María Lavalle, tango, corazón y sueño

María Lavalle, tango, corazón y sueño

Carlos Olalla*. LQS. Noviembre 2018

Ha homenajeado a Atahualpa o a Brassens, la han acompañado Aute o Juan Diego, y ha llevado sus cantos al corazón de miles de soñadores sin remedio que, como ella, se emocionan al compás de un tango, un fado o una milonga

Voz de los caminos, de los arrabales y del profundo azul de la poesía, desgarrada voz del silencio, de los nadies y de los que hablan cuando los más callan, cálida voz de los que aman, de quienes aún creen en los sueños y de quienes dedican su vida a hacer de este mundo algo más bello o, cuando menos, más tolerable. María Lavalle es esa voz que nos habla desde lo que duerme en nosotros y que cada noche, cuando se encienden los faros y las estrellas, nos susurra que todavía estamos vivos. Capaz de aparear tangos con fados y de alumbrar todos los ritmos, escuchar a María Lavalle es entender el lenguaje universal que es la música, la verdadera música. María es la voz del Sur, de ese Sur que nos hace soñar y nos invita a vivir nuestros sueños, que amamanta nuestra soledad y acuna nuestros versos. Poco o nada importa que ella los cante en castellano, griego o francés. Diga lo que diga te llega, cante lo que cante te emociona, susurre lo que susurre te da la vida. Porque eso es lo que es la voz de María Lavalle, un torrente de vida, manantial de amores y quimeras, un tierno arroyuelo de abrazo, mimo y caricia.

Nacida en Buenos Aires, aquel Buenos Aires que le dio versos e infancia, ha vivido en diferentes países que le han enseñado que el cantar y los sueños no saben de fronteras. A caballo entre Madrid, Lisboa y Buenos Aires, su verdadero país, su patria no chica sino grande, es la de la poesía porque ella ama la poesía, es poesía. Como ella dice “canto lo que siento y lo que he vivido” Todo eso que bulle en su interior y que se ha ido cociendo a fuego lento en noches de insomnio y pasión acrecienta la necesidad que tiene de compartirlo, de darlo a los demás: «Cuando interpreto intento apoderarme del texto, aunque también emociona ver cuando alguien se ha aprendido una letra que tú, una noche, sola, escribiste en tu cuaderno» Esa permanente fusión de ritmos, versos y lugares que es su vida no le hace olvidar que las raíces de su canto, de lo que canta, vienen de abajo, de lo más hondo: “tanto el fado como el tango nacen en ciudades portuarias emblemáticas, como Buenos Aires y Lisboa, y nacen en los burdeles para pasar luego a los salones y finalmente son los intelectuales los que caen rendidos ante ellos”

Ha homenajeado a Atahualpa o a Brassens, la han acompañado Aute o Juan Diego, y ha llevado sus cantos al corazón de miles de soñadores sin remedio que, como ella, se emocionan al compás de un tango, un fado o una milonga. Acá o allá ella va con su canto al hombro y con sus versos por montera quizá porque, como dijo Abraham Verghese, ella sabe que no somos de donde nacemos, sino de donde nos necesitan. “Yo me siento extranjera en todas partes. Es fantástico: puedes irte de todos los sitios sin mucho pesar. Digo adiós cuando me asfixio y procuro hacerlo dulcemente, pero es difícil despedirse sin hacer daño: siempre hay alguien que sufre” Y siempre hay alguien feliz al verla llegar preñada de versos, guitarras y bandoneones dispuesta a regalar su voz a quien la pueda necesitar. Porque son, somos, muchos quienes necesitamos escuchar voces como la de María para seguir caminando, para no desfallecer ante el sinsentido de este mundo que agoniza levantando muros de intolerancia y vergüenza, abismos de odio y muerte. En estos tiempos en los que la barbarie que creíamos vencida para siempre renace con más fuerza que nunca en Europa, Asia o América, necesitamos escuchar voces como la de María, voces limpias y cálidas que nos hablan de ese otro mundo que perdimos o que ni siquiera dejaron nacer. Poesía frente a la intolerancia, versos que derriben muros, canciones que nos ayuden, pese a todo, a mantener la cabeza alta y la mano tendida, el corazón abierto y firme la mirada. Danos de beber tu tango y tu fado, María, abana las humildes brasas que aún quedan en lo más hondo de nosotros, para que no nos rindamos frente a quienes, a lomos de la intransigencia y la estulticia, se están llevando nuestro mundo, el mundo que pudo haber sido, por delante.

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