Millennials. La juventud creativa

Millennials. La juventud creativa

Por Cristina Ridruejo*. LQSomos.

En los últimos tiempos, todos los comentarios sobre la juventud que escucho son siempre negativos. Que son inconscientes y egoístas. Que pasan de todo y no les interesa la política. Que son una generación mimada. Que exponen impúdicamente su vida privada en las redes. Que viven pendientes del móvil. Que hacen botellón.

Me pongo a pensarlo y no me viene a la cabeza ningún comentario general que se repita actualmente sobre la juventud que sea positivo. Que saben mucho de informática y mundo digital, sí, pero esto a menudo no se dice como alabanza, sino con una buena carga de nostalgia por los tiempos pasados: la juventud ya no lee, ya no disfruta de la vida fuera de las pantallas, está enganchada al móvil. Sí hay algunos comentarios no críticos, pero entonces son de lástima: que la juventud de ahora lo tiene crudo por la precarización de las condiciones laborales, la situación de la vivienda, la pérdida de derechos, la inminencia de la crisis climática, etc.

Sin embargo, comentarios positivos, pocos.

Ahora se habla mucho del botellón. Pero vamos a ver, ¿cuál es la forma de ocio más extendida en nuestro país? Quedar con amistades a tomar unas cañas. Es así, eso es el ocio español por antonomasia, es el deporte nacional. Nuestras calles están atestadas de terrazas, que con la pandemia han colonizado aún más nuestras aceras e incluso calzadas. Si tienes ingresos y puedes pagar cada cerveza a 3 euros en una terraza, entonces sí está permitido beber en la calle. Pero si no puedes pagarlo y quieres practicar el ocio nacional que te han enseñado y demostrado desde la más tierna infancia las personas adultas que te rodeaban (tus padres, madres, tías, abuelos, etc.), entonces haces botellón. Pero el botellón está prohibido por la Ley Mordaza, que este gobierno progresista tanto criticó desde la oposición y que casi dos años después de llegar al poder, aún no ha derogado. Dice la ley que es una infracción leve “el consumo de bebidas alcohólicas en lugares, vías, establecimientos o transportes públicos cuando perturbe gravemente la tranquilidad ciudadana”… EXCEPTO SI TIENES DINERO PARA PAGAR LOS PRECIOS DE LAS TERRAZAS, ¡DIGO YO! Eso es legal y nada reprochable, al revés, contribuyes a la marcha de la economía, ahí no importa que “perturbes la tranquilidad” de las vecinas y vecinos que intentan dormir, pero si no puedes pagarlo y te sientas diez metros más allá en la hierba con unas latas, entonces eres un delincuente. O consumes o te multo.

Sobre la acusación de pasotismo. Me parece asombroso que una sociedad apática, apoltronada en su sofá, que no se echa a la calle ante los atropellos constantes que sufrimos (el último de las eléctricas es solo uno más), tenga las narices de hacer esta crítica a la juventud. Todos los defectos de nuestra sociedad, se los achacamos exclusivamente a la juventud y así parece que nos quedamos más a gusto. Una parte de la juventud pasa de todo, por supuesto, pero no más que cualquier franja de edad; otra parte, en cambio, es muy activa. Por citar algunos ejemplos, son miles las chicas jóvenes implicadas en el movimiento feminista, participando en pequeños o grandes grupos feministas locales; la juventud es el motor de multitud de movimientos de autogestión y centros sociales okupados, organizando iniciativas culturales, de reflexión o de ayuda mutua; y tenemos a las hordas juveniles que secundan las protestas ecologistas contra la inacción ante la crisis climática y que esperamos que, ahora que la pandemia nos da un respiro, puedan recobrar aliento.

Que están enganchadas y enganchados al móvil y exponen públicamente sus vidas privadas en las redes. No es que yo defienda esta actitud, pero por favor, ¡si esto lo hace la mitad de la población de todas las edades! El enganche a las redes es claramente un defecto de nuestra sociedad, pero no es exclusivo de la juventud. ¿Y qué pasa con todas las personas adultas enganchadas a la TV, a los programas de cotilleo, a las series turcas…?

¡Ya está bien de denostar constantemente a la juventud! Vamos a fijarnos por una vez en sus virtudes.

Voy a hablar del rap, pero no desde el punto de vista musical, sino como fenómeno. Personalmente, siempre me ha resultado bastante aburrido e incluso cargante el rap, pero gradualmente me he ido percatando de todo lo que implica, y en especial de lo que nos cuenta sobre la juventud actual.

Lo más obvio tras repasar los raps más escuchados es decir que sí, la juventud actual sí se preocupa por la política. Las letras de las raperas y raperos más famosos expresan una crítica social sin pelos en la lengua; tocan todos los palos, sin dejar títere con cabeza: machismo, corrupción política, desahucios, precariedad, privatizaciones y pelotazos, racismo, monarquía corrupta, etc. Pero no son meras descripciones o críticas, sino que además establecen una fuerte implicación personal con lo que les rodea: cómo les indigna, les cabrea, les agobia lo que ocurre. Su desesperación ante la falta de salidas.

Eso es fácil de ver simplemente escuchando los raps más difundidos, pero me gustaría ir un punto más allá. Los chavales y chavalas, desde digamos los 14 años, empiezan a escuchar esos raps y se hacen fans de las raperas y raperos famosos. Pero aquí viene lo mejor. Musicalmente, el rap es muy sencillo, muy básico. Para hacer un rap, no hace falta en lo musical contar con una banda ni un gran compositor: cualquier persona con una buena letra y una base rítmica cogida de internet puede grabarse en su casa un vídeo y difundirlo. Es una de las críticas que se le puede hacer desde el punto de vista musical, pero ¡ah!, vamos a fijarnos en lo que he dicho: “cualquier persona con una buena letra”.

¿Qué es una buena letra de rap? Ahora me voy a poner en contra a todos los puretas de la poesía. Pues sí. Las letras de los rap son poesía, pero poesía popular: son las jarchas de la actualidad.
Y resulta que tenemos a miles —no, a decenas de miles— de jóvenes que se encierran en su cuarto a componer poemas (letras de rap), que luego se reúnen a tomar unas cervezas en un parque y se recitan mutuamente los poemas que han escrito. Cada cual quiere fardar ante sus amistades y traer la letra (poema) más mordaz, más cañero o más emotivo. Entre tragos de cerveza se sugieren retoques a los versos, se da vueltas a qué palabra queda mejor en tal o cual sitio. Se escuchan en compañía las composiciones más famosas y se pulen las propias.

Por si alguien no lo ha notado, lo que estoy describiendo no es otra cosa que una velada poética del siglo XXI, solo que no de poesía culta, sino de poesía popular.

Porque obviamente las letras de rap no siguen el canon poético actual, sino que entroncan con la poesía popular más ancestral y primigenia: la rima asonante y la métrica sencilla de las jarchas, los cantares, los versolaris, y con una versión actualizada de su ironía mordaz y jocosa. Hay quien dice que como composiciones poéticas son tan burdas, que no pueden considerarse poesía. Un momento: no estoy hablando de si es poesía buena o mala, pero desde luego, es poesía. Tal vez solo uno de cada cien raps se pueda considerar buena poesía, exactamente igual que uno de cada cien poemas cultos actuales —y de cualquier época, de hecho— se puede considerar bueno. No toda la poesía del romanticismo decimonónico era buena, es que solo leemos lo bueno, que es lo que ha perdurado. No entro aquí en más profundidades sobre qué significa “bueno”, pero nos entendemos.

Desde luego, en mis tiempos la juventud se reunía básicamente para beber, reírse y bailar, o para subirse a una montaña y beber allí también, pero no para poner en común su creatividad, por el simple motivo de que casi nadie creaba (quien escribía, lo hacía en la soledad de su casa y en general no lo ponía en común). Había quien formaba pequeños grupitos musicales, y eso se sigue haciendo igual, pero ahora está además el rap. La diferencia es que lo que importa es la letra, algo que puede crear una persona en solitario, y que por tanto son miles quienes escriben y rapean sin necesidad de saber música o formar una banda.

Por otra parte, los smartphone y las herramientas digitales facilitan todo un despliegue de creatividad en otros ámbitos, desde la fotografía y las artes plásticas (en instagram y otras plataformas difunden magníficas ilustraciones, diseños, creaciones gráficas), al vídeo (videoarte, documental, cortos de ficción), la poesía culta o la prosa. Mucha creatividad basada en nuevas herramientas y estéticas, pero también en las clásicas. No confundamos el soporte con el contenido: hay quienes escriben auténticos libros en sus muros de redes sociales o en blogs, hay quienes dibujan en tabletas a la manera más tradicional.

Todo esto me ha llevado a percatarme de que, en realidad, estamos ante la generación más creativa que he visto. A finales de los setenta y principios de los ochenta también hubo una explosión de creatividad juvenil, pero desde entonces no la ha habido hasta ahora.

La generación actual de jóvenes tiene muchas virtudes y grandes anhelos. Están expresándose de muchas maneras, a través de los raps, las redes sociales, podcast, documentales, distintas formas artísticas. Se expresan por esos medios porque esos son los medios propios de su época, ¿o es que esperamos que cojan una pluma de ganso y escriban con tinta china? Desde que tienen uso de razón han vivido en un país en crisis perpetua, se encuentran por añadidura con el cambio climático que se nos viene encima ya, con los trabajos precarios que les ofrecen, con las dificultades para independizarse ante la locura de precios de la vivienda y de los suministros, con unas expectativas francamente negras. Todas las generaciones anteriores soñaban un futuro mejor, ahora el sueño es no empeorar. Además se han topado, despertando a la vida, con esta pandemia que nos ha asolado y que en los últimos meses se ha cebado en ellos porque no estaban vacunados y porque las medidas se relajaron para atraer turistas. Y encima, resulta que la mitad de la sociedad y de los medios de comunicación los menosprecian y les echan la culpa de todo.

Vamos a dejarles respirar, por favor. Y vamos a apoyarles. Criticando a la juventud solo conseguimos lastrarla, lo que debemos hacer es impulsarla, compartir, avanzar, estar, sentir a su lado.

¡Adelante esa juventud creativa!

* Miembro de Mujeres x la República. Forma parte del colectivo LoQueSomos
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4 thoughts on “Millennials. La juventud creativa

  1. Más atentos a la letra que a la música

    Si queremos evitar a toda costa el regreso de la Gürtel a Moncloa es evidente que, liquidado gran parte de todo aquello que nos llevó a tantos a esas calles en el pasado, no queda otra opción que fortalecer al actual PSOE, al actual gobierno, por mucho que duelan las derrotas y muchos escrúpulos se interpongan en el camino, ya que no fue para esto que se expulsó en su día del PC a Santiago Carrillo. Pero es que, ver que no te publican un comentario crítico en un muro afín a Yolanda Díaz, ver la ausencia de una bandera republicana en la carpa de ese acto en el que participa Pablo Iglesias en la fiesta del PC, ver cómo se expulsa a los que portan dicha bandera del acto, da qué pensar. Unas bases acríticas, una masa espectadora, no es lo más adecuado para pararle los pies a la derecha más extrema. No queremos una juventud, una ciudadanía, más atenta al botellón del fin de semana que a los problemas y posibles soluciones de nuestra sociedad. No queremos una sociedad de palmeros, de gente mirando la televisión, dándole al “me gusta” aquí y allá. Queremos una sociedad plenamente participativa, comprometida, como aquella que salió del letargo tras la prolongada posguerra en los años sesenta y setenta. Si queremos una juventud plena, una universidad viva, tendremos que darles la voz a los barrios, a los trabajadores, a la sociedad, que es de donde salen los votos y la energía que hacen una sociedad comprometida y transformadora, los votos que conforman gobiernos democráticos.
    Debo de ser uno de los pocos que cuestionan la figura de Pablo Iglesias, y puedo asegurarles que no hay nada personal en ellos: ni el famoso y manido “casoplón” ni el trajín de cambio de pareja, ni siquiera aquella coleta que paseó por los pasillos del Congreso -entre otros muchos con mi humilde voto. No lo cuestiono por otra cosa sino por que, con un Podemos evidentemente, diezmado, con una IU agotada, ha contribuido a vaciar estas calles de todo rastro de movilización, en tanto vemos a la derecha más extrema acariciando ya los bancos azules del Congreso, en tanto vemos cerradas a cal y canto esas sedes de los partidos democráticos, en tanto se exasperan las multitudes exigiendo más libertad para consumir cerveza. Y que conste que no hablo aquí de confrontación, tanto como de concienciación.
    Las sociedades plenamente comprometidas no se crean delante de los televisores de plasma, no se crean esperándolas como amables invitados en la fiesta del consumo, no se crean emborrachándolas con concursos, con deportes, con la fe que se nos pide desde la tele en que todo esto lo va a cambiar el partido que más votos coseche en las próximas elecciones.
    Pesimismo, optimismo…mera cuestión de información.
    Y digo todo esto porque creo que aún existen en este país varios millones de personas que todavía creen que la política es algo más que un puesto de trabajo bien remunerado: Aquellos que oyen la música, pero escuchan la letra.

  2. QUE PAREN EL MUNDO QUE ME QUIERO BAJAR.
    “Que tonto era de crio, y que bien me lo pasaba.
    Ahora que soy mayor, nunca me pasa nada”.
    Nos llamaban “pasotas” peyorativamente, porque pasábamos de sus misas, porque no seguíamos el paso, ni el eclesiástico ni el militar.
    Todo el mundo nos decía lo que teníamos que hacer, “tú lo que tienes que hacer es….”, era la cantinela de unos adultos a quienes la dictadura había creado a su imagen y semejanza. Aunque su mundo se derrumbase a sus pies de barro y estraperlo.
    Nosotros, imberbes, partíamos de la nada, porque nada nos habían contado, y lo que nos contaron nos lo contaron mal. Era peligroso saber, tanto, que nos habían puesto de enseñadores en las escuelas a falsos maestros, no por protegernos del peligro del saber, sino porque los habían fusilado a casi todos. Nos enseñaban sin ellos saber.
    Cuando murió Carrero Blanco, fue un júbilo, pero porque alargaron las vacaciones de Navidad, y nos quitábamos algunos días de la tortura del instituto, porque, qué íbamos a saber quién era el Almirante.
    Con Franco pasaba tres cuartas partes de lo mismo, pero de este sabíamos que era “ese que mandaba mucho”, e incluso se decía, que podía hasta ser negada su muerte.
    Pero nosotros, jóvenes, vivíamos aparte, en un mundo en el que no tienen acceso los adultos, y teníamos nuestras propias maneras de saber cómo funcionaban las cosas. Por ejemplo sabíamos cuando iba a morir el dictador por cuestión matemática: Sumando las fechas del principio y fin de la Guerra Civil, salía sin error alguno, usando dos dígitos. Y luego nos decían que no estudiábamos.
    Moría irremisiblemente el 19:11:75. Sin lugar a dudas. Luego estuvieron varias horas, 3 parece ser, intentando reanimarle insuflándole 22 litros de sangre ajena.
    Con él moría su mundo, y los adultos nos ponen un referéndum en el que hay que elegir, entre un mundo cadáver, o una monarquía que había puesto el muerto y en la que no creían ni ellos. Y nos llamaban pasotas. ¿De verdad que no había otra cosa?
    Nos llamaban pasotas por no llamarnos irreverentes, que es en lo que nos habían convertido, encima nos echaban las culpas.
    Nos llamaban pasotas porque convocábamos en la plaza mayor concentraciones, pidiendo poder hacer sindicatos de parados, siendo duramente reprimida. No aguantaban una broma y querían que entrásemos por el Pacto de la Moncloa. ¡Ale, hop!
    Unos pasotas que les iba a hacer sudar a los estamentos, con sus malditas organizaciones, anti (militarista, nucleares, represivas, sistema, fascista, capitalistas), y otras no tan anti, como el ecologismo, médicos sin fronteras, amnistía internacional, y otras organizaciones no gubernamentales que hoy día tienen una relevancia fundamental para la sociedad.
    Y cuando dejaron de llamarnos pasotas, nos empezaron a llamar perroflautas.

  3. Percutante y que pone en su lugar a cada cual: tanto a los y las apoltronado–a-s como a las y los que siempre buscan el chivo expiatorio que les permita mirar a otro lado

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