No lloraré por ti, Manuel

No lloraré por ti, Manuel

Son tus víctimas las que me duelen.

Discúlpame por no llorar tu ausencia, pero demasiadas lágrimas dejasteis tú y los tuyos a vuestro paso sin que a ninguno os conmoviesen, como para ahora derramarlas porque te hayas ido a ese lugar al que a tantos enviasteis. Tú también, pues eras, por acción o por connivencia, uno más entre ellos, que para que una mano ejecute otras muchas han de sostenerla, y la tuya jamás dio muestras de temblar al rubricar, cual lacayo que eras, los crímenes que tu señor te demandaba.  

Llegan las alabanzas y sin embargo no fue tu mérito morirte, pero sí tu demérito cómo y para qué viviste. Y no me sirve como consuelo ni penitencia un pasado reciente sin firmas condenatorias, sin órdenes de cargas, sin amenazas ni justificaciones de asesinatos… Perdón, en estas últimas sí fuiste pródigo hasta el último de tus días, ya que sabías que hurgar en los archivos equivaldría a encontrar tu nombre vinculado al de   algunas víctimas. Así, te subiste a esa nueva etapa para continuar viaje pero sin desembarazarte de tu equipaje anterior, ese en el que escondías el miedo, el dolor y la sangre de aquellos cuyo recuerdo parece que nunca consiguió atormentarte.

Jamás una Carta, por muy Magna que sea, podrá envolver y ocultar las persecuciones, los tiros a manos atadas o los cuerpos reventados sobre la acera. No hubo un gesto, una palabra de reconocimiento, de arrepentimiento o de perdón; sólo la transformación en la forma, que no en el fondo, de quien era tan soberbio como hábil. Pero hay algo que nunca pudisteis enterrar: la memoria. Echasteis tierra encima de los cuerpos y olvido sobre las responsabilidades. Sin embargo, todo eso no bastó, pues la historia es imposible de borrar y, algún día, su interpretación no responderá a pactos pusilánimes de silencio.

He de reconocer que te habrás marchado de este mundo con una sonrisa, y no es para menos cuando la justicia, en tu caso, convirtió su venda en mordaza para las conciencias y las bocas, y que de ese modo asistiéramos al encumbramiento continuado de quien puso su sable al servicio de los sayones. Pero en las horas siguientes a tu muerte, Manuel Fraga Iribarne, mientras unos lloran por tu recuerdo, otros escogemos pensar en los Ruano, los Grimau, los mineros y otros tantos para los que resta el desprecio mientras tú te llevas los dudosos honores de la servidumbre de los cobardes.

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