de estos valientes soldados.
Oí a una mujer decir
a su marido impaciente.
“¡Oh! ¿es que me voy a morir
revuelta con esta gente?

Sin duda transcribe una opinión expresada por algunos de los viajeros, porque de no ser así indignaría a la colectividad que se aireasen tales comentarios. Tampoco en los lugares en los que se asentaron los exiliados hubo armonía, según cuentas las crónicas. Alguien opinará que el carácter español es así, y nada le hace cambiar, ni siquiera una derrota bélica.

Algunos humoristas

En las siguientes páginas Agustín Sánchez González comenta el trabajo de ocho humoristas gráficos, empezando por Antonio Robles, o Antoniorrobles, como él firmaba, cuando no Donantoniorrobles o El Vizconde de amor. Sin embargo, me parece que su prestigio lo debe a la literatura infantil más que a los dibujos: su personaje Rompetacones sigue de actualidad, porque se reeditan sus aventuras. Deseaba limpiar los cuentos de crueldad y miedo, por lo que modificaba las personalidades de los protagonistas, como la brujita Doña Paz, dedicada a pacificar este mundo violento.

Sergio Aragonés marchó al exilio con dos años de vida, y en México se hizo arquitecto, intervino como extra en películas, ya que su padre era productor cinematográfico, y colaboró con sus chistes gráficos en las principales revistas humorísticas mexicanas y después también en las gringas. Según el autor, “es hoy una leyenda y uno de los grandes maestros del humor gráfico” (página 79).

El valenciano Ernesto Guasp llegó a México a los 39 años, y de inmediato se incorporó a la vida laboral de su nueva patria, porque contaba con una personalidad bien definida en el humorismo catalán. Colaboró en las publicaciones más leídas, él mismo fundó una revista, dirigió otras, y cimentó su prestigio con los carteles cinematográficos. Poseía una gran facilidad para el dibujo, que alcanzó a menudo una alta categoría estética, de tono vanguardista, porque conocía muy bien la evolución de los ismos europeos. El autor califica de infamia que se le acusara de estar al servicio pagado de la Embajada gringa.

Sólo residió tres años en México el madrileño Lucio López-Rey, de paso entre Finlandia y Nueva York. Sus dibujos oscilan entre el superrealismo y el humor negro. Su trabajo más alabado está en las ilustraciones en el libro de Manuel Estrada Hitler en la luna, que marcó un estilo. Fue asimismo pintor y ceramista.

Al salir del campo de concentración en que le acogió la República Francesa, Eduardo Robles Piquer se exilió en México, en donde creó empresas de construcción y decoración, además de colaborar en revistas con sus dibujos de trazo muy personal, firmados como Ras. En 1955 publicó un libro para explicar su teoría sobre el humor gráfico, Caricatugenia. Teoría de la caricatura personal, que obtuvo elogiosas críticas, incluida la del autor del ensayo que comentamos.

El autor del logotipo del Ateneo Español de México fue Francisco Rivero Gil, exiliado en México desde 1944, después de probar fortuna en otros países. Hasta su muerte en 1972 fue un prolífico dibujante en los principales diarios y revistas, editor, colaborador de la naciente televisión, portadista de libros y cartelista cinematográfico. Según opina el autor, “resumiendo, la obra de Francisco Rivero Gil quedó plasmada en todos los ámbitos de la vida cultural del país que lo acogió” (página 123).

A sus 14 años llegó a México Ángel Rueda Santaella, que encontró trabajo como diseñador de muebles, con tanta fortuna que fue contratado como profesor de diseño industrial en la Universidad Nacional Autónoma de México. Al mismo tiempo colaboraba con dibujos en periódicos y en televisión. Rechazó la caricatura política, dedicándose a la costumbrista.

Por último el autor comenta la obra gráfica del ya citado Avelino Artís Gener, o Tísner por su seudónimo. Barcelonés de nacimiento, colaboró en las revistas de humor catalanas antes de exiliarse en México, en donde desarrolló una polifacética tarea como dibujante de chistes en periódicos y también columnista distinguido, novelista, traductor al catalán, editor de libros, ilustrador de otros, pintor, escenógrafo, cartelista cinematográfico, y algunas ocupaciones más.

Un breve capítulo final relaciona algunos otros humoristas gráficos exiliados, Ramón Tarragó, Vicenç Riera Llora, Salvador Bartolozzi -que bien podía haber merecido la atención de un capítulo propio-, Josep Bartolí i Guiu, Germán Horacio y Vicente Rojo.

Libro, pues, importante para añadir a la extensa bibliografía sobre el exilio español en México, sobre un tema poco estudiado a pesar de su interés. No nos va a hacer reír, pero sí meditar sobre aquellos años de horror en la historia más negra de España.

* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio
Los humoristas gráficos y el exilio en México, de Agustín Sánchez González. ISBN:9788494609152. Editorial: Turpin Editores. Nº Pág.: 155

Bego

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