Maldito Diluvio Universal

Maldito Diluvio Universal
El Monte Ararat, donde atracó el Arca de Noé. Ayer en Armenia, hoy en Turquía

Por Nònimo Lustre*. LQSomos.

El Diluvio Universal es un mito casi universal. Es natural que se salmodie en esos desiertos cuyos ued -ríos secos-, al desbordarse, causan más muertes por ahogamiento que por la sed. Pero es que también se conoce en el Amazonas, donde las imponentes crecidas alimentan que la mitad de sus tierras estén sumergidas la mitad de año.

Bajorrelieve sumerio del arca de Ziusudra

Un ejemplo que estudié hace eones: para los Quichua de la Amazonia ecuatoriana, in illo tempore Mundupuma, un jaguar feroz, merodeaba por sus valles hasta que Cuillur y Duciru, dióscuros fundacionales, le encerraron en el volcán-cerro de Galeras; desde entonces, Mundupuma se revuelve en su prisión y sus zarpazos son los temblores sismológicos. Los indígenas habían dejado sus cerros tradicionales para asentarse en las orillas de los ríos –sabían que era peligroso pero así estaban cerca del comercio fluvial- por lo que, cuando llegaron las palizadas (avalanchas) que asolaron la zona (en 1987, entre 300 y 2000 víctimas), según las estudiosas Ruiz y Tamariz, tras ellas los indios perdieron sus puestos de comercio y de trabajo, sus canoas y sus viviendas. Además, al pudrirse los peces de los grandes ríos, no les quedó otra salida que pescar -incluso con dinamita- en esteros y cochas (lagunas) haciendo así peligrar la reproducción de la ictiofauna.

En cuanto a la parte ‘civilizada’ del planeta, hace 2.500 años, que los Sumerios publicaron una de las primeras versiones occidentales del Diluvio Universal:

‘In illo tempore, los humanos y los dioses convivían sobre la tierra. Los dioses trabajaban la tierra pero necesitaban mucha ayuda para drenar las marismas, represar las aguas y arar los campos; con ese fin, crearon a los seres humanos. Comenzaron con sólo siete hombres y siete mujeres que se multiplicaron ‘como conejas’, pero eran muy ruidosos, violentos y rebeldes. Sumamente harto, el dios mesopotámico Enlil, decidió exterminarlos pero su colega el dios Ea decidió proteger a los justos –sólo a ellos, pura censura moral- y escogió a Utnapishtim (Ut-napishtim, Uanapistim, Ziusudra o Atrahasis) para que derribara su casa y construyera un barco donde resguardar a su familia y a las especies animales vivientes y conocidas –y, clasismo censitario, unas cuantas personas escogidas. Poco más tarde, se desató una tormenta tan salvaje que, para escapar del destrozo, los mismos dioses se asustaron y ascendieron al cielo. Duró seis días y seis noches… Tras siete días de espera, Utnapishtim soltó una paloma y luego una golondrina y el resto es muy conocido.’

Milenios después, proto-árabes y proto-palestinos plagiaron a sus doctos tatarabuelos las mitologías proto y mesopotámicas, entre ellas, la del Diluvio Universal:

Si se me permite el anacronismo, copiaré primero al Corán porque es más ampuloso que el Viejo Testamento: “Dijimos a Noé: Lleva en esa nave una pareja de cada especie, así como a tu familia, excepto a aquel sobre el cual ha sido pronunciada la sentencia. Toma también a todos los que han creído, y sólo hubo un pequeño número que creyó. Noé les dijo -Montad en la nave. En nombre de Dios, que bogue y que eche el áncora. Y la nave bogaba con ellos en medio de las olas elevadas como montañas. Noé le dijo a su hijo que estaba separado -¡Oh hijo mío, embarca con nosotros y no te quedes con los incrédulos! Me retiraré, dijo, a una montaña que me ponga al abrigo de las aguas. Noé le dijo -Nadie estará hoy al abrigo de las sentencias de Dios, excepto aquel de quien haya tenido piedad. Las olas los separa¬ron, y el hijo de Noé fue sumergido” (Corán XI: 42-45)

El Alcorán omite el incidente del Noé borrachuzo pero, aunque sea insignificante, nosotros no queremos negarlo: “Entonces Noé comenzó a cultivar la tierra y plantó una viña. Y bebiendo el vino, se embriagó y quedó desnudo en medio de su tienda. Cam, vio la desnudez de su padre y lo contó a sus dos hermanos que estaban fuera. Entonces Sem y Jafet tomaron un manto, lo pusieron sobre sus propios hombros y, yendo hacia atrás, cubrieron la desnudez de su padre. Como tenían vuelta la cara, no vieron la desnudez de su padre” (Génesis 9: 20-23)

Los compartimentos, galeras o pabellones del Arca de Noé. Atanasio Kircher SJ, 1675

En el Poema de Gilgamesh, los Humanos se habían vuelto demasiado numerosos y ruidosos, ergo era urgente establecer un control de natalidad mediante la limpieza étnica –y sonora. En el Génesis y en el Corán, la Humanidad se había vuelto pecadora y débil, indigna ante Dios, ergo urgía un radical control demográfico pero esta vez de índole moral. Cuando termina la tempestad, los ‘héroes’ y sus familias dejan el Arca y asesinan ritualmente a un animal como sacrificio a los dioses. Por su parte, los dioses babilónicos parecen estar genuinamente arrepentidos mientras que Jehová sólo promete no reincidir en su maldad. La purrela de otros dioses –Manu, Ymir, Deucalión, Coxcox-, beneficiados por el Diluvio lo maneja de parecidas formas: engordando su egolatría gracias a la calamidad.

¿Quién se acuerda de los marginados que no pudieron subir al Arca de Noé? Grabado de Kircher, 1657.

Catástrofe reduccionista y elitista

El mito permea la corteza humana; lo entendamos como precepto religioso o como fantasía folklórica, sus filtraciones –sean tóxicas o inocuas- calan hasta el hipotálamo y allí condicionan a las sociedades hasta la actualidad. Va siendo hora de percatarse de que los mitos ‘sumerio-bíblico-coránicos’ esconden ladinamente unas enseñanzas a cual más perniciosa:

En el mito del Diluvio Universal, el dios de turno ordena a su esclavo humano que deberá llevar al Arca siete animales puros y una pareja de los impuros. Estamos ante un despótico reduccionismo biológico, encima so pretexto de la hecatombe. Para reforzarlo, los antiguos y/o sus comentaristas modernos, llegan a los detalles mobiliario-penitenciarios: el Arca será cerrada con fuerza, estará compartimentada y sólo tendrá una única puerta -y, como graciosa merced, quizá una ventana.

El Paraíso Terrenal

Sito en plena Mesopotamia –hoy, Irak central con vistas a Armenia-, el Paraíso Terrenal tiene como eje el Manantial o Fuente de la Vida. Este Manantial –the Fountain, lo utilizó Ayn Rand, madre literaria del neoliberalismo-, vertía agua a los cuatro puntos cardinales: ‘Salía del Edén un río que regaba el Jardín, y luego se dividía en cuatro brazos. El primero se llamaba Pisón; es el que rodea la tierra de Javilá, donde hay oro fino, bedelio y ónice. El segundo río se llama Guijón (Geón o Gihón) y rodea la tierra de Cus. El tercero y el cuarto son el Tigris y el Éufrates.’ A la izquierda del grabado precedente, se observa que los huertos están fuera del Paraíso; dicho de otro modo, que los labradores viven extramuros –seguramente en aldeas vigiladas por los cuatro ángeles flamígeros apostados en las puertas del Edén.

Aunque apenas se pueda leer, en la esquina superior derecha, pegado a la cartela, figura el Monte Ararat

¿Qué clase de Paraíso Terrenal nos proponen Noé et alii? Una distopía sin paliativos, un tétrico lugar que mejor hubiera sido no-lugar: una Naturaleza reducida y discriminada hasta en los animales –puros e impuros. Con control de natalidad, limpiezas étnica y sonora, moralista hasta el puritanismo, un panóptico cuadrado cerrado con una sola puerta, unas vidas compartimentadas desde el Arca, una cultura temerosa de dios y descarriada hasta el punto de recurrir al sacrifico para calmarlo –imbéciles… ¡si son los dioses los que os han abocado al desastre! Y, en especial, una Naturaleza jibarizada según el capricho del santón de moda, Utnapishtim, Noé o Bayer-Monsanto. Y, como si todo ello no fuera suficiente, una omnipresente opresión so pretexto de las catástrofes.

En la misma línea de des-mitificación que acometo hoy con los diluvianos Noé et allii, ayer con Caín y antesdeayer con Satán, empieza a quedar claro y transparente que debemos tener mucho cuidado con las filtraciones seudo-míticas que pudren nuestro hipotálamo. Aunque parezcan inadvertidas, no son buena influencia.

Finalmente, quede claro que, pese al título de estas notas, no maldecimos al Diluvio. Es obra de la Naturaleza y ésta es inimputable por irresponsable. Maldecimos la tergiversación de esos arcaicos mitos. Los miles de exégetas, escribas y covachuelistas que han perpetrado sus miles de versiones, han apuntado todas ellas a transmutarlos en códigos de conducta que nada tienen en común con los mitos –asimismo, inimputables, esta vez por irracionales. En su desquiciada carrera por utilizar la Antigüedad para asentar una infecta ortodoxia, los tergiversadores han llegado a destrozar los mitos acusándolos de deslavazados e ilógicos –pues claro, no se desarrollan en el campo de la lógica occidental. He padecido casos en los que incluso han desvirtuado su peculiar biología mítica para adaptarla a martillazos dentro de las ciencias naturales eurocéntricas. Ejemplo: entre los Yanomami, los dióscuros Omawe y Yoawe nacen simultáneamente –no tienen el mismo nombre, no son idénticos sino solamente iguales Para los misioneros, la igualdad era aberrante y, escudándose en la más tendenciosa de las obstetricias, decidieron que primero saldría uno y después el otro. Décadas después, ca. 2000, los etnógrafos de turno -incluida MN, una dizque antropóloga española-, consolidaron en sus manuales la manipulación de la igualdad.

Propina

El Monte Ararat, donde atracó el Arca de Noé. Ayer en Armenia, hoy en Turquía

Los Noé fondean el Arca en el monte Ararat. Están en territorio armenio. Hace un siglo, semejante arribada hubiera sido imposible porque hubiera coincidido con el Genocidio armenio u Holocausto Armenio que comenzó con la ‘doble masacre de Adana’ de 1909 y continuó con un rosario de matanzas ‘menores’ (¿) hasta que la salvajina alcanzó su apogeo durante los años 1915-1918, cuando el Imperio Otomano deportó a Siria a los armenios –y los asirios- de Armenia y Anatolia o, peor aún, fueron desterrados al desierto donde morirían de inanición.

A falta de estadísticas comprobadas –a menudo, imposibles-, datos crudos del genocidio: en 1915, los armenios ascendían a dos millones de almas; en 1923, sólo sobrevivía medio millón. Hace poco más de diez años, el heredero del ‘modernizador’ radical Mustafá Kemal Atatürk, quiso formar parte de la nonata Alianza de las Civilizaciones, una iniciativa de la ONU copatrocinada en 2005 por España y por Turquía de la que nadie se acuerda –et pour cause.

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