Mujeres de repetición

Mujeres de repetición
Tras el escándalo de la cacería de elefantes en Botswana, donde el rey se rompió el esqueleto, varias son las veces que la acompañante de Borbón ha protagonizado la actualidad española.
Hay una predisposición, producto de la baja moralidad fijada al asfalto como cultura de todo uso, a considerar a la tal Corinna Zu Sayn-Wittgentein un ser admirable, o cuando menos envidiado. Rezuman sus poros gel caro; huele bien después de su baño de sales, dispara rifles de caza mayor…
 
Sin embargo, esta estratega de los altos salones del lujo no parece tener más méritos que estar a la que salta y aprovechar sus cualidades profesionales. Unas se ven y otras se pueden adivinar. En otros tiempos menos hipócritas y con menos eufemismos habría sido calificada como cortesana o hetaira parasitaria.

 

Espero, para no añadir confusión, que el apellido Wittgenstein de Corinna no tenga nada que ver con el Ludwig Wittgenstein del “Tractatus logicus philosoficus”. Ello haría saltar todas las alarmas universitarias y sería materia de tesis doctoral en filosofía pura. No vaya a ser que, al final de todo, el vaivén de las caderas de la exquisita públic relations tenga conexión de árbol de las manzanas genéticas con las circunvoluciones de la materia gris cerebral. En cualquier caso, Ludwig terminó sus 62 años filosóficamente trastornado y con un cáncer de próstata; mientras la otra Wittgenstein, la amiga de sultanes y Borbón, seguirá seguramente con su negocio de safaris y juegos de polvos en las ligas mayores.

Corinna complicaciones

Corinna glorificada como astuta y gente de clase. Me recuerda a Lady B o Bienvenida Pérez-Buck otra “mujer fatal” cortesana de origen español y de buen ver. Al igual que Corinna, utilizó sucesivos matrimonios para encaramarse y alternar en ambientes selectos, donde cazar sus presas. Uno de sus aristócráticos maridos, el diputado tory inglés Sir Antony Buck se vió obligado a dimitir por un escándalo de espíonaje.

Bienvenida Pérez

Dimiten los diputados británicos, dimiten las ministras alemanas, hasta el Papa dimite; pero no dimite Borbón. Eso jamás de los jamases. Es tradición que a los borbones hay que invitarles a marcharse al mejor estilo Alfonso XIII.

 
 

 

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