Nadine Gordimer: la voz de un pueblo oprimido

Nadine Gordimer: la voz de un pueblo oprimido

La muerte de cualquier escritor siempre es inoportuna, pues nos produce aflicción y nos hace reparar en todo lo que hemos olvidado. Si miro hacia atrás, lo primero que recuerdo de NadineGordimer es su valiente compromiso político contra el apartheid. Hija de un relojero judío lituano y una judía asimilada londinense, presumo que su padre le habló de las espantosas masacres cometidas por los Einsatzgruppen en su tierra natal, donde prácticamente se exterminó a la totalidad de la población judía, con la colaboración de milicias locales. La emigración a Sudáfrica libró a la familia de un destino trágico. Nadine nació en 1923 en Springs, Gauteng, cerca de una explotación minera de Johannesburgo. Mitad inglesa, mitad judía, le sobraban motivos para oponerse al racismo, pese a que su pertenencia a la clase media le garantizaba una existencia acomodada. De hecho, empezó medicina, obteniendo brillantes calificaciones, pero su temprana vocación literaria se impuso como objetivo prioritario y abandonó los estudios. Entre 1949 y 1953 publica sus dos primeros libros de relatos: Facetoface y La suave voz de la serpiente. Son piezas que ya definen su estilo: frase corta y transparente, aguda introspección psicológica, dramatismo exento de sentimentalismo, personajes de extraordinaria humanidad, cierto minimalismo y un profundo sentido ético. La trama nunca es banal y el apartheid ya aparece como telón de fondo. Formalizada en 1948 por los afrikáners del Partido Nacionalista, la ya existente discriminación adquirió rango legal y la situación de los negros se hizo particularmente inhumana. Gordimer mantendría toda su vida una oposición frontal contra régimen racista y cuando un periodista le preguntó en una ocasión si era consciente del riesgo de ser blanca en un país marcado por el odio racial, contestó: “Si un grupo de negros sudafricanos me mata, habrá que responsabilizar al apartheid y no a los autores materiales”.

Aunque ya había leído algunas de sus obras, cuando en 1991 le concedieron el Nobel realicé una nueva incursión en su territorio literario, pero si he de ser sincero no he vuelto a frecuentar sus libros. La fascinación por Coetzee me atrapó enseguida y olvidé un poco a Gordimer. Ambos son excelentes escritores, pero sus planteamientos vitales son radicalmente opuestos. Coetzee se marchó a Londres y más tarde a Australia, ensimismándose cada vez más en una literatura nihilista y desesperanzada.  Gordimer prefirió inmiscuirse en la lucha por la libertad y a principios de los sesenta estableció contacto con el Congreso Nacional Africano, infringiendo la ley. Muy pronto surgió la amistad con Mandela y el activismo político, que incluyó abrir las puertas de su casa a fugitivos de la justicia. En esas fechas, Estados Unidos y Gran Bretaña consideraban al Congreso Nacional Africano una organización terrorista y Mandela apoyaba la lucha armada.

La santificación de Mandela ha sepultado una verdad incómoda. Madiba autorizó una campaña de atentados con coches bomba, que produjo la muerte de civiles inocentes. Eso no hizo cambiar la posición de Gordimer, que utilizó su popularidad para difundir la causa del Congreso Nacional Africano. Su cercanía con Mandela, que implicó escribir algunos de sus discursos, no le impidió caer en la desilusión, cuando comprobó que el fin del apartheid no atenuaba la pobreza ni liquidaba la corrupción. Las elites del Congreso Nacional Africano acumulaban privilegios, mientras prosperaban la violencia y la miseria. En Mejor hoy que mañana (2009), desplegaba una perspectiva pesimista, pero sin la crudeza de Coetzee.  Gordimer afirmó: “No he sido nunca una escritora política, pero la política está en mis huesos, mi sangre, mi cuerpo”. Es algo discutible, salvo que se interprete “escritor político” como el brazo literario de una ideología política inflexible. Gordimer tampoco se consideraba una escritora autobiográfica: “Yo no estoy en ninguno de mis libros, no me busquen en ningún personaje”. Sin embargo, La hija de Burger (1979), sin duda su mejor novela, narra la historia de una familia de activistas blancos que se oponen al apartheid desde la militancia comunista, sin dejar de interrogarse sobre el valor de su lucha. ¿Se trata de un simple gesto inspirado por la mala conciencia o de un compromiso verdaderamente revolucionario? Mandela leyó La hija de Burger desde su celda y le envió una carta de agradecimiento. Cuando al fin quedó en libertad, pidió que incluyeran a la escritora entre sus primeros encuentros. La amistad con Mandela alimentó su rechazo hacia Jacob Zuma, un presidente corrupto y acusado de violación. La violencia sexual, el asesinato y el robo son auténticas plagas en Sudáfrica. Hace unos años, un joven asaltó la vivienda de Gordimer y le obligó a entregarle el anillo de bodas y el reloj, golpeando a “una amiga y empleada doméstica”. El incidente le obligó a instalar rejas en las ventanas, experimentando una amarga sensación de inseguridad y pérdida de libertad, que Coetzee ha descrito magistralmente en Desgracia (1999). “Tú no decides ser escritora –aseguraba Gordimer-, simplemente naces con un impulso natural que no se aprende en las escuelas. Solo hay un camino: leer, leer, leer para que se despierte el don de la escritura”. La obra de Gordimer perdurará. No solo por sus cualidades formales, sino por su voluntad de ser la voz de un pueblo oprimido por el racismo y las desigualdades sociales.

* Rafael Narbona

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