Mujeres Transformando… vidas de mujeres

Mujeres Transformando… vidas de mujeres
Mujeres Transformando (MT) nace en 2003 a raíz del sueño de crear un espacio de organización de las obreras de la maquila textil, un sector que ocupa a 81.000 personas en El Salvador, la mayoría de ellas mujeres con baja cualificación profesional.
 
Pese a que la maquila constituye uno de los sectores en los que se asienta la economía salvadoreña (representa el 45 por ciento de las importaciones del país), poco se conoce de las condiciones laborales que se imponen dentro de las zonas francas y que escapan del control gubernamental. La dificultad en el acceso a las fábricas, unida a la represión histórica de la sindicación, les obligó a crear una estrategia territorial que evitara a las obreras ser reconocidas como mujeres organizadas dentro de la maquila. Para ello, decidieron asentarse en Santo Tomás, localidad a 20 kilómetros de San Salvador y lugar de residencia de la mayoría de las obreras que trabajan en las zonas francas de alrededor del municipio.
Montserrat Arévalo, coordinadora de MT, apunta cómo el vínculo con las lideresas de los territorios fue clave para que las trabajadoras superaran la desconfianza que podían sentir hacia la participación en una organización feminista cuando se acababa de cumplir una década del fin del conflicto armado.
 
A pesar de la historia de organización y lucha del pueblo salvadoreño, Montserrat recuerda el comienzo como una etapa en la que hubo que trabajar de forma lenta y pedagógica para construir la confianza y la toma de conciencia de las mujeres “como género discriminado en una sociedad patriarcal, pero también como clase trabajadora”. Aunque en ese momento el énfasis se marcaba en la visión de género, el análisis de la situación de las obreras en la maquila textil las condujo hacia la incorporación de un discurso de clase. Para Montserrat es necesario “luchar a la par contra el patriarcado y el capitalismo porque son dos sistemas opresores que se alían para oprimir a las mujeres”.
 
En la práctica, y a punto de cumplirse diez años de la creación de MT, esto significa que las mujeres han aprendido a desnaturalizar el machismo, a reconocer que son sujetos con derechos y a que “no es que el patrón les dé trabajo porque es bueno, sino que ellas están en una relación en la que venden su fuerza de trabajo y tienen derechos”.
 
Para el equipo técnico de MT, formado por psicólogas, abogadas y una trabajadora social, la estrategia para conseguir el objetivo de la asociación pasaba por la capacitación en derechos laborales, pero también en un fortalecimiento personal que las dotara de la capacidad y confianza en sí mismas para defenderlos en su vida diaria. Es cuando se comienza a trabajar con las obreras de la maquila y las lideresas comunales en dos direcciones: a través de talleres “paralegales” en los que las trabajadoras reciben formación en materia de derechos laborales y los que se realizan para fortalecer su autoestima, autonomía y asertividad como herramienta para defenderlos.
 
Después de escuchar el testimonio de algunas de ellas, no queda lugar a dudas de que en MT están consiguiendo el fortalecimiento personal y el empoderamiento de las mujeres de Santo Tomás. Todas comparten una historia de años de silencio por sentir que eran menos que los demás, por no ser capaces de expresar sus sentimientos o por no saber que tenían el derecho de hacerlo. En estos años de estar organizada, Paty, por ejemplo, ha aprendido que las mujeres “no somos utensilios” y que, además, “podemos salir adelante sin tener un hombre a la par”. Fruto de este aprendizaje, Paty sabe ahora que el tiempo en el que trabajó en la maquila fue víctima de la explotación y de un trato humillante que tuvo que soportar por llevar un sueldo a la casa. “A las mujeres nos explotan porque saben que tenemos necesidad. Con hijos no puedes elegir irte”.
 
Mientras, Ana Claudia no olvida el día en el que la invitaron a participar a las reuniones con el resto de mujeres de su comunidad y cómo entonces descubrió que no tenía que aguantar situaciones que hasta el momento había considerado como normales. Y es que “una no se da cuenta de lo violentada que está y lo difícil que es reconocerlo ante una misma”. Ella, con cuatro hijos de entre 12 y 17 años, afirma que hace tiempo decidió darse “su espacio” y desterrar la violencia y los gritos de su casa.
 
La toma de conciencia de las trabajadoras como sujetos de derechos ha sido clave para la denuncia de abusos dentro de las fábricas. Gracias a la colaboración que se obtuvo desde el interior de la maquila, se pudieron conocer las marcas para las que cosía Ocean Sky y en qué medida se vulneraban los derechos de las trabajadoras. La información se recopiló en un informe con el que los grupos de consumo en los países del Norte presionaron a marcas como Adidas, Reebok Puma, GAP y NFL para que velaran por el cumplimiento de los derechos laborales en las empresas que fabrican su ropa. Las repercusiones de aquel informe publicado en 2011 todavía dan sus frutos: en pocas semanas comienzan las primeras capacitaciones a las operarias.
 
Los logros de MT, a pocos meses de cumplir sus primeros diez años, se siguen sumando. Actualmente constituyen un referente para muchas trabajadoras como defensoras de derechos humanos tanto en el ámbito nacional como internacional, lo que le ha valido el apoyo durante estos años de diversas organizaciones del Norte. En este momento, son más de 200 las mujeres organizadas en Santo Tomás y se trabaja para implementar este modelo en el departamento de Santa Ana, en el occidente de El Salvador.
 
Visibilizar a las bordadoras
 
El hermetismo con el que operan las transnacionales dentro de las zonas francas impide que se puedan conocer las condiciones en las que trabajan las obreras. Sin embargo, en torno a las maquilas textiles existe un trabajo que permanece aún más invisible y sobre el que ni siquiera existe constancia para el Ministerio de Trabajo. Se trata de las costureras que realizan desde su casa las piezas de bordados que después se incorporan a los vestidos. Desde MT se trabaja actualmente para visibilizar un colectivo que ni siquiera cuenta con los escasos derechos de las trabajadoras asalariadas de las fábricas y a las que se les dice cuánto van a cobrar por cada pieza una vez que ha sido entregada, normalmente, entre dos y dos dólares y medio.
 
Cecilia, de 38 años, lleva dieciocho cosiendo para las maquilas. Los primeros ocho años como operaria en la fábrica y, después de tener su primer hijo, como bordadora desde su casa por no tener con quién dejarlo. Como muchas otras casas, las suya no tenía luz eléctrica y durante cinco años estuvo cosiendo únicamente con la luz de una vela. Ahora está segura de que su problema de vista tiene su origen en esos años. Ceci, como la conocen en su cantón, tiene siete años de estar organizada en MT, conoce sus derechos y sabe replicar a las responsables de la maquila que les dicen que les tienen que estar agradecidas por llevar el trabajo a los cantones: “No es una ayuda la que ellos nos dan como dueños de la empresa, es una explotación que hacen hacia nosotras”.
 
A pesar de que terminar una pieza de bordado lleva prácticamente todo un día, Ceci saca tiempo para visitar otros cantones y tratar de hacer comprender a otras bordadoras que, a pesar de cobrar tan poco, son trabajadoras de la empresa y tienen derecho a mejores condiciones. “Lo que más quisiera es que estas mujeres se apoderaran de todo esto, tomaran fuerza y decirle a los dueños de la fábrica que por lo menos nos den las prestaciones que necesitamos”, dice con voz firme.
 
En el marco de la estrategia por visibilizar y reconocer la aportación de estas trabajadoras a la economía del país, cada 5 de julio distintas organizaciones feministas y sindicales marchan por la declaración del Día Nacional de las Trabajadoras de la Maquila, algo que ya se ha conseguido en el municipio de Santo Tomás. La fecha se convierte en un día por la recuperación de la memoria histórica de las personas intoxicadas en 2002 por un derrame de cloro en la fábrica que fue declarado por el gobierno de aquel momento como un caso de histeria colectiva.
 
  * Mª Cruz Tornay es comunicadora especializada en género y periodista en Mujeres Transformando (El Salvador), cruztornay@gmail.com. Este artículo ha sido publicado en el nº 54 de Pueblos – Revista de Información y Debate
 
 

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